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X Vida

Tiosha Bojorquez Chapela


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“¿Quién eres tú habitante de este diminuto cadáver estelar?”

Altazor, Vicente Huidobro.


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De cómo nació el conocimiento (historia diegueña).

La tierra era mujer y el cielo hombre. La tierra estaba debajo del cielo. Ella

tuvo dos hijos y los llamó Chakopá y Chakomát. Chakopá era más viejo y

Chakomát más Joven. Se levantaron y jalaron con sus manos el cielo bajando

el agua, formaron los ríos y los mares. Entonces se pararon sobre la tierra,

comenzaron a crear a la gente utilizando barro, se quedaron dormidos, y la

gente cobró vida durante la noche. Esto sucedió en la montaña Wikami.

La gente, aprovechando que los hermanos dormían, planeó una

fiesta. Mandaron un mensajero para que llamara a la serpiente del océano,

Umai-huhlyá-wit. Ella vino y se enroscó alrededor del campamento, pero no

cupo, así que la gente decidió quemarla, partirla en pedacitos y repartírsela.

Dentro de su cuerpo estaba todo el conocimiento, las canciones, los rituales

mágicos, las ceremonias, los lenguajes y las costumbres.


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Una tarde en el circo

-¡PAAAse! ¡PAAAse!.. ¡Vea con sus propios ojos a la gallina de dos cabezas,

a la cabra de cinco patas!.. ¡Éste es un espectáculo para tOOOOda la

fAAmIIIlia!.. ¡TrAAAAAiga a sus chamacos!.. ¡Enséñeles lo que les puede

pasar por desobedecer a sus padres!.. ¡PrEEEEEEEEcios populares!.. ¡Que

nOOOO le cuenten, que nOOOO lo engañen!.. ¡VEEEEa con sus propios ojos

las monstruosidades que puede producir Dios Padre!.. ¡PrEEEEEEEEcios

populares!.. ¡Sin trucos, sin engaños!.. ¡Admire a nuEEEEstra atracción

principal: el NIIIIIIIño COOOOsa!.. ¡PAAAse! ¡PAAAASe!..

¡PrEEEEEEEEEcios populares!

Ya se metió el sol. ´Orita empieza a entrar la gente. Hace calor

dentro de mi jaula. Tengo comezón.

Al atardecer, el cielo sonorense se inunda de púrpura y azul, una

estrella brilla al oriente. La feria ambulante lleva meses rodando de pueblo en

pueblo, alegrándo la vida a los habitantes de esos rumbos polvorientos, gente

del desierto. El aire huele a algodón de azúcar, a estiércol y pólvora. Una

pandilla de niños corre de un lado a otro robando juguetes y dulces,

aventando cohetes y huevos de harina. La gente en los juegos mecánicos

grita a cada vuelta del martillo, a cada instante en las sillas voladoras.

La carpa de los fenómenos se coloca lejos de las atracciones

principales, en el rincón más oscuro, donde sólo pueda verse de reojo. La


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gente se le acerca entre murmullos y risas, pensando, "son puros cuentos",

pero en el fondo sintiendo la tentación de entrar y vivir la incertidumbre:

¿trucos de espejo o carne? ¿De veras quedó así la niña rana por no hacerles

caso a sus padres?

La fachada de la carpa está decorada con los retratos, en colores

chillones pero gastados, de cada una de sus estrellas. El del Niñocosa es

especialmente grotesco: cabeza enorme con forma de elote, cuerpo de perro

que termina en cola de alacrán. Hace dos años capturaron al Niñocosa cerca

de San Antonio, en Texas, y desde entonces viaja con la feria.

Niñocosa es un híbrido que no habla ni gruñe, que todo el día se

queda quieto, callado, observando, que en este momento está dentro de su

celda pensando que la gente ya va a entrar, que hace calor, que tiene

comezón.
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Impotencia

Rosa González iba a la iglesia todos los domingos y, después de escuchar

misa, se encomendaba a la Virgen pidiéndole que le otorgara “la gracia de

dar a luz”. Rosa tenía entonces diecinueve años pero ya se sentía vieja. A los

diez, había cruzado la frontera con su familia, sin entender porqué dejaban

México.

El señor González condujo a su familia desde Los Ángeles hasta

Albuquerque sin que el sueño americano llegara. Rosa fue feliz hasta el

momento en que cruzaron la línea, después todo se le fue derrumbando.

El padre de Rosa se levantaba de madrugada y, sin importar el

pueblo o ciudad donde estuviera, encontraba los sitios a los que llegaban los

patrones a ofrecer trabajo. Se iba orientando por el aspecto de las calles y

siempre llegaba al barrio adecuado, al lugar preciso: veinte o treinta peones

nacidos al sur del Río Bravo, esperando a que llegara el gringo con el jale. A

veces había, a veces no, a veces comían y a veces no. Lo único estable era

la búsqueda. Siempre la búsqueda, que los llevaba de rancho en rancho, de

yonque en yonque, de construcción en construcción, a través del suroeste del

Imperio Americano.

En poco tiempo la ruta 666 pasó de autopista a calendario. Cuando

sus padres discutían la mujer gritaba cosas como: "hace doscientas millas

dijiste que íbamos a buscar casa."; y él contestaba: "Hace seiscientas millas


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que no cogemos". Al paso de dos mil millas de viaje, el padre de Rosa había

trabajado ya en siete granjas, perdido el ojo izquierdo al defenderse de un

robo, y tenido que soportar el infierno de deudas que supone ser enfermo y

mexicano bajo el sistema de salud estadounidense. Las cuentas de los

hospitales lograron, sin necesidad de recurrir a la violencia, lo que no

pudieron hacer los asaltantes. Después de la hospitalización, la familia

González quedó hundida en la miseria.

Al paso de unos cuantos cientos de millas más, cuando para sus

padres todo parecía estar perdido, cuando pensaban que tendrían que

vender la camioneta y regresar derrotados a México, cuando Rosa

comenzaba a disfrutar de la idea de volver a su pueblo, a su río, a sus cerros

y amigos, entonces los González llegaron al rancho de Mazorca, donde

encontraron trabajo y casa. Y ahí se detuvo su camino.


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El Patrón

Don Joel Cabeza de Vaca Ferwell, el Patrón, deseó a Rosa desde el primer

momento en que puso sus viejos y hambrientos ojos encima de ella. Para

conseguirla comenzó dándole trabajo al padre en su hacienda y después

empleó a la madre como sirvienta. Cuando logró que los dos estuvieran lo

suficientemente atareados, hizo que la niña lo ayudara a ordeñar vacas. Ese

inocente trabajo permitía que él y la pequeña Rosa pasaran largos, largos

ratos a solas:

-¿Sabes ordeñar, niña?.. Enséñame cómo lo haces.

Rosa se arrodilló para exprimir las ubres del animal y la leche mojó

sus manos. La respiración de Joel se volvió pesada. La pequeña Rosa hizo el

movimiento de su mano más pausado, más cadencioso. Joel se le acercó y la

tomó del pelo. Jadeante, le dijo con su voz gastada:

-Bebe, mójate la cara.

Rosa obedeció, temblando. La leche escurría a chorros sobre sus

mejillas morenas.

-Siéntate en mis piernas, niña sucia. Deja que te limpie y te enseñe

en qué se parecen el tío Joel y una vaca.


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Los padres de Rosa pensaban que habían conseguido el empleo

gracias a su buena suerte y le agradecían a la providencia. Al contrario del

Patrón, ellos veían a Rosa como una niña y no pensaban que nadie se

pudiera fijar en ella, no todavía, no siendo tan pequeñina. Rosa aún no tenía

quince años.

Dos veces a la semana Joel la llamaba a su cuarto, le quitaba la

ropa y la acostaba sobre una mesa para comer arriba de ella y luego

amarrarla a una pata de la cama durante el resto de la noche. Nunca intentó

penetrarla. El Patrón se conformaba restregando su verga flácida en la suave

cara de la niña, en el pubis aún sin vello.

Rosa jamás les dijo nada a sus padres pues el miedo y la vergüenza

eran monstruos demasiado grandes para afrontar. Además sabía que la

estancia de su familia en el rancho, y por tanto su subsistencia, dependían

exclusivamente de ella. Así que con esas certezas y la ayuda de la

cotidianeidad, logró que el asco se fuera transformando, hasta que finalmente

el ritual con Joel pasó a ser una rutina más dentro de una vida hecha de

rutinas.
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La Muerte

Los padres de Rosita murieron asesinados al año de su llegada. Mientras el

señor y la señora González morían achicharrados dentro de la covacha en

que dormían, Joel devoraba un bistec humeante sobre los nacientes senos de

Rosita González. A la semana del entierro, el señor Cabeza de Vaca le

ofreció matrimonio y Rosa no tuvo tiempo ni para llorar. A la semana

siguiente, ya estaba casada.


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Soy una puta (de mierda)

-¿No quiere intentarlo, Patrón? Ya de perdida déme un chamaco.

Joel se sacó con la punta de la lengua una cáscara de frijol que

desde la cena tenía atorada entre los dientes, la escupió y se recostó,

dándole la espalda a la mujer que, con mirada desesperada, clavaba los ojos

en el techo, en las manchas de humedad. Por su mente pasaban imágenes

de hombres trabajando bajo el sol. Músculos tensos, nalgas erguidas, torsos

desnudos y morenos. A lo lejos, una gata en celo maullaba incansablemente.

-Quizás la razón por la que no tenemos niños es que no lo hacemos

como Dios manda... -dijo Rosa, entre dientes.

-¡Déjame dormir! Me das asco.

Rosa se sintió humillada. Ella nunca le había faltado al respeto,

siempre fue servicial con el Patrón, nunca le dio motivos de queja. Además,

Rosa aún era bella y el Patrón tendría que desearla. Además, desde la

muerte de sus padres lo que más quería en este mundo era tener un hijo,

dejar de estar sola.

-Lo que pasa es que ya no puedes hacerlo. Estás demasiado viejo.

Antes de cerrar la boca se arrepintió de haberla abierto. Joel se

levantó de la cama convertido en furia. Tomó un cinturón del ropero y la


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golpeó, una y otra vez, con la hebilla de su cinturón vaquero.

-¡Puta de mierda! -Dos serpientes con cuerpo de jade y ojos de

turquesa la azotaban cada vez que Joel repetía estas palabras: -¡Puta de

mierda! ¡Puta de mierda! ¡Puta de mierda! ¡Puta de mierda! ¡Puta de mierda!

¡Puta de mierda! ¡Puta de mierda! ¡Puta de mierda!

Después de azotar a su mujer un buen rato, Joel se sintió mejor. Se

vistió tranquilamente. Se engominó el pelo escuchando a la gata maullar a lo

lejos y sin prestar demasiada atención a los gemidos callados de Rosa. Sin

decir nada, salió de la casa. Ella se quedó llorando, con el cuerpo lleno de

llagas, repitiendo:

-Soy una puta de mierda, una puta de mierda, puta de mierda, puta

de mierda, puta de mierda, puta de mierda, puta de mierda, puta de mierda…-

Eso era lo único que el dolor le permitía articular, pensar, recordar.


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Lo (el Niñocosa)

Tengo una herida en la panza. Es roja y muy profunda. Creo que nací con

ella. Dentro de mi herida viven cientos de gusanos. Algunos asoman la

cabeza y se me quedan viendo. Mi padre decía que si me concentraba podría

hablar con ellos. Mi padre hablaba con la Tierra.

La gente pasa desfilando frente a mi celda. Veo sus gestos pero no

comprendo sus palabras. Mi padre nunca me enseñó ningún idioma excepto

el nuestro, el de la familia, en el que ahora le estoy hablando. Lo bueno es

que a usted sí le puedo platicar, porque usted sí me entiende, ¿verdad?


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Deseo, satisfacción y culpa I

Esa noche, Joel no volvió al rancho. Se fue directamente a la cantina y a

base de alcohol intentó ahogar su memoria; sin embargo ésta se defendía,

recordándole: "¿Por qué te fuiste a casar con esa mexicana? ¿Por qué tenías

que rebajarte con una india?". Su mente revoloteaba incansable en círculos

viciosos que iban de la culpa a la autocompasión y otra vez de vuelta. Un litro

de whisky después, su memoria dejó de molestarlo.

En la cantina estaban el Patrón, tres hombres andrajosos que

dormitaban, tirados sobre el suelo, y Carmen. Ella fumaba largos cigarrillos

mentolados pues le gustaba ver al frágil humo bailar haciendo figuras en el

aire. Carmen era alta, morena. Sus movimientos grotescamente femeninos

hacían que Joel se fingiera asqueado. Sin embargo, su verga comenzó a

hincharse.

Carmen sintió la mirada. Con pasos cortos se acercó hasta su mesa,

le puso el ombligo a dos centímetros del rostro. Carmen olía a sudor y sexo.

-Hola, es la primera vez que te veo por aquí, ¿quieres que me siente

contigo? -dijo con voz ronca, después de darle un trago a su cerveza.

-If you want to. -Respondió Joel, titubeante.

-Cobro veinte dólares por chupártela y cincuenta por el servicio

completo. -Carmen restregó la botella entre sus senos, después se la metió

en la boca y, finalmente, la introdujo por en medio de sus piernas. Quedó


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claro que Joel conseguiría un buen desempeño por su dinero.

-Let's get out of here, mamacita.


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Deseo, satisfacción y culpa II

Los trabajadores estaban en la pizca, hombres sudorosos de espaldas fuertes

y torsos desnudos. Como todas las tardes, Rosa les llevó café, tortillas y

frijoles. Y como todas las tardes, gozó también con las miradas que los

jornaleros posaban sobre ella. Su cuerpo era esbelto, su cabello negro le caía

en rulos hasta la cintura, marcando la frontera entre la espalda y un par de

nalgas majestuosas que se alzaban, incitantes como un pastel de chocolate.

Después de dejarles el almuerzo, Rosa caminó de regreso hacia la

casa, sintiendo como manos los ojos fijos en ella. Con pasos cadenciosos,

llegó hasta la puerta. Le gustaba satisfacer las miradas de esos hombres,

hombres que le recordaban a su tierra y a su padre.

Se agachó para arrancar un diente de león y su falda se levantó

mostrando las ligas, el principio de las medias. Sopló la borla suavemente,

las semillas se fueron volando por todas partes, buscando germinar la tierra.

Rosa abrió la puerta y entró a la casa. A través de la ventana pudo observar

detenidamente aquellos cuerpos, aquellas caras. Comenzó a acariciarse los

pechos, a frotarse contra la orilla de la mesa. Se los imaginó formando cola,

esperando turno para cogérsela. Un largo gemido se le escapó de la boca

para salir de la casa y llegar hasta donde comían los peones.

Momentos después, nuevamente se abrió la puerta. El viento entró

de golpe dejando al aire los calzones de Rosa y también lo que su mano


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hacía debajo. El cabrón de José no dijo nada, nomás se quedó parado junto a

la puerta, con una sonrisa en la boca: "De pendejo no le entro, la mujer del

Patrón esta re' buena”.

Rosa cerró los ojos y sintió la sangre calentarle el rostro. Se bajó los

calzones y esperó a que José llegara hasta ella. Su virginidad desapareció

entre bufidos, gemidos, gritos, y una culpa deliciosa que terminó por llevarla

hasta el orgasmo en tres ocasiones.


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Deseo, satisfacción y culpa III

El sol entra perezosamente por la ventana, una mosca recorre el aire en

busca de alimento y se detiene sobre un pequeño buró donde se encuentran,

desordenadas, las ropas de un granjero junto al vestido cancanesco de una

puta de pueblo.

Mientras Joel sueña con vasos y jarras de agua helada, Carmen se

dedica a vaciarle los bolsillos. Ella nunca ha podido acostumbrarse a dormir

con farmeros. Olerlos le recuerda a los cientos de cabras que tuvo que

pastorear cuando era niño. Sin embargo, piensa, “el dinero bien vale esos

pinchis recuerdos”.

Carmen envuelve sus piernas (“ya tengo que depilarme”) dentro de

un par de bonitas medias de seda. Enciende el tercer cigarrillo del día y se

termina de vestir. Ahora vuelve a ser ella misma. El niño se le mete muy

adentro, detrás de los ojos lánguidos y la ropa de mujer. Se mira en el espejo,

hace una mueca, se da cuenta que de nuevo le crece la barba: “las hormonas

no están funcionando”.

Otra pequeña mosca va dando vueltas de un lado a otro de la calle,

nació ayer y hoy está a punto de morir. En caótico vuelo en busca de alimento

y sexo llega hasta un cuarto de hotel. En el suelo encuentra una botella casi

vacía para un humano, rebozante para ella. La mosquita se deleita en el licor.

Cuando queda satisfecha, reemprende su vuelo.


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BzzZZzzzzZZZZzzzzzzzZZZZZZZZzzzZZzzz. BZzZZZzzzzZZZZzz.

El sol es como un reflector furioso que azota los ojos de Joel. El

vuelo de un insecto retumba entre sus oídos. Bzz, BzzzZZzzzz,

BZZZZZzzzZZZZz, BZZZzzzZZZZZZZZZzzZZZ, BBZZZZ, BZZzzz, BzZzz,

BZz, BZZZZZZZZZZZZZZzzzZZZZzzzZZZzZzZZZZzz. El Patrón tira un

manotazo al aire y aplasta a la pequeña mosca. Se renueva el silencio.

Joel se levanta, camina hasta el espejo, siente un pelo atorado entre

los dientes. Intenta recordar por qué está en ese lugar y, poco a poco, una

confusa serie de imágenes acuden a su memoria: llegó a la cantina, estuvo

bebiendo durante dos horas... ¿o tres?... Una mujer guapa y distinguida le

sonrió, se sentó junto a él. Muy vagamente, entre tinieblas, recuerda que

salieron juntos de la cantina, que el empleado del hotel le dio la llave del

cuarto, mirándolo con lástima.

Joel se levanta de la cama, se estira, se agarra la verga. Siente una

sustancia viscosa. Voltea hacia abajo para observarla: descubre pus y

mierda. Vomita antes de poder llegar al baño. Al ponerse los pantalones

descubre que ya no tiene cartera.

Sale corriendo a la calle, no reconoce el lugar donde se encuentra

(“barrio polvoriento infestado de gente que se mueve de un lado a otro, masa

pululante. Todos se parecen a Rosa y a sus padres”). Está en el barrio

mexicano. Joel siente el peso de las miradas y se da cuenta que es él es el

único blanco. Aquel descendiente de conquistadores españoles e irlandeses


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comienza a sentirse miedoso, culpable, extranjero.

Nunca debió haberse casado con Rosa, nunca debió haber matado

a sus padres. En delirio paranoico, piensa que toda la gente del lugar lo está

juzgando. Con la fatalidad guiando sus pasos, llega hasta la cantina donde

conoció a Carmen y reconoce el sitio. Envalentonándose por un instante,

recuerda que está en su propio país y que, a final de cuentas, “even if it's full

of greasers, New Mexico is suppossed to be part of the U.S.”.El Patrón decide

recuperar su cartera. Entra en la cantina y ahí está Carmen, recostada sobre

un diván, enorme, masculina, amenazadoramente grotesca.

-¿You lost something, ésse? -dice Carmen, sin dejar de cepillar su

cabello.

-Quiero mi cartera.

-¡A qué Hispanic tan baboso! Yo no te debo nada wuerco, me lo

gané todo anoche. Ayer decías que por mí dabas lo que fuera, que nunca

habías disfrutado tanto en toda tú pinchi vida, que esto que’l otro, que no sé

qué y que no sé cuánto. Si te gustó así no deberías andar fucking la mother,

pinchi asshole!

-Maricón de mierda.

-Yori hijo de puta. Tú no vinistes por verdes, cabrón, sino para que te

den por culo, hijo de la chingada. Con tú esposa no se te para y necesitas

coger macho, ¿verdad, güey? Pero conmigo te equivocaste pinchi yori, yo soy

más hembra que tu pinchi puta esposa y tengo más huevos de los que tú

tendrás nunca. Además, honey, I've got my brothers to protect me, ¿qué no?
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Carmen chifla y dos hombres entran corriendo a la cantina. Joel

agarra una silla, preparándose para defenderse. Antes de que pueda hacer

nada, queda cegado por un cadenazo que revienta sobre sus ojos. Joel

suelta varios golpes al aire, pero ninguno da en el blanco. Lo tiran al suelo.

Comienzan a patearlo. Un chorro de sangre mancha el piso. El Patrón se

desmaya al sentir el palo de una escoba desgarrar su ano.


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Eres una puta (de mierda)

Cuando Rosa despertó, sus piernas estaban aún mojadas por el semen de José

pero él ya se había ido. Por primera vez en su vida, Rosa se permitió

reflexionar, meditar sobre sí misma y darse el lujo de verse en toda la extensión

de su miseria. Sintió que tenía derecho a llorar y llorar fue lo que hizo.

Pero como todo mundo sabe, después del llanto vienen el cansancio

y el olvido. Lágrima tras lágrima Rosa terminó por vaciarse y esa noche

durmió profundo, sin sueños... y, por primera vez en mucho tiempo, también

sin pesadillas, que para ella eran lo mismo. Al despertar le extrañó que todo

siguiera igual, que la tierra no se hubiera abierto para devorarla. Una

catástrofe natural se le hacía lo más apropiado. Pero los pájaros cantaban y

el sol tempranero prometía un día alegre.

Como todas las mañanas, Rosa se vistió, tendió la cama, ordeñó a

las vacas, y preparó el desayuno. Ella quería que todo volviera a ser normal,

la reflexión la había agotado y lo único que deseaba era el letargo. Pero al

desayunar sola cayó de golpe en cuanta de que, por primera vez en su vida,

no comía acompañada.

"Soy una puta", pensó, "arruino lo único que tengo como si no

valiera nada. A final de cuentas Joel me ha dado todo lo que necesito, me da

hogar, me da alimento, me da ropa y yo... yo soy una puta de mierda." En

menos de un día el dolor, la soledad y la culpa borraron, como por arte de


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magia, el recuerdo de sus padres, del odio, de la frustración, de la rabia.

Rosa viviría su destino con resignación y seria la esclava de Joel

hasta su muerte. El pasado era doloroso y el futuro miserable, sí, pero ahora

ya no le importaba. Estaba decidida a bajar la cabeza, a doblarse para no

romperse. Y saberse sumisa le dio unas fuerzas impresionantes, comenzó a

sentirse agigantada en su desgracia.

Joel regresó al atardecer. Cuando Rosa lo vio a lo lejos, cojeando

por el camino, supo que jamás le volvería a dar problemas: El Señor De La

Casa había llegado. El Patrón abrió la puerta, vio a Rosa parada junto a la

estufa, con la sonrisa y los brazos abiertos, lista para recibir y otorgar perdón.

Al Patrón le dio asco.

Para él, Rosa era exactamente igual que los hijos de puta que lo

mancillaron. Aunque también tenían apellidos españoles, los mexicanos eran

indios, mestizos, seres que apenas calificaban como humanos. En el odio,

Joel encontró un refugio para poder seguir viviendo. Y en ese refugio ya no

cabía su perversión por Rosa, quien, además, ya casi tenía veinte años: se

estaba poniendo vieja.

-¿Qué te pasó, mi amor, por qué te fuiste tan de repente? Te

hubieras quedado conmigo...

Rosa, impresionada por el aspecto de su marido (ropa desgarrada,

piernas al aire, sangre seca por todos lados), incluso sintió ternura al verlo
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tan patético, tan miserable. Así de jodido, casi podía amarlo.

Pero Joel rechazó cualquier gesto de simpatía. Se arrastró hasta la

cama y en el instante en que cayó sobre el colchón se quedó dormido

profundamente. Despertó veinte horas después y lo primero que vio fue a su

esposa con una sonrisa en la cara y entre las manos una bandeja con el

desayuno listo: café, jugo de naranja, pan tostado, cereal, huevos estrellados.

No faltaba nada.

-Buenos días, mi amor. Te preparé el desayuno, como te gusta.

A Joel le pareció extraña tanta amabilidad, seguramente la perra

estaba tramando algo.

-Pruébalo tú primero.

-¿Qué?

-Que lo pruebes tú primero, perra. Quiero estar seguro que no me

vas a envenenar. Yo sé que a ti te gustaría quedarte con mi rancho.

-Pero, mi amor... yo ya te he perdonado. Yo soy tuya... yo te amo.

-¡Cállate, serpiente! Tú a mí no me tienes que perdonar nada ni yo

te estoy pidiendo que lo hagas... bitch. Tú no eres nadie, tú eres nada.

¡Prueba la comida, puta!, ¿no ves que traigo hambre?

Si en Rosa quedaba algo de dignidad, en ese momento le fue

arrebatada. Con gran dolor, Rosa masticó cada una de las viandas y,

después, con los ojos bajos, le entregó los alimentos al Patrón, a su Señor
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Cabeza de Vaca. Y desde entonces Rosa decidió ofrendarle su dolor a la

Virgen. Sufrir sería su destino y la vida su cruz. Lo comprendía y lo aceptaba.

Los días de vivir envuelta en el universo protector de sus padres se habían

ido desvaneciendo en San Juan del Lago, en la línea fronteriza, en la Ruta

666, en la unidireccional autopista del tiempo.

Joel y Rosa no se volvieron a dirigir la palabra hasta que, seis

meses después, ella le dijo:

-Voy a tener un bebé.

-Eres una puta de mierda, no me extraña.

Y al mes siguiente nació Orson, tu padre.


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Los años maravillosos (la infancia del Niñocosa)

Mi madre murió cuando yo nací, pero no tengan lástima: Orson nunca me lo

reprochó. El decía que yo era especial, que el mundo me recordaría. Orson

hablaba con la Tierra en los maizales. Decía que ahí se le comunicaba El

Mensaje, que el maíz era la voz de la Tierra. Yo, jamás he podido escucharlo.

Son noches como ésta, sin luna, con la oscuridad metiéndose bajo

la piel y el silencio retumbando por todas partes las que hacen que recuerde

mi infancia: los años maravillosos.

Siempre supe que yo era diferente, Orson nunca me engañó. El

decía que yo no debía pensar que yo era yo, sino que debía darme cuenta de

que todo es parte de un todo mayor en el cual todo es lo mismo... o algo así.

Según él, la Tierra se iba a expresar a través de mí. Según él, Yo Que No Era

Yo sería la voz del planeta. Para ello fui entrenado en el arte de la telepatía

desde el día que nací... pero nunca logré aprenderlo. Mis padres son:

Orson, un alacrán, una planta y un perro.

Mi madre era mujer.


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La voz de la Tierra

Soy un animal, una bestia enorme. Mi boca es el maíz, mis pulmones el

viento, mis ojos los pájaros. Soy un animal y estoy solo. A mi alrededor no

huelo sino cadáveres, planetas muertos. Y le tengo terror a la muerte.


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Pero el Señor Cabeza de Vaca (Sea of Love)

Orson tenía seis años, Rosa veinticinco, pero Joel muchos más. Orson

apenas abría los ojos al mundo, Rosa los cerraba por miedo, pero Joel nunca

parpadeaba. Rosa amaba a Orson, él amaba a Rosa, pero Joel odiaba a

todos. Mamá, Orson... pero el Señor Cabeza de Vaca. Un mar de amor o,

como decía aquella romántica oldie que tanto les gustaba, a Sea of Love.

Orson vivía en el establo, mamá le había construido un cuartito muy

cerquita del chiquero, pero el Patrón, cada vez que se enojaba, disfrutaba

destrozando su pequeño refugio. Al principio Orson lloraba y se escondía

entre las patas de los animales y cuando Rosa escuchaba los gemidos

intentaba ayudarlo, pero el Patrón no dudaba en utilizar el látigo. Orson

aprendió pronto que lo mejor que podía hacer era permanecer callado,

alejado, observando.

Así que Orson no hablaba, pero sí escuchaba, y entendía. Sus

primeros recuerdos fueron auditivos: gritos, frases, música ranchera sonando

en la radio. Orson decidió pronto que no tenía nada que decir. Podía hablar,

pero por mucho tiempo prefirió no hacerlo. Esto le preocupaba mucho a

Mamá, quien no veía en su bebé a un bastardo retrasado mental, sino al niño

que la virgencita le había enviado. Pero el señor Cabeza de Vaca se sentía

muy contento de que ese niño, que no era suyo, fuese idiota.

Fue precisamente por ese entonces que Joel comenzó a asistir a las
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reuniones del capítulo Nuevo México del Klan. Ahí, hizo nuevos amigos y

descubrió que no estaba solo en su odio, que había muchas otras personas

como él, que pertenecía. Claro está que antes de entrar dejó de llamarse Joel

Cabeza de Vaca Ferwell, por miedo a ser rechazado por su apellido. Así que

el Patrón prescindió del aristocrático nombre legado por su padre y adoptó el

de su no tan ilustre línea materna, así como una versión de Joel un poco más

americana. Fue entonces que nació Joe Ferwell.

En el Klan, Joe conoció a Dean, camionero joven y rubio que

representaba todo lo que el nuevo aunque anciano Joe hubiese querido ser:

rubio, anglo, joven, hermoso.

Una noche jugaban al póquer y Joe iba ganando. Cuatro manos

perdidas al hilo habían visto volar entera la quincena de Dean quien, por

primera vez en la noche, tenía buena mano. Cuatro reyes y una reina le

dieron la confianza necesaria para apostar los últimos dólares que le

quedaban. Pero Joe puso doscientos verdes más en la bolsa y dijo que Dean

tenía que pagar por ver.

-I'll bet you my time, bud. If you win I’ll be your slave for a day.

-Really? Puede interesarme, muchacho… te voy a ayudar. Después

de todo, somos amigos. Tengo algunos asuntos pendiente con unos greasers,

una deuda antigua... Si prometes ayudarme, puede que acepte la apuesta.

-Awright.

Dean enseñó sus cartas, cuatro coronas brillaron sobre la mesa. Joe
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se les quedó mirando pensativo, fingiendo resignación. Después, sonriente,

enseñó los naipes de su mano: cuatro ases que se le clavaron a Dean en el

alma.

Los dos amigos salieron del bar y montaron en la camioneta de Joe.

Después de un largo recorrido llegaron al barrio mexicano, a la cantina donde

Carmen prestaba sus servicios.

-Escúchame bien, Dean. Estos beaners me robaron herramientas y

grano. Me deben más de cinco mil dólares. Hoy me los pienso cobrar.

-What do you want me to do?

-Nada, solamente que entres y te esperes ahí hasta que ya no haya

nadie. Entonces sales a buscarme, OK?

-Awright.

Dos horas más tarde Dean salió de la cantina, borracho.

-Damn greasers, just to be in that place made me sick. The whore

they got there bit my dick while giving me head. Are you sure that we won’t kill

anyone, bro’? I’d feel like it.

-¿Ya se fueron los clientes?

-There are just a few left.

-Awright, let's go. Por cierto, la puta que dices que te la mordió...

She’s really a dude, you know?

-Sonofabitch! I won’t let any of those fucking greasers alive. Let's go

get'em, Joe!
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Las siluetas de los vaqueros se recortaron contra la puerta de la

cantina. Al verlos, Carmen reconoció a Joel de inmediato. Antes de que

pudiera hacer nada, dos cuernos de chivo hundieron a todos los presentes

bajo una intensa lluvia de plomo.

Media hora después Joe y Dean viajaban pensativos por una

pequeña carretera rural. La noche era oscura y la luna brillaba por su

ausencia. Joe sentía una paz enorme: por fin había cobrado venganza.

-Buen trabajo muchacho. Vamos a mi casa, te invito a seguir

bebiendo.
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Una noche típica en la vida de la familia Ferwell

El ruido de la camioneta despertó a Orson. Asomándose por las rendijas de la

pared del establo, vio llegar al Señor Cabeza de Vaca y a otro hombre. Los

dos entraron a la casa. Orson pensó que era extraño que Joel viniera

acompañado, el Patrón nunca traía visitantes. Además, por lo general,

cuando llegaba borracho acostumbraba pasar primero por el chiquero a

golpearlo. Curioso, sin hacer ruido, salió del establo y se acercó a la casa

para espiar a través de las rendijas de la puerta.

-No pensé que te fueras a portar tan bien, Dean. Me ayudaste a

darle su merecido a esos wetbacks.

-Don’t worry. It was my pleasure.

-Sé que fue tan bueno para ti como para mí. Sin embargo, siento

recordarte tu apuesta: todavía estas a mi servicio.

-Hey! C’mon! What do you want me to do now?

-Quiero que le hagas un hijo en mi esposa.

-What?!

-¡Que le hagas un hijo a mi esposa! ¿Estás sordo? Déjame que te

explique: estas tierras han sido propiedad de mi familia desde hace más de

trescientos años. Necesito un heredero a quién dejarle todo. Yo ya estoy

viejo, no puedo tener niños. Entiéndeme, si muero no habrá nadie para tomar

mi puesto, ésa es la razón por la que te pido que me ayudes.

-But, are you sure?.

-Lo único que pido es ver mientras lo haces.


33

-O.K. I guess... A bet is a bet after all -Dijo Dean, con la voz

temblorosa.

El rubio camionero tenía sus dudas, no conocía a la esposa de Joe.

Podía ser un esperpento, tener alguna enfermedad extraña o, lo que era aún

peor, tener la misma edad que Joe. Sin embargo, todos sus temores se

disiparon cuando vio a Rosa entrar al cuarto. El joven anglo se perdió unos

instantes en los grandes ojos castaños, en los senos redondos que se

transparentaban bajo el camisón, en la cintura firme, en el trasero redondo,

cremoso. No le iba a causar ningún problema hacerle ese favor a su amigo,

aunque se notara a leguas que la puerca era mexicana.

-Rosa, quiero que seas amable con este señor. Haz todo lo que te

pida. -Joel le dirigió por primera vez en seis años la palabra a su esposa.

-Awright, Dean. Es toda tuya, disfrútala.

-Thanks Joe. Don't mind me if I do. -Dean tomó a Rosa de la mano

-Come here little bunny, sit on daddy's lap. What’s your name?

-Rosa, sir.

-Very good, Rosa. I want you to take off your clothes, slowly.

Rosa se le quedó viendo a su esposo, perpleja.

-¡¡Que te encueres, pendeja!!- gritó el Patrón y ella se desnudó

temblando.

-Now kneel in front of me, that's right, little bunny. Give me your

head. I want you to eat me.


34

Una vez más, Rosa no entendió nada.

-¡¡Que se la chupes, babosa!!

La mujer tomó el pene flácido y comenzó a lamerlo. Primero lo besó

suavemente, después se lo introdujo en la boca mientras movía la cabeza de

arriba a abajo. Unos segundos después, el miembro estaba duro, enorme,

listo para penetrarla.

-¡Métesela! ¡Vamos, Dean! ¡Give the bitch what she needs!- Joe

estaba sentado en su sillón favorito, con la boca abierta mostrando dos

hileras de dientes negros y un pequeño hilito de baba que comenzaba a

escurrirle por en medio de la barbilla. Dean montó sobre Rosa y, de un solo

golpe, le metió la verga hasta su raíz.

-¿Te gusta, verdad Rosa? Te gusta que te la metan, ¿no? Eres una

puta de mierda. -Joe se abrió la bragueta y comenzó a masturbarse.

Los movimientos de Dean eran cada vez más violentos, más

rápidos. Estaba cogiéndose con furia a la esposa del viejo. (“Está bien buena

y gime sabroso, se ve que ya estaba muy necesitada la puerca”.) Dean se

vino con un grito grave y prolongado.

Un minuto antes, Joe había tenido su propio orgasmo. Después de

la excitación que sintió al principio, con su clímax llegaron los celos y,


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entonces, ver el culo peludo de Dean moviéndose en círculos, entrando y

saliendo de su mujer, escuchar los gemidos de Rosa, dejó de causarle placer,

para provocarle odio, furia, asco. La adrenalina nubló su mente y al ver que

Dean explotaba no aguantó más. Salió del cuarto y fue por la escopeta.

Cuando regresó, Dean aún estaba dentro de Rosa. Se la culeaba

con suavidad, de manera casi romántica, chupándole y lamiéndole las tetas

como un niño chupa una paleta. Y a ella parecía gustarle. Joe puso el cañón

de la escopeta sobre la nuca de Dean y disparó, sin mayor preámbulo. El

estruendo resonó con fuerza por toda la casa. Rosa gritó al sentir la sangre

brotando de la boca que unos momentos antes la había besado. Joe jaló el

cuerpo inerte, desenterrándolo de su mujer. Lo tiró al suelo y observó el

cadáver del que, por unos cuantos días, había sido su mejor amigo. Orson

veía todo desde las rendijas de la puerta.

El cadáver aún tenía la verga dura. Por tercera vez en su vida, y

segunda en la noche, Joe tuvo una erección. Se sentó sobre el cadáver e

introdujo la verga muerta en su ano. Amenazó a Rosa con la escopeta para

hacer que se montara sobre él y, entonces, por primera vez, le hizo el amor a

su esposa.

-Si dices algo sobre esto te mueres, puta de mierda. -repetía Joe

una y otra vez mientras se cogía a Rosa.

Después de venirse, el Patrón se la quitó de encima con un empujón


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y arrastró el cadáver fuera de la casa. Ella se quedó tirada en el suelo,

sollozando. Joe llevó el cuerpo hasta los límites del enorme maizal, lo

arrastró entre las mazorcas y comenzó a cavar un hoyo.

Cuatro horas más tarde, la tumba estaba terminada. Joel aventó el

cuerpo dentro de la fosa, lo cubrió con tierra y se fue a dormir. Nunca más

volvieron a mencionar el tema y él dejo de ir a las reuniones del Klan y

comenzó a pasar semanas enteras en las minas que, desde el tiempo en que

los primeros conquistadores llegaron a Nuevo México, habían sido propiedad

de su familia. El hombre del sueño americano estaba mutando una vez más.
37

Pasiones antiguas, rituales modernos

Orson asistía cada día al lugar donde Dean había sido enterrado para llevar a

cabo una pequeña ofrenda de sangre. Su ritual consistía en capturar

animales y encerrarlos dentro de una jaula con un alacrán. La batalla era

inevitable. Si el animal ganaba lo dejaba libre, si perdía lo degollaba y

abandonaba el cuerpo mutilado sobre la improvisada tumba. El misticismo de

Orson había nacido para convertirse en su única razón de vida.

Nueve meses y cuatro días después de la noche del asesinato nació

Nancy, la media hermana de Orson.


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Los gusanos en mi panza

Este lugar me sofoca. Despierto encerrado en una jaula de tres por

tres, me traen el desayuno, lo devoro, no vuelvo a comer en todo el día.

Este lugar me sofoca. Hace calor y no puedo bañarme, les gusta

que me vea sucio, que dé asco. Mientras más repulsivo me vea, más aplaude

la gente... la gente que debería escuchar el mensaje del mundo, el mensaje

de Orson. Mis gusanos y yo... uno mismo. Los humanos y la Tierra... igual. La

voz del mundo. El mensaje, el mensaje, el mensaje...

Este lugar me sofoca.


39

Vivir para morir, morir para vivir

Durante su segundo embarazo Rosa gozó, por primera vez en su vida, de un

trato respetuoso por parte de Joe. Ésta era una situación totalmente nueva

para ella, pues desde que se casó con el Patrón no había recibido más que

desprecio. Aunque el terror que el anciano le causaba aumentó después del

asesinato y esta nueva muerte levantó viejos recuerdos: la choza de sus

padres incendiándose, los gritos agónicos de los moribundos, saber que no

podía hacer nada. Pero, como se decía a sí misma una y otra vez: “no puedo

estar segura de que Joel haya mandado matar a mis padres”.

Con poderes de negación envidiables, Rosa decidió que si Joel

había hecho las cosas que hizo era por que la amaba. Se convenció de esto

para dejar de tener miedo en las noches, cuando tenía que compartir su

lecho. Rosa deseaba que aquel embarazo durara por siempre.

Todo era tan distinto que con Orson. En aquella ocasión vivió un

infierno durante los 215 días de gestación, hasta que el bebé nació en medio

del campo, sin nada ni nadie más que los pujidos de su madre que le

ayudaran a dejar el único lugar cálido y seguro que conocería en toda su

vida. Una mañana como cualquier otra, cuando apenas llevaba siete meses

de embarazo, Rosa sintió que el bebé quería salir al mundo. Se escondió y

esperó a que llegara el momento. Su dolor fue terrible, pero valió la pena:

cuando cortó con unas tijeras el cordón umbilical y tomó al pequeño niño

entre sus brazos, supo que cualquier desdicha era insignificante al


40

compararla con el milagro de una vida nueva.

En cambio Nancy nació en quirófano, en un hospital de

Alburquerque. Desde el octavo mes de embarazo Joel internó a Rosa y, sin

escatimar gastos, supervisó personalmente que recibiera todas las

atenciones que el dinero pudiese comprar. Cada semana la visitaba, pasaba

algunas horas con ella y, aunque era amable, nunca la miraba directamente a

los ojos: su panza era el centro de atención. Hasta que llegó el día del parto.

“A pesar de todas las comodidades, fue menos doloroso dar a luz en

el granero”, pensó Rosa. En aquella ocasión simplemente se había

acuclillado en medio del dolor para esperar con paciencia y, cuando llegó el

momento, cayó al suelo un niño: fruto maduro.

En cambio, en el hospital Rosa tuvo que luchar durante horas

acostada, tratando de empujar al nuevo bebé fuera de su cuerpo y, cómo no

pudo hacerlo en aquella posición detestable, le practicaron una incisión para

agrandar su vagina pero esto tampoco funcionó. Finalmente, la hundieron en

la inconciencia para llevar a cabo una cesárea.

Cuando volvió en sí, Rosa estaba en un cuarto oscuro que no pudo

reconocer, pero no parecía hospitalario. Tenía el cuerpo dormido pero los

sentidos trabajando. Intentó pararse de la cama y no pudo siquiera mover un

dedo. Entre nubes vio acercarse a Joel. Cuando llegó junto a la cama, el viejo

se arrodilló y le dijo, sonriente:


41

-Fue una niña, es hermosa. Tiene el pelo rojo y su piel es blanca. Se

llamará Nancy, como mi madre.

Rosa sonrió y cerró los ojos por un instante. Cuando los abrió de

nuevo vio a Joel con un enorme cuchillo en la mano. Rosa quiso moverse,

gritar, hacer algo, pero fue inútil. La anestesia la tenía inmovilizada mejor que

cuerdas. Así que Rosa permaneció inmutable, observándolo todo, como si le

estuviera pasando a otra, como si estuviese viendo una película, mientras

Joel clavaba el cuchillo en su cuerpo una y otra vez. Una y otra vez. Una y

otra vez. Una y otra vez. Una y otra vez. Una y otra vez. Una y otra vez. Una y

otra vez. Una y otra vez. Una y otra vez. Una y otra vez. Una y otra vez. Una y

otra vez. Una y otra vez. Una y otra vez. Una y otra vez.
42

Rituales modernos, pasiones antiguas II

Orson era un joven silencioso cuyas únicas motivaciones eran la fascinación

que le causaba la fatalidad del culto católico que aprendió de su madre, el

placer seudo erótico de la disciplina religiosa de los penitentes que aprendió

en los pueblos, y el deseo que sentía por su media hermana.

La mente de Orson era un campo de batalla entre visiones del

Evangelio e imágenes de películas porno en las que la actriz principal

siempre era Nancy, representando a la mismísima “madre de todas las

prostitutas, la mujer ebria con sangre de todos los santos y mártires de

Jesús”: la puta de Babilonia.

Orson vivía en el rancho gracias al remordimiento que de vez en

cuando invadía a Joe. Si Orson no estaba rezando en la iglesia, se le

encontraba masturbándose entre los maizales. Le gustaba depositar su

semen sobre los cadáveres del amigo del señor Cabeza de Vaca y del de su

madre. Conocía bien el lugar donde estaban enterrados, ya que en ambas

ocasiones vio al Patrón llevando su carga humana, cavando hasta la

madrugada.

***

Desde pequeña, Nancy entendió que era hermosa y aprendió a utilizar esta

belleza, comprendiendo lo que significaba ser mujer en su espacio y en su


43

tiempo. Al cumplir quince años, Nancy se sentía eufórica, extasiada pues el

mundo se abría a sus pies y sabía que podría manejarlo. Bailaba por la granja

exhibiéndose no sólo ante los hombres que se le cruzaban, sino también ante

las plantas y los animales, ante el sol, ante el universo entero. En ese

momento, era como si fuese la esposa del mundo, como si el viento la

estuviera desflorando. (Orson observó a su media hermana toda la tarde.

Sabía que el señor Ferwell lo azotaría si se daba cuenta pero, aún así, no

podía dejar de mirarla.)

Nancy sintió los ojos voraces, fingiendo estar distraída se le acercó y

subió un poco más su falda. Orson admiró el muslo desnudo y suave. Sin

poder aguantar, se alejó corriendo para ocultarse entre los maizales. Excitado

como una bestia, comenzó a masturbarse. Pero la culpa que sentía era

inmensa. Orson pensaba que a cada orgasmo su alma daba un paso más

hacía el infierno. Orson odiaba y adoraba a Nancy por provocar su deseo. El

semen salió volando por el aire y él se quedó en el suelo, aturdido. Sintió que

lo observaban, volteó hacia todas partes pero no vio a nadie. Sin embargo, el

sentimiento de ser observado no se marchaba. Miró al cielo para

tranquilizarse y vio a un grupo de nubes aborregadas. No fue eso todo lo que

vio: entre él y el cielo estaban los elotes, miles de ellos, con sus hileras de

granos semejando dientes, con sus hojas cubriéndolos como labios. Fue

entonces que le hablé por vez primera.

Le expliqué que lo que escuchaba era la voz del mundo, que el maíz

es mi boca, los pájaros mis ojos, y el viento mi garganta, que si el viento es

fuerte la mazorca sube la voz y grita, que si es suave dice cosas dulces,
44

susurra. Orson me escuchó, dejándose arrullar por la música de la Tierra.

Después, el viento bajó de intensidad y le ofrecí mi despedida.

Cuando volvió el silencio, Orson supo lo que era la nostalgia. Se

había enamorado de la voz de la Tierra y su silencio era demasiado parecido

a la muerte.
45

Una noche en el circo

-¡PAAAse! ¡PAAAse!.. ¡Vea con sus propios ojos a la gallina de dos cabezas,

a la cabra de cinco patas!.. ¡Este es un espectáculo para tOOOOda la

fAAAmIIIlia!.. ¡TrAAAAAiga a sus chamacos!.. ¡Enséñeles lo que les puede

pasar por desobedecer a sus padres!.. ¡PrEEEEEEEEcios populares!.. ¡Que

nOOOO le cuenten, que nOOOO lo engañen!.. ¡VEEEEa con sus propios ojos

las monstruosidades que puede producir Dios Padre!.. ¡PrEEEEEEEEcios

populares!.. ¡Sin trucos, sin engaños!.. ¡Admire a nuEEEEstra atracción

principal: el NIIIIIIIño COOOOsa!.. ¡PAAAse! ¡PAAAASe!..

¡PrEEEEEEEEEcios populares!.. ¡AAAAAAAAAdelante! ¡TErcEEEEEEEra

llamada! ¿Caballero? ¿Joven? ¿Señorita? ¡TercEEEEEra llamada!

¡PrEEEEEEcios populares! ¡COOOOOOOOmenzamos!

-Cuenta tú triste historia, Niñocosa.

-¡¡¡¡HMPFFFGRR!!! ¡¡GGGGGGH!! ¡Jrragjkt! ¡¡Agggggggggh!!

-Damas y caballeros, el Niñocosa habla en la lengua de las bestias,

se puede comunicar con plantas y con animales pero no con humanos. ¿Qué

es lo que intenta decirnos?, nunca lo sabremos. Lo que sí podemos asegurar

es que detrás de su gruñido hay una terrible historia sobre el primerísimo

principio, sobre la mismísima tragedia de la creación. DAAAmas y

cAAAbAAAAlleros, nIIIIIIños y nIIIIñas, FREEEEEEEEEnte a ustEEEEEEdes:

¡¡¡EEEl NIIIIñOOOOOOOOO!!! ¡¡¡COOOOOOsAAA!!!

Si los sueños del señor Mendoza (el dueño de la carpa) se hubieran


46

hecho realidad, en ese momento se escucharían tarolas y bombos, un grupo

de vientos desgañitándose en sensacional fanfarria. Pero los circos

ambulantes, y especialmente los espectáculos de deformidades se habían

vuelto prescindibles, eran un recuerdo desagradable de la imperfección

humana, espejo poco halagador para una generación deseosa de imaginarse

divina. Después de cinco años de pagos atrasados y hambre continua, la

banda se había marchado. Ahora, la única música provenía de un pequeño

organito, magistralmente interpretado por Roco, el enano cojo y jorobado. La

melodía de introducción llegó a su fin y una luz se prendió en la jaula.

La cabeza del Niñocosa era cónica. Semejante a una mazorca, o al

halo de la Virgen de Guadalupe. La piel moreno-amarillenta de su cara tenía

enormes grietas y llagas supurantes, todo su rostro estaba dividido por

granos. Su cuerpo no tenía brazos ni piernas, sólo cuatro pequeñas patas

que terminaban en bonitas manos de humano, manos que incluso podrían

describirse como delicadas. Su cola, gigantesca y parecida a la de un

alacrán, se balanceaba de un lado a otro, escurriendo veneno, invitando a la

muerte. Acurrucado, receloso, sin acostumbrarse a las miradas y los

murmullos, el Niñocosa se levantó poco a poco. Al pararse mostró su cuerpo

peludo, su pene rojizo, como de perro. Terminó de erguirse y se arrojó contra

las rejas. La gente brincó horrorizada, los gritos llenaron la carpa.

-¿QuiEEEEEEEren acercarse?, ¿Les gustarIIIIIIIa tocarlo?


47

Caliente como en el infierno

Era el día más caluroso en los últimos cincuenta años y Orson se dedicaba a

la penitencia religiosa. Bufanda, guantes y una pesada gabardina eran los

medios que utilizaba para flagelarse.

La mazorca le había dicho que la Tierra es un ser gigantesco sobre

el cual los humanos habitan como parásitos. Ella le había hablado, le había

pedido ayuda y Orson necesitaba demostrar que era digno de la confianza

depositada. Sin embargo, el deseo es fuerte y la carne débil. Cuando estaba

lejos del maizal, de las palabras, cuando estaba lejos de la magia de la voz

de la Tierra todo volvía a ser confuso: el mundo perdía su cohesión y se

derrumbaba, se convertía en un lugar silencioso, desolado.

Por un momento, Orson se imaginó a sí mismo revolcándose dentro

del lodo como un puerco. Pensó en su sexo y las exigencias a las que éste lo

sometía. Se sintió encerrado dentro de una celda hecha de huesos, carne y

sangre. El deseo era el culpable de que no pudiera alcanzar la pureza, de la

condenación de su alma.

Orson tenía terror del infierno. El Patrón le había contado historias

horrorosas sobre demonios que comen intestinos, sobre albercas llenas de

aceite hirviendo listas para ser usadas hasta el fin de los tiempos, el Patrón le

aseguró que en el infierno de los bastardos había un lugar reservado para él.
48

Sin embargo, Orson pensaba que si llevaba una vida ejemplar

podría salvarse de tal destino. Pero tenía dos problemas: uno era su mente

pecaminosa y otro su hermana y el deseo que le provocaba. Y como estos

dos problemas estaban íntimamente relacionados, Orson vivía aterrado de

sus pensamientos, de las consecuencias que estos pudieran acarrearle.

Quizá si los humanos se unieran con el mundo y formaran parte de

la conciencia colectiva se librarían del deseo, que sólo puede sentirse por lo

ajeno. Si lograba que los humanos volvieran a ser uno con la Tierra, entonces

quizá el pecado desaparecería. Orson necesitaba que el maíz le diera las

instrucciones para lograr que los humanos se unieran en el todo, que le dijera

cómo hacerlo, porque solo así lograría salvar su alma y escapar del infierno.

-¡Dime el secreto! ¡Quiero ser viento! ¡Quiero ser tú! ¡Dime el

secreto!

Pero en ese momento el mundo no le hablaba, el maizal estaba lejos

y Orson, a solas, se encontraba frente a frente con su miedo, con su

pequeñez, con su deseo.


49

La voz de la Tierra

Las cosas no fueron siempre como hoy, no siempre hubo simios calvos

pavoneándose de su frágil inteligencia.

Para mí el tiempo se arrastra lentamente, aún recuerdo cuando

ustedes no existían: En esas épocas yo era joven y todavía estaba

descubriendo mi cuerpo. Ansiosa por mostrar mis poderes provocaba

erupciones, terremotos, eliminaba especies enteras por diversión. Era como

un perro con dientes nuevos que necesita roer todo el tiempo.

Durante miles de años me dediqué al caos, cree tanta energía

enloquecida, tanto derroche de vida, selva, agua y fuego, que las estrellas se

sintieron humilladas, me miraron envidiosas y decidieron castigarme. Un

cometa gigantesco cayó sobre mí, dejándome inconsciente por mucho, mucho

tiempo.

Al despertar observé a la luna en el cielo: pálida, muerta. Lo que

antes fue parte de mi cuerpo se había convertido en un muñón flotando en el

espacio, un recordatorio eterno del castigo al que me sometieron las

estrellas.

Antes del golpe absolutamente todo sobre mi era unidad: animales,

plantas, bacterias. Los humanos aún no existían. Pero, desgraciadamente,

con el cometa llegó un virus que hizo que tu raza mutara, que aprendiera un
50

lenguaje propio… y que se desarrollaran como un cáncer.

Al principio no lo quería aceptar, pero después tuve que afrontar el

hecho de que ya sólo hablaban entre sí, que se habían vuelto incapaces de

comprender la lengua que comunica al resto de los seres en este planeta. El

virus los volvió sordos y mudos. Fue como si, para vengarse por mi

insolencia, las estrellas hubiesen decidido crear millones de pequeños

planetas sobre mi cuerpo.

Es extraño cómo uno tiende a repetir las acciones de sus padres.

Yo, que siempre había estado indignada por la violencia de las estrellas en mi

contra, al ver el desenfreno de los humanos, al ver su necesidad de negarme

para poder reafirmarse, al ver la falta de respeto con que me trataban decidí

castigarlos: no paró de llover en cuarenta días y el mundo se cubrió de agua.

Creí que con la tormenta recapacitarían y volverían a ser parte de mí, pero

estaba equivocada. El diluvio sólo sirvió para que los sobrevivientes se

envanecieran. Fue entonces que me di cuenta de la diferencia fundamental

entre nosotros: yo amo la vida y ustedes la muerte. No dudan en perderlo

todo con tal de probar de lo que son capaces.


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Estío

El aire caliente no lo deja respirar. Oculto detrás de un árbol, Orson observa a

Nancy bañarse en el río, ve cómo las gotas de agua reflejan el sol sobre su

piel desnuda. Orson aún tiene puestos la gabardina y el gorro, pero ahora los

guantes descansan sobre el pasto, permitiendo que la mano cubierta de

saliva se deslice suavemente sobre su verga hinchada.

Del otro lado de los matorrales Nancy se sumerge, nada, sale de

nuevo, se recuesta en la arena. Su cuerpo tiene una delicadeza perfecta:

niña que se transforma en mujer. El cabello húmedo enmarca sus grandes

ojos verdes, llenos de pervertida inocencia. Orson cierra los ojos e imagina

que Nancy es su esposa. En su mente se casan mil veces y mil veces

también se repite la noche de bodas. Su orgasmo se acerca. Momentos antes

de que llegue, una voz aguda y nasal lo interrumpe, cortando el placer y

transformándolo en vergüenza. Es Nancy, quien le pregunta:

-Have you got any money, asshole?

Orson se busca en los bolsillos y encuentra una piedrita volcánica

que guarda como amuleto. Sintiendo que debe ofrecer algo, estira su mano

temblorosa y muestra el tesoro.

-What's that shit? You don't really think I want it, do you? You've

been watching me naked and you owe me, jerk. Don't try paying out with
52

garbage, bitch!

Orson se queda callado, deseando poderse transformar en topo

para ocultarse bajo la tierra, en globo aerostático para salir volando. Su

corazón le quiere taladrar un hoyo a través del pecho. Mira los ojos de Nancy

y ve un vacío desquiciado que le aterra.

-I've never understood why Joe lets you stay at the barn, you retard.

Nancy piensa que Orson es hijo de una familia que trabajaba para

su padre, que ellos murieron en un accidente y que luego Joe se hizo cargo

del imbécil.

-Daddy’s been far too kind, you don't deserve half of what he's given

you. I wouldn't let you touch me even if you paid me a million bucks, you

creep!

Nancy se va corriendo. Orson queda solo, con el pito ya flácido

colgándole fuera de la bragueta. Lleno de humillación, se levanta y grita con

todas sus fuerzas:

-¡MIEEEEEEEEEEEEEEEEEERDAAAAAAAAAAAAAAA!

Exorcizando la impotencia, Orson grita de nuevo mientras aguarda,

sin sospechar que esté tan cerca, el encuentro con su destino.


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-¡MIEEEEEEEEEEEEEEEEEERDAAAAAAAAAAAAAAA!

¡MIEEEEEEEEEEEEEEEEEERDAAAAAAAAAAAAAAA!

¡MIEEEEEEEEEEEEEEEEEERDAAAAAAAAAAAAAAA!

¡MIEEEEEEEEEEEEEEEEEERDAAAAAAAAAAAAAAA!

¡MIEEEEEEEEEEEEEEEEEERDAAAAAAAAAAAAAAA!

¡MIEEEEEEEEEEEEEEEEEERDAAAAAAAAAAAAAAA!

¡MIEEEEEEEEEEEEEEEEEERDAAAAAAAAAAAAAAA!

¡MIEEEEEEEEEEEEEEEEEERDAAAAAAAAAAAAAAA!

¡MIEEEEEEEEEEEEEEEEEERDAAAAAAAAAAAAAAA!

¡MIEEEEEEEEEEEEEEEEEERDAAAAAAAAAAAAAAA!

¡MIEEEEEEEEEEEEEEEEEERDAAAAAAAAAAAAAAA!

¡MIEEEEEEEEEEEEEEEEEERDAAAAAAAAAAAAAAA!

¡MIEEEEEEEEEEEEEEEEEERDAAAAAAAAAAAAAAA!

¡MIEEEEEEEEEEEEEEEEEERDAAAAAAAAAAAAAAA!

¡MIEEEEEEEEEEEEEEEEEERDAAAAAAAAAAAAAAA!

¡MIEEEEEEEEEEEEEEEEEERDAAAAAAAAAAAAAAA!

¡MIEEEEEEEEEEEEEEEEEERDAAAAAAAAAAAAAAA!
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You can run, but you can't hide

El amanecer del desierto alarga las sombras, inundando de rojo y amarillo las

nubes que despiertan. En el campamento del circo se encienden las primeras

luces, el agua hierve en el fuego, el olor a café comienza a perfumar la

madrugada. Se les sirve el desayuno a los animales encerrados: lechuga y

alfalfa para los elefantes, carne cruda para los tigres y los leones, alacranes

para el Niñocosa.

Pero él ya no está en su jaula. Escapó hace dos horas y ahora corre

solitario en medio de aquel valle gigantesco. Para Niñocosa, el circo y el

pueblo son tan sólo pequeñas lucecitas que tiemblan a lo lejos.

El sol comienza a derretir la escarcha del rocío y la Tierra bebe.

Niñocosa, con el instinto guiándolo como brújula, se encamina hacia el

noreste, hacia la frontera, hacia el lugar de su nacimiento.


55

La voz de la Tierra

Orson acudía diariamente al maizal, se sentaba entre los surcos y escuchaba.

Como a ti, le dije que el maíz es la boca del planeta. Le expliqué que la Tierra

se fusiona con el mar, con los animales y las plantas. Le hablé sobre la

unidad del mundo. Le conté de mi asombro frente al hombre por su

individualidad; por su aferrarse desesperado a ser uno en sí mismo y no uno

en el todo.

Hablé muchas veces con Orson, pero él nunca me escuchó

realmente. Pretendía oír, cuando en realidad se sentaba a arrullarse con mi

voz, perdiéndose en el intrincado laberinto de sus pensamientos, con la

mente y el alma sumergidas en el revoltijo de la educación católica que su

madre le había legado, en las aterradoras historias sobre el infierno que Joel

le hizo creer, y en la visión apocalíptica de sus convicciones más profundas.

Intentando calmar la enorme culpa que sentía por haber nacido, Orson creyó

que su misión era engendrar al Mesías.


56

Los primero truenos

Subir las escaleras, tropezar, levantarse, seguir corriendo, abrir una puerta,

llegar al cuarto de Nancy. Orson camina hasta el clóset y hurga en el cajón

donde su media hermana guarda la ropa interior. Se lleva a la nariz un par de

calzones. Se desnuda jadeante, observando el reflejo de su cuerpo lampiño y

moreno en el espejo. Se pone un juego de brassiere y calzones blancos, con

decenas de ositos rosas estampados... eyacula de inmediato. Después se tira

en la cama y se queda dormido.

Entre sueños siente una presencia. Abre lo ojos y ve al Patrón,

furioso. El tiempo parece detenerse.


57

Retorno a Aztlán I

El muro de acero divide la Tierra como si ésta fuese diferente de uno y otro

lado. La cortina de nopal se alza, inútil, intentando separar realidades

paralelas: la frontera.

Niñocosa observa el muro de acero oxidado, la pared plagada de

golpes y graffiti. Le parece incomprensible querer enjaular la Tierra. Recuerda

que Orson le habló de las cercas, que le dijo que eran lazos que el hombre

echa sobre el mundo, y que lo mismo sucedía con las carreteras: lazos

asfálticos por todos lados asfixiando, inmovilizando a la vieja madre Tierra.

El Niñocosa recuerda su infancia mientras camina hacia atrás veinte

o treinta metros. Toma impulso. Corre con todas sus fuerzas. Salta la barda...

...y está del otro lado.


58

Sorpresa

Joel tomó a Orson del cabello y lo levantó de la cama. Se le quedó viendo a

los ojos. El odio encarnó en aquellas pupilas viejas, grises, llenas de

cataratas. Por amor a la crueldad, el anciano Ferwell era joven de nuevo.


59

Retorno a Aztlán II

El circo quedó atrás, el mundo entero parece estar a la espera de mi próximo

paso. A cada instante me acerco más y más al lugar donde nací... mi ombligo

llama. Me escondo dentro de un vagón de tren y espero a que anochezca.

Escucho el silencio, intento descifrar su mensaje, busco un signo de

que todo significa algo. Espero una señal que no llega. El mundo es mudo y

yo recuerdo que estoy solo. Cierro los ojos, espero...

espero...

Poco a poco me voy durmiendo.

Varias horas después, el tren está en movimiento. No sé cuánto

tiempo llevamos avanzando, ni qué hora sea. Sólo conozco el nombre de la

última parada: Albuquerque... De nuevo duermo...

...despierto.

Por mi mente pasan las pocas imágenes del rancho que retiene mi

memoria: el maizal quemado, el casco de la hacienda en ruinas.

El tren se detiene. No hay ventanas. La puerta del vagón está

cerrada, hermética. Mi respiración es lo único que interrumpe el silencio.

Pasan unas horas y el tren continúa inmóvil.


60

… Este lugar me sofoca...

Afuera debe ser mediodía. El tiempo se vuelve inválido. El calor me

pesa en la frente, en los pulmones. Las paredes del vagón hierven. Espero

que llegue algo: la muerte o el movimiento. Espero, solamente...

...espero.

Después,

el tren vuelve a moverse.


61

El odio nos mantendrá juntos I

Orson abrió los ojos y descubrió que estaba colgado del techo de un sótano:

amarrado, amordazado, desnudo. El Patrón fumaba. Orson cerró los ojos y

comenzó a rezar en silencio.

-Deja de hacer eso. -dijo Joel, al tiempo que tomaba un látigo. -Si

hay algo que no puedo soportar, es que todavía existan idiotas que le sigan

endosando a Dios sus problemas. Cobardes, si uno no lucha por lo que

quiere nadie se lo dará nunca. Mira este tatuaje en mi pecho, obsérvalo bien,

es la única frase por la cual vale la pena vivir. Orson observó el pecho flácido

del anciano: sobre el hongo de una explosión nuclear, se leían las siguientes

tres palabras: "Sálvese quien pueda". Orson continuó con su letanía, sin

emitir sonido alguno.

-Te dije que dejaras de rezar, imbécil. ¿No vez que te escucho?

Puedo leer tus pensamientos.

Orson apretó los dientes. Le pidió a la Tierra que le permitiera

sobrevivir la furia del anciano.

-No piensas dejar de rezar, ¿cierto? -Ferwell levantó el brazo y lo

bajó de nuevo, dejando que su látigo mordiera la carne de Orson. Mientras

apagaba su cigarro sobre las costillas de su victima, le dijo: -Te voy a explicar

por qué no creo en la diosa que invocas, niño bastardo. Tienes que entender
62

una cosa, la Tierra es mujer y por tanto es una puta. Todo el tiempo está en

busca de amantes y a todos les dice lo mismo. La perra a mí también se me

ofreció cuando yo era joven. Fue en el maizal, ¿verdad?.. Siempre supe que

me espiabas... ¿Crees que no tengo razones para que me guste enterrar en

ese lugar a mis muertos?

Aunque Orson se aferraba al rezo como si se tratase de un escudo,

no podía evitar sentirse aturdido, indefenso. ¿Cómo era posible que el Patrón

hubiera escuchado la voz de la Tierra? Y, de ser cierto, ¿cómo podía ser tan

despiadado después de aquella experiencia? Solamente la Tierra podía

salvarlo. Si en verdad lo necesitaba, si en realidad estaba destinado a ser el

padre del Profeta, si la Tierra no había mentido, lo salvaría.

-No gastes tu tiempo esperando que te salven y preguntándote por

qué me escogió a mí también. -Dijo el anciano, sonriendo. -Ella simplemente

se equivocó. Quizá te sea difícil aceptarlo, pero la Tierra también comete

errores. Por ejemplo, no acabó con los humanos cuando tuvo su oportunidad,

en el diluvio, y ahora somos demasiados y ella está tan débil que nos tiene

miedo. Es una diosa pequeña, poco poderosa, ¿para qué alabarla? Tanto el

reino del cielo como el de la Tierra pueden ser destruidos por el hombre.

Unas cuantas bombas atómicas aquí y allá... ¡PUM! Fin de la historia. Es

verdad que con la explosión moriríamos también los humanos. Pero, a fin de

cuentas, habría sido por voluntad propia. Por primera vez en la historia, el

hombre tiene verdadero libre albedrío. Hemos conquistado un poder que

hasta ahora sólo alcanzaban los dioses: poder sobre la vida y la muerte de

todo un planeta. ¿Entiendes? Claro que no, ¿como podrías entender?, si eres
63

un idiota.

Una sierra eléctrica descansaba en el suelo. El Patrón la tomó entre

sus manos y encendió el motor. El zumbido de la máquina retumbó contra las

paredes del sótano. La voz grave y penetrante de Joel se elevó con fuerza

sobre el ruido. El viejo comenzó a cantar a chillidos en un idioma

incomprensible, espantoso. Orson continuó rezando. Aunque las palabras de

Joel lo habían confundido, no podían lograr que perdiera su fe. Sabía lo que

su alma le enseñaba y que la Tierra iba a salvarlo; estaba seguro o, por lo

menos… casi.

"Madre nuestra...”

La sierra le cortó el pie izquierdo. Orson pidió ayuda a la lluvia, al

viento. Necesitaba un milagro. Ferwell se rió de él y le escupió en la cara.

-¿Cuántas veces debo pedir que tengas la delicadeza de no rezar

cuando estés junto a mí? -Al terminar de decir esto le rebanó una oreja, la

sangre brotó a chorros manchando el piso. Orson continuó rezando.

"que eres la Tierra...”

-Nunca pensé que fueras tan obstinado, creo que mereces un

premio. Antes de que te corte la otra oreja y quedes sordo, voy a revelarte mi

plan ultra-secreto para conquistar el mundo, al estilo Bat-Man, ¿recuerdas?

Escucha: en tiempos de los españoles esta región estaba plagada de minas.


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La cadena montañosa escupía oro a cambio de las vidas de quienes

trabajaban dentro. Mis antepasados eran dueños de la mayoría de esas

minas y queda una que aún me pertenece, la Mina Del León. Se llama así por

la forma de su entrada, que parece un enorme felino saltando. Ahí murieron

más de doscientos mil mineros, doscientas mil almas atrapadas entre sus

fauces. Ahí es donde tengo mi pequeño centro de inteligencia. Soy ranchero,

es verdad, pero también soy millonario. Tengo suficiente dinero para hacer lo

que quiera y sin lugar a dudas los inventos modernos son una maravilla.

Estoy conectado con las agencias de seguridad de todos los países que

poseen armas nucleares. Conozco los códigos de acceso para cada uno de

sus sistemas de defensa y ataque, puedo infiltrarlos en el momento que yo

quiera. Unas órdenes desde mi computadora, unas cuantas palabras clave y

el mundo entero se batirá en un vistoso duelo atómico. Incluso he pensado el

orden de las explosiones. Quiero que el Apocalipsis venga de oriente, que

siga el paso del sol: los primeros en atacarse serán chinos e hindúes, luego

los rusos y sus antiguas colonias, después judíos y árabes, más tarde

Europa, finalmente Brasil, Argentina, Cuba, ¡toda América!.. La destrucción

será completa. Al amanecer de cada país, en todo el mundo, las explosiones

harán su homenaje al sol, el Dios-Fuego: el mayor sacrificio que jamás se le

haya otorgado y la Tierra habrá muerto. ¿Te gustaría decir algo?

Orson asintió con la cabeza y Ferwell le quitó la mordaza. Sin

embargo, antes de que pudiera hablar, el Patrón procedió a meterle la punta

de la sierra eléctrica en la boca. Sus dientes volaron en todas direcciones, su

vista se nubló con sangre, su lengua y labios quedaron destrozados.


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"Santificado sea tu nombre…”

-¡¿Aún sigues rezando?! -el Patrón le rebanó la otra oreja. -Adiós,

bastardo.

Por una milésima de segundo Orson sintió la sierra en el cuello.

Pero entonces ocurrió el milagro. Los relojes se detuvieron y durante unos

momentos todo permaneció inmóvil. La quietud fue rota por un rayo que salió

disparado del suelo, justo debajo del Señor Ferwell.

"Hágase tú voluntad en la Tierra como en el Cielo.”


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Volver, return, volver

Las horas pasan, el calor cede su lugar al frío. Alburquerque a medianoche.

Luna llena sobre ciudad estática. Máquinas de tren resoplando como toros

embravecidos. Chirridos de rieles y llantas creando una música

ensordecedora.

Las puertas de los vagones comienzan a abrirse. El ruido despierta

al Niñocosa, quien siente su cuerpo entumido, flexiona los músculos y se

prepara para escapar de la estación, de los humanos. Se acuclilla cerca de la

salida. Espera a que le toque a su puerta el turno de abrirse. Cuando lo hace,

ésta deja entrar un rayo de luz que rápidamente se ensancha. Niñocosa salta

y sale huyendo.

El maquinista mira incrédulo la figura que desaparece velozmente.

No entiende lo que ha visto, sucedió demasiado rápido. Decide imaginar que

no vio nada pero no lo logra. Se desmaya.

De sombra en sombra avanza el Niñocosa encaminándose lejos del

asfalto. La ciudad dormida apenas se fija en el monstruo con cuerpo de perro

y cola de alacrán que corre enloquecido. Solamente lo ven una puta y un

borracho que cogen al fondo de un callejón, junto a los botes de basura.

La ciudad queda atrás poco a poco. De nuevo el desierto se

convierte en casa y escondite: el único lugar donde no hay autopistas,


67

bardas, ni caminos. En medio de la inmensa soledad humana avanza el

Niñocosa, silenciosamente acompañado por la Tierra.


68

La voz de la Tierra

El cielo y yo nos amamos, nos necesitamos. Nuestra belleza sólo puede

existir estando juntos: él me protege del vacío y yo me le entrego. Nuestro

deseo es el producto de tanto estarnos observando, de vernos y amarnos.

Las lluvias son nuestros besos. Las tormentas nuestras caricias. El viento es

el gemido que nos une. Los rayos, nuestros orgasmos. El cielo es alma y yo

soy cuerpo. Él me da lo que necesito y lo único que pide a cambio es que no

lo deje perderse en el espacio.


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El odio nos mantendrá juntos II

Después de unas horas, Orson logró desatarse. Las cenizas del señor

Ferwell se mezclaban con la suciedad del suelo para crear una pasta informe,

chiclosa, que se negaba a morir. Palpitantes, los restos de Joel corroían la

madera como si estuvieran hechos de ácido.

Agotado por el dolor y el esfuerzo, Orson se quedó profundamente

dormido. Soñó con todo el miedo que había sentido a lo largo de su vida. Se

dio cuenta de que no podía recordar un solo momento en el que no hubiera

estado aterrado. Despertó gritando con furia: Joel le arrebató el valor, lo

aterrorizó sistemáticamente desde que estaba en el vientre de su madre.

Orson orinó sobre los restos del Patrón y decidió no volver a tener miedo en

toda su vida, pasase lo que pasase. Entonces, escuchó dentro de su cabeza

la voz del anciano: “el odio nos mantendrá juntos, todo esto aún no ha

terminado”.

Orson salió del sótano, de la casa, se arrastró hasta el maizal y se

arrodilló frente a las mazorcas. El viento azotaba la milpa como si quisiera

arrancarla, la lluvia caía con fuerza sobre sus heridas. Cerró los ojos

queriendo escuchar la voz de la Tierra. No pasó nada.

"El maíz es mí boca y el viento mi garganta, si el viento es fuerte la

mazorca sube la voz y grita, si es un pequeño soplo dice cosas dulces,

susurra. Pero si la brisa se ausenta, calla por completo.”


70

Orson sabía que la Tierra estaba hablando, que le gritaba... pero él

ya no podía escucharla. Se sintió completamente solo, más desamparado aún

que el día en que vio al Patrón enterrar a su madre. La lluvia le caía como

escupitajos calientes sobre el rostro.


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Viejos lugares, nuevos fantasmas

Los gusanos de mi panza han estado inmóviles los últimos días, pensé que

habían muerto, pero por fortuna hoy volvieron a moverse, como en lo viejos

tiempos. Mis llagas también se abren, incluso me brotó una flor en el ano. Ya

no recordaba lo bien que se siente. Veo las constelaciones y recuerdo la

posición de cada estrella. Éste es mi cielo, ésta es mi tierra. Finalmente, he

llegado a casa.
72

La voz de la Tierra

Quiero utilizar a los humanos para dejar de estar sola. El instinto del cambio

que los domina, la necesidad de ir más lejos los llevará a planetas vivos, a

otras galaxias. Si fueran parte mía podrían llevar con ustedes mi semilla, ser

los mensajeros del polen interplanetario. Si fueran parte mía.


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Ascenso y caída de una estrella adolescente

Ser la chica más popular del High-School es un trabajo de tiempo completo:

en la casa de Nancy el teléfono nunca paraba de sonar. Ella fue bonita desde

el momento en que surgió al mundo en uno de los hospitales más caros de

Albuquerque. No necesitó aprender el poder de la belleza porque saber

utilizarlo le era innato.

En ese momento, la pequeña princesa veía MTV, fumaba

mariguana, y se dedicaba a esperar a que el teléfono sonara de nuevo. Hacía

quince minutos que el agudo beep-beep no se escuchaba, así que, molesta

por aquella sospechosa falta de llamadas, se levantó de la cama, bajó las

escaleras, levantó el auricular y comprobó que el teléfono estaba muerto.

Entonces se fue la luz. Nancy llamó a su padre y no obtuvo

respuesta. Toda la servidumbre estaba fuera, participando en el ritual de los

penitentes. De manera que la reina quinceañera tuvo que ir, por primera vez

en su vida, al sótano a intentar cambiar el fusible.

Nancy había visto cientos de películas de terror en donde la heroína

se encontraba en situaciones parecidas a la de ella, había leído cientos de

historietas donde pasaba lo mismo: se iba la luz, el teléfono se cortaba. Tal

cúmulo de sabiduría popular le decía que no bajara al sótano. La moraleja

detrás de todas esas historietas y películas siempre era la misma: no vayas al

sótano al menos que estés preparada a combatir contra un monstruo.


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En el sótano, Nancy no encontró monstruo alguno, aunque sí le

llegó a la nariz un hedor pútrido, como a carne quemada. No le prestó

atención. Cambió el fusible sin demasiados problemas, jaló el switch, y la luz

se hizo.

En el suelo se encontraban, burbujeantes, los restos de su padre.

Aunque la masa que corroía el suelo era visualmente irreconocible, un anillo

tirado junto a la plasta hizo evidente de quién se trataba. Nancy dio un grito.

Salió del sótano aterrorizada, fue al baño y vomitó y vomitó y siguió

vomitando, y cuando pensó que ya no tenía nada que expulsar, vomitó

nuevamente. Después, se arrastró hasta la sala. Aún tenía en la nariz el olor

de los restos de su padre.

-El teléfono is dead. I killed it. -Escuchó Nancy, detrás de su espalda.

Orson apenas podía pronunciar las palabras y su boca destrozada

parecía una flor carnívora y bermeja. Tenía la ropa desgarrada, con lodo y

sangre seca por todas partes. Sus ojos negros recorrían el cuerpo de la mujer

de arriba a abajo, desorbitados. Nancy tuvo miedo y, por primera vez, no le

gustó ser tan popular entre los muchachos.


75

La voz de la Tierra

Lograr el milagro del rayo fue agotador, el cielo y yo tuvimos que utilizar toda

nuestra fuerza para lograrlo, nos torcimos y revolvimos intentando encauzar

nuestro orgasmo en el punto preciso: debajo del señor Cabeza de Vaca.

Es verdad que en el pasado Joel y yo hablábamos. Pero, a

diferencia de Orson, él nunca me amó. Sabía que no puedo leer los

pensamientos y se aprovechaba de esto para responderme con soberbia,

escondido detrás de su misterio. Hasta que finalmente decidió dejar de

escucharme.

Para despedirse cavó un hoyo en el suelo, metió su pene dentro de

él y me violó. El cielo, pudoroso, se cubrió de nubes y la mañana oscureció

de golpe. Un rayo de sol solitario alcanzó a llegar hasta él penetrándolo por

el culo. Cuando Joel tuvo su orgasmo, el rayo le salió por el falo y entró en mí

cuerpo. Su semen era de color dorado. Entonces, concentré toda mi atención

y mis recuerdos en el lugar donde se había plantado la semilla y ahí creció

esta mazorca que nunca muere. Desde entonces, solamente hablo con los

humanos a través de ella.


76

Perdámonos

El fuego violaba la oscuridad de la noche. El sonido de los grillos se

mezclaba con el chisporroteo de la madera. Orson, sintiendo la liberación que

da cortar de tajo con el pasado, miraba extasiado su obra. “El señor Cabeza

de Vaca ha muerto, la hacienda arde y Nancy está amarrada dentro de la

cajuela del auto. Casi un final feliz”.

Pero aún tenía un problema: le habían cortado las orejas, estaba

sordo. Nunca más volvería a escuchar la voz de la Tierra y, ahora, dentro de

su cabeza, sólo oía la voz del Patrón, que no dejaba de repetirle: “recuerda

niño bastardo, el odio nos mantendrá juntos”. Orson se llevó las manos al

lugar donde antes habían estado sus oídos y sintió carne viva, hurgó con su

índice dentro del agujero, comprobó que podía meterlo hasta la raíz, sintió un

extraño cosquilleo dentro de la cabeza, dejó de rascarse por miedo a sufrir un

desmayo.

Alejándose del lugar, Orson manejó hasta las minas abandonadas.

Estacionó el auto frente a la entrada de una de ellas, la que tenía forma de

felino a punto de saltar. Se detuvo a contemplar el valle que se extendía bajo

sus pies. El amanecer le daba al ambiente un angustiante aire de irrealidad.

Orson sacó a Nancy de la cajuela. La montó sobre sus hombros y

entró a la mina. Mientras caminaba iba pensando en cómo se había

precipitado hacia su destino, en la facilidad con que todo cambiaba


77

(“demasiado distinto, demasiado rápido”). Por un instante, se dio cuenta de lo

irreversible que son los actos, pensó en el pasado y se obligó a olvidarlo para

siempre. Dudó si podría de llevar a cabo su tarea: “ahora que estoy sordo

nunca sabré lo que la Tierra piensa de mi plan para salvarla”.

Se calmó un poco al sentir el peso de Nancy sobre su espalda, el

olor y el calor de su cuerpo. Se calmó más al aferrarse a la única certeza que

tenía: el Profeta tenía que nacer y él, Orson, sería su padre. Dentro de las

fauces del león todo era oscuridad. Al final del túnel había un elevador. Nancy

no daba indicios de poder, o querer, despertarse.

El elevador era una canasta de acero oxidado en la cual apenas

cabían dos personas. Orson depositó a Nancy al fondo, se sentó junto a ella,

buscó algún botón que apretar y, al no encontrar ninguno, se preguntó cómo

se accionaría el aparato. Como por arte de magia, como si su pensamiento

fuera la llave, la canasta comenzó a sumergirse en el subsuelo.

Pasaron varios minutos de oscuridad total y lento descenso.

Finalmente, la canasta se detuvo y cientos de luces se encendieron para

iluminar una enorme caverna de suelo alfombrado y paredes tapizadas con

terciopelo negro. Un espejo hacía las veces de techo en lo alto de ese lujoso

refugio subterráneo, construido con esmero durante muchos años por Joel

Cabeza de Vaca.

Nancy despertó al sentir el golpe de la luz sobre sus ojos e

inmediatamente deseó perder la conciencia de nuevo. Orson estaba pegado


78

a ella, acariciándole las piernas, metiéndole los jirones de lengua que aún le

quedaban dentro de la oreja. La princesa destronada cerró sus ojos, aguantó

el asco, e intentó no hacer ruido. No quería que Orson se diera cuenta de que

ya estaba despierta.
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¡VOlvEEEr, vOlvEEEEEr, vOOOOlvEEEEEEEEEr!

Niñocosa salta de un lado a otro, mueve la cola, se revuelca por el suelo.

Disfruta a cada instante del reencuentro con su tierra. Han pasado más de

nueve años desde que murió su padre y tuvo que escapar de la mina. Al

principio estuvo solo, vagando por el desierto, evitando las miradas llenas de

miedo de la gente. Pero intentando ocultarse se fue alejando cada vez más

del lugar de su nacimiento hasta que, finalmente, la existencia de un

monstruo con cola de alacrán y cuerpo de perro se convirtió en leyenda por

toda la frontera. Los cazadores del circo lo encontraron, lo capturaron, y lo

pusieron dentro de una jaula.

Pero ahora, nueve años después, ha regresado.

El cielo comienza a cargarse de nubes, el viento sopla con fuerza.

La Tierra le da la bienvenida al producto de dos generaciones de odio.


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En los dominios del misterioso Doctor Ferwell

Orson recostó a Nancy sobre el suelo, le desabotonó el vestido, le quitó las

botas y las medias. Observó los senos firmes, de pezones rozados y erectos.

Devoró con la vista el cuerpo adolescente: las piernas largas, las caderas

generosas, la brevísima cintura y la cascada de cabello rojo que le caía hasta

el pecho.

Se bajó los pantalones de mezclilla y unos viejos calzones negros

que alguna vez fueron blancos. Escupió sobre la palma de su mano, se

embarró la verga con saliva y antes de penetrarla, le dijo:

-No hago esto por deseo, te lo juro, don’t take me wrong, soy

decente. Nuestro hijo será el Nuevo Mesías, es necesario que te preñe.

Nancy abrió los ojos al sentir el miembro duro penetrándola. En un

instante de dignidad reunió el valor para escupirle en la cara. Pero él la

abofeteó y se la siguió chingando.


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Welcome to Suburbia Town (buy a house)

Niñocosa no lo sabía, pero el rancho del que era legal heredero había sido

adquirido por una compañía de bienes raíces que fragmentó el terreno en

parcelas de setenta y cinco metros cuadrados para construir funcionales

casas dúplex.

Años después del incendió las autoridades intentaron, sin muchas

ganas, localizar a algún miembro de la familia Cabeza de Vaca para que

reclamara la propiedad abandonada, pero no hubo nadie. Así, el Estado

remató el terreno en una subasta y las escrituras fueron acaparadas por la

compañía del primo del gobernador en turno. Suburbia Town se construyó en

menos de quince meses y las casas fueron vendidas, en módicas

mensualidades, a los trabajadores de una fábrica de llantas que se

encontraba en las inmediaciones y que era propiedad, casualmente, del

gobernador en turno. De esta manera, la vida siguió su curso normal en el

estado de Nuevo México.

Pero Niñocosa no sabía nada de esto. Después de descansar en las

minas y recuperarse del viaje, el hijo de Orson se sintió fuerte. Decidió que

era momento de ir a Mazorca e intentar escuchar la voz de la Tierra. Con el

sol a sus espaldas, corrió por el desierto hacia la antigua hacienda. Al ver las

casas de Suburbia Town pensó que debía haberse equivocado de lugar, que

su memoria se había atrofiado por los años de encierro. Además, pasar

desapercibido le fue imposible, pues era domingo a las once de la mañana.


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Niñocosa caminó en medio de la calle principal muy dignamente,

sintiéndose en total derecho a estar en ese lugar porque ahí habían nacido

sus padres y estaban enterrados sus abuelos. Desatando caos a su paso, el

Niñocosa caminó como un príncipe heredero. Cuando llegó al lugar donde

había estado la mazorca, comprobó que ésta aún seguía ahí, la única

diferencia era que ahora había un pequeño hemiciclo de ladrillo rodeándola,

con recaditos escritos en letra infantil por todas partes. No entendió lo que

pasaba.

***

Desde que se empezó a construir Suburbia Town la mazorca constituyó un

grave problema y la compañía constructora intentó eliminarla. En más de una

ocasión quisieron arrancarla de tajo, pero siempre renacía. Se aplanó, se

pavimentó, se construyó toda una calle encima de ella. Pero la terca mazorca

continuaba brotando, rompiendo el asfalto, emergiendo del chapopote y

alcanzando en pocos días sus dimensiones originales.

Este problema, que parecía imposible de resolver, se solucionó

cuando la televisión estatal hizo un programa sobre tan increíble fenómeno.

La mazorca indestructible tuvo sus quince minutos de fama, y Suburbia Town

decidió construirle una jardinera donde los niños podían poner recados

pidiéndole deseos que jamás se cumplirían. Aunque algunos afirmaban que a

veces hablaban con ella.


83

***

Niñocosa se quedó parado frente a la mazorca y volteó hacia el cielo (“nubes

de tormenta”). Un par de remolinos se formaron a lo lejos. El viento comenzó

a soplar con fuerza. Entonces, el Niñocosa escuchó la voz por vez primera:

-Sácame de aquí, este lugar ya no me pertenece.

Niñocosa desarraigó la planta, tomó un puñado de polvo y lo metió

en la llaga de su estómago.

-Freeze or die, motherfucker! -Dijo una voz distorsionada por un

altoparlante. -You have no chance of escaping, you are surrounded, I repeat,

you are surrounded.

Niñocosa dio un gigantesco salto en el aire y, sin soltar la mazorca,

se alejó corriendo. Quince policías abrieron fuego al mismo tiempo, pero sólo

siete disparos dieron en el blanco... y nomás tres eran de muerte. Pero ésta

no habría de llegar instantáneamente.


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New Age Ritos for the Creation of a Profeta I

-El fin del mundo is near. The primeras trompetas have sound. La whore of

Babilonia, riding her bestia de siete cabezas, ha terminado de escribir las

leyendas. Queda poco tiempo, Dios is in our side. Even if we die now,

después viviremos los mil años. Imagina que soy el White horse, coming

down from the open sky, con los ojos en llamas and all my coronas. El verbo

de Dios. ¿Ain't ya afraid of not being down at the Libro de la Vida? The angel

of destrucción se ha liberado. I'm your only chansa of salvation.

Nancy escuchaba embobada a su medio hermano... ¿su hermano?,

era difícil creerlo, pero bien podía ser cierto. Ella nunca conoció a su madre y,

además, cuando Orson la violó el sentimiento de estar cometiendo incesto fue

repugnantemente claro. Su mente le decía que la historia de Orson era

mentira, pero su cuerpo afirmaba lo contrario. Lo único que le impedía

volverse loca era que había pasado constantemente drogada los últimos

cinco días. No le quedaban fuerzas para hablar, para huir, ni para suicidarse.

-Our son será el guía de los hombres, él encargado de unirlos con

heaven and earth. He'll be the Profeta.

Nancy entendía sólo a medias lo que Orson intentaba decirle y su

atención estaba fija en esa enorme boca que hablaba y hablaba. Entre nubes

de válium se llevó la mano a la vagina, tocó el elote que tenía clavado desde

la segunda noche de su cautiverio. Orson lo enterraba un poco más profundo


85

a cada noche, decía que cuando llegara al útero crecería como injerto junto al

feto que había sembrado.

-Pero como todos los justos, our son will fight against the forces of la

Bestia, if we don't give him las armas necesarias he'll die, we need him to be

digno para la Mujer De La Luna Negra.

Orson sacó un alacrán güero que tenía guardado dentro de un

frasco vacío de mermelada. Lo sostuvo en la palma de su mano para

observar cómo caminaba, con el aguijón parado.

-He'll have the knowledge of el maiz, the nature of los humanos, the

poison of the alacrán.

Nancy estaba amarrada, con las piernas y los brazos abiertos, a los

postes de una cama. Orson acercó la mano a su coño y metió dos dedos,

apartó el elote del camino, colocó al animal dentro de la cavidad húmeda. El

alacrán dudó un instante y, después, se internó en Nancy sin picarla. Ella

comenzó a gemir y se puso a llorar una vez más, quedamente.


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La voz de la Tierra (confesión)

Orson vino un día y quiso disculparse. Habló conmigo y yo no pude hablar

con él.

-Sé que nunca más voy a escucharte. Pero quiero que sepas que no

olvido el mensaje y que la creación del Profeta está en camino.

Me habló de ti, de su proyecto, de la violación de su hermana, de su

deseo que fueras tú el que guiara a los humanos. Aprovechando el viento le

grité que eso no era lo que había intentado decirle. Pero él ya no me

escuchaba. Me dijo que volvería a esconderse en la mina y no regresaría

hasta que tú hubieras nacido. Orson quería que hablara contigo desde

pequeño, que te adoctrinara. Intenté decirle que sólo tú debías escoger tu

propio camino.

Sin tener idea de lo que yo había dicho arrancó uno de mis elotes,

capturó a un alacrán que se escondía debajo de una piedra y se llevó al único

perro que había sobrevivido el incendio. Orson ya no me escuchaba.


87

New age ritos for the creation of a profeta II

Orson entró al cuarto seguido por un pastor alemán. Se le quedó viendo a

Nancy y ella entendió de inmediato lo que pensaba hacerle. La desamarró,

puso una pistola en su cabeza y la obligó a chupársela al perro. Al poco

tiempo el can comenzó a bufar y a tener espasmos. Orson acarició a la bestia

y le ordenó a Nancy que se pusiera a cuatro patas. El Profeta tenía que serle

fiel a Dios y a la Tierra como perro, así que... ni modo.

Después de tener su orgasmo y lograr desprenderse, el animal orinó

un largo rato sobre la blanca espalda y los cabellos rojos.


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New age ritos for the creation of a profeta III (The Joy of

Cooking)

Esperar nueve meses. Asistir al ritual de desangramiento en el que la madre

ofrenda su vida para que nazca el engendro. Enterrar el cadáver junto a la

mazorca. Comprender con el tiempo que el profeta jamás será, en realidad,

nada más que un simple Niñocosa. Abandonarlo en medio del desierto y,

después, morir de tristeza


89

X vida

Escapo de la gente. Siento como poco a poco se me va el aliento. Los

gusanos de mi panza sostienen dentro de mí la tierra sagrada. Llego a la

punta de la montaña. Abajo está la mina donde murió Nancy al darme a luz,

donde viví mis primeros años. Pienso en lo equivocado que estaba Orson al

hacerme creer que yo iba a ser el Profeta. Ahora, sólo me importa poder morir

en el lugar donde nací.

Aspiro la noche y siento la sangre como olas embravecidas

golpeándome dentro del cuerpo. Me acuesto. Los gusanos se abren dejando

al descubierto tripas y tierra. Tomo la mazorca entre las manos, la observo un

instante y después la entierro en mí hasta que sale del otro lado para clavarse

en esta punta de montaña.

Agotado, me quedo mirando el cielo. El viento sopla con fuerza y

entonces la mazorca por primera vez me habla, me cuenta la historia de mis

abuelos, de mis padres. Llega hasta mi nacimiento, hasta la muerte de Orson,

y luego se calla. Cuando llega el silencio comienzo a sentir frío.

Nubes y estrellas se me acercan hasta el rostro.

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