Professional Documents
Culture Documents
Pateando paraísos
Fernando Arrabal
www.manuscritos.com
ISBN 84-931400-7-4
2
Fernando ARRABAL
PATEANDO PARAÍSOS
(SEX AND BOOST BEHIND BARS)
cagatintas!
No me salvaba nunca del desayuno con bollos, ni de
los chismes: que si el marido era un malva sin redaños, que
si los hijos eran unos descastados y las hijas unas fulanas de
gorra... Muchas querían darme un baño, y algunas, unas
mamadas de catequesis. De follar, nada. Todas pasaban.
Eran simpaticonas, orondas y complacientes. Como si
fuera el confesor o el médico, algunas me enseñaron el
diafragma.
Lo Solían guardar en estuches fardones.
Cuando se abrían salía una nubecita de polvos de talco.
Por cierto, y aunque no venga a cuento, ha topado alguna vez
la punta de tu minga con un cabrón de anzuelo? Ese invento
de aguafiestas se llama el esterilete. Deberían avisar, las
jais.
El filósofo Canguilhem imaginé un maquina que
gritaría “¡Eureka!” cuando se consiguiera dar con una
evidencia. Este artilugio no hubiera sonado nunca par mí.
Pasé toda mi vida de hombre libre entre la inseguridad y la
incertidumbre.
68
Oigo con sus oídos. Miro con sus ojos. Entiendo con
su cerebro.
Para Isaífas, el jardín de Dios estaba rodeado de piedras
preciosas. Hesíodo creía que existió una edad de oro en la
cual los hombres vivían como dioses. Platón creía que el
paraíso terrestre estaba situado bajo el reino de Cronos.
Simão de Vasconcellos sitúa el edén en el Brasil, Calvino
entre el Sol naciente y Judea, Raleigh se inclina por la
Mesopotamia, Basnage por Nínive, y Luis de Urreta por
Etiopia.
El paraíso sería para mí escucharle sin fin, sin otro
impulso que el latido de su providencia.
70
toda la vida. Yo creo que le saca más gusto a sus bolas que
un culero a las lombrices.
Mi dormitorio en el colegio aquél, cuando llegaba la
noche se convertía en el palacio de las pajas. Y el de los
mayores, en follódromo. Luego, íbamos por la mañana muy
estirados, de uniforme, a misa con la cuadrilla de mandos.
Por culpa de uno de ellos me dieron el pasaporte. Era
un padre sobón que se le iba la burra hociqueándome en
pelotas o diciéndome chorradas cursis de amartelado. Con tal
de que me trajera porros, yo le dejaba hacer el oso. Lo malo
es que una noche quiso que le empinara una lata de
guisantes. De esas alargadas y estrechas. Pero por el culo.
Y a pelo. Sudé el quilo arrimando el hombro y empujando el
bote. De pronto, el ojete lo succionó de una absorbida. La
que armó mi madre. Como si yo hubiera sido el culoloco de
la lata. Me tachó de matacuras para arriba y en ut mayor.
105