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Página Católica
Le invita a leer:

"Morir Heroicamente por Cristo"


(Lecturas y Sermón del XXX Domingo del Tiempo Ordinario)
Predicado por Mons. José Torquiaro.

Síntesis a modo de presentación:

"Soy tan, pero tan humilde que a humilde nadie me gana", dice el soberbio que se presenta con
visos de virtud, siendo en realidad, como lo llamó el Señor, lobo rapaz con piel de oveja.
El que es verdaderamente humilde sabe que todo lo que tiene lo recibió de Dios y ha
encarnado en su persona las palabras de Cristo: "el que quiera ser grande que sea servidor de
todos, así como el Hijo del Hombre no vino a ser servido sino a servir y a dar su vida en rescate por
la humanidad". Por eso, mientras el soberbio es como un recipiente vacío que hace mucho
ruido pero no tiene nada dentro, la riqueza interior del humilde le permite el gozo de una
intensa vida espiritual. En él se cumplen las palabras de san Pablo: "con gusto me gloriaré en
mi propia debilidad para que habite en mí la fuerza de Cristo". Y es esta fuerza, este vaciarse de
sí para llenarse de Dios, lo que ha impulsado a los numerosos mártires que llenan la
historia gloriosa de la Iglesia, como los 498 españoles que acaban de ser beatificados en
Roma, y que murieron por Cristo aunque el mundo diga que fueron martirizados por
impedir el avance de la historia. Así se dijo bajo la Roma Imperial o la Revolución
Francesa, que los condenaba por traidores al Imperio o a la Revolución. Pero los mártires,
diga el mundo lo que dijere, vivieron heroicamente su muerte; por eso su último grito ha
sido muchas veces "Viva Cristo Rey". Que todos nosotros sepamos decir, quizá no frente a
un pelotón de fusilamiento, pero sí frente a la mentira, la injusticia y las
arbitrariedades, decir con nuestra conducta: "Viva Cristo Rey".

Lectura del santo evangelio según san Lucas (18, 9-14)

En aquel tiempo, a algunos que, teniéndose por justos, se sentían seguros de sí mismos y
despreciaban a los demás, dijo Jesús esta parábola:
«Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era fariseo; el otro, un publicano.
El fariseo, erguido, oraba así en su interior: "¡Oh Dios!, te doy gracias, porque no
soy como los demás: ladrones, injustos, adúlteros; ni como ese publicano. Ayuno dos veces
por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo."
El publicano, en cambio, se quedó atrás y no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo;
sólo se golpeaba el pecho, diciendo: "¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador."
Os digo que éste bajó a su casa justificado, y aquél no. Porque todo el que se enaltece será
humillado, y el que se humilla será enaltecido.»
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Homilía:

• Cuánto más leo el Evangelio más me convenzo de que su mensaje es siempre actual
porque está dirigido a todos los hombres, de todos los tiempos, de todas las épocas.
Cristo en su evangelio no hace acepción de personas, y si hace alguna diferencia es
para tratar de destacar aquel que es humilde, para tratar de destacar aquel que está
marginado, aquel que muchas veces es despreciado.
• Por eso el Evangelio atrae tanto y hoy, precisamente nos habla nos habla el Evangelio
tomado de San Lucas capítulo 18, versículo 9 al 14 de “la parábola del fariseo y el
publicano”. Cristo en la persona del fariseo condena a los soberbios y en la persona del
publicano alaba los humildes. El fariseo pertenecía a una de las comunidades religiosas
más respetadas y más numerosas en la época de Cristo. Ellos exigían el cumplimiento
estricto de la Ley y de las Tradiciones a las que consideraban tan importantes o más
importantes que la misma Ley. Admitían la existencia de los ángeles, de los espíritus,
de la inmortalidad del alma y también de la resurrección. El publicano era el
encargado de recaudar los impuestos para el fisco romano; y el publicano no era
romano sino que era oriundo de la región y por los abusos que cometía al recaudar los
impuestos y porque estaba al servicio de un gobierno extranjero, como era
precisamente Roma, el Imperio Romano, no era bien visto por sus compatriotas judíos
porque además, al cobrar, abusaba en esos cobros y se quedaba con un poco él también
y, por eso, no eran muy bien visto por sus compatriotas.
• La soberbia es uno de los grandes pecados capitales. El soberbio se caracteriza por el
desconocimiento o por la “no” aceptación de los propios defectos. Por eso, el soberbio
desprecia a los demás y comúnmente rechaza a Dios si no abiertamente, sí en su
manera de obrar. Vemos en este Evangelio tan aleccionador que el fariseo no
solamente habla bien de sí, sino que habla mal de los demás: “Gracias te doy Señor
porque no soy como los demás hombres, que son adúlteros, injustos, ladrones ni cómo este que
esta ahí atrás; yo doy el diezmo de todo lo que tengo” porque entonces se prescribía dar el
diezmo de la ganadería y de la agricultura y este hombre daba el diezmo de todo lo
que tenía y no ayunaba una sola vez por semana, ayunaba dos veces por semana. Sin
embargo, este hombre que parecía tan importante, no era importante para Dios. En
cambio, el publicano estaba allí detrás y nos dice la parábola que “ese hombre ni siquiera
levantaba los ojos al cielo”, ¿por qué? Porque se consideraba un pecador y se golpeaba el
pecho y le decía “Señor perdóname, perdóname, ten misericordia de mi porque soy pecador”.
¿Quién bajó justificado? Pues bajó justificado aquel que era despreciado por los
propios compatriotas. En cambio no ocurrió con el fariseo.
• Esta parábola es tan importante porque desgraciadamente estamos rodeados de gente
que incluso podía parecer como gente muy buena cuando no lo es, ¿Por qué? Porque la
soberbia también se puede presentar con visos de humildad, como decía aquel, por
supuesto que es una broma, pero que tiene fundamento: “soy tan, tan humilde, que a mi
a humilde nadie me gana”. Y cuántos hay que se presentan con visos de virtud cuando en
realidad no son virtuosos, como el mismo Cristo nos dice en el Evangelio de San Mateo
en el capítulo 7: “Cuidaos, cuidaos de los falsos profetas porque vienen a vosotros con piel de
oveja, pero en realidad son lobos rapaces”. Entonces, la humildad de acuerdo a aquellos
que se dedican a averiguar la etimología, el origen de la palabra, son muchos los
autores que dicen que la humildad viene de la palabra latina “humus” que significa
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“polvo”, origen probable también de la palabra “homo” que significa “hombre” y esto
tiene que ver con el primer libro de la Sagrada Escritura que es el Génesis, donde en el
capítulo III, Dios le dice a Adán “polvo eres y en polvo te has de convertir”, y esto nos lo
recuerda la misma Iglesia en la liturgia de la Cuaresma, el Miércoles Santo en la
imposición de la cenizas, cuando le dice “acuérdate hombre, que eres polvo y en polvo te has
de convertir”.
• La humildad según la Biblia es la modestia que se opone a la vanidad. El vanidoso
piensa que todo lo que hace y dice esta bien hecho, cosa que no sucede con el humilde.
Más profunda todavía es la humildad que se opone a la soberbia. En este caso, la
persona humilde sabe que todo lo que tiene lo recibió de Dios y por eso, no se cree
superior a los demás y agradece al Señor, y más profunda todavía es la humildad de
Cristo cuando nos dice en el capítulo 20 del Evangelio de San Mateo versículo 24, sobre
todo por aquellos que querían ser los primeros, nos dice Jesús: “El que quiera ser el
primero, el que quiera ser grande, que sea servidor de todos así como el Hijo del Hombre no
vino a ser servido sino a servir y a dar su vida en rescate por la humanidad”; éste es el grande.
Además el hombre que sirve es porque quiere. El hombre que es servido es porque
necesita. Por eso, para ser humilde hay que tener una gran riqueza interior. El hombre
que es humilde tiene una vida interior que no puede tener un soberbio porque está
vacío por dentro. Por eso, suele decirse que “el soberbio es como un recipiente metálico
vacío”, hace mucho ruido porque no tiene nada dentro. Además la persona que es
humilde nunca esta sola, en cambio, el soberbio sí.
• Fíjense ustedes que paradoja, que contrasentido, en medio de tantas comunicaciones
cuando prácticamente no existe a no ser que ande mal el teléfono, pero si no nos
comunicamos inmediatamente con todo el mundo, sin embargo, la gente sufre una
soledad que antes quizás no se conocía, y fíjense que el principio de esta soledad es el
alejamiento de Dios que es el único que puede realmente satisfacernos: satisfacer
nuestra inteligencia y satisfacer también nuestro corazón. Cuántas personas están solas
en medio de tantas multitudes y en medio de tantas comunicaciones y uno de los
problemas que tiene la gente es precisamente el olvido de Dios y la presencia de la
soberbia. Por eso, el apóstol San Pedro en su primera Epístola en el capítulo 5 nos dice:
“Dios registra a los soberbios y da su gracia a los humildes”. Por otro lado, la persona que es
soberbia evidentemente que no puede estar en compañía de los demás, porque no hay
peor persona que aquella que siempre esta hablando de sí, directa o indirectamente y
que nunca es capaz de decirnos “Buen día o cómo estas”, la persona que siempre habla
de sí es rechazada por los demás, aunque muchas veces tenga que inclinar alguno la
cabeza por la “autoridad” que tienen los otros, los soberbios. Y también la persona que
es soberbia no puede estar consigo mismo tampoco, y por eso, esta alejada de Dios,
alejada de los demás y alejada de sí misma, ¿Por qué? Porque cuando se encuentra sola
esa persona que es soberbia y no tiene nada adentro, entonces, se desespera porque la
compañía que puede tener el soberbio son los aplausos y las cosas de afuera, pero
como esta vacía por dentro se desespera; en cambio el que tiene vida interior muchas
veces prefiere estar solo para estar con su vida interior.
• Entonces, tenemos que tener muchísimo cuidado cuando hablamos de la soberbia,
como decía un autor: “el soberbio es como ese trigal que esta erguido y se presenta como si
fuesen personas superiores cuando realmente están erguido porque no tienen granos, no tienen
frutos”, en cambio, “la persona que es humilde es como ese trigal que se inclina manifestando
en su aparente derrota productividad, eficacia, creatividad”. El humilde se inclina, pero no
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porque el humilde este derrotado sino porque esta manifestando una riqueza que no
tiene aquel otro que se siente superior a los demás porque esta vacío como el trigal,
erguido como el tallo. La persona humilde es como esa pequeña plantita que en medio
de las grandes tormentas y tempestades puede doblarse, pero evidentemente, no
muere porque su tallo es flexible, es débil; precisamente, porque es débil por eso no
muere; y precisamente, por eso San Pablo en su segunda Carta dirigida a los Corintios
en el capítulo 12, él decía “yo me siento fuerte cuando soy débil”, ¿Por qué? Porque
cuando yo soy débil me acerco más a Dios porque sé que yo solo no puedo hacer nada.
Y nos dice San Pablo “con gusto me gloriaré en mi propia debilidad para que habite en mí la
fuerza de Cristo”, pero el hombre que se cree fuerte piensa que puede prescindir de
Dios. No hay peor cosa que aquel que esta muy “arriba”, entre comillas, y no lo tiene a
Dios, ese cae en el autosuficiencia. No solamente rechaza a Dios, casi siempre el
soberbio, sino que se cree Dios.
• Pidamos, por lo tanto, al Señor que nos haga comprender esta lección del fariseo y del
publicano, para no caer en la desgracia, en el peor de los pecados que es la soberbia,
que es el pecado contra el Espíritu Santo, un pecado que ni siquiera Dios puede
perdonar, pero no porque Dios no quiera sino porque el soberbio no quiere ser
perdonado. Fíjense ustedes que Cristo hizo milagros extraordinarios y muchos no
solamente no se convirtieron sino que lo colgaron, lo cual quiere decir que no siempre
el ser bueno es bueno para todos, en algunos suele despertar envidias, celos,
animadversión, y por eso, no tenemos que tener la esperanza de convertir a un
soberbio. No lo convierte nadie. Podemos nosotros cambiar a una persona que por
desconocerlo nos trata mal. Podemos cambiar a una persona que por un gran dolor nos
trata bien. Pero es difícil que cambiemos una persona que esta mal dispuesta, que es
soberbia, de allí el rechazo de Cristo. Rechazaba Cristo a los soberbios y los llamo
“Hijos del Diablo” a los fariseos, y no hay peor soberbio que el diablo que quiso ser
como Dios.
• Hoy es un día muy especial por nuestra Patria. Yo les decía antes que tenemos que
respetar y no podemos despreciar y marginar las raíces de nuestra Patria. Recordemos
siempre lo que decía Nicolás Avellaneda: “El Congreso de Tucumán se halla definido por
dos rasgos fundamentales, fue patriota y religioso”. Y cuando uno piensa y recuerda que de
los 29 congresales, 13 eran sacerdotes católicos, ahí están nuestras raíces, y si no
respetamos las raíces y si el árbol no crece no es verdadero árbol. Nosotros tenemos
que pedir al Señor para que nuestra patria sea un verdadero árbol que es símbolo de
vida.
• Y esta mañana en Roma fueron beatificados 498 mártires del siglo XX, del siglo pasado
en España. Que murieron no por razones de tipo político, murieron por ser fieles a
Cristo y murieron por ser fieles a la Iglesia y al Evangelio. Evidentemente que aquellos
que causan la muerte a muchos cristianos que murieron por Cristo, no dicen que esa
fue la causa. Hablan de una causa de tipo político, como en el caso de los primeros
mártires cristianos, cuando mataban a los cristianos no decían que morían por Cristo ni
por el Evangelio, morían porque eran traidores al Imperio de Roma y lo mismo la
Revolución Francesa. Los mártires cristianos de la Revolución Francesa no decían los
enemigos de la Iglesia que morían por Cristo, morían porque eran traidores a la
Revolución. Incluso los mártires actuales, como éstos 498 murieron en España, nunca
se dio una ceremonia tan extraordinaria como esta en la Iglesia Católica, 498 mártires
que murieron por Cristo. Y nos dicen las crónicas que éstos hombres, muchos de ellos,
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eran llevados en camiones y en los camiones cantaban y rezaban. Y que dicen los
enemigos, que decían los enemigos de la Iglesia, que ellos murieron por impedir el
progreso, el avance de la historia, ¿Qué “avance de la historia”? Morían por Cristo. Y se
van a conocer cartas de estos hombres, de estos mártires, dirigidas a los padres,
dirigidas incluso a las novias, muchos de ellos tenían novias también, donde confirman
que ellos morían por Cristo. Y esto no fue solamente en el lapso de la Guerra Civil
Española del ’36 al ’39, ya de antes, el ’34. Fíjense ustedes el primer santo argentino,
San Héctor Valdivieso Sáez, que vivió antes de ir a España, vivió acá en Caballito, iba a
la Iglesia de San José de Calasanz. El primer santo argentino; y murió fusilado el 9 de
octubre del año 1934. Y a semejanza de él, el famoso durante las persecuciones en
México, el sacerdote jesuita, el Padre Pro, que frente al pelotón de fusilamiento grito
“Viva Cristo Rey” que ahora dentro de poco vamos a recordar a “Cristo Rey”. Y cuántos
de éstos también fusilados, habrán dicho, si no con las palabras, sí con las actitudes:
“Viva Cristo Rey”. Es decir, vivieron heroicamente su muerte, vivieron heroicamente
su muerte. Y ojalá que todos nosotros, quizás no frente a un pelotón de fusilamientos,
pero si frente a la mentira, frente a la injusticia, frente a las arbitrariedades, podamos
decir con nuestras conductas: VIVA CRISTO REY.

Página Católica agradece al Sr. Juan Manuel Yangüela la trascripción de esta homilía.

(www.paginacatolica.com)

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