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En esta historia eres un joven aprendiz de herrero que vive en la ciudad de Cas-
pe a mediados del siglo XV de la era cristiana. Desde que tienes memoria, toda tu
vida la has pasado trabajando al servicio de tu maestro y jamás habías salido de los
alrededores de tu ciudad, hasta hace unos pocos días.
Acompañas a tu maestro y a una caravana de comerciantes que se dirigen a Za-
ragoza, donde os dirigís por asuntos de negocios. Te sientes emocionado de poder
viajar y ver mundo aunque sea por un corto espacio de tiempo.
Lleváis varios días de marcha cuando tomáis un sendero que discurre por unas
empedradas colinas. El camino se hace más estrecho y los carromatos y los caba-
llos se ven obligados a colocarse en fila de a uno. Estamos en pleno mes de marzo
y sopla un frío viento, aunque por lo menos se ha detenido la lluvia de las pasadas
jornadas y que amenazaba con convertir el camino en un paso impracticable.
A vuestra diestra, las cumbres de una sierra todavía retienen algo de nieve en
sus cimas, mientras que a la izquierda el valle está cubierto de un frondoso y oscu-
ro bosque.
Pasa al 1.
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Te despiertas con el sabor de la sangre y la tierra en tu boca. Lentamente te in-
corporas del suelo. Es de noche, y estás aterido de frío. También te duele la cabeza.
Te palpas la palpitante sien derecha y ves una mancha de sangre seca en la palma
de tu mano. Alzas la mirada al cielo nocturno. La luna está llena y eso te permite
ver hasta cierto punto en la noche.
¿Dónde estás?
Poco a poco recuerdas lo sucedido. Estás en el fondo del barranco. Caíste desde
arriba, hasta llegar aquí. Te parece un milagro que no te hayas matado y de manera
inconsciente te llevas a los labios la pequeña cruz que cuelga de tu cuello mientras
musitas una plegaria silenciosa.
Te pones en pie comprobando que sólo has sufrido algunas contusiones y ras-
guños y que por lo menos te puedes mover sin problemas. Tus ropas parecen sucias
y desgarradas. Vuelves la vista arriba mientras te preguntas que habrá sido de tu
maestro y del resto de la caravana. Comprendes que hayan sobrevivido o no, a ti te
deben haber dado por muerto.
Echas un vistazo alrededor mientras te abrazas con los brazos y te frotas para
entrar en calor, aunque sin demasiado éxito.
Y poco a poco el miedo empieza a apoderarse de ti.
Estas sólo, perdido y aparte de tus ropas, no tienes nada más. Debes volver al
camino cuanto antes, o llegar a algún pueblo o ciudad, de lo contrario tus posibili-
dades de sobrevivir son escasas.
Pero en cuanto intentas ascender de nuevo por el barranco descubres que es im-
posible. Está demasiado empinado, y las últimas lluvias lo han hecho resbaladizo y
peligroso. Además, está demasiado oscuro. Si volvieses a caer, puede que no tuvie-
ras tanta suerte de nuevo.
Das la vuelta y miras al bosque, mientras comienzas a tiritar involuntariamente
por el frío. Parece que su extensión es infinita, y que en su interior solo hay oscuri-
dad. No parece darte la bienvenida. Sin embargo ves algo extraño, en el cielo, ha-
cia el interior del bosque. Un hilillo de humo se alza desde él. ¿Una hoguera de
campamento?
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Descuelgas la capa de la rama y te la colocas sobre los hombros, arropándote
con ella. Las pieles te envuelven con su calor, reconfortándote y haciéndote olvidar
cualquier sospecha.
Más animado, emprendes de nuevo la marcha.
Recuerda que ahora llevas una capa de pieles de lobo y pasa al 34.
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Corres entre la oscuridad del bosque todo lo rápido de lo que eres capaz. Tu vi-
da depende de ello. Descubres de pronto que el terreno se hace empinado, parece
que te encuentras en la ladera de una colina cubierta de árboles y vegetación.
Súbitamente, una formación de grandes rocas bloquean tu carrera, no puedes
continuar tu huida en la misma dirección.
Sin embargo, la sangre, o tal vez su olor, también parece tener efecto sobre la
bestia, a la que de pronto se le eriza la pelambrera y con un gruñido estremecedor
se lanza a por ti con las fauces abiertas.
Pasa al 41.
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Tu carrera casi a ciegas continúa sin descanso. Jadeas por el cansancio y sientes
un agudo dolor en el pecho, pero te obligas a ignorarlo.
A tus espaldas los aullidos se oyen más cercanos, lo que te hace apretar más el
paso en un desesperado último esfuerzo.
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Esperas expectante intentando averiguar lo que está ocurriendo fuera, pero sólo
oyes gruñidos animales.
Pasan unos minutos, y cuando estás a punto de entreabrir la puerta para ver qué
sucede, ésta se abre de golpe y el hombre aparece ante ti.
– De veras que lo siento. – Te dice.
Y entonces hunde su hacha en tu pierna.
Te doblas por el dolor y te aprietas la herida de la que empieza a manar sangre
en abundancia. Ni siquiera te das cuenta de cómo el hombre te lanza fuera, hacién-
dote caer rodando hacia la manada de lobos que te esperan para devorarte.
Requiescat In Pace
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A pesar de la situación en la que te encuentras, en tu interior encuentras fuerzas
para sobreponerte al horror.
No vas a dejarte matar sin luchar.
Tu mano va hasta tu cinto, donde tienes tu arma.
Haciendo acopio de tus últimas energías asciendes la ladera como puedes, ayu-
dándote de las manos cuando es necesario. Sin embargo, parece que nunca vas a al-
canzar la cima y las fuerzas ya te empiezan a flaquear. Justo cuando los calambres
en las piernas van a hacerte caer, llegas al punto más alto. Te detienes unos segun-
dos para recuperar el aliento y echas un vistazo atrás, al valle boscoso, no hay ras-
tro de la manada. Vuelves la vista de nuevo al frente y entonces ves algo que te lle-
na de esperanza. A unos pocos kilómetros delante hay finos hilillos de humo en el
cielo surgiendo desde detrás de una colina. ¿Un pueblo? Si es así, podrías llegar a
él con un último esfuerzo...
Entonces los aullidos vuelven a oirse a tu espalda. ¡Te han encontrado! Maldi-
ces y comienzas a descender la colina por el lado opuesto, rezando por poder esca-
par del bosque antes de que te alcancen los lobos.
Pasa al 18.
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– Parece que tienes frío. – Te dice el hombre. – Pasa y caliéntate junto a la chi-
menea.
Así lo haces, y mientras vas recuperando la sensibilidad gracias al calor del fue-
go le cuentas lo que te ha sucedido. El hombre te escucha sin decir nada, mientras
continúa despiezando al ciervo sobre la mesa con un hacha herrumbrosa.
Estremecido por los aullidos, ves cómo coge su hacha en una mano, un puñado
de las entrañas goteantes de sangre del ciervo en la otra, y sale al exterior.
Cierra la puerta tras de sí, y te fijas en que se ha llevado el travesaño para que
no puedas cerrar por dentro. De pronto te preguntas si es seguro permanecer aquí.
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Decides hacer caso a tu instinto y dejar la capa donde está, a pesar del frío que
sientes. Sin echar la vista atrás, continúas con tu penosa marcha.
Pasa al 34.
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Desciendes a la carrera por la colina cuando tropiezas en algo y te precipitas
hacia el suelo. De pronto, estás rodando ladera abajo, pero de alguna manera logras
detener tu caída, ponerte de nuevo en pie y continuar corriendo. Te parece un mila-
gro no haberte matado todavía al correr en la oscuridad, pero estás en una situación
totalmente desesperada, eligiendo el camino totalmente al azar, y sin saber adonde
te diriges. Sin embargo parece que siempre encuentras una buena ruta. Es como si
el mismo bosque te guiara, abriéndose paso y mostrándote el camino.
Desechas estas extrañas ideas y corres y sigues corriendo hasta que, totalmente
desfallecido, te derrumbas de cansancio. Después de unos minutos de jadear, te
obligas a ponerte en pie y seguir caminando, preguntándote si habrás dejado atrás a
la manada.
Pasa al 35.
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Apartas a la anciana de un empujón y abres la puerta para echar un vistazo fue-
ra. No ves nada, pero entonces los aullidos llenan la noche. Cierras y echas el pesti-
llo de hierro mientras apoyas la espalda contra la puerta. Tratas de convencerte a ti
mismo que en ningún lugar estarás tan a salvo como aquí.
Tu mirada recorre el interior de la cabaña y de pronto te das cuenta anonadado
que estás solo aquí dentro. No hay ni rastro de la anciana.
Un sudor frío te recorre mientras oyes ladridos y el correteo de los lobos alrede-
dor de la cabaña. Tu mano se dirige inconscientemente hacia la cruz que llevas al
cuello cuando recuerdas aterrado que se la entregaste a la vieja.
Aun así empiezas a rezar, mientras tratas de convencerte que los lobos no po-
drán atraparte aquí dentro.
Y es entonces cuando la puerta recibe un tremendo impacto y revienta con un
crujido atroz. Te ves arrojado con violencia contra la pared de enfrente y caes al
suelo dolorido entre los restos de la puerta.
Te giras para encararte al hueco de la puerta, y lo que ves son unas gigantescas
fauces de dientes blancos a escasos centímetros de tu cara. Lo último que verás en
tu vida.
Requiescat In Pace
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Sigues el curso del río durante un buen rato. En un momento dado descubres
una zona de densos matorrales que crecen en un tramo donde el río se estrecha, y
en el que las ramas de ambos lados casi se tocan entre sí.
Decides arriesgarte y agarrándote a las ramas, empiezas a internarte en el agua
fría, que forma remolinos entorno a tus piernas. La corriente es más fuerte de lo
que habrías imaginado, pero te sujetas con fuerza a pesar de que al hacerlo te cau-
sas heridas en las palmas de tus manos.
En mitad del caudal te estiras lo que puedes y logras alcanzar las ramas del otro
lado. Te sujetas a ellas con todas tus fuerzas y poco a poco llegas hasta la otra ori-
lla.
Te detienes un segundo para descansar entre jadeos. Este último esfuerzo, junto
con el frío que sientes al haberte empapado te han dejado agotado, y eres incapaz
de detener el castañeteo de tus dientes, pero aun así te fuerzas a continuar la mar-
cha.
Pasa al 21.
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Aterido de frío, te internas en el denso bosque. Dentro, el viento se calma pero
se oyen infinidad de ruidos extraños que no sabes identificar: el crujir de los árbo-
les, el ruido de tus pisadas, el murmullo del viento al pasar entre las ramas y las
criaturas nocturnas que aquí viven. Sintiéndote extraño y fuera de lugar avanzas
por el desigual terreno, teniendo cuidado de no tropezar en la oscuridad.
Murmuras por lo bajo una oración y ruegas a Dios que se apiade de ti cuando,
tras lo que te resulta mucho tiempo caminando en línea recta, empiezas a temer que
te hayas desviado de tu dirección, o peor aun, que lo que te pareció el humo de una
hoguera fuera sólo producto de tu imaginación.
Si decides seguir el curso del río para buscar un mejor lugar por el que atrave-
sarlo (aunque esto suponga que te alejes bastante de tu ruta original), pasa al 14.
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En la mirada de la anciana hay algo que te aterra sobremanera. De pronto te pa-
rece que permanecer en este lugar es un tremendo error. Si se trata de una bruja po-
seerá poderes que no quieres comprobar.
Abres la puerta de la cabaña y sales corriendo al frío exterior, aliviado de haber
salido de allí sin ningún mal.
A pesar del cansancio y del dolor que sufres, te fuerzas a continuar, sabiendo
que detenerse a descansar significará tu muerte. Debes resistir hasta que amanezca.
Pero entonces, oyes algo que hace que te hiela la sangre aún más: aullidos de
lobo en la noche...
Pasa al 3.
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La bestia salta hacia ti con las fauces abiertas.
Tú estás preparado. Aguantas hasta el último instante y entonces te echas a un
lado, esquivándola por cuestión de centímetros. Ahora es mi turno, piensas, y usan-
do las dos manos clavas el puñal en el cuello de la loba.
Sonríes con satisfacción cuando notas cómo la hoja penetra en el pelaje revuel-
to y se clava en la carne.
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Corres y corres, pero el bosque parece que no se vaya a acabar nunca. La luna
llena te permite ver unos pocos metros delante de ti. Las piernas te arden por el es-
fuerzo, pero el terror te obliga a continuar, sobre todo cuando oyes a tus espaldas la
manada, cada vez más cerca de su presa. Tú.
Sin ninguna idea de la dirección que estás tomando continúas la huida, pero la
sensación que tienes es que el bosque es quien te guía, ya que parece como si sólo
te ofreciera un camino adecuado y el resto de las sendas se cerraran. Como si los
mismos árboles movieran sus ramas para evitar que fueras por un lugar y en cam-
bio se apartasen para llevarte por otro camino.
Sin duda estás delirando, pero todo parece que va a terminar pronto, porque ves
fugazmente a los lados las figuras borrosas de los lobos. Están a punto de darte ca-
za.
Las lágrimas ruedan por tus mejillas mientras ruegas por un milagro.
Pasa al 20.
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Puede resultar extraño, pero una fría tranquilidad te invade. Todo el cansancio,
todo el dolor y todo el miedo desaparecen. Ahora sólo estáis ella y tú.
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Minutos después abres los ojos, sorprendido de seguir vivo. Has recuperado el
resuello y los latidos de tu corazón se han calmado un poco. Te incorporas y
examinas tu alrededor. Estás en mitad de un claro en el bosque, cubierto de hierba
fresca e iluminado por la luz de la luna llena.
El claro está delimitado por un círculo de grandes piedras negras, más altas que
un hombre, y entre ellas puedes ver corretear a los lobos de la manada, que te ob-
servan y te gruñen desde la distancia.
¿Por qué no entran al claro a por ti?
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La cabaña está hecha de madera y abobe y tiene un pequeño huerto en su parte
trasera. A través de un pequeño ventanuco se aprecia la luz de su interior.
Ni siquiera te preguntas quién puede haber construido una cabaña aquí, en lo
profundo del bosque, sólo sabes que te sientes como si te fueras a morir de frío. Un
frío que te recorre todo el cuerpo y que ha sustituido al resto de los dolores que su-
fres.
Sin saber muy bien qué decir respondes que sí mientras soportas el escrutinio
de la anciana.
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Decides que lo mejor será esperar a que amanezca. Con la luz del día verás to-
do más claro.
Te sientas en unas piedras junto a un arbusto y esperas. El frío se hace intenso,
y no paras de frotarte los brazos para entrar en calor, pero no parece funcionar, por
lo que tratas de no pensar en tu situación e imaginas que estás a salvo frente a una
chimenea tomando humeante sopa.
Sin darte cuenta, el sueño se va apoderando de ti, mientras olvidas poco a poco
el frío. Finalmente, caes dormido en un profundo sueño del que no volverás a des-
pertar.
Requiescat In Pace
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Un mal presentimiento te embarga y decides no permanecer ni un segundo más
en este lugar.
La puerta delantera no es una opción, por lo que buscas otra salida. En el fondo
de la habitación hay una escalera de mano que lleva a lo que parece un segundo pi-
so. Asciendes por ella y llegas a lo que parece una despensa, aunque apenas ves na-
da en la oscuridad. Aun así, encuentras lo que buscas, un pequeño ventanuco. Te
dispones a meterte por él cuando ves colgada en la pared un hacha de mano. Parece
estar oxidada, pero te la colocas al cinto por si tuvieras que utilizarla más adelante.
El ventanuco es tan estrecho que apenas eres capaz de deslizarte por él, pero al
final lo logras, cayendo al suelo por la parte trasera de la pequeña torre. El golpe te
duele, pero aprietas los dientes y te obligas a alejarte de allí a toda prisa.
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Avanzas junto al fondo del barranco durante lo que te parecen horas. Te resulta
difícil moverte debido al terreno, lleno de piedras sueltas y barro, pero lamentable-
mente no descubres ningún lugar por donde puedas llegar con facilidad a lo alto del
barranco.
En un momento dado, mirando hacia arriba, la luz de la luna te permite ver algo
que hace que tu corazón deje de latir por un momento.
Te devuelven la mirada. Se trata de varios lobos, que tienen su mirada fija en ti.
De pronto, comienzan a descender con cuidado por el barranco. Sin siquiera
pensarlo, te das la vuelta y echas a correr hacia el bosque.
Ahora el frío y los dolores que sufres dejan de parecerte importantes, todo lo
que te queda es correr. Las ramas bajas golpean tu rostro y tropiezas varias veces,
pero por suerte logras mantener el equilibrio a duras penas y continuar tu huida.
Tu carrera termina de golpe cuando descubres que has llegado a un río de aguas
negras y turbulentas. Miras a tu alrededor buscando un lugar por donde pasar, pero
apenas ves nada en la oscuridad que te rodea.
Los ladridos que oyes detrás de ti te hacen tomar una decisión desesperada.
Tomas impulso y saltas, cayendo con un chapoteo en mitad de la corriente, que
te empieza a arrastrar con fuerza. El frío de las aguas te paraliza, pero te obligas a
bracear hacia adelante, y gracias a tu esfuerzo logras alcanzar una gran roca en la
otra orilla a la que te agarras con todas tus energías. Con un último impulso te al-
zas, saliendo de las aguas y derrumbándote en la otra orilla, mientras das gracias a
Dios por saber nadar.
Pero no es momento de descansar. Te pones en pie dolorosamente y miras al
otro lado, donde el grupo de lobos, diez o incluso más, se han detenido y te miran
fijamente. De repente, los lobos se separan en dos grupos, que se dirigen en ambos
sentidos del río. Comprendes que buscan un lugar por el que atravesarlo, que la ca-
cería no ha terminado, y que sólo has ganado tiempo.
Aprietas los dientes y continúas huyendo.
Pasa al 5.
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Puede que esta anciana esté completamente loca, pero en sus ojos ves auténtico
miedo. Mejor irte de aquí cuanto antes. Descorres el pestillo de hierro pero, cuando
estás a punto de salir, la anciana te agarra por el brazo.
− ¡Toma esto! − te dice mientras te da una puñal de elaborado mango y filo res-
plandeciente − Es hierro frío. Él quiere que lo tengas.
Vas a preguntarle a la anciana a quién se refiere, pero en lugar de hacerlo coges
el arma y la guardas en tu cinto, para después echar a correr. Sales del claro y te in-
ternas de nuevo en el bosque, sin mirar atrás, donde los aullidos de los lobos pare-
cen cada vez más próximos.
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Si decides que lo mejor será salir de aquí cuanto antes, pasa al 16.
Pero salir de nuevo al bosque significa exponerte a morir de frío o quizás de su-
frir un peor destino, ¿no sería mejor quedarte aquí esta noche, a pesar de lo que di-
ga esta vieja loca? Si decides permanecer en la cabaña, pasa al 39.
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Con gran esfuerzo comienzas la ascensión de uno de los árboles. Te resulta di-
fícil, pero poco a poco llegas a las ramas más bajas y allí logras hacer pie y afian-
zarte.
Cuando miras hacia abajo, puedes ver los ojos brillantes de la manada, que te
observan con inteligencia. Te sientes aliviado al saber que no pueden alcanzarte
aquí arriba, pero te da la impresión de que se encuentran al acecho, como si espera-
ran algo.
Y en un par de minutos, eso llega. No puedes evitar gritar al verlo, mientras el
terror se adueña de ti.
De entre la oscuridad del bosque surge un monstruo, un lobo de pelaje grisáceo,
grande como un caballo y con unas fauces totalmente desproporcionadas. A su la-
do, el resto de la manada parece un grupo de cachorros.
El monstruo alza la cabeza y te mira directamente con unos ojos azules que pa-
recen poder leer tus pensamientos. Y de pronto se lanza contra el tronco del árbol,
golpeándolo violentamente con el costado.
Todo el árbol tiembla con brusquedad y tú pierdes el pie, cayendo contra el sue-
lo con un alarido. Por suerte el golpe te deja inconsciente, lo que te ahorra el sufri-
miento cuando la manada de lobos te despedaza.
Requiescat In Pace
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Aprietas con fuerza el mango del hacha que encontraste en la torre de defensa
mientras la bestia se lanza a por ti con un poderoso salto.
A pesar de tu valor ni siquiera eres capaz de herir a la monstruosa loba. Te gol-
pea con su testa brutalmente y sientes como tus huesos se rompen entre chasquidos.
La oscuridad te envuelve para siempre.
Requiescat In Pace
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Con sumo cuidado comienzas a vadear las oscuras aguas, que forman remoli-
nos de espuma en torno a tus piernas y te apoyas en las rocas que encuentras a tu
paso, ya que la corriente es más fuerte de lo que creías en un principio.
Te encuentras en mitad del río cuando de pronto tu mano resbala de la roca en
la que te apoyabas a causa del musgo que no has visto en la oscuridad. Te sumer-
ges irremediablemente en la helada corriente e incapaz de evitarlo caes por la pe-
queña cascada, golpeándote de mala manera la espalda con unas rocas.
El dolor te envuelve y debido a tu cansancio eres incapaz de sobreponerte. Tus
pulmones se llenan de agua y todo se oscurece a tu alrededor mientras tu cuerpo es
arrastrado río abajo.
Requiescat In Pace
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Buscas desesperadamente en la formación rocosa algún lugar en el que puedas
ocultarte de tus perseguidores.
Por suerte descubres un hueco en el que cabe una persona, y sin dudarlo te in-
troduces en él, quedándote completamente quieto y en silencio para no ser descu-
bierto.
Requiescat In Pace
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Empiezas el peligroso descenso tratando de afianzar bien las manos y los pies
en rocas y ayudándote de las ramas de los arbustos que crecen en la pared. Inten-
tando no mirar abajo, descubres que te resulta mucho más fácil de lo que hubieses
creído en un primer momento.
Desciendes otro buen tramo del barranco cuando, al alzar la vista, puedes ver
los ojos brillantes de los lobos, que te observan desde arriba. Pero de pronto ves al-
go sobrecogedor: una enorme testa de lobo se asoma por el precipicio, y te mira
con unos ojos azules como el agua helada. Es imposible que eso sea un lobo, pien-
sas aturdido, es demasiado grande.
Entonces pierdes el pie, tratas de agarrarte con fuerza a un arbusto, pero este
cede bajo tu peso y sin poder evitarlo, caes hacia atrás, precipitándote al vacío.
Tu caída es detenida por unas ramas que se rompen bajo tu peso, pero que de
algún modo frenan el impacto que recibes contra el suelo de tierra. Te pones en pie
dolorido, dándole gracias a Dios por haber sobrevivido de nuevo a una caída en tan
corto espacio de tiempo. Por suerte para ti, debías estar más cerca del suelo de lo
que pensabas, y te precipitaste contra las ramas de un árbol que amortiguaron tu
caída.
A pesar de estar lleno de golpes y arañazos, sonríes por tu buena suerte, respi-
ras profundamente un momento y continuas tu marcha por el interior del bosque.
Pasa al 35.
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En silencio, sales de la edificación de madera de vuelta a la noche. Oyes a tu
espalda como el hombre vuelve a colocar el travesaño en la puerta mientras te pre-
guntas si al salir de ahí te has condenado.
La respuesta te llega en forma de un coro de gruñidos. La manada de lobos está
justo delante, surgiendo de las sombras del bosque.
Gritas mientras se lanzan contra ti y te despedazan vivo.
Requiescat In Pace
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Completamente paralizado por el miedo, ni siquiera tratas de apartarte cuando
la gigantesca loba salta sobre ti y cierra sus fauces entorno a tu cuerpo.
Requiescat In Pace
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Continúas avanzando entre las sombras del bosque cuando ves algo inusual:
Tocones de árboles cortados. Esto sólo puede significar que alguien tiene que vivir
por aquí.
Con ánimos renovados buscas más zonas con tocones de árboles y empiezas a
caminar en círculos o lo que a ti te parecen círculos en busca de algo civilizado en
mitad de este tenebroso bosque.
Y de pronto lo descubres, en una zona despejada y que forma una subida se al-
za una edificación de madera y piedra, una especie de pequeña torre defensiva. Al-
rededor de la misma, hay una empalizada hecha con estacas de madera.
Ves un fino hilo de humo que surge de la torre, de una chimenea, lo que signifi-
ca que está habitada.
Casi sollozando de alivio, subes la cuesta, atraviesas la empalizada con cuidado
y te diriges a la única puerta de la edificación. En cuanto llegas comienzas a golpe-
arla con el puño y a gritar que te dejen entrar.
Le dices tu nombre y le das las gracias por haberte permitido entrar, pero el
hombre de aspecto salvaje no dice nada. Sólo te observa con desconfianza.
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Continúas con tu penoso recorrido por el oscuro bosque, sin tener ni idea de la
dirección que estás tomando. Si por lo menos fuera de día podrías tratar de orien-
tarte subiendo a un árbol y oteando el horizonte, pero la noche es demasiado oscu-
ra, a pesar de la luna llena.
El frío que sientes hace que temblores incontrolables te recorran el cuerpo y
comprendes que si no logras entrar en calor podrías morir congelado. Lo único po-
sitivo es que ya no oyes los estremecedores aullidos de los lobos, y eso todavía te
permite albergar alguna esperanza de sobrevivir.
En esta fría noche, la diferencia entre la vida y la muerte podría estar en el calor
que te proporcionaría esta capa. Si decides ponértela pasa al 2.
Pero algo te preocupa, ¿vas a aceptar una capa de pieles de lobo del ser que
acabas de avistar? ¿En qué te estás metiendo? Si decides dejar la capa donde está y
continuar pasa al 11.
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Sostienes la mirada del hombre y le dices que no tienes intención de salir. Esto
hace que suelte un grito de rabia y se lance contra ti, tratando de alcanzar tu cuello
para estrangularte. Tú le coges por las muñecas para evitarlo, y así agarrados em-
pezáis a dar tumbos por la habitación, golpeándoos contra las paredes.
Este salvaje tiene más fuerza de lo que parece y te empieza a doblegar. Enton-
ces, con una fuerza nacida de la desesperación, giras repentinamente sobre ti mis-
mo, y logras lanzar a tu oponente, que sale disparado contra la puerta, la desencaja
del impacto y va a parar al exterior, quedando inconsciente en el barro.
Intentas calmar tu acelerada respiración mientras sales afuera y contemplas el
cuerpo inerte del hombre.
Pero entonces comienzan los aullidos. Ahogas un sollozo. La manada te ha
vuelto a encontrar.
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Tratas de preguntarle al hombre cómo llegar a la aldea más cercana, pero él se
acerca y sin hacerte caso te agarra por la capa de pieles de lobo.
− ¿Estás con él? − Te pregunta con brusquedad.
Le apartas de un manotazo y le dices que no sabes de qué diablos te está ha-
blando. Aun así, el hombre, enfurecido, te sigue gritando.
− ¿Y por qué llevas una capa como esta? − Se acerca de nuevo a la puerta y qui-
ta el travesaño. − Sabéis bien que no tomo partido por ninguno de los dos. − Abre
la puerta con brusquedad. − De manera que fuera de mi casa. O lo lamentarás...
¿Abandonarás este refugio tal y como te ordena este hombre? Pasa al 32.
¿O te enfrentarás con él para poder cobijarte hasta la salida del Sol? Pasa al 36.
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Dudas un momento, pero al fin te quitas la cruz y se la entregas a la anciana, la
cual la hace desaparecer inmediatamente entre sus harapos.
Quizás esto sea lo mejor, piensas, y siempre puedes volver a pedirle tu cruz ma-
ñana cuando se haga de día y emprendas el camino.
La anciana te sonríe y continúa machacando sus hierbas con el mortero.
− Mucho mejor así, esto no habría hecho mas que causarte problemas, créeme
muchacho. − La anciana se vuelve a inclinar sobre su mesa mientras coges un tabu-
rete, te sientas frente a la chimenea y empiezas a echar ramas para reavivar el fue-
go.
Poco a poco, vuelves a entrar en calor y te das cuenta del frío que tenías. Notas
como el cansancio se apodera de ti y bostezas sin poder evitarlo. Está claro que ne-
cesitas descansar. Sin embargo notas que la anciana te echa miradas de vez en
cuando y decides que no te puedes permitir dormir todavía, no con esa mujer aquí
contigo. No te fías de ella.
Miras a la vieja. ¿Se habrá vuelto loca? ¿Hay lobos fuera y pretende que salgas?
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Haces caso omiso de la anciana mientras coges un taburete, te sientas frente a la
chimenea y empiezas a echar ramas para reavivar el fuego. Puedes notar la mirada
fija de la mujer sobre ti, pero le adviertes que vas a quedarte en su cabaña hasta que
amanezca, quiera o no.
Requiescat In Pace
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Recoges la puerta del suelo y la levantas, metiéndola dentro. Cuando te dispo-
nes a encajarla contemplas al hombre inconsciente en el exterior. Si lo dejas ahí se-
rá comida para los lobos.
Un impulso del que puede que te arrepientas hace que dejes la puerta, vayas
hasta el hombre y lo cojas por los hombros, arrastrándolo al interior.
Una vez hecho esto intentas ajustar la puerta en el hueco, pero sin éxito. Tam-
poco eres capaz de colocar el travesaño, ya que uno de los pasadores se ha roto.
Maldices por lo bajo al darte cuenta que la puerta no aguantará.
– Vienen a por ti. – Dice la voz del hombre detrás de ti. Todavía no se ha levan-
tado del suelo, pero te señala mientras se ríe.
– Créeme, si te busca la Madre de los lobos una puerta de madera no le impedi-
rá dar contigo.
No sabes de qué te está hablando este salvaje, pero no te gusta. Le gritas que si
los lobos entran aquí también morirá, pero él vuelve a reírse.
– No, no. Yo tengo un trato con ellos. Tú sin embargo eres su presa y no se de-
tendrán hasta atraparte. – El hombre se pone en pie y te mira a los ojos. Si quieres
tener alguna posibilidad de salir vivo de este bosque, debes huir de aquí ahora mis-
mo.
Recapacitas sobre lo que te dice este hombre, con el que hace unos momentos
estabas peleando. Obviamente está loco, pero estás convencido de que dice la ver-
dad. Por eso no dices nada, sólo apartas la puerta a un lado y sales al exterior.
Estás descendiendo la cuesta entre la empalizada cuando oyes la voz del hom-
bre desde arriba.
– ¡Espera! ¡Si te enfrentas con ella recuerda que es en parte espíritu! ¡Necesita-
rás usar sangre! ¡Con sangre puedes herirlos!
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Abres los ojos y ves el cielo.
La claridad del mismo te indica que está a punto de amanecer. Debes haber es-
tado inconsciente varias horas.
Te incorporas lentamente y observas los alrededores. Te encuentras al lado de
una carretera, ya no estás en el bosque. Tu cuerpo es una colección de heridas y
moratones e incluso el respirar te duele, pero te sientes más vivo que nunca.
¿Cómo has llegado hasta aquí?
Al mirar atrás puedes ver el límite del bosque a bastante distancia. Y también te
parece ver algo más.
Junto al linde del bosque, la figura semioculta por las sombras de los árboles de
un hombre desnudo, de gran tamaño, con piernas y cornamenta de macho cabrío.
Te está mirando a los ojos.
E inmediatamente después desaparece dentro del bosque, como si nunca hubie-
se existido.
Contemplas por una última vez el bosque. Los primeros rayos de sol empiezan
a iluminarlo. Respiras hondo, te ajustas el puñal al cinto, te arropas con tu capa de
pieles de lobo y emprendes el camino.
FIN