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La Glorificación
En otra ocasión Pablo dice que los Cristianos ya estamos glorificados, cuando al
escribirles a los creyentes de Roma, les dice: “Porque a los que antes conoció,
también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para
que él sea el primogénito entre muchos hermanos. Y a los que predestinó, a éstos
también llamó; y a los que llamó, a éstos también justificó; y a los que justificó, a éstos
también glorificó (Rom. 8:30). Notemos que para Pablo, los creyentes ya han
sido “glorificados” por Dios. El usa el mismo tiempo pasado para el verbo
glorificar como lo hace para el verbo resucitar en Efesios 2:6 para enseñar que
ya hemos resucitado y que ya hemos tomado nuestros sitios en los lugares
celestiales con Cristo Jesús. Es obvio que para Pablo, los creyentes ya han
recibido las promesas hoy en algún sentido, aunque ciertamente no en su
integridad. No creo que haya alguno que pueda decir que ya ha sido resucitado
de la tumba, glorificado, y sentado con Cristo en los lugares celestiales. Ahora
bien, leamos lo que dice Pablo en el verso 17 de Romanos 8: “Y si hijos,
también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que
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padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados”.
En este pasaje Pablo aporta más luz al tema de la glorificación diciendo que
para que seamos juntamente glorificados con Cristo (recuerde que en Efe. 2:6
Pablo usa una similar expresión referida a la resurrección: “y juntamente con él
(Cristo) nos resucitó), debemos soportar los padecimientos. Así que la
glorificación para Pablo no es algo que se obtiene automáticamente fruto de la
conversión, sino que requiere que el creyente pase la prueba de los
padecimientos por Cristo. Y si esto es verdad de la glorificación, entonces
también lo debe ser de nuestra resurrección y de la toma de nuestras posiciones
en los lugares celestiales con Cristo Jesús. De modo que aunque Pablo puede
hablar de la presente glorificación, resurrección, y entronización en los lugares
celestiales de los creyentes, éstas aún tienen un carácter claramente escatológico o
futuro, o sea, para la parusía de Cristo a la tierra. Dice Pablo: “Cuando Cristo,
vuestra vida, se manifieste, entonces vosotros también seréis manifestados con
él en gloria”. En Romanos 8:18 Pablo añadió: “Pues tengo por cierto que las
aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que
en nosotros ha de manifestarse”. Acá está claro que Pablo pasa a hablar de una
glorificación futura cuando en otros versículos él habla de una gloria ya
obtenida o ganada. ¿Cómo explicar esta aparente contradicción? Una
explicación sería que Pablo en el Verso 30 habla de aquellos elegidos de Dios
que en Su preconocimiento como personas predestinadas ya han ganado todo por
su victoria ante las pruebas. El los ve (como Dios los ve) como triunfantes y
galardonados por su vida consagrada al servicio de Dios y habiendo vencido al
enemigo y a sus artimañas.
Otro de los pasajes paulinos que nos hablan de una promesa otorgada por
“anticipación” es aquella que nos dice que hemos sido ya trasladados al Reino
del amado Hijo de Dios. A los creyentes de la ciudad de Colosas, Pablo les dice,
entre otras cosas: “…el cual (Dios) nos ha librado de la potestad de las
tinieblas, y trasladado al reino de su amado Hijo”, lo que para Pablo también
significaba un traslado de las tinieblas a la luz, de Satanás a Dios (Hechos 26:18).
Como ya hemos visto, es típico de Pablo hablar de cosas futuras como si ya
fueran presentes, y aún pasadas. En este caso él nos habla de nuestro eventual
traslado al reino del amado Hijo por Su Padre. Sin embargo, el mismo apóstol
Pablo se referirá al Reino del Hijo como algo que recibiremos cuando nuestros
cuerpos sean transformados en inmortales. En 1 Corintios 15:50, 51 él escribió lo
siguiente a los Corintios: “Pero esto digo, hermanos: que la carne y la sangre no
pueden heredar el reino de Dios, ni la corrupción hereda la incorrupción. He
aquí, os digo un misterio: No todos dormiremos; pero todos seremos
transformados”. Aquí Pablo habla de la herencia del Reino como algo que es
imposible obtener ahora en nuestra naturaleza humana mortal. Por un lado él
dice a los Colosenses que ya hemos sido “trasladados” al Reino del amado Hijo,
pero a los Corintios les dice que el reino es una herencia que obtendrán sólo los
inmortales. ¡Pero Pablo no se contradice! Lo que hay que entender es que así
como hemos sido resucitados, glorificados, y entronizados POR LA FE, así
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también hemos sido trasladados por Dios al Reino de Su amado Hijo POR LA
FE. Es decir, a la vista de Dios, los creyentes ya “están” en el Reino de Su amado
Hijo. Los elegidos, los justificados, los glorificados están también entronizados
en el reino del Hijo, sin estarlo aún realmente o de hecho. Por ejemplo, en el
libro de Apocalipsis leemos que los creyentes, los de la fe, ya están escritos en el
LIBRO DE LA VIDA. No obstante, el creyente deberá de perseverar en la fe
para que su entrada a la vida sea efectiva, de lo contrario correrá el peligro de
que se le borre su nombre del tomo (Apo. 3:4,5). Lo que Pablo nos dice es que el
Padre nos ha trasladado al reino de Su Hijo en su santa voluntad. El nos ve
como ya vencedores y victoriosos, como los elegidos y justificados que han
recibido Sus promesas por adelantado. El nos ha dado el título de propiedad,
pero El aún espera de que nos ganemos el derecho de recibirla con nuestra vida
de obediencia y servicio. En otra ocasión leeremos que nosotros (a la vista de
Dios) ya poseemos nuestras coronas de gloria, pero luego se nos pide
perseverar para que nadie nos la arrebate (Ver Apo. 3:11). Sin duda, ni usted ni
yo tenemos nuestras coronas en nuestra posesión, literalmente hablando. Decir
que ya estamos trasladados en el Reino de manera total y real sin haber vencido
es como afirmar que los difuntos cristianos ya han resucitado, y que ya están en
la gloria, y que ya reinan con Cristo en los lugares celestiales. ¡Nadie creería que
esto fuera verdad! Pablo jamás afirmó que la resurrección de los creyentes
difuntos ya ocurrió. El siempre lo vio como un hecho futuro (2 Cor. 4:14, 1 Tes.
4:14-16).
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gobernadores de las tinieblas de este siglo” (Efe 6:12). ¿Pero habrá alguno que
ose decirnos que ya no hay ninguna influencia del Diablo y sus demonios en
este mundo? Jesús dijo que los asesinos y mentirosos, en particular, eran hijos
del Diablo, porque éstos HACEN la voluntad de este maligno (Juan 8:44). Hoy
los asesinatos y las mentiras están a la orden del día en todo el mundo, una
señal clara e inequívoca de que el Diablo aún hace de las suyas en este mundo.
Por consiguiente es obvio que aún no hemos pasado a la era venidera, la era de
la vida eterna, o la era del Reino de Cristo. Recordemos Jesús dijo claramente
que su reino no era de este mundo o siglo del maligno, sino de la era venidera,
la era de Cristo y su reino milenario. Sin embargo, los exegetas amilenialistas y
preteristas extremos sostienen que cuando Jesús dijo que su reino no era de este
mundo (Juan 18:36), lo que dijo era que su reino era espiritual, no terrenal; del
cielo, y en el cielo. Estos afirman que Jesús jamás volverá a la tierra para
restaurar un reino material como lo fue el del rey David y sus sucesores. Esta es
una afirmación antojadiza, ya que lo que Jesús afirmó era que su reino no era
del presente AION (siglo) del maligno, sino del venidero que se inaugurará en la
tierra cuando se restaure el reino de Dios a partir de Jerusalén y cuando el
diablo y sus seguidores hayan sido depuestos y encarcelados.
Bob Lazar, el físico que supuestamente trabajó en el Área 51 y que dijo haber
visto una nave espacial extraterrestre la describió como que era de otro mundo
porque tanto su forma como sus dimensiones no parecían haber sido
concebidas por humanos. Así que todo parece indicar que el supuesto físico Bob
Lazar estuvo caminando en lugares o ambientes extra-terrestres sin moverse de
la tierra. Pues bien, Pablo dijo que en el cielo hay un verdadero santuario y un
verdadero tabernáculo que Dios construyó y no el hombre (2 Cor. 5:1,2).
También Pablo habla de una ciudad o patria celestial preparada para los salvos
y que está POR VENIR a la tierra (Heb. 11:14,16; 13:14). Y si esta ciudad está por
venir a la tierra, es lógico suponer que nosotros no vamos a necesitar volar al
cielo para tomar nuestros lugares de honor. Este palacio tiene moradas o
aposentos para los salvos, y Jesús ha ido al cielo para prepararnos lugares para
que los ocupemos. De modo que en Juan 14:1-3 el Señor no nos promete que
iremos con él al cielo para tomar nuestros lugares de honor. De hecho, en Juan
14:1-3 Jesús no menciona ni una vez el vocablo cielo, aunque sí nos promete
VOLVER para tomarnos para sí a efectos de estar con él en el mismo lugar
donde estará cuando regrese a la tierra. A los Tesalonicenses el apóstol Pablo les
dice que todos los creyentes se ENCONTRARÁN con el Señor en el aire…¡NO
EN EL CIELO! (1 Tes. 4:16,17).
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