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Autor: Sandro Jiménez 3/24/08 Página 1 de 1

La nociones de reconocimiento diferencial y resarcimiento como alternativas


a la hegemonía liberal en los procesos de transición conflicto – post conflicto

Presentación

Los conflictos armados internos – CAI, como categoría agrupadora del tipo de
conflictos bélicos mas generalizados desde los inicios de la guerra fría hasta nuestros
días1, son escenarios sobre los cuales se ha venido desarrollando una batería
conceptual y una compleja institucionalidad para poder hacer gestión, intervención y
resolución de los mismos. Este proceso derivado en el surgimiento y la aplicación
hegemónica de un conjunto de tecnologías políticas2 que esconden debates centrales
para la recomposición de lo político que en primer lugar es el origen común a todos
estos conflictos.

Para recentrar lo político como una dimensión de análisis compleja y pertinente a


estos casos, partiré de dos nociones centrales: el reconocimiento diferencial y el
resarcimiento, para poder dar cuenta que es lo que esta en juego en las crisis o
emergencias complejas. Para ello asumo la discusión desde una doble posicionalidad:
desde lo que la crítica feminista a las nociones clásicas del liberalismo y en segundo
lugar desde un tipo de sujetos específicos, las víctimas sobrevivientes y su lugar
político en los procesos de transición3.

1
Los conflictos internos como categoría de análisis son una expresión de posguerra (segunda guerra
mundial), que en la historia más reciente son llamadas “emergencias complejas. Este tipo de
manifestaciones, contrario a las aspiraciones de la constitución de Naciones Unidas, distan de favorecer la
idea de la consolidación del proyecto de paz global. De hecho, este tipo de fenómenos ha aumentado de
cinco por año en la década de los años ochenta, a más de 40 en la actualidad. Forsythe (2000:179) se
refiere al concepto “emergencia compleja” como aquel termino impreciso para aludir a situaciones en
donde las autoridades formales o regulares niegan la existencia de un conflicto armado dentro del marco
del derecho internacional, pero en donde a pesar de ello, los civiles se encuentran en gran necesidad y el
orden público se encuentra alterado.
2
Entiendo por tecnología política, el proceso tendiente a estandarizar, normalizar, seccionar y transferir
principios, prácticas y programas para atender una emergencia compleja y de crisis social e institucional,
en donde la política es reducida a meros criterios de gobernabilidad, se asume el saber experto y la
superioridad técnica sólo como auto referencia a sus propios mecanismos de expansión; hecho que
finalmente desemboca en el estado de post política, el cual permite responder a la complejidad de los
fenómenos sólo por vía del reemplazo de un paquete tecnológico por otro, sin que esto implique
deliberación pública o discusión política.

3
En adelante cada que aparezca la referencia a Víctimas Sobrevivientes estoy aludiendo la situación de
desprotección de mujeres y hombres que sufrieron la aplicación sistemática de violencia generalizada de
manera continua dentro de los conflictos armados de larga duración. Me restrinjo a mi conocimiento de
los casos latinoamericanos de Colombia, Guatemala y Perú, pero también considero extensible la
reflexión a la situación de las víctimas de conflictos como los de Uganda, Sri Lanka, Sierra Leona entre
otros del cercano oriente y el África subsahariana.

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La discusión estará articulada alrededor de las preguntas de Barkan (2006: 1) frente


al problema del reconocimiento y el resarcimiento, preguntas que luego se
complementaran con otras mas específicas a lo largo de la discusión, veamos:

¿Cómo podrían los derechos aplicables a un pueblo en particular a causa de las


injusticias cometidas contra ellos adquirir carácter universal? Más en general, ¿cómo
están los derechos universales integrados con la identidad de grupo, la diversidad y la
pluralidad cultural? En particular, ¿cómo contemplar las condiciones locales y la
agencia de los individuos (o los grupos) que participan e influyen en la dinámica de la
protección de sus derechos?

Desarrollo

El campo de problematización de los CAI esta atravesado por varios ejes de discusión
teórica, iniciando por las crisis de la democracia liberal y con ella el problema de la
ciudadanía y el ejercicio de derechos, sobre todo respecto a la tutela de los derechos
humanos y del derecho internacional humanitario; pero cada vez, los preceptos de la
justicia transicional ocupan mas espacio en este campo.

La justicia transicional es una noción de justicia contemporánea enmarcada


genealógicamente en los procesos de rupturas políticas y redefiniciones estatales que
producen las guerras, conflictos y dictaduras del siglo XX. De acuerdo con Teitel
(2003) se pueden distinguir tres etapas de reconfiguración y desenvolvimiento de la
justicia transicional:

• La justicia transicional que se origina tras la Primera Guerra Mundial y se


consolida con los Juicios de Nuremberg (luego de la Segunda Guerra Mundial).
• La justicia transicional característica de los procesos de democratización del
Este de Europa, Centroamérica, Suramérica y Sudáfrica
• La justicia transicional de la era de la globalización del Derecho Internacional
Humanitario y del Derecho a la Guerra.

Para Teitel (2003) la justicia transicional ha representado una construcción de justicia


destinada a aplicarse a períodos de profundos cambios políticos, definiendo respuestas
jurídicas para hacerle frente a las violaciones de derechos humanos y a las
atrocidades masivas cometidas durante la guerra. La primera etapa de la justicia
transicional se caracteriza por la universalización e internacionalización de estándares
de justicia penal que sentaron las bases del Derecho Penal Internacional hoy
dominantes. Esta es una justicia de vencedores de la guerra, por eso los actores
principales son los gobiernos ganadores de la Segunda Guerra Mundial y sus
tribunales internacionalizados.

La segunda fase de la justicia transicional está vinculada con los procesos de


democratización de Europa del Este, Centroamérica, Suramérica y Sudáfrica. Los
contenidos de la justicia adoptada en estos territorios obedecieron a modelos locales y
particulares de asumir la transición renunciando en los procesos de cambio político a
la justicia transicional universalista y de responsabilidad penal individual de la primera

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fase. Por ende, hay una marcada ausencia de juicios internacionales, las transiciones
se consideran arreglos locales y de soberanía exclusiva del gobierno. Aquí se
manifiesta la tensión entre castigo y amnistía, la consolidación de la democracia por
medio de perdones incondicionales a los violadores de los derechos humanos, se
negociaron los derechos de las víctimas a la justicia, a la verdad y a la reparación. De
la justicia penal individualizada y el castigo retributivo de la etapa anterior se dio paso
a una concepción alternativa de política criminal: el modelo restaurativo, que le
apuesta a una retórica de la reconciliación y del perdón entre víctimas y victimarios, a
la reincorporación comunitaria de los criminales, éstas como estrategias de
consolidación del Estado-Nación Democrático.

El tercer período de la justicia transicional ha implicado la construcción de


regulaciones legales permanentes para los estados de guerra, y significa aceptar que
las confrontaciones armadas y las violaciones de los derechos humanos son una
situación permanente y persistente del Estado contemporáneo. La justicia transicional
se estabiliza, pasa a ser la regla y deja de asumirse como la excepción, se convierte
en un paradigma del Estado de Derecho dominante para las democracias en
construcción en medio del conflicto. Hecho que conduce a una versión restringida de
justicia de las implicaciones políticas en la camino de conflicto hacia la paz.

Entre los problemas de los presupuestos de esta visión se encuentra que el


posconflicto se asume sólo como desarme o cese de confrontación armada; los
modelos actuales privilegian la casuística de las experiencias de los últimas décadas
en países que entraron y salieron de los llamados conflictos internos, en ese sentido
se puede decir mas de lo que se logró o se evitó con ellos, que de lo que se puede
lograr; se tiende a la trasnacionalización (perdida o sesión de autonomía) de algunas
funciones estatales, como las relacionadas con la protección y reparación de las
víctimas sobrevivientes y el enjuiciamiento de los victimarios; y finalmente se amplia
la cantidad y el tipo de actores que intervienen en las decisiones políticas sobre la
gestión del conflicto, con lo que se complejiza y adquiere centralidad la rendición de
cuentas sobre los procesos de aplicación de justicia y la protección de víctimas tanto
en el orden nacional como internacional.

Pero tal vez la mayor limitación de la tendencia actual a privilegiar este estándar
universal ahistórico de solución de conflictos armados, es el dominio exclusivo y
excluyente de los principios del liberalismo para atender fenómenos que como
veremos escapan a muchos de los preceptos de esta ideología política. Para mostrar
dichos límites asumimos la discusión de sobre la paz liberal y la crítica feminista al
sentido de lo público y por extensión de lo político en el liberalismo.

Los conflictos armados internos asociados a procesos de violencia política de larga


duración, no pueden solucionarse sólo desde la perspectiva de la paz liberal, sin
considerar las profundas raíces y transformaciones que produce en el tejido social la
violencia sistémica como experiencia cotidiana. La gestión de la paz de los últimos
años se ha desarrollado bajo la égida del consenso liberal, que se caracteriza, según
Richmond (2006: 292, 298) por los siguientes principios normativos: la democracia
abierta al mercado, regímenes bajo la lógica del Estado de derecho, y el estimulo del
aparato del desarrollo. En sociedades con conflictos internos de larga duración, dicho
consenso observa varios puntos críticos y problemáticos: partir del supuesto de la
existencia y el funcionamiento del Estado Liberal Moderno, en el sentido de

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modernidad política (Paris, 2006), asumir la paz como sinónimo de gobernanza


(Richmon, 2006:299), partir del concepto de paz como una forma de tipo ideal, de
carácter normativo-universalista y de supuesta superioridad moral (Richmond:2006),
la paz como epistemología negativa, pues no existe ella en tanto tal sino desde su
ausencia

De esta manera, las implicaciones de la gestión de la paz vía liberalización del Estado,
acarrea varias complicaciones: el desequilibrio en la aplicación de recursos para
favorecer unos procesos sobre otros (generalmente los asociados a la liberación en
detrimento a los de estabilización social); el uso, cada vez mas común, de la fuerza
para la implantación del consenso; la cuestionada eficacia de los distintos actores
(sobre todo los internacionales) en el desempeño de todos los cometidos necesarios
para aplicar las reformas; el desconocimiento de las capacidades locales y del sentido
emancipatorio de la construcción de procesos de paz, mas civilistas y menos
militaristas.

En esa medida, la gestión de la paz como liberalización de mercado y de las


instituciones políticas, en sentido verticalista, es a su vez el germen o el continum
que sostiene los conflictos que inhiben la construcción de una paz duradera. De este
escenario parten Richmond y Paris para destacar los siguientes retos en una relectura
política y conceptual de la paz:

Con Richmond

• La aproximación a la relación paz-guerra-paz, desde nuevos horizontes


intelectuales y políticos
• Cuestionar las posiciones que sostienen el concepto de paz liberal como parte
de una comunidad epistémica de orden superior.
• Evaluar con juicio crítico la supuesta relaciones de favorabilidad entre
democratización, reforma económica y desarrollo; con la garantía del ejercicio de
los derechos humanos

Con Paris

• Superar la formula estándar de reforma de mercados y desarrollo electoral


como las claves de éxito hacia la paz
• Considerar los procesos de construcción de la paz en escenarios de no-gobierno
o de Estados en transición o en proceso de configuración

El otro aspecto que poco considerado en la concepción de la paz en el sentido liberal,


inclusive por parte de autores de espíritu crítico como los que acabo de citar, es que
cada proceso de transición supone la existencia de un determinada comunidad política
y un cierto ejercicio de derechos liberales. Este supuesto pasa por alto el hecho de la
existencia de muchos sujetos y colectivos que siendo parte de un “Estado – Nación”
no puede ser caracterizados en tanto sujetos de derechos, particularmente cuando a
las desigualdades y exclusiones derivadas de la guerra, se suma la exacerbación de
las desigualdades históricas como las de género y de clase.

A este respecto Phillips (1992) y Young (1990), nos recuerdan una serie de críticas
profundas a las nociones o categorías fundantes del liberalismo, con énfasis en las que

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definen la base axiomática de la democracia tal y cual se manifiesta en la modernidad


política. Esta crítica se puede articular alrededor de las siguientes preguntas:

• Son la igualdad y la libertad categorías realmente universales?


• Es la ciudadanía el espacio de manifestación de la totalidad de sujetos libres e
iguales?
• Es la democracia el paradigma de representación más incluyente entre las
formas de organización política moderna?
• Qué es lo que define el camino de la transición a la democracia del estado de
guerra al estado de paz en términos de verdadera inclusión política?

En primer lugar Phillips (1992) demuestra como la historia conceptual de la noción de


liberalismo, particularmente sobre sus categorías matrices la igualdad y la libertad,
estas sólo aparecen como atributo de aquellos que están ungidos como ciudadanos,
de esta forma la ciudadanía así concebida y ejercida siempre será una manifestación
reducida, construida sobre la exclusión de la diferencia, en donde los otros – que esta
discusión son las víctimas sobrevivientes - aparecen como aquellos individuos en una
condición siempre transitoria, siempre parcial y vacía de los elementos que definen el
camino de la ciudadanía universal y normativa.

En este sentido las víctimas aparecen dominados por la situación se ser - estar
desplazados del poder ejercer esta idea universal y homogénea de la ciudadanía
liberal, que a pesar de estar dentro del mismo territorio, sufren del estado de exiliado,
en la medida que el exilio supone la suspensión temporal de la ciudadanía por la
pérdida del cumplimiento de la promesa de la soberanía, que interpretando a
Agamben, significa un estar afuera, en condición de excepción.

En el sentido de lo anterior Young (1990) propone trascender esa dicotomía de la


ciudadanía entre su supuesto carácter cívico - universal que se opone a lo diferencial
particular, que deja como único camino el consenso como producto de la tiranía de la
mayoría - que dadas las constantes prácticas de exclusión de los regímenes
democráticos minimalistas, hace mucho que las mayorías se pueden clasificar como
tales - Esta autora propone pensar el diálogo heterogéneo, como alternativa al
consenso universalista. Como salida Young explora la posibilidad de repensar la
noción de representación mas allá de la lógica del interés individualista y masculino,
hacia la representación de grupos desde sus particularidades y diferencias. En
palabras de la autora: “Lo que necesitamos, en lugar de una ciudadanía universal
entendida como mayoría, es una ciudadanía diferenciada en función del grupo, y por
lo tanto un ámbito y un sector público heterogéneo de manera que las diferencias se
reconozcan y acepten públicamente como irreductibles.”

Esta entrada constituye una alternativa al procesos de constitución como masas o de


grupos vulnerables, que se ha venido realizando de las víctimas de los conflictos
armados, particularmente durante los procesos de transición, hecho empíricamente
observable en los campos de refugiados o en las políticas públicas concebidas en un
sentido similar de administración de campos de concentración, en donde la diferencia
de grupo es eliminada en pro de una figura universal incapacitante, el de la de víctima
despolitizada.

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Por su parte Eisenstein (1988) y su crítica a la noción de igualdad, pone en primer


plano la diferencia, no sólo en el sentido de ser diferente a, sino en el sentido de ser
lo otro; no como la parte que le falta a, sino como la parte que existe porque no ha
tenido una parte. Con Irigaray, esta autora propone un campo de reflexión sobre la
diferencia: Cómo lograr visibilidad sobre la diferencia desde nuevos lenguajes y
nuevos discursos? En esta pregunta me alejo de la discusión de la aspiración de los
otros discursos o de los discursos de los otros. Esta inclusión así entendida siempre ha
sido cooptación al tiempo que exclusión, pues la inclusión siempre se asume como
régimen de excepcionalidad. De allí que la pregunta no sea ni siquiera por la
deconstrucción, sino la creación de nuevos espacios o campos de lo sensible donde lo
público y lo privado puedan integrarse como continuo y donde desnaturalicen y
pluralicen las nociones de libertad, igualdad y diferencia.

La necesidad de este reflexión crítica sobre los preceptos que subyacen a los procesos
de transición y que tienen efectos profundos en la protección de los derechos
humanos de las víctimas de conflictos armados o de regímenes autoritarios; se
justifica plenamente dada la naturalización que ha hecho de la democracia de
mercado como garantía para la plena realización de tales derechos. Hurrell (281) nos
recuerda como en las Américas, después de la superación de los gobiernos
dictatoriales (militares o civiles) y de la consolidación gradual de regímenes
democráticos, la región sigue siendo testigo de la manera continuada en que se violan
los derechos humanos; lo que demuestra que mejoras en el desarrollo y el
establecimiento de democracias electorales de corte liberal no son la garantía que
suponíamos.

De allí que Hurrell (282) sugiere que se hace necesario desarrollar esfuerzos
internacionales para promover y proteger los derechos humanos, sin tener que apelar
a la mediación de las nociones de democracia y liberalismo económico; pues los
derechos humanos deben ser una prioridad en si mismos y no subordinada a otras
categorías que han asumido todo el protagonismo en el discurso de la globalización
neo – liberal. Este autor considera que las ventajas de esta aproximación es que se
podría construir un mejor balance entre la protección de los derechos humanos por un
lado; y por otro, se avanzaría en darle espacio legítimo a las miradas variadas y
diversas del problema.

Es en este punto que las nociones de reconocimiento diferencial y resarcimiento


aparecen como dos categorías que pueden dar cuenta de manera mas comprensiva
de las dinámicas de inclusión o invisibilización de los daños ocurridos diferencialmente
sobre colectivos de gran vulnerabilidad como las víctimas sobrevivientes de los
conflictos armados, no sólo por el hecho de que en la generalidad de los casos estos
son mujeres y menores de edad, sino porque también suelen ser personas ya
afectadas por la vulnerabilidad histórica de la marginación.

Lo primero a plantear es la necesidad del reconocimiento diferencial del tratamiento


del daño, para sobre pasar lo que Veena Das (1997) critica cuando señala los modos
reduccionistas del habla sobre la violencia e invoca la necesidad de que las ciencias
sociales exploren alternativas que le hagan justicia a la experiencia subjetiva de dolor.
(Jimeno, 2007:3); este es un hecho no necesariamente transparente dentro de las
nociones hegemónicas que hemos criticado en el liberalismo y por extensión en los
mecanismos de justicia transicional.

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En verdad esto hace parte de una larga práctica de las ciencias sociales por ignorar
las emociones como parte de las relaciones sociales y del sentido de la acción humana
(Harkin, 2003; Jimeno, 2004; Lutz, 1988). Práctica que se deriva del desprecio o la
despolitización de lo privado como aquello ajeno al interés común, aquello separado
de la civilidad ciudadana (Pateman, 1995; Okin, 1996).

El reconocer el valor de las connotaciones emocionales de los eventos que estudian


antropólogos, sociólogos e historiadores, tal como enfatiza Michael Harkin (2003:
261-284), permitirá recuperar para el análisis una parte importante de la vida social.
Considerar el estado emocional de los actores y, sobre todo, el contenido cultural
específico de las emociones y su lugar en la cultura particular, es recobrar una
dimensión de la acción social. Como Harkin (2003) lo señala, las emociones son en
parte reacciones y en parte comentarios sobre la acción social de otros, debido a su
contenido moral y a su potencial como instrumento político de descalificación y
subordinación. (Jimeno, 2007: 7). En igual orientación Young (1990: 91-92) propone
que una ética emancipatoria debe desarrollar una concepción de la razón normativa
que no oponga la razón al deseo y la afectividad.

En tal sentido Theidon (2006:4) plantea que en un escenario de prolongada violencia,


hay que recurrir mas allá de la literatura sobre la justicia de transición y el "derecho
consuetudinario" para explorar el papel de los mecanismos comunitarios de
administración de la justicia y la rehabilitación de los transgresores (al respecto, Falk
Moore 1986; Sieder 1997; Teitel 2002). Un principio fundamental de la justicia de
transición es que incluye importantes aspectos preformativos dados de las apuestas
particulares de cada grupo en su proceso de subjetivación del daño; a través de los
ritos seculares incorporados en las prácticas jurídicas de transición, lo colectivos
participan en "rituales de purificación", y el restablecimiento de la unidad del grupo.
Desde esta perspectiva, la ley no es sólo un conjunto de procedimientos, sino también
de los rituales seculares que hacen una ruptura con el pasado y marca el comienzo de
una nueva moral de la comunidad. Continuando con Theidon, aunque la literatura
sobre la justicia de transición se ha centrado casi exclusivamente en los ámbitos
internacional y nacional, la justicia de transición no es el monopolio de los tribunales
internacionales o de los estados: las comunidades también pueden movilizar los
elementos simbólicos y rituales de estos procesos de transición para hacer frente a la
profundas divisiones de los conflictos civiles.

Pero para evitar el uso maniqueo de este tipo de reconocimiento, y complementar sus
alcance para un proceso de transición que conecte el reconocimiento al resarcimiento,
asumo la propuesta de Fraser sobre la necesidad de aparejar el reconocimiento a la
redistribución. En términos del reconocimiento es muy importante su postura sobre
evitar la reificación como reconocimiento sólo otorgado como respuesta a una casilla
identitaria donde típicamente se encapsulan a las víctimas desde el discurso
institucional, al tiempo que ellas también asumen esta postura de adscripción a
identidades fijas para poder acceder a los recursos mínimos que son entregados a
través de los sistemas de administración de poblaciones.

Fraser (2001:8) advierte como este modelo de identidad contiene algunas problemas
acerca de los verdaderos efectos psicológicos del racismo, el sexismo, la colonización,
y de imperialismo cultural. Sin embargo, es deficiente, por lo menos en dos aspectos

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importantes. En primer lugar, se tiende a reificar las identidades de los grupos para
ocultar los ejes transversales de subordinación. Como resultado de ello, a menudo se
reciclan estereotipos sobre los grupos, mientras que se promueve el separatismo y las
formas represivas del comunitarismo. En segundo lugar, el modelo de reconocimiento
por vía de la identidad trata la falta de reconocimiento como un modo de daño
cultural aislado. Como resultado de ello, se oscurece su relación con la mala
distribución.

De esta manera, Foucault y Ranciére puede ser útiles para entender este modo de
reconocimiento que cuestiona Fraser y que a mi modo de ver responde a la relación
derivada del gesto maniqueo de inclusión/exclusión cuando de sujetos históricamente
excluidos se trata. En primer lugar con Foucault se puede observar el gesto inclusivo,
pues este sujeto masificado (las víctimas sobrevivientes), hecho población, sólo
adquiere estatus a través del conjunto de aparatos específicos como tecnologías de
gobierno y del desarrollo de una serie de saberes administrativos derivados de ellos,
que permite que las víctimas sean incluidas como poblaciones a administrar (Foucault,
1979: 195).

El gesto de exclusión se advierte con Ranciére, pues este autor afirma que cuando las
víctimas de una injusticia entran en el tratamiento del daño, generalmente se apela a
nociones como humanidad y derechos; pero la universalidad – como igualdad – no
reside en conceptos invocados de este modo, para poder garantizar dicha igualdad –
en tanto reconocimiento como demostración - hay que preguntarse: qué es lo que
resultad de eso? Es decir, que aparece de su implementación discursiva y práctica
(Ranciére, 2006: 20). En este sentido las víctimas sobrevivientes no son reconocidos
como ciudadanos, no porque no se les reconozca su igualdad al disfrute de derechos
frente a la ley, sino porque no se les reconoce como hablantes, es decir no son
iguales; aquí esta el daño que no se supera por la prestación de servicios
gubernamentales. En otras palabras, el gesto de exclusión aparece porque aún
siendo contados, los víctimas están fuera de cuenta (outcast) (Ranciére, 2006: 21).

En igual sentido Fraser (2001: 9) plantea que en estos escenarios, la interacción


(Estado y grupos sociales excluidos en el proceso de inclusión) se rige por un patrón
institucionalizado de valor cultural que constituye algunas categorías de actores
sociales como normativos y otras como deficientes o inferiores. En cada caso, el
resultado es negar a algunos miembros de la sociedad la condición de asociados de
pleno derecho en la interacción, capaces de participar en pie de igualdad con el resto.
De allí la importancia de destacar la capacidad de agencia de las víctimas en tanto
sujetos políticos; en este sentido Butler (2003: 396) afirma que dado que la agencia
es fundamentalmente una prerrogativa de orden político, el sujeto nunca esta
completamente constituido dado que siempre es sujetado, pero al tiempo es
producido una y otra vez, lo que en esta discusión se puede entender que la víctima
es tanto sujeto de la experiencia de victimización y esteriotipación, como productor de
nuevas subjetividades que transcienden esta experiencia.

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Para finalizar, abordamos la discusión sobre el resarcimiento, desde dos puntos de


vista, la nociones de restauración y retribución de Barkan y la noción de redistribución
de Fraser:

Para el primer caso, Barkan (2006: 3), entiende el resarcimiento en dos sentidos:
restaurativa y retributiva. Lo restaurativo se considera voluntario, en última instancia,
cuando las partes persiguen la reconciliación a través de la negociación. En los dos
últimos decenios. E resarcimiento restaurativo incluye la reparación, la restitución de
bienes materiales y culturales e históricos, la presentación de disculpas como una
forma de expiación. El segundo tipo de compensación es retributiva. En contraste con
la restaurativa, las medidas retributivas son activamente definidas, a menudo por una
parte exterior. Algunos ejemplos de la compensación retributiva incluyen juicios
contra las graves violaciones de los derechos humanos (de Nuremberg a Saddam), los
tribunales internacionales, y el establecimiento de la Corte Penal Internacional.

Mas allá de esta clasificación, Barkan esta defendiendo una apuesta que el denomina
una Neo-ilustración (Barkan, 2000:308). La cual está construida sobre el núcleo de
los derechos liberales evolucionados por los valores culturales y sociales que emergen
de las preferencias tradicionales mas locales. Asume que la tensión entre individuo y
grupo debe abordarse en consideración de ambas dimensiones de derecho sin que
una excluya a la otra. Aquí se rechaza la noción de un sistema moral general de
aplicación global y reconoce en cambio que solamente la voluntariedad local de
resolución puede producir soluciones posibles.

Continuando con Barkan (2000), esta nueva condición, más allá de una nueva teoría
de la justicia se asume como una teoría social de lo moral (Social Moral Theory), que
vincula los valores universales con las realidades sociales. Esta precisión tiene
implicaciones importantes en la corrección de exclusiones y violaciones de derechos;
aquí la restitución reemplaza la presunción universal del estándar de justicia con una
justicia negociada entre las partes en conflicto en contextos específicos.

Si bien es importante valorar esta preocupación por lo diferencial desde esta


propuesta de avanzar lo liberal, lo que Barkan pasa por alto en la dinámica de
reconocimiento de eso otro grupal, local, diferencial es como se consigue el
reconocimiento y en consecuencia que se deriva de el como resarcimiento.

Frente a esta preocupación, Minh-ha (1989), aporta a ese cuestionamiento de la


posibilidad de una respuesta en clave feminista, esta vez en un contexto donde lo
nativo, lo racial como expresión de una otredad siempre marginalizada, subordinada y
excluida intenta posicionarse como lugar de reflexión. Esta autora cuestiona esos
mecanismos instrumentalizados y reduccionistas de reconocimiento a lo local - nativo,
pues siempre suponen que éste esta encausado en los patrones de quien otorga el
reconocimiento; lo que conducirá a que el resarcimiento, sea restaurativo o
retributivo, se plantea bajo una lógica de lo mínimo básico definido por el grupo
hegemónico benevolente que otorga, mas no negocia.

De allí y para concluir, asumo la posición de Fraser (2001: 2) sobre una idea justicia
social ampliada, no reducida a las preguntas por la distribución, sino complementada
con aspectos relacionados con la representación, lo identitario construido no
esteriotipado y la diferencia. La expectativa es logra superar las visiones

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reduccionistas e individualistas del economicismo liberal que han dificultado la


conceptualización de los daños asociados, no sólo a la economía política de la guerra y
la transición, sino los derivados de las jerarquías institucionales y los valores , que
aparecen intangibles en los procesos de posconflicto y que como consecuencia no
conducen a reales modificaciones del régimen de repartición política.

Pero dicho esto, también quiero destacar la advertencia de Fraser (2001: 3) cuando
afirma que a pesar que se esperaría que las luchas por el reconocimiento sirvan para
complementar, complejizar y enriquecer las luchas por una redistribución igualitaria;
lo que aparece es que en el contexto de un ascendente neoliberalismo, estas
demandas están sirviendo para desplazar esto último. En este caso, el reciente
aumento de la cultura política se entrelazada con una trágica pérdida. En lugar de
llegar a una más amplia y más rico paradigma que podría abarcar tanto la
redistribución como el reconocimiento, se ha negociado un paradigma truncado por
otro - un economisismo truncado por un culturalismo en igual sentido - El resultado
sería un caso clásico combinado de desarrollo desigual: los notables avances recientes
en el eje de reconocimiento coincidirían con un progreso estancado, si no
directamente con la pérdida en el eje de la redistribución.

En suma es necesario destacar y reconocer que nos enfrentamos a varias inquietudes


que se advierten entre la instrumentación tecno - jurídica nacional e internacional y
las diversas prácticas de gestión - transición del conflicto como horizontes de
posibilidad de recentrar el reconocimiento y el resarcimiento como elementos claves
de una nueva política. Este contraste entre los aportes teóricos y de la práctica
internacional frente a las demandas de contextualización local y diferencial de la
protección de víctimas de la violencia y la construcción de proyectos posibles de
transición, nos deja las siguientes tensiones fundamentales:

La primera tensión se refiere a la idea de justicia y equidad liberal, la cual supone el


pleno desarrollo de un Estado de Derecho en el sentido moderno de la expresión. Es
tensión se manifiesta cuando la realidad social de las víctimas sobrevivientes de
conflictos armados internos, expresa la ausencia de tal construcción moderna, me
refiero a la del Estado Liberal, en donde el ejercicio de los derechos ciudadanos nunca
se ha configurado como tal, pues muchos de las víctimas de estos conflictos no han
sido considerados y no han sido asumidos como sujetos de derechos. La tensión se
manifiesta de manera concreta en la medida que estos últimos parecieran ser los
únicos verdaderos ciudadanos en tanto que no han sido sujetados - como súbditos - a
ese Estado de Derecho, que al incluir se enfrenta a sus propios límites y termina
excluyendo. Tal vez por ello que una gran cantidad de víctimas deciden segregarse –
des sujetarse - a ese Estado, que sólo atina convertirlos en excepción permanente y
a hacer de su “no lugar político” un campo de administración de lo excepcional.

Una segunda tensión refiere a las prácticas sociales construidas por comunidades
campesinos, etnias y mujeres; para gestionar la violencia, las cuales están cultural y
territorialmente definidas. A ellos y ellas, la violencia y los mecanismos de transición
desde el sentido de la paz liberal, les produce un ingreso intempestivo y abrupto a un
escenario modernizante de lucha por “derechos” individuales – característicos de la
idea de justicia liberal moderna –, en donde tal escenario, los convierte en sujetos
anómicos y les genera múltiples rompimientos en las estructuras colectivas de
solución de conflictos en el nivel tradicional y comunitario. La tensión aparece - y en

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relación a lo anterior - cuando el ingreso a los sistemas de clasificación liberales, los


despoja de su condición de ciudadano, pues pasan de ser autónomos - pues aún
dentro de la guerra cada actor social define alcances diversos de negociación con los
actores armados - a ser sujetos de inclusión/exclusión por el registro; o de
exclusión/inclusión como nuevos pobres o nueva masa de vulnerables; pasan de
nombrarse según lugar de origen, familia y red de compadrazgo, a ser nombrados
como desplazado, víctima, mendigo, informante, miliciano.

La tercera tensión comporta la necesidad de complejizar la relación conflicto –


negociación, pues dentro de los procesos de transición, ambas categorías son
derivables en otras subcategorías que son necesarias de considerar, no sólo por su
especificidad, sino por las implicaciones en la dinámica del posconflicto. Por parte de
las poblaciones afectadas, habría que ver mas allá de la visión victimizante para
aprovechar su capacidad de agencia y de resistencia ante la guerra. Después una
exposición prolongada a la violencia política, debe haber cantidades importantes de
saberes sociales desarrollados. Así, el estado de vació del Estado, debe entenderse
como el espacio en el que estos han desplegado una nueva política subalterna que tal
vez sea depositaria de las claves de negociación que hasta ahora los múltiples
intentos de centralización - homogeneización de la gestión de la violencia no han
logrado procesar. Por el lado de los victimarios, es necesario destacar que el
espectro del victimario, entendido éste como agente violador de derechos, no sólo por
aplicación (el paramilitar, el mercenario o el miliciano), sino por omisión (el Estado
que no protege o que cohonesta) y por financiación (el empresario, el
narcotraficante); el panorama de actores fuente se multiplica, y en esa medida el
escenario de negociación se ha de diversificar.

Después de tantos años de estudios, de producción de tecnologías políticas y de


experiencia de vida cercana y cotidiana de la violencia, queda mucho por deconstruir,
releer y relenguar. Si bien los temas aquí esbozados no alcanzan el nivel de
profundidad que su complejidad amerita, si que queda abierta la agenda de
investigación; en donde se pueda pensar el reconocimiento y el resarcimiento, no por
la manera en que se imagina y representa en las claves neoliberales o
neoilustracionistas , sino por aquello no imaginado ni representado; en donde la
violencia pase de las visiones epidemiológicas - patologizantes, al reconocimiento de
estrategias y espacios sociales de permanente disputa y negociación - no de una
hegemonía nacionalista, sino de la recuperación de la política en los vacíos mismos del
Estado de Derecho - para que al final, con todo y la trasnacionalización de la gestión
del conflicto y del post conflicto, la suma de actores Estatales e internacionales, no
suponga la eliminación de los actores locales, pues la sustracción de la diferencia
grupal - local es a su vez el límite político y conceptual de la sociedad civil
cosmopolita.

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