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Adolfo Gustavo Solá "El Payo" 

Alto erguido, casi siempre vestido de blanco,


caminaba silencioso observando detrás de sus
anteojos oscuros, mientras fumaba un
cigarrillo colocado en una boquilla. Así era la
imagen del Payo Solá, al final de la década de
los años 20.

Fue un músico por excelencia. Pero no era un


músico mano ejecutante dedicado
exclusivamente a un instrumento. El Payo
Solá, puede afirmarse, era un músico
múltiple, puesto que integraba orquestas
tocado la guitarra, el violín, la batería, el
piano, el contrabajo o el bandoneón para el
no había secretos dentro del mundo de las corcheas y semicorcheas.
Por esos años al caer la tarde cruzaba invariablemente la plaza 9 de
Julio dirigiéndose al cine "Güemes", que funcionaba sobre calle
Zuviría. Allí junto al escenario, en la penumbra de las películas mudas,
generalmente tocaba el violín.

Su cabeza de un rubio casi blanco se inclinada sobre el instrumento,


mientras le arrancaba melodías dolientes con el arco que manejaba
con la firmeza y suavidad que exige este instrumento. Cuando callaba
la música en las funciones de verano, escuchábase el zumbido de los
ventiladores, siempre que no se proyectara una película que Carlitos
Chaplin, donde las carcajadas acallaban las notas de la orquesta. Al
terminar su labor en la zona céntrica, pues a veces tocaba en las
confiterías, se encaminaba hacia las afueras de la ciudad.

Hacía los lugares donde comenzaba en las primeras horas de la noche


el baile que terminaba con los primeros cantos del gallo. "El que toca
nunca baila", es una especie de aforismo vernáculo, que pusieron en su
boca los creadores de nuestro folklore actual. En esas jornadas
generalmente tocaba el bandoneón. Eran tiempos en que el tango
gustaba a todo el mundo, y la producción de los compositores porteños
era inagotable y permanente.

A través de gente como él los salteños conocieron los compases y la


melodía de la Cumparsita y otras composiciones que ganaron fama, y
la conservan aún hasta nuestros días. En esas noches era testigo de
muchas cosas, especialmente de las "calavereadas" de personajes que
llegaba a esos lugares poco menos que a hurtadillas. Impasible el Payo
veía todo ello, sin que se le mueva un músculo de la cara. Vio muchas
riñas e incidentes de toda clase, que siempre motivaban la suspensión
de la música y el retiro de la orquesta del palco que ocupaba, para
evitar riesgos a sus integrantes. Su discreción estaba por sobre todas
las curiosidades.

Nunca salieron de sus labios quietos esos hechos que conocía y no


comentaba, como respondiendo a una especie de consigna. Era muy
parco en el hablar, y no se le conocían amigos íntimos. Cuando pasaba
por la calle siempre iba solo, no se detenía a conversar con nadie, y
muy pocos fueron los que lo vieron sonreír alguna vez. Era un hombre
que tomaba la vida en serio hasta en sus más pequeños detalles.

Representaba para muchos la presencia de la música en todas sus


manifestaciones populares, y su nombre se lo ligaba al folklore local,
que contaba con muy escasas composiciones, conociéndose más piezas
musicales de origen boliviano o chileno. Pero fue un guía de los
compositores que le siguieron creando un torrente de zambas,
chacareras y canciones vernáculas, que llenaron definitivamente al
panorama argentino con la música y el verso de nuestro Norte. Muchos
muchachos le miraban pasar, silencioso, fumando su cigarrillo,
semioculto tras sus anteojos ahumados, que le protegían de la luz que
cegaba sus ojos claros de albino. Para esos muchachos era la
encarnación de la música, en esos tiempos en que las manifestaciones
de este tipo, eran un privilegio de quienes sabían tocar algún
instrumento, puesto que no existían radios ni tocadiscos, y los
fonógrafos eran el comienzo de una época que recién balbuceaba las
primeras melodías, desde el surco chillón de los primeros discos de
baquelita.

Solía ir hacia los Valles Calchaquies, meta preferida por muchos


veraneantes de la ciudad, que efectuaban el viaje en "diligencia" por el
camino que corría por el cauce de los ríos para cruzar los cordones
montañosos que separan el Valle de Lerma de los Valles del Calchaco.
El Payo Solá dejó transcurrir su vida entre melodías y se marcho de la
escena en silencio, pensando tal vez en los acordes solemnes de una
marcha fúnebre.

Su recuerdo es algo permanente, puesto que su nombre y su figura,


surgen de una zamba que brota a través del encordado de una
guitarra, que se convierte en pentagrama cuando el cantor le nombra
en su canto.

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