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Seguía caminando como un sordo entre las manos del hombre que me había creado en una especie de imagen

idílica que se combinaba en una especie de somnífero amorfo que nublaba el ambiente de por sí ya muy

confuso; todo se había convertido entonces en una imagen borrosa de lo que pude haber llegado a ser, sobre

todo en aquel lugar tan oscuro, plagado de recuerdos y de sonidos tan mediáticos como aquella figura lánguida

que me observaba desde el peñasco, y me observaba como una madre mira a un hijo partir, pero me causaba

tanto escalofrío en la piel y me desvanecía en sueños que yo mismo recordaba como los días de mi creación

que fueron en verdad unos letargos insoportables y tediosos que yo miraba impávido desde la mente de mi

padre que buscaba ser un dios, para retar a su propio dios, aún a sabiendas de que algún día yo lo retaría como

él había retado al creador de otros que fueron creados en sucesión infinita e improlongada hasta el último que

había de gestarse en la memoria del último que ya se estaba gestando en la mente del que quizá debo de ser el

último de todos, pero que se abstuvo de quedarse solo y siguió creando y desafiando así a los dioses y magos

tan antiguos que habían pecado ya de viejos, pero que sin embargo siempre estaban allá quietos, esperando que

algún día llegase alguien a decirles que por fin había parado la creación absurda que quien sabe donde

comenzó, pero que hoy era una constante interminable; era una especie de sucesión numérica, siempre existía

uno después de sí mismo y así hasta la infinitud, las estrellas lo sabían bien, como bien sabían que ningún

hombre es capaz de tolerar que nunca debió saber su procedencia, sino hasta descubrir primero su existencia;

yo allí en ese campo de roca y granito que por momentos mostraba enormes columnas de basalto que

provocaban los movimientos epirogénicos de la tierra sobre la que me posaba y que me retaba a construir un

propio sujeto, para comprobarme a mí mismo que soy tan capaz de crear como los que están más allá de donde

la mirada alcanza a observar y contemplar que estoy tan solo como al principio, en un mar triste, lleno de

ceniza que flota haciendo una espesa nata de cebo y cansancio de aquellos que estaban ya aburridos de esperar

a una imagen que quizá nunca llegue a existir ni siquiera en sus sueños más profundos, no porque no existiera

el tiempo para esperar a ver ese espejismo, sino porque ellos mismos como yo estaban convencidos de no verlo

aún cuando se posara frente a ellos y les acariciase las manos, su tedio era tan profundo como lo fue y lo sería

hasta el final de los tiempos que no conservaban el más mínimo recuerdo de lo que había de suceder en sus

entrañas calientes y sulfurosas, esas entrañas que estaban limitadas solo por la imaginación del que quisiera

quedarse a mirar como levitaban los escarabajos desde la arena y que terminaban apilados en filas dispuestas

verticalmente sobre la colina más alta que mis ojos alcanzaran a distinguir y que parecía desparramarse por

todos lados, y sin embargo se suspendía de su propio espejismo; todo en este lugar es una imagen falsa de lo
que lo más falso puede llegar a ser y a difuminar la verdad hasta convertirla en retazos inválidos de una mentira

más que se cocinaba entre las verdades de aquellos que quisieran saberlo y las mentiras de quienes ya lo sabían

y que aún conservaban el recuerdo conciente de que si alguna vez consiguieran una concesión de su realidad,

no pedirían más que saber la causa por la cual estaban allí, esperando una señal que se había cansado de

recorrer todos los días la misma ruta hasta que una tarde decidió sentarse al pie de un enorme guijarro en una

de las tantas islas que conformaban el enorme universo que era tan infinito como lo era el tiempo y que a la vez

se podía condensar en una simple cabeza de alfiler; por cierto que el mar se había llenado de espinas de peces y

de caparazones de crustáceos que yo mismo recogía para lanzarlos más allá de donde se encontraba la choza en

que llegué a vivir, solo para ver como se materializaban en miles de colores alucinantes que después de un rato

me sedaban y terminaba por conformarme con el silencio que causaba el crujir infinito de tantos huesitos y de

mis propios pensamientos descompuestos y reconstruidos en una especie de laberinto tan complejo como el que

se creó en las paredes del cerco de piedra que me limitaba a no ver el sol sino hasta que era más impiadoso y

quemante que me empujaba a quedarme bajo la sombra hasta que las estrellas salían y se instalaban en el cielo

de mi patio y el de todo el lugar y más allá de donde ellas podían existir, hasta convertirse en una luciérnaga

que bajaba poco a poco hasta tocar el suelo y llevarse con ella una parte de lo que hubiese podido construir en

las madrugadas calientes en las que creaba encuentros con los guardianes del paraíso de los muertos que

reinaban sobre enormes campos de flores y que me decían que el lugar estaba vacío porque alguien olvidó crear

a esos hombres y habían preferido, como yo, dedicarse a esperar que se dignara alguien a construir algún

inquilino que desease habitar en ese paraíso de la nada, en esos campos de arcilla y polvo sepulcral que se

levantaba en densas cortinas que alguna vez habían pretendido ser una imitación fiel de lo que serían los

campos de flores de los difuntos sobre los que reinaban los hombres de la imaginación de los hombres dentro

de mi imaginación que se han vuelto tan viejos como yo y sin embargo conservan la triste ilusión de conocer

algún día el lugar en el que se les designaría descanso; como si no bastara el saber que el descanso eterno cansa

más que el trabajo de toda la vida, pero lo peor era que si no sabías si acaso tenías vida como demonios te

atreverías a hacer algo; por eso a veces creo que mi padre ocupó su tiempo para crearme y dedicarse a una

labor y yo que ya hice lo mismo ahora pienso lo que ha de estar haciendo el hombre que fue mi creación, me

cuestiono si acaso el piensa lo mismo que yo, o si acaso el pensamiento que yo tengo es un revoltijo del

pensamiento de él junto al mío y viceversa o quizá peor sería que esto que estoy pensando no lo siento yo, sino

es el sentimiento de otros que dudan tanto como yo y se preguntan exactamente lo mismo, porque existir tantos
años así es peor que no existir y tanto igual a no vivir y si vivir es una ilusión vanal, entonces que tan vana es

mi situación y mi miedo a concederme alguna respuesta que no sea la de la triste costumbre de no escapar

porque no se conoce nada más lejos de lo que se ha conocido; ahora lo confieso, tengo miedo, le temo a todo lo

que he creado y quien me haya creado, porque verlo desde su mano y sentirlo desde el peñasco enfriando mis

huesos es peor que todo lo que habría de sentir jamás en todo el infinito sartal de confusas especulaciones de

mis sentimientos; que si el amor es ácido, que si el odio es simple, que si temer se siente como un vacío en las

entrañas, que si la felicidad es tan dura como una piedra y que la verdad es una puta vestida para la ocasión,

todo me ha dado miedo: lo confieso, a veces me siento solo y otras tantas veces me siento tonto y otras veces

más me siento encerrado en una enorme cavidad que se prolonga hasta el tórax de los insectos brillantes que se

esconden bajo las sabanas donde duermo y que me hacen fantasear y estallar de felicidad y entonces notar que

estoy herido y notar que yo quizá no existo, porque me repito sobre las rocas deglutidas entre los gigantes de

las nubes que de vez en cuando pasan para hacerme notar que estoy soñando y que no hay tales gigantes,

porque el único gigante que existe en mi isla soy yo soy yo ese gigante que apenas alcanza los quince palmos

de altura, soy yo ese gigante que emite sonidos metálicos que brotan de su garganta cavernosa y que por

momentos comienza a fundirse con el aire espeso que flota por ahí, ese aire lleno de lamentos, ese aire que

acarrea el silencio, el aire tan profundo, ese que se posa en mi mano y que me lanzó con mi balsa tan lejos

como pudo; yo me fundo y entonces creo encontrar lo que buscaba, ese aire que me lleva donde los demás

están esperando a que llegue alguien a comentarles que su hijo está bien, que él ha visto como los hombres han

sido felices, como les ha llegado el sabor simple a la boca y que dentro de poco ellos podrán viajar como lo

hago yo ahora, livianos, dentro de una imagen que se aleja en la distancia del horizonte gris y triste de este

mundo tan egoísta y miserable que se comporta tan franco que a veces me dan ganas de crear otra vez como me

crearon y ser yo quien comience de nuevo esa terrible sucesión numérica infinita que hasta el día de hoy no sé

si se culmina o si acaso todavía sigue avanzando hasta limites exasperantes como aquel juego que inventé con

piedritas cuando niño para olvidar que no podía cambiar yo solo lo que estaba sucediendo, porque en realidad

no sucedía nada. Mientras yo me fundo con el aire y desaparezco entre mis sueños y estoy todavía allí en los

campos desérticos de las islas, pero mi mente se ha ido ya lejos, tanto que ni siquiera yo mismo sé donde me

encuentro porque ya no me veo dentro de mi realidad azorante, más bien me veo dentro de una alucinación,

porque todo sigue allí; el mar triste, el basalto, la arena, las estrellas, las piedritas con las que sigo jugando, las

islas en las que siguen existiendo los hombres inventados por hombres, las pilas de cangrejos que siguen
levitándose y más lejos de lo que yo mismo puedo entender la franca hipótesis de una existencia sin razón que

me fue conferida sin pedirlo y que yo mismo repetí con el hijo que ahora vive lejos de mis más profundas

especulaciones y que quizá ahora mismo devisa las nubes como lo hago yo en busca de que algún día podamos

volver donde el inicio para comenzar mejor y no dejarnos arrastrar por el aire despiadado y lleno de mierda que

nos ha llevado donde ha querido sin pedir permiso a la razón y que ahora mismo se avecina como queriendo

borrarme la existencia de una vez por todas.

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