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PERSPECTIVAS HISTÓRICAS Y TEÓRICAS

EN POLÍTICA Y PLANIFICACIÓN LINGÜÍSTICA

Thomas Ricento
Universidad de Texas, San Antonio

INTRODUCCIÓN

En este artículo me propongo examinar la evolución de la política y planificación lingüística (PPL)


como un área de investigación cuyos inicios se remontan a la Segunda Guerra Mundial
aproximadamente. Consideraré los importantes desarrollos de las diferentes áreas de las ciencias
sociales y humanas que han influenciado y contribuido a moldear los tipos de preguntas, métodos,
resultados y controversias que han animado los estudios de política lingüística.
Analizando la literatura de la PPL, se encuentran tres tipos de factores que han sido
decisivos en la configuración del campo, es decir, que han tenido influencias sobre los tipos de
interrogantes, las metodologías adoptadas y los objetivos perseguidos. Los reúno en tres grupos: 1.
el macro sociopolítico, 2. el epistemológico, 3. el estratégico. El macro sociopolítico se refiere a los
eventos y procesos que se obtienen en el nivel nacional o supranacional, tales como la formación (o
desintegración) de estados, las guerras, las migraciones, la globalización del capital y las
comunicaciones, y similares. Los factores epistemológicos están vinculados con los paradigmas de
conocimiento e investigación, tales como el estructuralismo y el posmodernismo en las ciencias
sociales y humanas, la teoría de la elección racional y el neo-marxismo en ciencias económicas y
políticas. Los factores estratégicos remiten a los fines hacia los cuales la investigación es
conducida: son los motivos explícitos o implícitos por los cuales los investigadores emprenden
investigaciones particulares. Ejemplos de tales propósitos podrían incluir: revelar las fuentes de la
desigualdad socioeconómica estructural, demostrar los costos o beneficios económicos de
determinadas políticas lingüísticas, o justificar la implementación de una lengua en particular en
las políticas de educación. No comparto la idea de que las investigaciones no estén conectadas con
propósitos estratégicos y coincido con Cibulka (1995: 118) en que “la línea entre la investigación
política y el argumento político es muy delgada”. Estos factores nos sirven como dispositivos
heurísticos que permiten reconstruir la historia intelectual de la PPL. Como en toda reconstrucción
de historia intelectual, habrá desacuerdos entre categorías y líneas de tiempo y en la importancia
relativa de las variables. Es claro que hay una interacción entre estas tres aproximaciones y la
continuidad de temas en estas tres “etapas” del desarrollo de la PPL. En lo que sigue, identificaré
algunos de los factores macro sociopolíticos, epistemológicos y estratégicos más sobresalientes que
han influenciado las investigaciones de PPL, que comenzaron en el período posterior a la Segunda
Guerra Mundial y que continúan en la actualidad. Reconozco que los eventos y las ideas que
describiré tienen, por lo general, antecedentes que se extienden en el pasado y, en algunos casos,
por algunos siglos; cuando sea apropiado, estos vínculos serán mencionados. Concluiré con algunos
pensamientos sobre posibles direcciones de futuras investigaciones. La discusión ofrecida posee la
intención de ser ilustrativa más que inclusiva.

1. PRIMEROS TRABAJOS: DESCOLONIZACIÓN, ESTRUCTURALISMO Y PRAGMATISMO

Los tres elementos centrales en esta primera etapa en el trabajo de PPL son: 1. la descolonización y
la formación de estados (macro sociopolítico), 2. el predominio del estructuralismo en las ciencias
sociales (epistemológico), y 3. la creencia persuasiva, por lo menos en el Occidente, de que los
problemas del lenguaje se podrían resolver a través de la planificación, especialmente, dentro del
sector público (estratégico).

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La confluencia de varios factores contribuyó al desarrollo de la PPL como un campo
identificable al comienzo de los ’60. La pericia de los lingüistas se había demostrado en varias
partes del mundo a través de la confección de gramáticas, sistemas de escrituras y diccionarios de
lenguas indígenas. La planificación del corpus (creación de sistemas de escritura, estandarización,
modernización) presentaba desafíos teóricos y prácticos al campo. Especialistas entrenados en la
lingüística estructural con intereses en tipologías lingüísticas y sociolingüística (en particular
problemas de dominio y función, que condujeron al desarrollo de modelos de planificación
lingüística) se dieron cuenta del gran potencial que existía, lo que permitiría el avance de la teoría
lingüística y de la exploración de las relaciones lengua-sociedad a partir de nuevas maneras.
Fishman explicó estas posibilidades de una forma bastante explícita:

Precisamente porque el desarrollo de las naciones está en una fase temprana en su desarrollo… los problemas y
procesos de la construcción nacional son más evidentes en esas naciones y sus transformaciones, más
discernibles para el investigador. Como resultado, el desarrollo de las naciones (nuevas naciones) se ha
convertido en un gran interés para aquellos sociolingüistas que se han interesado en las transformaciones de la
identidad grupal en general así como para aquellos interesados en el impacto social (gubernamental y otros) en
el comportamiento lingüístico y en el lenguaje en sí mismo. (Fishman 1968a: 6)

Fishman pensó que las naciones en desarrollo eran “lugares indispensables y verdaderamente
intrigantes para el trabajo de campo de un nuevo tipo genuino de sociolingüistas” (1968a: 11)
Dadas las necesidades percibidas de estas “nuevas naciones”, gran parte de estos tempranos
trabajos se centraron en tipologías y enfoques sobre planificación lingüística. El modelo de
planificación lingüística de Einar Haugen (1966) y la tipología de multilingüismo de Heinz Kloss
tuvieron una gran influencia en este período. Investigaciones representativas se pueden encontrar
en Fishman, Ferguson and Das Gupta (1968) y Rubien y Jernudd (1971). El foco en la
planificación sobre el estatus se centró en la selección de una lengua nacional para propósitos de
modernización y construcción nacional. Una mirada consensuada, por lo menos entre los
sociolingüistas occidentales, era que una lengua europea mayor (por lo general, el inglés o el
francés) debía ser usada para dominios formales y especializados, mientras que las lenguas locales
(indígenas) podrían tener otras funciones. Esta solución –diglosia estable- era evidente en la
mayoría de los estados africanos ya establecidos (y en otras partes) y se consideró que se debería
probar, también, en las nuevas naciones africanas. Una visión mayoritaria entre los sociolingüistas
occidentales- occidentalizados de este período era que la diversidad lingüística presentaba
obstáculos para el desarrollo nacional, mientras que la homogeneidad de las naciones se asociaba
con la modernización y occidentalización. Fishman (1968b: 61) se preguntó retóricamente si era
posible “que el considerable nivel de homogeneidad lingüística (y cultural) hubiera facilitado la
“occidentalización” del Occidente”. La fórmula aproximada para una construcción nacional exitosa
implicaba la unidad cultural/étnica dentro de fronteras geográficamente definidas (Estado) y una
identidad lingüística común entre los ciudadanos de una polis. Además, solo las lenguas
“desarrolladas” (o aquellas que fueran capaces de desarrollarse) eran las adecuadas para cumplir
con el rol de lengua “nacional”; las lenguas desarrolladas tenían escritura, estaban estandarizadas
y se adaptaban a las demandas de los desarrollos tecnológicos y sociales. En otras palabras, el ideal
de una nación/una lengua nacional (estándar), difundido en los trabajos de von Humboldt (en
particular en On the National Character of Languages) en los comienzos de 1820 en Europa, pero
que continúa observándose en la actualidad, era el modelo que tenía influencias –en algunos casos
implícitas– sobre la planificación lingüística en los estados descolonizados de África, Asia y el
Medio Oriente.
En general, esta visión era considerada por sus seguidores como no política (al menos no en
el sentido partidario), técnica, orientada hacia la resolución de problemas, y pragmática en sus
objetivos. Fishman, comentando sobre los objetivos de la planificación lingüística en relación con

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las “nuevas naciones” (como opuestas a las “viejas naciones desarrolladas” con grandes
tradiciones), reveló una visión mayoritariamente compartida:

Los problemas lingüísticos de las “nuevas naciones” fragmentadas étnicamente presenta un énfasis relativo en la
integración política y en una construcción nacional eficiente del que dependen inicialmente. La selección de la
lengua es un problema reciente desde que la lingüística ligada a la modernidad tecnológica y política es por lo
general no ambigua. Los problemas de desarrollo, codificación y aceptación de una lengua son también mínimos
mientras estos procesos sean vistos como procedentes justificadamente y principalmente de los “países
metropolitanos…”. Aunque alguna atención deba prestarse a las demandas pedagógicas de la alfabetización
inicial (o alfabetización de transición) de los jóvenes… la mejor parte del esfuerzo en la alfabetización y en los
recursos está colocada en la difusión de la lengua occidental adoptada para la política actual y… la integración
sociocultural. (Fishman 1968c: 492)

Fishman (1968c: 494) creía que los problemas de lengua de las “viejas naciones desarrolladas”
diferían de los de las nuevas naciones, principalmente, porque las viejas naciones tenían
tradiciones de alfabetización y, por lo tanto, la tarea de los planificadores lingüísticos era
modernizar las clásicas lenguas estandarizadas para “hacer frente a las tecnologías y
procedimientos occidentales y para apresurar la alfabetización y participación general.” Si los
ciudadanos podían hablar la misma lengua modernizada, se sostenía, tanto la unidad (por virtud de
tener una lengua nacional) como el desarrollo económico, explicado por la tecnología, el
financiamiento y la pericia occidental, eran más factibles. En manera interesante, Fishman creía
que sería más eficiente importar una lengua occidental in toto, si era posible, para facilitar el
proceso de modernización, pero que una posición de compromiso era modernizar la lengua
tradicional, algo destinado a ser resistido por los guardianes de la tradición clásica. A los países
que no se ajustaban a ninguna de las dos categorías, los llamados tipos intermedios (por ejemplo,
India y Pakistán), se los consideraba como aquellos que presentaban los mayores desafíos para los
planificadores, porque ninguna lengua nacional indígena ni un bilingüismo diglósico estable
parecían ser viables. Esta última predicción ha resultado tener alguna validez; sin embargo, esta
categorización tripartita de las naciones encubre una amplia gama de creencias y actitudes sobre el
desarrollo nacional (especialmente las formas en las que el desarrollo ha servido a los intereses
económicos occidentales) y el rol de las lenguas en este desarrollo, que no será explorado de
manera sistemática por muchas décadas. Mientras los lingüistas teóricos clamaban que todas las
lenguas eran creadas de manera similar, varios sociolingüistas y analistas políticos concebían
taxonomías lingüísticas de acuerdo a la relativa conveniencia de las lenguas en el desarrollo
nacional (por ejemplo, ver Kloss 1968), facilitando, de esta manera, el dominio continuo (o la
dominación) de las lenguas coloniales europeas en las áreas de educación, economía y tecnología
en los países en desarrollo, una situación que persiste hasta nuestros días.
Para resumir, la literatura especializada en este temprano período de los estudios de política
y planificación lingüística pueden caracterizarse de la siguiente manera (cuento con un análisis de
numerosos volúmenes contemporáneos editados –especialmente Fishman, Ferguson y Das Gupta
1968; Rubien y Jernudd 1971–, monografías (Haugen 1966), así como también algunas
discusiones críticas recientes de Tollefson 1991 y Pennycook 1994):

1. Los objetivos de la planificación lingüística estaban asociados frecuentemente al deseo de unificación


(de una región, una nación, un grupo religioso, un grupo político, u otros tipos de grupo), un deseo de
modernización, un deseo de eficiencia, o un deseo de democratización (Rubien 1971: 307-310).
2. La lengua era caracterizada como un recurso de valor y, como tal, estaba sujeta a la planificación
(Jernudd y Das Gupta 1971: 211).
3. La planificación sobre el corpus y la planificación sobre el estatus eran vistas como actividades
más o menos separadas e ideológicamente neutrales (aunque no sin complicaciones).
4. Las lenguas eran abstraídas de sus contextos sociohistóricos y ecológicos (ahistóricas y
sincrónicas)
3
Debe notarse que muchos investigadores de PPL durante este período, tales como Rubien,
Jernudd, Fishman y otros, eran concientes de los problemas inherentes a la planificación
lingüística y eran a veces críticos de sus contemporáneos. Por ejemplo, Jernudd y Das Gupta
(1971) se distanciaban de Tauli (1968), quien desaprobaba lenguas existentes y la irracionalidad
de los modelos de surgimiento, clamando que “nuestra (Jernudd y Das Gupta) definición de la
planificación lingüística excluye buscar un “significado” lingüístico universal para lograr
“resultados” como “claridad”, “economía”, “forma estética” y “elasticidad” (Tauli 1968: 30-42;
citado en Jernudd y Das Gupta 1971: 199). Jernudd y Das Gupta también criticaron los tres
criterios de Haugen (1966) involucrados en las decisiones lingüísticas, denominados “eficiencia”,
“suficiencia” y “aceptación”, en ausencia de valoraciones explícitas de estos términos. La base de
estas y críticas similares, sin embargo, eran más técnicas que esenciales, y especialmente se
relacionaban con la implementación y la toma de decisión; de esta manera se evitaban temas más
complejos y fundamentales concernientes a la elección de la lengua, identidades individuales y
grupales, y las estructuras y jerarquías socioeconómicas de la desigualdad.

2. LA SEGUNDA ETAPA: FRACASO DE LA MODERNIZACIÓN, SOCIOLINGÜÍSTICA CRÍTICA Y ACCESO

La segunda fase en las investigaciones de PPL, aproximadamente desde los inicios de los ‘70 hasta
fines de los ‘80, continuó algunos de los temas de la primera etapa, con algunos nuevos desarrollos
importantes también. Algunos han usado el término neo-colonial para caracterizar las estructuras
socioeconómicas y políticas que se convirtieron en dominantes en el mundo en desarrollo. En vez
de un floreciente “despegue” democrático o económico, para usar los términos de Walter Rostow
(1963) de sus etapas de modernización y desarrollo nacional (que se habían convertido en
evangelio en la década de 1970), nuevos estados independientes se encontraron de alguna manera
más dependientes de sus anteriores amos coloniales de lo que habían sido durante la era colonial.
La jerarquización y la estratificación de la población eran temas identificados por los especialistas
como dignos de investigación; el rol de la(s) lengua(s) y la(s) cultura(s) en este proceso ha sido
bien documentado (por ejemplo, Phillipson 1992; Said 1993; Pennycook 1994). Haciendo frente a
esta realidad, algunos planificadores lingüísticos (especialmente académicos) formularon
respuestas. Por ejemplo, Cobarrubias (1983b: 41) afirmó que “ciertas tareas de los planificadores
lingüísticos, los productores de políticas lingüísticas, educadores, legisladores y otros involucrados
en el cambio del estatus de la lengua o de la variedad lingüística no son filosóficamente neutrales”.
Fishman (1983: 382), en un modo defensivo, señaló que algunos lingüistas “todavía ven la
planificación lingüística como inmoral, no profesional y/o imposible”. Hubo una creciente
conciencia entre los especialistas que los tempranos intentos de la planificación lingüística,
incluyendo los modelos propuestos por Haugen (1966) y Ferguson (1966), eran inadecuados,
puramente desde una perspectiva descriptiva (ver Shiffman 1996 para un análisis retrospectivo).
En efecto, Haugen admitió que inclusive la visión revisada del modelo original que él presentó “no
asciende a una teoría de planificación lingüística” (citado en Cobarrubias 1983a: 5). Hubo una
gran cantidad de factores que condujo a que el campo reconsiderara dónde estaba y para dónde se
dirigía. El fracaso de las políticas de modernización en el mundo en desarrollo era claramente un
factor (aunque Tollefson 1991: 28, 29 afirma que estos fracasos pueden haber servido para proteger
y preservar los intereses económicos dominantes). En tanto se consideraba la teoría de
planificación lingüística como una rama de la gestión de recursos, ella estaba destinada al fracaso
(este punto está desplegado en Kaplan y Baldauf 1997), dada la complejidad de la tarea, las
innumerables e incontrolables variables involucradas, la dificultad de evaluar la efectividad de las
políticas y la imposibilidad virtual de una sociedad de ingeniería en naciones con historias
coloniales largas y complejas.

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Desarrollos en lingüística y en las ciencias sociales relacionadas, que comenzaron en la
década de 1960 y obtuvieron prominencia en los ’80, también tuvieron un impacto en el
pensamiento y las problemáticas especializadas de las investigaciones en PPL (ver Hymes
1996/1975 para una discusión). Entre los desarrollos importantes estaba el desafío continuo de los
lingüistas autónomos como un paradigma viable para la investigación en la adquisición, uso y
alternancia de lengua, con relevancia directa para el desarrollo de modelos de política y
planificación lingüística. Las nociones anteriormente estimadas, tales como “hablante nativo”,
“lengua materna” y “competencia lingüística”, fueron cuestionadas, problematizadas (Fasold
1992) y hasta abandonadas (ver, por ejemplo, The Native Speaker is Dead, Paikeday 1985). Todo
esto tuvo importantes implicaciones para los estudios de política y planificación lingüística. La
noción de la lengua como entidad discreta y finita definida por gramáticas estándar fue
caracterizada por varios especialistas como una función de los métodos y valores de la lingüística
positiva (por ejemplo Harris 1981; Le Pague 1985; Sankoff 1988; Mühlhäusler 1990, 1996; Fettes
1997). La importación de una noción occidental de lengua más amplia en los estudios de políticas
lingüísticas contribuyó a perpetuar una serie de actitudes que se convirtieron en ideológicas
(Pennycook 1994). Inclusive el concepto sociolingüístico de diglosia aparentemente neutro ha sido
criticado (Woolard & Schieffelin 1994: 69) como “naturalización ideológica de medidas
sociolingüisticas”, perpetuando desigualdades lingüísticas (y, por ende, sociales). Pennycook
(1994:29) considera a la lengua como “localizada en acciones sociales y a lo que llamamos una
lengua no es un sistema dado sino una voluntad de la comunidad”. Lingüistas autónomos, afirma
Pennycook, mientras claman por una descripción neutral, en realidad abrazan una posición
prescriptiva que Harris (1981) rastrea hasta la Europa pos-renacentista y que refleja la psicología
política del nacionalismo y un sistema de educación dedicado a estandarizar el comportamiento
lingüístico de los alumnos (citado en Pennycook 1994: 29). Mühlhäusler (1990, 1996) describe el
rol que este prescriptivismo ha jugado en lugares como Papua Nueva Guinea, en donde nociones
locales de lengua (por ejemplo, donde una lengua termina, otra empieza) contrastan marcadamente
con las miradas impuestas por antropólogos y lingüistas (ver Siegel 1997 para una crítica de
Mühlhäusler 1996). Como Crowley (1990: 48) afirma, “en vez de registrar una lengua unitaria, [los
lingüistas] estaban contribuyendo a formar una.”
Esta crítica a la lingüística se juntó con un análisis crítico más amplio de las posturas en
investigación de la planificación lingüística y de políticas lingüísticas por todo el mundo en
desarrollo y el mundo desarrollado (por ejemplo Humes 1975/1976; Wolfson y Manes 1985;
Tollefson 1986, 1991; Luke, McHoul y Mey 1990; entro otros). Mientras muchos especialistas en
el período temprano estaban preocupados por la planificación del estatus y temas relacionados con
la estandarización, creación de sistemas de escritura y modernización, durante la segunda etapa
varios especialistas se centraron en los efectos sociales, económicos y políticos de las lenguas en
contacto. Los trabajos de Wolfson y Manes (1985: ix), por ejemplo, se ocupaban de las formas en
las que “el habla refleja e influencia la desigualdad social, económica y política.” En vez de
estudiar a las lenguas como entidades con distribuciones y funciones sociales definidas (con
algunas lenguas designadas como más apropiadas que otras para algunas funciones de alto estatus),
los sociolingüistas se centraron en el estatus y las relaciones de las comunidades de habla en
contextos definidos. En este enfoque, las conexiones entre las actitudes de la comunidad y las
políticas lingüísticas fueron analizadas para explicar por qué una lengua x tenía un estatus
particular –Alto o Bajo–, y las consecuencias de este estatus para los individuos y las comunidades.
En resumen, el estatus (y utilidad) de una lengua x, así también como su viabilidad en el corto o
largo plazo, fue correlacionada con el estatus social y económico de sus hablantes, y no sólo con el
número de hablantes o conveniencia para la modernización. La supuesta neutralidad de la diglosia
estable como un medio para el desarrollo nacional y la modernización fue puesta en cuestión; las
desigualdades históricas y los conflictos no disminuyeron con la selección de una lengua indígena
para las funciones de la variedad baja, y la designación de lenguas europeas para las funciones
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altas tendieron a perpetuar las asimetrías socioeconómicas basadas en la educación, acceso
controlado socialmente por los grupos dominantes (desde el interior), e influenciados por los
intereses económicos regionales y globales (desde el exterior).
Podríamos caracterizar la segunda etapa de trabajo en PPL como un período en el que hubo
una conciencia creciente de los efectos negativos –y las limitaciones inherentes- de la teoría y los
modelos de planificación y una comprensión de que los conceptos sociolingüísticos, tales como
diglosia, bilingüismo y multilingüismo, eran conceptualmente complejos e ideológicamente
cargados y no podían fácilmente ajustarse a las taxonomías descriptivas existentes. La elección de
las lenguas europeas como “medio natural” para ayudar al desarrollo nacional tendía a favorecer
los intereses económicos de los países metropolitanos, frecuentemente con efectos negativos para
los intereses económicos, sociales y políticos de los hablantes de lenguas minoritarias marginadas.
El privilegio de ciertas lenguas y variedades en la planificación de la lengua nacional tuvo el efecto
de limitar la utilidad y, por ello, la influencia de miles de lenguas indígenas y de sus hablantes en
la (re)construcción nacional. Además, se evidenció que la elección de la lengua no podía ser
manipulada para ajustarse a los modelos “iluminados” de la modernidad; el comportamiento
lingüístico era un comportamiento social, motivado e influenciado por actitudes y creencias de los
hablantes y de las comunidades de habla, así también como por las fuerzas macro económicas y
políticas.

3. LA TERCERA ETAPA: EL NUEVO ORDEN MUNDIAL, POSMODERNISMO, DERECHOS HUMANOS LINGÜÍSTICOS

El tercer período de las investigaciones de política lingüística, aproximadamente desde mediados


de 1980 hasta el presente, está todavía en su etapa de formación, y es, por lo tanto, difícil de
caracterizar. Sin embargo, varios temas y cuestiones muy importantes han sido establecidos en la
literatura.
Los eventos globales dominantes durante este período incluyen las migraciones masivas de
población, la re-emergencia de las identidades étnicas nacionales (y sus lenguas) que coincide con
la caída de la Unión Soviética y la repatriación de antiguas colonias, como Hong Kong, junto con
los movimientos antagónicos para forjar nuevas coaliciones regionales, tales como la Unión
Europea, en donde las lenguas locales y regionales deben competir con las lenguas
supranacionales, como el inglés, el francés o el alemán (en el caso de Europa). Actuando junto con
los cambios geográficos y políticos, están las fuerzas asociadas a la globalización del capitalismo,
tal como la dominación de los medios por un puñado de multinacionales (Said 1993). Algunos
especialistas encuentran que esta centralización en el control y la diseminación de la cultura
mundial es una gran amenaza a la independencia como fue el colonialismo:

La amenaza a la independencia a fines del siglo veinte por la nueva tecnología podría ser mayor de la que fue el
colonialismo. Estamos comenzando a aprender que la descolonización y el crecimiento del supra-nacionalismo
no fueron el final de las relaciones imperiales sino simplemente la extensión de la red geo-política que ha sido
tejida desde el Renacimiento. Los nuevos medios tienen el poder de penetrar más profundamente en la cultura
“receptora” que cualquier otra manifestación previa de la tecnología occidental. Los resultados podrían hacer
inmensos estragos, una intensificación de las contradicciones sociales dentro de las actuales sociedades en
desarrollo. (Smith 1980: 176, citado en Said 1993: 291-292)

Estos desarrollos –disolución de la Unión Soviética, evolución de identidades nacionales (y


supranacionales) en Europa occidental y oriental, penetración de la cultura y la tecnología
occidental, especialmente de Estados Unidos, en el mundo en desarrollo– han tenido
consecuencias en el estatus (y en algunos casos, se ha afirmado, en la viabilidad) de las lenguas.
Un área en PPL que ha recibido una particular atención es la desaparición de lenguas,
especialmente entre las llamadas lenguas “menores” (Hale et al. 1992; Krauss 1992). De las 6000
lenguas aproximadas que se hablan hoy, el 95 por ciento de la población mundial habla 100

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lenguas, y el 5 por ciento habla las miles de lenguas restantes (citado en Mühlhäusler 1996: 272).
En Alaska y el Norte Soviético, alrededor de 45 de las 50 lenguas indígenas (90%) están muriendo;
en Australia, alrededor del 90 por ciento de las lenguas aborígenes todavía habladas están
muriendo (Krauss 1992: 5). En los Estados Unidos, Krauss (1998: 11) informa que solo 20 (13%)
de las 155 lenguas nativas existentes son habladas por todas las generaciones incluyendo a los
niños. Los partidarios de la conservación de las lenguas establecen paralelos entre la biodiversidad
y la diversidad cultural/lingüística, con la suposición que “la diversidad cultural puede acrecentar
la biodiversidad y viceversa” (Harmon 1996; Maffi 1996). Críticas a estas perspectivas argumentan
que la mayoría de las lenguas (y las especies de animales y de plantas) que alguna vez han existido
se extinguieron; en síntesis, las críticas afirman que la evolución cultural (incluyendo la
lingüística) es un fenómeno humano “natural”, influenciado por los efectos de contacto, conquista,
enfermedades y desarrollos tecnológicos. Ladefoged (1992: 810) encuentra “paternalista que los
lingüistas asuman que ellos conocen qué es mejor para la comunidad” (ver Dorian 1993 como
respuesta crítica a la posición de Ladefoged). Sin embargo, la dicotomía “beneficios de la
diversidad bio/lingüística” versus “la desaparición de las lenguas es natural” es vista como
reduccionista por muchos críticos y teóricos posmodernistas, pero por diferentes razones. Los
especialistas críticos, como Robert Phillipson, examinan los lazos entre la imposición de lenguas
imperiales y el destino de lenguas y culturas indígenas alrededor del mundo. Phillipson (1997:
239) evoca el término “imperialismo lingüístico” como una “abreviatura de una multiplicidad de
actividades, ideologías y relaciones estructurales… dentro de una estructura engloba relaciones
asimétricas entre el norte y el sur, donde la lengua se traba con otras dimensiones, cultural…
económica y política.” En su análisis, la lengua se convierte en un vector y el medio por el cual una
división desigual de poder y de recursos entre los grupos se propaga (“lingüicidio”: este término
fue por primera vez acuñado por Skutnabb-Kangas 1986), frustrando el progreso social y
económico para aquellos que no aprenden la lengua de la modernidad –el inglés– en las antiguas
colonias británicas y americanas. Una de las consecuencias de este proceso es la marginación y
finalmente la desaparición de miles de lenguas indígenas. Además de la marginación indirecta de
lenguas a través de la economía estructural y los medios ideológicos, métodos más directos se han
adoptado para suprimir por medio de la legislación ciertas lenguas en la educación y en la vida
pública (por ejemplo el catalán, la lengua kurda, las lenguas amerindias, para nombrar algunas
pocas). La cura para el “lingüicidio” y el genocidio lingüístico, en este análisis, involucra una
activa respuesta política y moral, especialmente la promoción –y aprobación– de los derechos
humanos lingüísticos por los estados y los organismos internacionales como principios universales.
A pesar de que algunos estatutos y documentos existentes protegen los derechos culturales y
sociales, Phillipson (1992: 95) concluye que “las declaraciones internacionales o ´universales´
existentes no son de ninguna manera adecuadas para apoyar las lenguas dominadas”. Críticas al
trabajo de Phillipson han provenido de dos direcciones. Algunos han discutido que en su modelo
falta evidencia empírica (por ejemplo Conrad 1996; Davies 1996). Otros, la mayoría simpatizantes
de muchas de las ideas de Phillipson, han sostenido, sin embargo, que su modelo es demasiado
determinante y monolítico en sus suposiciones y conclusiones. Estos especialistas, frecuentemente
asociados a posiciones teóricas posmodernistas, han ofrecido descripciones históricas y
contextualizadas más matizadas de los eventos y las prácticas en, por ejemplo, India, Malasia y
Singapur (Pennycook 1994), y Jaffna, Sri Kanka (Canagarajah 1999). Pennycook distingue entre el
“poder estructural” del inglés y los “efectos discursivos” del inglés; el último enfoque revela los
“modos en que las ideologías relacionadas al inglés son impuestas, recibidas o apropiadas por los
usuarios del inglés en el mundo”. En este enfoque las relaciones entre las políticas lingüísticas y
las ideologías del poder son complejas; diferentes medios de alcanzar los mismos objetivos (por
ejemplo, el control económico de intereses imperiales) pueden resultar en el mantenimiento o en la
restricción de lenguas indígenas, con consecuencias no previstas por los planificadores.
Canagarajah usa una metodología discursiva analítica para localizar el uso de la lengua –elección
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de código y léxico–para explicar los modos sutiles en que las comunidades periféricas han
negociado la ideología potencial del inglés en Jaffna, Sri Kanka. En este enfoque, el lugar de
análisis es la acción individual, y no las fuerzas ideológicas impersonales.
El rol de la ideología en las políticas lingüísticas ha sido investigado en dominios más
específicos también, sea por el contexto (escuelas, lugar de trabajo, tribunales) o tópicos
(educación, discriminación en ascenso, metodología de la investigación). James Tollefson (1989,
1991), influenciado por las teorías críticas sociales de Jürgen Habermas, Anthony Giddens, y
Michel Foucault, ha explorado las conexiones entre las ideologías del poder en los estados
modernos y el desarrollo de las políticas lingüísticas en ocho países diferentes. Terrence Wiley
(1996, 1998) explora las ideologías de solo-inglés y el inglés estándar en los Estados Unidos y
muestra como estas ideologías se convirtieron en hegemónicas en el siglo veinte, particularmente
en relación con las políticas lingüísticas de la educación pública. Otros especialistas que han
investigado la conexión entre la ideología y las políticas lingüísticas en educación son Giroux
(1981); Tollefson (1986, 1991, 1995); Crawford (1989, 1992); Luke, McHoul y Mey (1990);
Darder (1991); Cummins (1994); Freeman (1996), y Ricento (1998). Lippi-Green (1997) examina
las ideologías que forman actitudes hacia la lengua, y, por lo tanto, en las políticas lingüísticas, en
los Estados Unidos y las consecuencias negativas de esas políticas (frecuentemente no oficiales)
para marginar grupos del sistema de educación, los medios, los lugares de trabajo y el sistema
judicial. Moore (1996: 485), en un análisis detallado de dos políticas lingüísticas nacionales de
Australia (la Política Nacional de Lenguas 1987 y la Lengua Australiana y la Política de
Alfabetización 1991), reflexiona acerca de la necesidad de “dar luz sobre los intereses de quienes
describen las políticas lingüísticas… tanto en la arena académica como en la política… [en tanto]
nuestros intereses como especialistas inevitablemente influencian nuestras elecciones y nuestras
interpretación de los datos, los argumentos a los que nuestras descripciones contribuyen y los
valores que encarnan nuestros análisis.” En un estilo similar, Ricento (1998) sostiene que la
evaluación de la efectividad relativa de las políticas bilingües de educación en la educación
pública de los Estados Unidos varía de acuerdo a las suposiciones y las expectativas con las que se
trabaja, pero que el objetivo subyacente y casi universalmente compartido de las políticas de
educación –la asimilación cultural y lingüística de hablantes que no hablan inglés– refleja
ideologías lingüísticas y la identidad americana que se ha convertido en hegemónica,
especialmente en el despertar de las campañas de americanización, 1914-1924.
En todas las investigaciones mencionadas en esta sección, la influencia tanto de las teorías
críticas y posmodernistas como de la metodología de la investigación es evidente. Estos trabajos se
distancian claramente de los modelos y de las teorías previas en la literatura de PPL. Mientras los
especialistas del primer período de las investigaciones de PPL, como Fishman, eran conscientes de
los temas de hegemonía e ideología, ellos no posicionaron estas ideas como centrales en los
procesos de planificación y política lingüística, ni exploraron las maneras en que “la política
lingüística arbitrariamente le da importancia a la lengua en la organización de las sociedades
humanas” (Tollefson 1991: 2). Respondiendo a estas críticas, Fishman (1994: 93) reconoce que la
planificación lingüística ha tendido a reproducir las desigualdades socioculturales y econotécnicas
y que la planificación lingüística está conectada frecuentemente a los procesos de occidentalización
y modernización. Sin embargo, el hecho de que la planificación lingüística “pueda ser usada para
propósitos perjudiciales… no podemos negar el hecho de que la planificación pueda ser usada y ha
sido frecuentemente usada para propósitos benéficos” (Fishman 1994: 94) Fishman (1994: 97)
separa la teoría de la planificación lingüística de su implementación, arguyendo que “las críticas
específicas de la planificación lingüística… que corren desde los análisis posestructuralistas y neo-
marxistas de la economía, cultura e ideología no diferencian suficientemente la teoría de la
planificación lingüística de las prácticas”, añadiendo que “muy pocas prácticas de planificación
lingüísticas han sido realmente influenciadas por las teorías de planificación lingüística”. Críticos
de la planificación lingüística clásica, tal como Tollefson (1991), objetan esta caracterización (sea
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de manera explícita o implícita) de la planificación lingüística neutral, por lo general beneficiosa,
como una actividad que resuelve problemas; esto es precisamente el tipo de actitud que los críticos
posestructuralistas y neo-marxistas identifican como ideológico y hegemónico.
Para resumir, la conjunción de los elementos de la teoría crítica con una ecología de enfoque
lingüístico ha conducido a la formulación de un nuevo paradigma. Como Phillipson y Skutnabb-
Kangas (1996: 429) lo dicen, “El paradigma de la ecología-de-lenguas incluye construir sobre una
diversidad lingüística mundial, promocionar el multilingüismo y el aprendizaje de idiomas
extranjeros y garantizar los derechos humanos lingüísticos para los hablantes de todas las lenguas.”
Las fuerzas macro sociopolíticas, incluyendo los efectos alegados del imperialismo lingüístico, y los
factores estratégicos (el deseo de preservar y revitalizar las lenguas y culturas amenazadas) han
influenciado claramente –y determinado– los tipos de datos recogidos, los análisis de datos y las
recomendaciones de las políticas elaboradas por los investigadores que trabajan en este paradigma.
Si los tecnócratas de PPL en la décadas de 1950 y 1960 han podido ser criticados por sus reclamos
ingenuos (o no) de la neutralidad política en sus intentos de auxiliar en el programa de
occidentalización y modernización en los países en desarrollo, los partidarios de los derechos
humanos lingüísticos de 1980 y 1990 son susceptibles a los cargos de idealización en sus “…
sueños de universalidad modernista” (Pennycook en prensa). Otro asunto suscitado por los críticos
de los derechos lingüísticos/ ecología lingüística es que las discusiones del estatus de la lengua son
formuladas desde la retórica de las ciencias políticas. Por ejemplo, Conrad (1996: 19) afirma que
“las teorías de los nacionalismos conflictivos, imperialismos, poderío económico y la competencia
por la ideología son productos de un estudio de la naturaleza política de los seres humanos.”
Conrad está preocupado que tales teorías han encontrado su camino “más y más hacia una
lingüística que está intentando arraigarse en las ciencias sociales… Los estudios de contacto se
convierten en teorías de lenguas en conflicto, en estudios de dominación y en exploraciones de lo
que Phillipson (1992) ha llamado “lingüicidio”. Como Hymes (1985: VII) advirtió, “aunque no
hubiera dominación política o estratificación social en el mundo, habría igualmente desigualdad
lingüística…”. Continúa diciendo:

Reparto y jerarquía son intrínsecos. Las inversiones de muchos, quizás hasta inclusive las nuestras, en algunas
medidas existentes no deben ser desestimadas. El cambio efectivo en la dirección de lograr una mayor igualdad
se obtendrá de manera parcial por los cambios en las actitudes o por la eliminación de la dominación exterior;
será inseparable en muchos casos de cambios en el sistema social. (Hymes 1985: VII)

En este sentido, se debe advertir que los mayores desarrollos en las ciencias sociales en los
últimos cien años han sido por lo general motivados en gran medida por un deseo de cambiar el
sistema social, de validar las políticas y prácticas sociales existentes o contrarrestar las creencias
hegemónicas sobre la naturaliza humana. El intento realizado por los críticos de la ecología
lingüística/ derechos lingüísticos de separar la “ciencia” del lenguaje de la “ciencia” de la política
se remonta a los intentos de fines del siglo diecinueve y principios del veinte en los que se
intentaba separar la “ciencia” de la biología de los desarrollos en los estudios culturales, que luego
se convertirá en la “ciencia” de la antropología. Explicando la concepción de cultura de Franz
Boas y su oposición a la interpretación racial del comportamiento humano, Carl Degler (1991: 82)
demuestra de manera muy convincente que “…Boas no llegó a esta posición desde una
investigación científica desinteresada a una cuestión confusa y controversial. En cambio, su idea
derivaba de un compromiso ideológico que comenzó tempranamente en su vida y en sus
experiencias académicas en Europa y que continuó en América para dar forma a su mirada
profesional… no hay duda de que él tenía intereses profundos en recoger evidencia y diseñar
argumentos que podrían refutar un punto de vista ideológico –el racismo– que él consideraba
restrictivo entre los individuos e indeseable para la sociedad.” Tomó más de cincuenta años, desde
los tiempo en que Theodor Waitz publicó su primer libro (1858 – On the unitiy of the human
species and the natural condition of man [el primero de un trabajo de seis volúmenes]) en el que
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señaló que todas las personas, negras o blancas, que hayan tenido o no los logros culturales, eran
‘destinados por igual a la libertad’, para que las explicaciones culturales rivalicen y,
eventualmente, superen (por lo menos en la literatura especializada) las explicaciones sociales
darwinistas de las diferencias en las sociedades. En retrospectiva, las suposiciones, métodos y
conclusiones tanto de Darwin como de Boas –aunque imperfectas e incompletas– quebraron una
importante tradición, fueron por lo general incomprendidas y mal aplicadas en otros dominios,
reflejaron su época y sus historias personales y condujeron a nuevos campos de estudio, como la
biología evolucionista y la antropología. Llevará tiempo para que un nuevo paradigma en
sociolingüística se desarrolle, un paradigma que pueda tomar en cuenta las dimensiones políticas y
económicas tanto como los correlatos sociales y cognitivos en la explicación del comportamiento
lingüístico.

CONCLUSIÓN

Pocos campos de estudio son inmunes a las fuerzas macro sociopolíticas; sin embargo, como un
campo multidisciplinario e interdisciplinario que involucra a la lingüística, a las ciencias políticas,
a la sociología y a la historia, la PPL es especialmente susceptible a estas fuerzas. Los desarrollos
de la teoría social crítica, junto con el continuo ataque sobre los lingüistas estructuralistas que
empezaron en la década de 1960, han, al menos, revelado una reacción contra las fuerzas y
procesos sociopolíticos mayores (construcción de una nación y nacionalismo, globalización de
capital, tecnología y comunicaciones, amenazas persistentes a la viabilidad de las lenguas y
culturas marginadas, la caída de imperios y los fracasos de “modernización” de diferentes países,
la persistencia de desigualdades socioeconómicas e injusticias, etc.). Trabajos importantes en
teorías posmodernistas (especialmente en análisis del discurso) han mostrado como lo material y lo
cultural están interrelacionados de manera tal que conducen al campo de la PPL más allá de las
taxonomías y de las dicotomías que han dominado desde sus comienzos. Los trabajos importantes
sobre la ecología y los derechos humanos lingüísticos han cambiado el foco de las investigaciones
en los últimos diez años. Claramente, estos avances de la sociología del lenguaje y los estudios de
las políticas lingüísticas han penetrado en el pensamiento de los especialistas que se consideraban
activos en este campo. Inclusive cuando la preservación de la lengua o los derechos lingüísticos no
son el foco de atención, las investigaciones relativas al área educativa, con lenguas de
comunicación más amplia para propósitos vinculados con el desarrollo económico y con
planificación de corpus para lenguas indígenas, se vinculan con estas preocupaciones (ver, por
ejemplo, Kaplan y Baldauf 1999). Ciertamente, muchas de las investigaciones tratan tanto sobre las
limitaciones de la planificación lingüística (por ejemplo, Moore 1996; Shiffman 1996; Burnaby y
Ricento 1998; Fettes 1998) como sobre la promesa de planificación lingüística para promover el
cambio social (por ejemplo, Freeman 1996; Hornberger 1998; McCarty y Zepeda 1998). Si el
paradigma de la ecología lingüística emerge como el marco conceptual más importante de las
investigaciones de PPL, está por ser visto. Lo que está claro que como un sub-campo de la
sociolingüística, la PPL debe tratar con temas de comportamiento e identidad lingüística, y, por lo
tanto, deber ser sensible a los desarrollos del análisis del discurso, la etnografía y la teoría social
crítica. Parece que la variable clave que separa los viejos enfoques positivistas/tecnicistas de los
nuevos enfoques críticos/posmodernistas es la acción, esto es, el(los) rol(es) de los individuos y
colectivos en el habla, las actitudes y, por último, las políticas. La pregunta más importante, que
sigue sin contestarse y que deben hacerse los investigadores, es “¿Por qué los individuos optan por
usar (o dejar de usar) lenguas y variedades particulares en funciones específicas de diferentes
dominios, y cómo estas elecciones influencian –y cómo son influenciadas– por las decisiones
institucionales en política lingüística (local, nacional o supranacional)?” Esta pregunta conduce a
que las investigaciones de niveles micro (la sociolingüística del lenguaje) deban ser integradas a
las investigaciones de niveles macro (la sociolingüística de la sociedad) para proveer una
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explicación más completa del comportamiento lingüístico –incluyendo los cambios lingüísticos– de
la que está disponible en la actualidad. Tenemos una mejor comprensión hoy en día de lo que
teníamos cuarenta años atrás sobre los patrones del uso de lengua en contextos definidos y los
efectos de las fuerzas macro-sociopolíticas en el estatus y en el uso de las lenguas en el nivel
social. Lo que se requiere ahora es un marco conceptual (la ecología lingüística o quizás algún otro)
para relacionar ambos dos. El desarrollo de tal marco nos conducirá a la próxima –y todavía sin
nombre– fase de las investigaciones de política y planificación lingüística.

Ricento, Thomas (2000): “Historical and theoretical perspectives in


language policy and planning”, Journal of Sociolinguistics 4/2, pp.
196-213. Traducción realizada por Karina Savio para uso exclusivo
de la materia Sociología del Lenguaje, FFyL, UBA, 2007.

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