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 Educar en la vocación.

Personalizar

Todo educador o es animador vocacional o ¿qué hace?. Hay que clarificar cual es el
concepto de persona que tenemos y en consecuencia ver posteriormente cómo educamos
y evangelizamos para conseguir ese tipo de persona y no otro. Si hay un don al comienzo
de la vida del hombre, que lo constituye persona, entonces cada uno será plenamente el
mismo sólo si se realiza en la perspectiva del darse, será feliz a condición de respetar esta
naturaleza suya. Podrá hacer la opción que quiera, pero siempre en la lógica del don; de lo
contrario se convertirá en un ser en contraste consigo mismo.

Es una manera global de entender el proyecto educativo, como el arte de poner a la


persona en camino. Por eso nuestro proyecto educativo asume el reto de convertirse en
proyecto evangelizador, y en ningún caso acepta el quedar reducido a un proyecto
académico o a la aplicación de un programa de asignaturas.

El primer reto en estos momentos supone precisamente captar con humildad y


discernimiento la situación en la que viven los jóvenes, y en tomar la iniciativa del
encuentro, ponerse a su lado como Jesús y escuchar y compartir sus inquietudes, antes de
pretender ser maestro lo primero que hay que aprender es a situarse y caminar entre los
muchachos, aprender a acogerlos y recibirlos tal y como son y en la situación en que se
encuentran antes de querer darles nada. Se trata de acompañar el proceso interior de otra
persona no de suplantarla, la iniciativa siempre la tiene el muchacho. Esperarles en sus
pozos (Jn 4, 4-42). Identificar los “pozos” de hoy: todos los lugares y momentos, desafíos y
expectativas, por donde tarde o temprano todos los jóvenes han de pasar con sus cántaros
vacíos, con sus interrogantes no expresados, con su suficiencia arrogante pero a menudo
sólo aparente, con su deseo profundo de agua viva. Salirles ahí al encuentro, en su
necesidad de vida, de respuestas, de sentido, para recorrer un itinerario de descubrimiento
interior y de descubrimiento de Jesús. Hay que ser inteligente y no imponer nuestras
preguntas sino plantearlas desde las que parten del propio joven y suscitar a partir de aquí
la propia vocación como respuesta a la voz de Dios.

Nuestra labor no puede consistir en poner en marcha los recursos para que el
muchacho decida lo que nosotros deseamos o pretendemos, sino más bien, ensanchar los
deseos y pretensiones del muchacho para que se descubra en plenitud y poner los medios
para que en cada muchacho se haga posible un dialogo vivo y creciente entre la palabra de
Vida que ya lleva escrita en su interior como proyecto de Dios y su propio proyecto
existencial. Hay que aprender a mirar a cada muchacho como Dios nos mira y ver en su
interior toda la fuerza que Dios ha puesto en cada uno, esa es la semilla que hay que
acompañar y amar para que llegue hasta donde Dios la ha llamado.

Para educar en la vocación no se trata de estar catequizando todo el día, hay que saber
potenciar las habilidades humanas y dones personales como instrumentos importantes
que pueden ir configurando una vocación. Educar, hoy y siempre, es acompañar a alguien
en su camino hacia el misterio de la vida. Deberás conocerte a ti mismo, saber lo que
sabes y lo que desconoces, lo que puedes y no puedes hacer, lo que quieres y lo que no,
porque sólo así podrás superarte. Deberás quererte a ti mismo, valorarte y estimarte, pero
también exigirte.

Hay a menudo un auténtico cisma entre lo que se sabe, lo que se dice y lo que se
vive. El problema de la fragmentación existencial es constantemente señalado como algo
seriamente preocupante en las generaciones actuales. No sé si en nuestros procesos
educativos ponemos suficiente atención por ayudar a unificar a la persona. Se trata de
ayudar a descubrir que la identidad se adquiere en la relación, no en la autoafirmación. Que
es dándose y amando como se "es". Sólo realizando la experiencia se comprende. Integrar
convicciones con la vida diaria. Unificar la vida es el verdadero proceso educativo.
Cuando se vive desde el rol no se puede amar de verdad. Es necesario vivir desde el fondo
de la persona.

Para educar en la responsabilidad se requiere entrar en contraste con las personas,


dialogar con ellas, entrar en relación, sólo así se puede iniciar un camino medianamente
coherente de personalización e interiorización. La pura educación en valores como grandes
principios, perfectamente definidos, cuya propuesta última parece que es o lo tomas o lo
dejas, se queda un poco como trasnochada. El peligro de perderse en las ideologías y en un
discurso que nunca acaba y que no se personaliza… Hoy no se da la vida por una idea y tal
vez sí por una persona…

Hay que superar los roles preestablecidos y las relaciones oficiales, buscar una
atención personalizada que salga de los esquemas trillados, dando la oportunidad para
encuentros personales entre profesores y alumnos al margen del aula. Potenciar las tutorías
en este sentido. Lo académico se vuelve formativo sólo si está fecundado por una
verdadera relación personal que proporciona confianza, libertad para el intercambio,
capacidad de diálogo…

Pedagogía del uno a uno, es necesaria la reforma de la persona (sólo cambiando


cada persona, cambiaremos el mundo).

Estos son los criterios, opciones, horizontes a los que queremos llegar. Nuestra tara es
sembrar (y quizás algunos frutos no nos tocará recogerlos a nosotros), no importa tanto el
resultado final como el trayecto que nos acerca a él. Sobre todo porque en la educación el
trayecto nos construye y nos plenifica al tiempo que construye a los chavales si de verdad
lo vivimos con vocación. Nos deben de mover las ganas de viajar, no las de llegar: «Si
sales para hacer el viaje a Ítaca, debes pedir que el camino sea largo»1. Feliz viaje a todos y
todas. «Que Jesús Maestro forme en todos nosotros verdaderos y válidos educadores»
(Chiara Lubich).

1
Cavafis, “el Viaje a Ítaca”.

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