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Hay un campo de batalla entre inteligencias no humanas.

Ese campo es, simultánea y


ocasionalmente, nuestra Tierra y nuestras mentes. Esta es una de sus crónicas.

CHAMANES DE LAS ESTRELLAS


Este no será un trabajo sencillo de leer. Requerirá, básicamente, la paciencia de
continuar hasta el final y detenerse a releerlo cuantas veces crea necesario. Porque
se entrecruzan dos hipótesis: que las inteligencias operantes detrás de lo que
llamamos OVNI provengan de lo que desde siempre hemos llamado “plano
astral”, y que algunas estén “invadiendo” nuestra cultura como se expande un
virus que inficione el Inconsciente Colectivo para así tomar por asalto las mentes
individuales, mientras otras entidades, vaya a saberse si por simple filan
tropía cósmica o beneficios indirectos, mueven a nuestro favor los peones de un
ajedrez cósmico.
¿Y los seres realmente “extraterrestres”?. Oh, sí, ellos también están... y quizás
algunos son tan víctimas como nosotros.

Escribe Gustavo Fernández

- Introducción
- Capítulo I: OVNIs “a la moda”
- Capítulo II: Reflexiones sobre el origen extradimensional de
los OVNIs
- Capítulo III: OVNIs materializados mentalmente
- Capítulo IV: Cuando las Inteligencias aparecen
- Capítulo V: Hau una Luz al final del túnel
INTRODUCCIÓN

En las horas litúrgicas de “maitines” entre las cuatro y las cinco de la mañana
de ese 15 de febrero de 1600, un grupo de hombres embozados en sayos negros se
afanaba enterrando hasta una tercera parte de su largo en tierra, un grueso madero
burdamente cepillado a hachazos.
No lejos de allí, donde Campo di Fiore diluía sus miserables casuchas de
artesanos y pequeños comerciantes en las orillas del verde mar del bosque, con los
oídos atentos al silencio sesgado aquí y allá por los aullidos de algún lobo, otro
grupo reunía ramas y leños sobre un carro.
Una hora después, los dos grupos se reunieron. Los leños fueron
arracimados alrededor del madero enhiesto, y los pobladores comenzaron a llenar
el lugar, incipientemente bañado por la decadente luna de ese tardío invierno
italiano. Jueces, altos dignatarios de la Iglesia, los funcionarios del brazo secular, el
verdugo, los curiosos clavaron su mirada en la cetrina puerta del cercano
monasterio, la puerta desde donde se abría el camino final de los condenados a la
hoguera, uniendo las mazmorras con el cadalso.
Seis meses de torturas exquisitamente elegidas, donde el potro era apenas
un descanso después de las tenazas al rojo mordiendo las tetillas y las pinzas de
hierro arrancando las uñas, no sirvieron para que el monje Giordano Bruno se
retractara de su principal herejía: afirmar que había muchos mundos habitados
como el nuestro en el Universo, que las estrellas eran soles alrededor de las cuales
giraban otras Tierras y que el hombre no era la obra máxima de Dios, sino apenas
uno más de sus innumerables hijos racionales expandidos por el Cosmos.
Cuando Bruno estuvo atado con cadenas al madero, se le ofreció, como
gracia última, el arrepentimiento de sus blasfemias y el reconocimiento de sus
errores, con lo que los inquisidores, en un gesto de bondad que campeaba por
entonces, ordenarían estrangularlo antes de quemar su cuerpo, evitándole así
mayores sufrimientos. Giordano se negó. Azorados, y contraviniendo algunas
normas después de intercambiar rápidos comentarios dieron aquellos la orden al
verdugo de repetir el ofrecimiento –oportunidad extraña para la moral de los
inquisidores- advirtiendo que, en este caso y de aceptar Giordano la retractación, la
madera seca sería reemplazada por leños verdes, para provocarle la asfixia antes
que las llamas lamieran su carne.
Simplemente para no comprometer un agradecimiento moral en el último
instante de su vida para con sus exterminadores, Giordano volvió a negarse y
arrojó al aire dos maldiciones: una, dirigida específicamente a sus jueces, los cuales
tres murieron antes de un año. La otra, a la orden del Santo Oficio. “Aún estarán
ardiendo mis cenizas -dijo- cuando mi vida estará olvidada. Aún no habrán
removido las brasas, cuando el pueblo os habrá olvidado a vosotros. Pero será
cuando nuestros huesos y vuestros nombres estén sepultados por el polvo, el
momento en que mis ideas seguirán tan luminosas como ahora”.
A la plebe que se burlaba de su martirio, sólo le dirigió una mirada despectiva. Y
comenzó a arder.

El filósofo francés Pierre Piobb escribió a principios del siglo XX: “En el
Medioevo, a los magos se les quemaba en las hogueras. En el siglo XX, se les
cubre de ridículo, lo que es todavía peor, ya que el ridículo jamás ha creado
mártires”.
Piobb hablaba de los “magos” (de “magista”: sabios) como pioneros del
conocimiento. Como aquellos que pudiendo encerrarse en el dogmatismo
académico habitualmente aceptado, preferían arriesgar el crédito en terrenos
desconocidos para el intelecto. “Las grandes ideas –escribió alguien- las sueñan los
locos, las amasan los audaces, las popularizan los doctos y las disfrutan los mediocres”.
Y cuando uno fatiga los claustros universitarios y se detiene a pensar en el
papel que jugará en el burgués concierto social advierte –por más que trate de
mirar hacia otro lado- que en un determinado momento se ve enfrentado a una
elección terminal: o comulga con el sistema en que se encuentra inmerso, o se
enfrenta a él. Y uno elige. El camino ya conocido, con su sensación de confortable
estabilidad, de rutina mental, de somnolencia espiritual, de hipocresía a la que
llaman diplomacia, del argentinismo (y argentinísimo) “no te metás”; o el otro, el de
lo desconocido y lo enigmático, el plagado de obstáculos, el de los constantes
sinsabores y desengaños, el de chocar contra los prejuicios... pero aquél donde a la
distancia siempre está la esperanza de la luz.

Y comenzó un camino, alejándome de las mullidas comodidades de una


intelectualidad convencional. Opté por investigar, difundir, enseñar lo esotérico, lo
ufológico, lo alternativo. Gasté muchos buenos años y energías que no creía que
tuviera en presentar “mis” ciencias como algo merecedor del crédito respetable, y
no sólo reservado para las amarillentas páginas de revistas sensacionalistas. Fui,
creo, franco en exceso, cosechando adhesiones y oposiciones en cantidades
divertidas. Y harto ya de estar harto –como cantara el catalán-, con un cuerpo que
no es viejo pero fatigado por diez siglos de lucha contra el oscurantismo y treinta
años contra la frivolidad, como restos del naufragio de la “revolución de las
flores”, la no violencia, los Beatles y mayo del ’68, decidí detenerme. Reflexionar. Y
escribir.
No mis memorias, no. Es demasiado pronto –espero- para eso y soy
demasiado supersticioso para burlarme de la Parca convocándola con liturgias
literarias propias del ocaso. Hay todavía demasiadas batallas que se perfilan en el
horizonte, otros combates del y por el conocimiento. Otros escenarios, miles de
páginas aún por escribir, otras investigaciones, conferencias, programas de radio y
televisión, miles de kilómetros en el espacio real y virtual que recorrer. No,
escribiré de otra cosa.

Debo admitir que pese a tener muchos años de oficio como escritor, me ha
resultado particularmente angustiante sentarme a escribir este libro. No porque su
temática exceda, dentro de lo humanamente posible, el campo de mis deambulares
–he sido un investigador del fenómeno OVNI por más años de los que me gustaría
recordar- ni porque las informaciones y reflexiones que aquí me propongo volcar
sean de una potencial peligrosidad para mi integridad. Soy apenas un estudioso
“amateur” de estas disciplinas, y no estoy en condiciones de exhibir honrosos
títulos universitarios que por sí mismos generan expectativas en el público lector
(como si los créditos académicos garantizaran certeza en lo que, precisamente, se
ha revelado como el fenómeno más “antiacadémico” pensable), ni dudosos
antecedentes que me vinculen a servicios de espionaje o fuerzas armadas
emparentadas, en mayor o menor grado, con el “secreto” tras los OVNIs. No he
formado parte de ninguna sociedad conspiranoica y, hasta donde sé, nunca he sido
abducido. De allí que, en lo que a mí concierne, puedo tener la tranquilidad de ser
apenas un entusiasta más –eso sí, con muchos kilómetros a las espaldas- tratando
de encontrarle un sentido a lo que quizás, por designios que se nos escapan, no lo
tiene.
Hilando fino, colijo que mi ansiedad es producto más de lo que no sé que de
lo que sí sé. Sofoca la sensación que, si sólo a medias lo que esbozo en estas
páginas es cierto, posible o probable, la historia de la humanidad puede sentirse
sacudida hasta sus cimientos. Y que una vez que he adscrito a esta teoría, sólo me
queda avanzar en busca de evidencias, semiplenas pruebas de que, tal vez y
después de todo, esté en lo cierto.
También sé que esa sensación incómoda es producto de cierto desconcierto
respecto a cómo contar la historia; la incómoda idea que no seré entendido por el
lector o, lo que quizás es todavía peor, seré mal entendido.
Temo que algún lector (de esos que si se muerden la lengua mueren
envenenados) piense que lo que trato de hacer es introducir compulsivamente toda
la fenomenología dentro de una única teoría. Y bien, ese lector sería mal pensado –
en lo que a mis motivaciones atañen- pero no errado en sus conclusiones. Porque
creo firmemente que con excepción de algunos casos aislados (sobre los que
volveré más tarde) existe una teoría unívoca para todo el fenómeno OVNI, ahora
y desde la noche de los tiempos.
Creo en el origen extraterrestre y extradimensional de los OVNIs y sus
ocupantes.
Creo que no se tratan de “maquinas” en un sentido estricto –como opinarían
mis colegas que de ahora en más denominaré como “la brigada de las tuercas y
tornillos”- sino de vectores energéticos que responden a facetas de las leyes físicas
del Universo que aún desconocemos.
Creo que sus tripulantes, en ocasiones, son seres altamente evolucionados
que precisamente por ese grado de desarrollo han trascendido las limitaciones de
un cuerpo biológico siendo entes –ignoro si con conciencia individual o colectiva-
absolutamente energéticos sin los condicionamientos temporales y espaciales de
todo cuerpo material.
Creo que su presencia en nuestros cielos (más aún, en nuestra Historia) tiene
como fin imprimir un sesgo específico a la evolución de nuestra especie, con fines
que sospecho pero aún no puedo fundamentar.
Creo que son la realidad espiritual de este Tercer Milenio. Y que quizás
estemos cerca, muy cerca, de despejar todas las dudas.
Mientras tanto, este libro debe ser tomado como un ejercicio intelectual.
Donde la Realidad (debería preguntar: ¿cuál Realidad?) demanda paradigmas ni
lógicos ni ilógicos, quizás sólo analógicos. Y siguiendo ese camino esbozamos
nuestras teorías.

´ No es fácil detenerse en un punto de la vida donde el Dante recitaría aquello


de:

“en el medio de mi vida,


me encontré en una selva oscura”

para descubrir que ha llegado el ineludible momento de rendir cuentas a quienes,


cuando menos intelectualmente, le han sweguido a uno, o han stado esperando
algún tipo de revelación, de descubrimiento, e demostración de múltiples hipótesis
y teorías desmembradas por el camino. No es fácil, pero es imprescindible. Llega el
mmento es que, si se desea que la vida de uno tenga sentido, hay que recapitular,
hacer un resmen y presentar conclusiones. Supongo que otros me pedirán cuentas
como sewr humano. Aquí, las rendiré como investigador OVNI.
Tuve la fortuna de vivir en una época a caballito entre el entusiasmo
ingenuo de fines de los ’60 –donde el gran “desembarco extraterrestre” parecía a la
vuelta de la esquina- y el escepticismo psicosocial de los 80. Testigo privilegiado de
una Ovnilogía sudamericana, pude husmear de cerca episodios significativos y
departir, amigablemente o no, con figuras señeras u olvidables. Tener entre mis
manos supuestos trozos de OVNI, peregrinar por laboratorios pidiendo resultados
de análisis, fruncir el ceño con disgusto ante tanto vacuno mutilado. Ver OVNIs
también, aunque esto último quizás sea lo menos importante a los efectos de este
libro.
Tras treinta años de investigación –de mi investigación- uno tiene muchas
más preguntas y algunas pocas certezas. Ellas son las verdaderas protagonistas de
estas páginas.

Durante los últimos siete años, fui enhebrando sospechas a lo largo


denumerosos trabajos publicados, fundamentalmente en la revista digital que,
junto con mi buen amigo Alberto Marzo, generamos en internet. Ella es “Al Filo de
la Realidad”, y a quienes les interese, a ella les remito. A encontrarán en
www.alfilodelarealidad.com.ar y no me repetiré aquí. Evitaré la odiosa
compulsión de plagiarse uno mismo, y no llenaré estas páginas con argumentos,
reflexiones y evidencias presentados en aquella.

Creo que algunos de esos seres – por razones que explicaré más adelante-
tienen intenciones perjudiciales para con las especies inferiores en evolución (como
nosotros, por si no se dieron cuenta).
Creo que otros de esos seres, también por sus propias razones, alientan las
intenciones contrarias.
Creo que los primeros han manipulado a algunas culturas inferiores a ellos
de origen extraterrestre –pero aún así mucho más avanzadas que la nuestra- para
emplearlos en la consecución de sus fines.
Creo que uno de esos fines fue crear una quinta-columna en nuestras
sociedades históricas, en la forma de una sociedad secreta cuyo único objetivo fue
–es- impedir un progreso demasiado rápido de la humanidad en ciertas áreas que
pudiera catapultarla a un escalón evolutivo lo suficientemente elevado como para
darle un aún acotado –aunque ingenuamente sobreentendido- libre albedrío.
Creo que los segundos influyen directamente en nuestra propia cultura, en
forma colectiva empujándonos a un cambio de paradigma sociocultural y
espiritual, y en forma individual sobre un enorme número de miembros de nuestra
comunidad para hacerlos participar –durante muchos años de forma inconsciente;
y a partir de algún necesario y doloroso momento, de manera conciente- en ese
gran teatro cósmico.
Creo que mi propia vida muestra ejemplos de manipulación.
Creo que necesitaré más de un libro, amigo lector, para exponerle toda mi
teoría. Pero, cuando menos, comencemos con estas líneas:

El asunto es que mientras una sociedad secreta, desde las brumas del
tiempo, viene impidiendo que la Humanidad expanda demasiado sus fronteras
físicas, mentales y espirituales (como frenando avances revolucionarios a
destiempo, o el redescubrimiento de civilizaciones olvidadas) para poner a la
especie humana en disposición de ser “alimento energético” de unas razas
extradimensionales, o entidades biológicas extraterrestres (EBEs) que nos usan
como “cotos de caza” o “tambos espirituales”, los Guerreros de la Luz, sabiendo,
entre otras cosas, que el academicismo excesivo y la rigidización paradigmática
consecuente pone a sus acólitos como secuaces inconscientes de os Barones de las
Tinieblas (donde los “hombres de negro” son sus agentes) han venido luchando
espiritualmente para contactar a otras entidades de planos superiores y ganar la
batalla de la evolución. Los “contactados” son el campo de batalla, los
“abducidos”, quintacolumnistas. Los Barones de las Tinieblas han contado con el
apoyo de gobiernos, militares, algunos científicos... y el miedo de la gente. Los
Guerreros de la Luz, con la Era de Acuario.

El Autor
Paraná Entre Ríos, Argentina

CAPÍTULO I

OVNIS “A LA MODA”

A lo largo de este libro he insinuado en repetidas ocasiones que el así


llamado “fenómeno OVNI” va adoptando un “camuflaje” conforme al
pensamiento dominante de la época, como si así se hiciera más digerible para los
observadores por un lado, y para la masa pública hacia la cual el mensaje
subliminal está destinado, por otro. En ese sentido, por caso, es interesante
observar las correlaciones existentes entre algunas “leyendas urbanas”, mitologías
populares de orígenes imprecisos y cierta casuística ovnilógica.
Por ejemplo, tomemos la historia del “autostopista fantasma” (el o la joven
que hacen “dedo” o “autostop” en una carretera y, permaneciendo silencioso,
desaparecen del vehículo al llegar a un tramo de la ruta donde el espantado testigo
comprueba después que se habría producido un accidente mortal).
Ahora bien: ¿qué relaciones podemos encontrar entre esta leyenda urbana y el
fenómeno OVNI?. Veamos

Caso De Deugd: Una extraña experiencia vivió Eduardo Fernando de Deugd,


mecánico residente en Bahía Blanca. Según dijo, el domingo 25, alrededor de las 3
de la mañana, salió desde la cercana localidad de Médanos en un automóvil
modelo 1939, en dirección hacia Bahía Blanca, luego de haber participado de una
reunión con amigos. “Iba por uno de los accesos de tierra cuando me detuve para colocar
un alambre que me sirviera como antena de radio, para viajar más entretenido. Al llegar al
cruce con la ruta 22, una persona me hizo señas para que lo llevara. Paré el auto y el
hombre se sentó a mi lado”. Agregó que le preguntó si iba para Bahía Blanca, a lo que
el desconocido le contestó algo que no llegó a entender, máxime estando
preocupado en colocar el alambre de la antena. “Luego le pregunté –continuó
relatando- si era de Médanos y también me respondió, pero tampoco lo entendí. Hicimos
unos kilómetros más, lo miré y vi que tenía puesto un saco con el cuello levantado sobre la
cabeza, en la que usaba un sombreo redondo. Luego observé algo que sólo ahora me llama la
atención; tenía la cara bastante larga en su parte inferior”. Indicó también que el viaje
prosiguió hasta que notó algunas fallas en el motor del automóvil. Cuando éste
quedó sin luces, a la altura del kilómetro 710, lo detuvo en plena ruta nacional
número 3. “Vi entonces –dijo- una especie de colectivo volcado sobre la ruta, que tenía
una luz azul grande en el medio y otras dos grandes, aunque no tanto como la otra, blancas,
a los costados. Me detuve, bajé del auto y de pronto un destello blanco y potente me sacudió
y me provocó un intenso calor”.
“Por eso me di vuelta y me resguardé detrás de la puerta del auto y cuando me
levanté nuevamente vi como el objeto, que despedía una luz verde en su parte inferior y
mostraba luces blancas en sus “ventanillas”, se dirigió a la izquierda, hacia un campo.
Aparentemente allí descendió y ser perdió de vista”. De Deugd afirma que todo sucedió
en pocos segundos, “cuando entré al auto el hombre que me acompañaba ya no estaba
más. La puerta se encontraba abierta y la manija de abrirla apareció arrancada, en el suelo.
De inmediato, las luces del auto que había dejado sin apagar cuando se produjo el corte, se
encendieron. Arranqué el auto. Hice unos dos kilómetros hacia atrás y después, todavía
confuso, me volví hacia Bahía Blanca”.

Hasta aquí el relato del mecánico que deja abierto un amplio campo para las
conjeturas en torno a los OVNIs, que han vuelto a ser tema de actualidad en esta
ciudad y zona. Un matrimonio y otros vecinos aportaron también datos
coincidentes sobre la extraña aparición. Roberto Maisterrena, quien se desempeña
como operario de una firma, que trabajaba en la zona donde se observó el
fenómeno, dijo que vio sobre un monte próximo a la ruta número 3, al citado
aparato que parecía detenido. Agregó que posteriormente desapareció, tras
despedir intensos destellos. La hora en que apareció el fenómeno es coincidente
con la expresada por De Deugd. Maisterrena formuló la denuncia en la comisaría
de Médanos.

El Espiritismo, en sus comienzos, produjo inundaciones de ectoplasmas,


multitud de materializaciones y suficientes aportes como para llenar grandes
depósitos Pero antes y después de un período que abarca desde finales del siglo
XIX hasta los primeros años del siglo XX, estos fenómenos físicos mediumnímicos
han brillado por su ausencia. La moda ha variado en materia de fenómenos
extraños, y también en la investigación psíquica. Los investigadores actuales han
cambiado las sesiones espiritistas por el laboratorio y las pruebas sobre doblado de
metales, la PES y otras cosas por el estilo.
Otro ejemplo de fenómeno pasado de moda es el de los pájaros que
hibernaban en lugares secos y oscuros, generalmente subterráneos. Aunque los
naturalistas del siglo XX no toman en serio esta idea, no fue descartada por dos
eminentes fundadores de las ciencias naturales, como Linneo y Cuvier. En los
siglos XVIII y XIX se informó sobre varios de estos casos en memorias científicas, y
el tema fue discutido en revistas profesionales. Pero gradualmente los informes
cesaron, y el fenómeno fue olvidado. Esto fue observado por el divulgador
científico Phillip Gosse, quien incluyó una reseña, no del todo escéptica sobre este
tema en el segundo volumen de su obra “Romance de historia natural”, de 1861.
Existen varias razones para ello. La literatura científica se ha vuelto más
rigurosa y académica, y lo anecdótico y circunstancial de las pruebas de
hibernación de los pájaros hace que ésta haya perdido credibilidad. En un clima de
escepticismo como el actual, pocos hombres de ciencia arriesgarían su carrera
oponiéndose a la doctrina universalmente aceptada de la migración de las aves. Tal
vez el uso de explosivos y de maquinaria pesada para las demoliciones y
movimientos de tierra haya destruido pruebas que aparecían en los tiempos de los
picos y las palas. Finalmente, quizás se haya producido un cambio en la conducta
de los pájaros, al cambiar el entorno.
Por supuesto, hay que distinguir si la aparición o desaparición de algunos
fenómenos es resultado del aumento de conocimientos o producto de procesos
sociales. John Keel, el reputado escritor e investigador paranormal, por ejemplo, ha
demostrado que sólo una fracción de los OVNIs vistos son registrados, y sólo parte
de éstos recibe publicidad. En consecuencia, él y otros ufólogos han advertido
acerca del shock que sufriría la sociedad si fueran reveladas las verdaderas
proporciones del fenómeno. Del mismo modo, si se juzga por lo que publican los
periódicos, parecería que la antaño ubicua serpiente marina estuviera virtualmente
extinguida. Pero según el mayor experto mundial en estas criaturas, el doctor
Bernard Heuvelmans, no es así. Después de compilar una cronología de
observaciones realizadas entre los años 1639 y 1964, Heuvelmans está convencido
de que todavía se ven dos cada año, aproximadamente. La aparente disminución –
dice- es producto de la timidez de estas criaturas, de que la navegación moderna se
atiene a rutas bien definidas, y del temor al ridículo. Como el propio Heuvelmans
dice: “El ruido de las carcajadas ha espantado a las serpientes de mar tanto como el
de las máquinas de los buques”.
Pero nada ha espantado a los monstruos de los lagos, que salen a la luz
esporádica pero regularmente desde hace siglos. Por cierto, desde que el monstruo
del loch Ness salió a la superficie en 1933, en todos los lagos del mundo han
proliferado las observaciones de grandes criaturas con aspecto de serpientes. Otro
fenómeno persistente es el de los estigmas, aunque el primer caso no ocurrió hasta
1.200 años después de la crucifixión de Jesús. Pero desde que San Francisco de Asís
fue estigmatizado en 1224, difícilmente pasa un año sin que se informe sobre casos
de estigmas.
Para la mayoría de nosotros, las cosas que percibimos a nuestro alrededor
en la vida cotidiana son sólidas y reales. Son la prueba tangible de ese estado de
existencia que, por consenso, llamamos realidad, de modo que nos parece absurdo
que los detalles de dicha realidad puedan estar sujetos a los caprichos de algo tan
efímero como la moda. Pero existen tantas definiciones de la realidad como
personas que la contemplan. La investigación de las coincidencias ha establecido
fuertes vínculos entre la mente inconsciente –individual y colectiva- y los
fenómenos de la realidad. Por ejemplo, la familiar historia de cómo un objeto
perdido o robado vuelve a su dueño gracias a un sueño revelador, reaparece con
frecuencia. El psicólogo alemán Wilhem von Scholz pensaba que las coincidencias
resultan en estos casos tan absurdas, desde el punto de vista de la causalidad física
convencional, que eso le hacía creer que debían ser “dirigidas... como si fueran los
sueños de una conciencia mayor y más amplia”.
La teoría que trataba de formular Von Scholz en 1924 seguramente es muy
próxima a la opinión actual de muchas personas: que en lo que llamamos realidad
pueden manifestarse poderosas proyecciones –originadas en el inconsciente- de
formas o conductas arquetípicas, o que pueden alterar la realidad al influir en
determinados acontecimientos. Este punto de vista semi – místico está relacionado
con tres corrientes de pensamiento convergentes. Una explora el mundo de las
coincidencias significativas, al que Carl Jung denominó “sincronicidad”. Otra es la
hipótesis de la “causación formativa” propuesta por el doctor Ruppert Sheldrake,
que describe un mecanismo para la comunicación más allá de las restricciones
normales del tiempo y el espacio, de la forma y la conducta de la naturaleza. La
tercera tiene que ver con los “tulpas” o materializaciones mentales.
Las locuras u obsesiones que pueden apoderarse de una comunidad o de un
individuo son ejemplo de ello. En un estudio olvidado de Gustave Le Bon, “La
multitud” (1897), el autor demostraba cómo una comunidad puede ser estimulada
de forma tal que un grupo de ideas o imágenes –sublimes o triviales- dominen
todas sus percepciones, acciones y racionalizaciones. La varita mágica que
transforma a un grupo de individuos en una multitud o en una turba es,
simplemente, un estado de sugestión compartida. Le Bon pensaba que esto sucede
cuando cualquier grupo de personas físicamente próximas es alineado
psicológicamente de forma repentina por cualquier estímulo desacostumbrado.
Este tipo de fenómeno queda descrito en el título del estudio histórico de
Charles Mackay “Memorias de alucinaciones populares y la locura de las multitudes”,
publicado en 1852. En este libro analiza la locura medieval por las reliquias, la
estafa de la “burbuja del South Sea”, las frenéticas cacerías de brujas, las salvajes y
ruinosas cruzadas, por nombrar unos pocos temas. La locura por la danza en el
Medioevo es otro ejemplo de conducta colectiva inconsciente. La danza podía
desencadenarse instantáneamente por la visión de un zapato puntiagudo, un
fragmento musical, el color rojo, las vociferaciones de un predicador, la visión de
un danzarín o la imaginaria picadura de una tarántula.
Sobre la base de la teoría de las “proyecciones” y desarrollando la idea de Le
Bon, podríamos decir que una “multitud” no necesita estar reunida físicamente.
Sus componentes pueden hallarse muy separados –a lo ancho de todo un país- y
alinearse gracias a un contacto individual con el inconsciente colectivo, de modo
que una idea que surja en dicho inconsciente se les ocurra a todos. Un excelente
ejemplo de esta curiosa forma de histeria colectiva ocurrió en Francia en 1789, y los
historiadores lo denominan “El Gran Miedo”. Comenzó inmediatamente después
de la toma de la Bastilla, en París. Pueblos enteros fueron abandonados a medida
que llegaban rumores sobre un gran ejército de bandidos que se dirigían hacia allí
matando y saqueando. Gentes aterrorizadas afirmaban haber visto las llamas de
las casas que ardían, o haber sido capturadas y haber visto a sus amigos asesinados
por bandidos brutales, y así sucesivamente. Pero no era más que una alucinación.
El pánico ni siquiera se había extendido fuera de París en la forma normal, es decir,
a través de los relatos de viajeros. En cambio, pareció originarse de forma
independiente en varios lugares e Francia y extenderse como un incendio forestal
desde cada foco. Los historiadores no han conseguido explicar cómo una ola de
pánico puede extenderse a una velocidad mayor de la que solía viajar la gente en
aquella época; la teoría de que las personas de toda Francia formaron una multitud
sería un principio de explicación. El populacho estaba receptivo debido a la
ansiedad general causada por la crisis política; los primeros brotes de pánico no
necesitaron más que un estímulo muy simple, por ejemplo la caída de un rayo –se
registraron algunos fenómenos naturales poco corrientes en la época del Gran
Miedo- y los rumores y el pánico habrían hecho el resto.
Algunos fenómenos no han variado mucho a lo largo de la historia, como
las enfermedades patológicas y mentales, los objetos insólitos que llueven del cielo
y las “bolas de fuego”. Pero las explicaciones han ido cambiando según las modas
y, en consecuencia, los fenómenos fueron sucesivamente atribuidos a dioses,
diablos, fuerzas elementales, fantasmas, hadas, brujas, poderes psíquicos o seres
extraterrestres. Y ni siquiera los testimonios más extraños podemos descartar como
producto de una imaginería fantástica si aceptamos que puede tratarse de
descripciones exactas de alucinaciones espontáneas y formas mentales.
Considérense, por ejemplo, las grandes máquinas voladoras con potentes
faros y “tripulaciones de aspecto extranjero” vistas en los cielos norteamericanos
en 1896 y 1897, en una época en que no existían naves más ligeras –ni más pesadas-
que el aire. Esas observaciones no pueden haber sido sólo errores de identificación
de fenómenos naturales. El final del siglo XIX fue el momento más glorioso de los
héroes – inventores, como Thomas Edison y Nikola Tesla; mientras ahora los
misterios del cielo son atribuidos a los OVNIs, aquella era los achacaba a
inventores desconocidos. Solo cuando Andrew Rothovius comparó algunos de los
incidentes de 1897 con el Gran Miedo quedó claro que las observaciones de
aeronaves se habían originado igual que las presuntas turbas saqueadoras,
espontáneamente, a partir de incidentes aislados en diversos lugares del país, y
después por rumores.
Jung creía que el OVNI era un síntoma de los cambios en la constelación de
arquetipos del inconsciente humano, y que ese disco de luz antigravitatorio era un
signo de la necesidad e unidad psíquica, en un momento en que la división entre
los aspectos racionales y científicos de las personas y sus aspectos instintivos y
místicos era mayor que nunca. Jung no llegó a conocer los últimos aspectos de las
manifestaciones OVNI: los aterradores secuestros y la sinistra conducta de seres
fantásticos. Quizás habría estado de acuerdo con John Rimmer, director de la
revista de ufología Magonia, en que el OVNI se ha transformado en “el símbolo
anticientífico por excelencia”.
Las proyecciones del inconsciente tienen el poder de los arquetipos: son
símbolos de fuerzas inconscientes y se dirigen a nuestras principales angustias,
tanto personales como colectivas. Pueden poseernos y dirigir nuestras acciones,
difundiéndose por una comunidad como un rumor; por cierto, Jung describió los
OVNIs como “rumores visuales”. Lo mismo podría decirse de los monstruos
actuales, que aparecen bajo formas sorprendentemente arcaicas, como si quisieran
recordarnos que estamos erosionando nuestro paisaje psíquico, del mismo modo
que estamos estropeando los últimos lugares intactos del mundo.. ¿Serán entonces
nuestros fenómenos extraños nuestros sueños colectivos?..

CAPÍTULO II

REFLEXIONES SOBRE EL ORIGEN EXTRADIMENSIONAL DE


LOS OVNIs

Debo comenzar este trabajo sentando dos posiciones, más por coherencia
con el resto del texto que por ser necesariamente válidas. La primera, uniformar
algunos criterios respecto de los que giran alrededor del término
“extradimensional”, lo que es lo mismo que definir qué entenderé, de aquí en más,
por “otras dimensiones”. Expresión usada hasta el hartazgo en relatos de ciencia
ficción, incluso definida –no demostrada- en geniales intuiciones matemáticas,
campo fértil para todo tipo de desvaríos. Incluso el mío.
Una vez más, en necesario recordar –y explicar, para los recién llegados a
estas discusiones- el ejemplo de “Flatland”, el planeta plano. Imaginemos un
cosmonauta cruzando el Universo en su nave espacial y encontrando,
repentinamente, un mundo plano, o, mejor aún, un mundo de dos dimensiones. Lo
que me obliga a escaparme otra vez por una de las ramas de este árbol metafísico
para definir el concepto de “dimensión”.
Una dimensión, más allá –o más acá- de lo lúdico de la fantaciencia, es
simplemente una forma de medida de las cosas. Nosotros nos desenvolvemos en
un espacio de tres dimensiones: alto, ancho y largo (o profundidad). Cualquier
objeto en el espacio en que vivimos puede ser ubicado y definido en término de
esos tres parámetros. Ciertamente, y en respeto a Einstein y su genialidad,
hablaríamos también de una cuarta dimensión: el tiempo. Lo inextricable de la
relación “espacio – tiempo”, lo indistinguible de uno en función del otro, es
también una función de “medida”.
Así que en ninguna forma es imposible –por lo menos, a los alcances
didácticos- imaginar que un universo de cuatro dimensiones puede contener
cualquiera de rango inferior, entre ellos, un mundo de dos dimensiones. Éste es
Flatland, adonde arriba nuestro astronauta que, enterado de las particularidades
del lugar y sus habitantes –ya que en un mundo plano podrían existir seres
también planos, toda una civilización y una cultura quizás desarrollada pero
bidimensional- y seguramente aburrido por un largo viaje en solitario, decide
jugarles algunas bromas pesadas. Por ejemplo, y valiéndose un hipotético y
gigantesco trépano, orada la superficie de ese planeta. Como sus aborígenes
piensan y perciben en dos dimensiones, no podrían advertir que un trozo de la
superficie de su mundo es perforada desde arriba por un objeto: simplemente,
percibirían una zona de su mundo cambiando reiteradamente de forma y color. Y
si por ese agujero cae uno de los chatos sujetos, los demás, involuntarios testigos,
no verían a un congénere precipitándose al vacío sino desapareciendo en la nada.
Aún más; si debajo y paralelamente a ese Flatland hubiera un Flatland II, sobre el
cual cayera el desgraciado individuo, los habitantes de éste último no verían “caer”
a alguien (el concepto de “caída” va necesariamente asociado al de “arriba-abajo”
es decir, de “alto”, la tercera dimensión de que carecerían en esos mundos) sino
observarían, asombrados y asustados, como alguien como ellos sorpresivamente
aparecería de la nada.
¿Cuántos testimonios, cuántas leyendas de todas las edades, cuántos relatos
fiables nos han venido transmitiendo el recuerdo de sucesos similares ocurridos en
nuestro propio mundo, gente que desaparece en la nada o que de la nada surge
repentinamente, como si en nuestro planeta, este marco referencial de cuatro
dimensiones, se precipitara algo o alguien desde un universo de “n” dimensiones
más allá de las nuestras?. Porque si un espacio de cuatro dimensiones puede en
teoría contener un cuerpo de dos, un universo de, digamos, veinte dimensiones,
¿cómo no comprendería con facilidad un ámbito de sólo cuatro?. Estamos en
relación a ese universo como las buenas gentes de Flatland con respecto a nuestro
universo.
Claro que seguramente el lector exigirá entonces que uno –yo- le “explique”
como es ese universo de, por ejemplo, veinte dimensiones. Y esto me es imposible.
Porque una lógica –la nuestra- un precondicionamiento cultural –el nuestro- una
estructura cerebral –la nuestra también- esquematizada, modelada, estructurada en
cuatro dimensiones, no podría comprender analíticamente, racionalmente, el
concepto de “n” planos. Y no por falta de inteligencia, ni de información, ni de
profundidad de razonamiento. En todos los casos, sería una inteligencia de cuatro
dimensiones, información de cuatro planos, razonamiento de cuatro niveles. Sólo
una impredecible evolución (impredecible no en el sentido de si sucederá, ya que
estoy persuadido que indefectiblemente llegará, sino en el sentido de cómo y
cuándo) puede producir el “salto cuántico” que nos lleve a integrarnos
conceptualmente al ese Universo superior al que pertenecemos sin saberlo. O, tal
vez, “otras” formas de conocimiento -¿la mística, quizás?- nos dará el conocimiento
que la razón desconoce. Y una breve digresión aclarará el porqué de esta
suposición.
Entiendo que en el organismo humano nada es innecesario, superfluo,
descartable. Que todo cumple (ha cumplido-cumplirá) alguna función. Hasta al
desacreditado apéndice, impunemente extirpable, se le sospecha funciones de filtro
que hasta un tiempo atrás se le ignoraban. Y qué decir de las amígdalas: décadas
de filosos bisturíes extrayéndolas privaron a generaciones de recursos
inmunológicos redescubiertos recientemente.
Es decir que, cumpliendo conocidas leyes –aplicables tanto a la física celeste
como a la economía de mercado- la naturaleza busca el máximo resultado con el
mínimo esfuerzo. La eficiencia. Y en función de la supervivencia –de la especie o
del individuo, lo mismo da- todo en la estructura del ser humano tiende que
tender hacia el mismo fin.
Bien. Aceptado esto, ¿qué necesaria función natural cumple el pensamiento
mágico, irracional, intuitivo, místico, religioso?. Alguna vez escribí que si la
psiquis del hombre necesita de lo mágico, es porque en algún lugar hay algo que
satisfará esa necesidad. Así como el pensamiento racional, analítico es una
indudable arma de supervivencia y progreso, así el pensamiento mágico también
tendrá su lugar de acción, su puesto a cubrir. Y tal vez ese puesto sea el de
catapultarnos a una forma trascendente de percibir una Realidad, también
trascendente. Multidimensional.
Por otra parte, atisbo el concepto de “n” dimensiones como algo más
definible como una Realidad que contenga nuestra realidad. Como si la realidad
fuera una ventana, y mirando desde dentro del cuarto pensemos que lo que
alcanzamos a ver por el rectángulo es todo cuanto existe. Y así como nuestros
órganos sensorios nos permiten percibir lo físico dentro de una determinada
“ventana” –no escuchamos infrasonidos ni ultrasonidos, pese a saber que existen,
no vemos vibraciones del espectro infrarrojas o ultravioletas, pese también a saber
que existen- la comprensión lógica está constreñida dentro de ese marco. Y la
mística, tal vez, sea como asomarse por el alféizar y mirar hacia ambos lados de la
pared, arriba y abajo.
La segunda postura necesaria de aclaración tiene que ver con el origen
pretendidamente extraterrestre de los OVNIs. En absoluto descreo de ello:
simplemente estructuro aquí una hipótesis para cierto número de manifestaciones
del fenómeno. Más aún; como explicaré en otra oportunidad, creo que entre la
Inteligencia extradimensional y ciertas Inteligencias extraterrestres hay un conato
de acuerdo. Pero eso será tema de otro capítulo.
Por extravagante que sean los planteos que voy a esbozar aquí, trataré de
acreditarlos con pensamientos científicos. Atención: dije científicos, no académicos.
O, como es dominante en el campo de los doctorados, “pensamiento estadístico”;
pensamiento reductible a una enunciación axiomática que no necesariamente
refleja toda la realidad, lo que es, a mi criterio, una de las grandes falacias del así
llamado “racionalismo” de nuestros tiempos: enuncia leyes que parecen aplicarse
en todas las circunstancias y por ello ser generales, pero pocas veces reflejan los
pequeños matices de la realidad de todos los días. Pongamos un ejemplo.
Supongamos que tengo un cajón lleno de pequeñas piedras roladas y después
de sesudos estudios y complicados cálculos enuncio la siguiente proposición
general: “El 95 % de las piedras de este cajón tienen un diámetro promedio de 3
cm”. Este es un típico ejemplo de enunciación académica. Sin embargo, si tomo un
escalímetro y anoto el diámetro de piedra por piedra previamente numerada, será
muy difícil encontrar simplemente una sola que tenga exactamente tres
centímetros de diámetro. Este es un elemental caso de “pensamiento estadístico”
que desea camuflarse de “pensamiento científico”. Y aún cuando lo logre, como se
ve, no necesariamente refleja la realidad.

El OVNI como ente “psicoide”

El eminente psicólogo suizo Carl Gustav Jung definía a los “entes psicoides”
como elementos a caballo entre una realidad psíquica y una física, como objetos de
conocimiento que comparten presencia en esos dos mundos. Para él, el OVNI era
uno de tales. Indiscutiblemente (y lo ratificó puntillosamente en su libro “Sobre
cosas que se ven en el cielo”, Editorial Sur, Buenos Aires, 1961) tenía realidad
física: dejaba marcas en sus aterrizajes, quemaba los campos, era detectado por el
radar... pero también tenía una componente psicológica poderosísima; Jung
pensaba que expresaba la idea de “mandala”, palabra sánscrita que significa
“círculo”, que en Oriente remite a pinturas hechas para prácticas de meditación
(generalmente afectando esa forma, aunque en ocasiones pueden ser cuadrados)
con representaciones de acciones de dioses y semidioses, combates mitológicos y
hechos históricos o legendarios) pero que también, siguiendo sus enseñanzas, se
encontraría como un símbolo latente en el Inconsciente Colectivo de la
Humanidad, para expresar la necesidad de búsqueda de sí mismo, o, más
exactamente, lo que él llamó la necesidad de realizar (hacer realidad) el Proceso de
Individuación. El completarse uno en sí mismo.
La ilustración ejemplifica claramente la hipótesis del Inconsciente Colectivo,
como estrato basal de la psicología humana

Leemos en “Actas de la Sociedad de Investigaciones Psíquicas” de Londres,


Tomo 35, parte 94, F.E. Leaning, “Estudio introductorio de los fenómenos
hipnagógicos”, 1925”:
“Fui consciente de que algo se movía y giraba delante y encima de mi frente.
Tomó la forma de un disco de unos cuatro pies (N. Del T.: aproximadamente un
metro treinta centímetros) de diámetro. Dentro del disco estaba sentada una
joven. Era una bella criatura, de rostro muy amistoso y encantador. Muy
simpáticamente, me hizo señas con su cabeza. Le dije: “¿Quién eres?”. Me
respondió: “Soy tu Auto – control”. En el libro del doctor Bramwell yo había leído
que el objetivo principal de todo tratamiento hipnótico debe ser desarrollar el
autocontrol del paciente, pero jamás se me había ocurrido la idea de que eso
significaba desarrollar una joven”.
“Advierte cuán real soy”, me dijo, y extendió hacia mí su brazo y su mano.
Palmoteé sus dedos. Oí el ruido que esto provocó y sentí el contacto. Luego, en esa
ocasión, advertí algo extraordinario: sentí su mano como si fuera la mía. O sea,
sentí lo mismo como si yo estuviera tocando mi mano derecha con mi mano
izquierda. Sin embargo, mis manos no se estaban tocando, sino que descansaban
sobre el cobertor de lana”.
“De inmediato, ella se dispuso a salir del disco. Sacó su pie. Todavía
recuerdo la media de seda con bellos adornos. Yo podía ver cada punto de la seda.
Por eso, directamente decidí que lo mejor era que ella se quedara allí, pues empecé
a sentirme inquieto no fuera que algo se hubiera descompuesto (sic) en mi cerebro.
Ella percibió de inmediato mi temor: lo pude ver en su cara. De modo que regresé
a mi conciencia común y ella desapareció”.

Que duda cabe que si este episodio, detalle más, detalle menos, en vez de
ocurrir a principios de siglo dentro de una espaciosa habitación hubiera ocurrido
decenios más tarde a campo abierto, tendríamos un típico cuasi aterrizaje de un
OVNI. Incluso, lo exiguo del “aparato” para transportar a su tripulante no deja de
despertar ecos en mi memoria. ¿Nunca les llamó la atención las en ocasiones
exiguas y estrechas proporciones de las “naves espaciales” en relación al tamaño
de los tripulantes que luego aparecen emerger de ellas, tal como las presenta en
centenares de casos la literatura sobre OVNIs?.
Pero lo más importante es la identificación que de sí misma hace la
aparición. Me recuerda otro caso, ocurrido en Zimbabwe, África, el 31 de mayo de
1974, cuando una joven pareja conduciendo de noche su automóvil por una
carretera rural y despejada, fueron interceptados por una poderosísima luz
proveniente de lo alto: Peter, el conductor, pierde el control del vehículo que
parece ser controlado a distancia, mientras la temperatura dentro del mismo
desciende muchísimo (estaríamos aquí ante otro vínculo entre Parapsicología y
OVNIs: los fenómenos de “termogénesis” o cambios bruscos de la temperatura
ambiental por causas aparentemente no físicas) y protagonizan un episodio de
“tiempo perdido”. En hipnosis, él y su esposa, Frances, dicen lo siguiente: dentro
del auto, nos programaron... mi esposa se quedó dormida, o la radio, que tenía la
voz de “ellos”, la hizo dormir, de modo que no puede recordar mucho de lo
ocurrido dentro del auto. Una forma se filtró hacia el asiento trasero, estuvo allí
sentada durante todo el viaje y me dijo que yo vería lo que quisiera ver. Si lo
quería ver como un pato, entonces sería un pato; si lo quisiera ver como un
monstruo entonces lo vería como un monstruo”.
En otras palabras: la entidad, la inteligencia se presenta a sí misma como
proteiforme, como oportunamente enunciáramos.
Es evidente en Jung su deseo de no profundizar en los aspectos materiales
del OVNI, simplemente porque como psicólogo le resultaría irreconciliable admitir
una inteligencia extraterrestre –en el sentido de “fuera de lo humano”- cuando
acababa de perfilar con tanta justeza una teoría inconsciente sobre estas
observaciones. Pero individuo honesto a rajatabla, no puede negar esa
materialidad, aunque se limita a subrayarla en la introducción del trabajo ya
citado. Aún más: en esos tardíos años ’50, la sola suposición de objetos
extradimensionales, fuera del “pulp” de la ciencia ficción, era cosa de alucinados. Y
no sería Jung quien en el ocaso de su vida arriesgaría todo el prestigio que tan
duramente se ganó proponiendo esta explicación. Pero es obvio que cuando habla
de los OVNIs como entes psicoides, esto es, objetos que tanto comparten una
realidad física en el “allá afuera” del individuo como psicológica en el “aquí
dentro” de su mente, seguramente estaba pensando en ello. Y, quien sabe, en las
tremendas implicaciones. Porque si la realidad OVNI es psicoide, la evolución en
las manifestaciones del fenómeno no habla sólo de un cambio en la
exteriorización del mismo: habla también de una evolución en el psiquismo
colectivo de la humanidad, ya sea porque el ovni produce el cambio psíquico o
el psiquismo induce la evolución fenomenológica del ovni. Y esto es mucho más
que un “salto cuántico” del Inconsciente Colectivo: es evolución, en un sentido
biológico e histórico, lisa y llanamente. Simplemente, porque la unidad en la
acción significa unidad en la finalidad.
Ciertamente, el genial psicólogo creía en los OVNIs como “símbolos”, pero
entendiendo tal palabra no en un sentido peyorativo, de cosa ficticia, fetichista o
imaginaria, sino como algo que representa lo vago, desconocido u oculto. No podía
aceptar que el OVNI fuera lo que aparentaba ser, básicamente porque el sabía
mejor que nadie que hay aspectos inconscientes en nuestra percepción de la
realidad, como el hecho que, aun cuando los sentidos reaccionen ante fenómenos
reales, visuales y sonoros, son trasladados en cierto modo desde el reino de la
realidad exterior al de la mente. Dentro de ella, se convierten en sucesos psíquicos
cuya naturaleza última no puede conocerse, porque la psiquis no puede conocer su
propia sustancia psíquica. Por tanto, cada experiencia OVNI contiene un número
ilimitado de factores desconocidos.
Los OVNIs son absurdos como los sueños. Pero, como ellos, existen. Dejan
huellas físicas pero violan permanentemente “sus” leyes, tal vez para recordarnos
que en buena medida tampoco son físicos. Aunque sospecho, que en realidad, son
hiperfísicos.

El hecho es que muchos supuestos EBEs y ovnis presentan características


(antenas en “V” los primeros, escalerita o faroles los segundos) anodinas, que
parecen más tomadas de la mente de los testigos que respondiendo al uso real que
pudieran darle los ET. Además, es más un ejemplo de conceptualización
equivocada del futuro, que elementos de una civilización tecnológica.

A veces tengo la sensación que dentro de la interrelación del fenómeno


OVNI con la historia humana estamos a un paso de vivenciar una “profecía
autocumplida”. Creo que la presencia de los OVNI nos está anunciando algo, pero
temo que nos ocurra como cuando el oráculo de Delfos le dijo al rey Creso que si
cruzaba el río Halis, destruiría un gran reino; sólo después de haber sido derrotado
completamente en una batalla, luego de cruzar el río, fue cuando ese rey se dio
cuenta de que el reino aludido por el oráculo era el suyo propio. Si los OVNIs
tienen un componente “psicoide” que interactúa con el Inconsciente Colectivo de
nuestra especie, pueden estar comportándose como los sueños del Inconsciente
Personal o Individual que, a veces, anuncian ciertos sucesos mucho antes de que
ocurran en la realidad. Muchas crisis de nuestra vida –sin que se trate aquí de
premoniciones- tienen una larga historia inconsciente. Vamos hacia ellas paso a
paso sin darnos cuenta de los peligros que se van acumulando. Pero lo que no
conseguimos ver conscientemente, con frecuencia lo ve nuestro inconsciente que
nos trasmite la información por medio de los sueños. Si los OVNIs son sueños del
Inconsciente Colectivo a caballo con la Realidad, están influyendo, interactuando,
impulsándonos y advirtiéndonos. ¿De qué?. Eso, trataremos de desvelarlo en este
libro.

No quiero abusar del término “símbolo” sin abundar un poco sobre su


significado. Puntualicemos en principio la diferencia entre signo y símbolo, ya
mientras el signo es siempre menor que el concepto que representa, el símbolo
siempre significa algo más que su significado evidente e inmediato. Los símbolos
no sólo se producen en los sueños. Aparecen en toda clase de manifestación
psíquica. Hay pensamientos y sentimientos simbólicos, situaciones y actos
simbólicos. Frecuentemente, hasta los objetos inanimados cooperan con el
inconsciente en la aportación de simbolismos. En consecuencia, si el OVNI es
símbolo, además de su existencia física lo es en tanto y en cuanto significa o remite
a otra cosa.
El enfoque jungiano puede aportar una clave inédita para entender al
fenómeno OVNI. No solamente por su aproximación revolucionaria –más aún, en
la época en que fue formulado y mucho más, pues numerosos cultores del mismo
ni siquiera lo han comprendido, o, parafraseando al maestro, están enfermos de
“misoneísmo” –rechazo a lo novedoso—de realidades psicoides, a horcajadas entre
el mundo de la materia y el mundo de la mente, sino porque libera una vía
alternativa, que no es la del pensamiento lineal sino la del pensamiento alternativo,
para conocer su origen. En “el hombre y sus símbolos” escribe así: “...Estos cuatro
tipos funcionales corresponden a los medios evidentes por los cuales obtiene la
conciencia su orientación hacia la experiencia. La percepción (es decir, la
percepción sensorial) nos dice que algo existe; el pensamiento nos dice lo que es; el
sentimiento nos dice si es agradable o no lo es y la intuición nos dice de dónde
viene y adonde va....”. Quizás premonitoriamente, Carl Jung sembró nuestra
inquietud de aunar una aproximación parapsicológica y esotérica al fenómeno
OVNI.
Mencioné líneas arriba como muchos seguidores de la escuela jungiana
parecen tener pánico de extrapolar y profundizar sus consideraciones. Esto es más
que evidente en torno al fenómeno OVNI, donde se abusa hasta el hartazgo con la
intención de reducirlo a la categoría de arquetipo. Pero en este y otros casos, el
término “arquetipo” es comprendido mal, como si significara ciertos motivos o
imágenes mitológicas determinadas. Éstos no son más que representaciones
conscientes; sería absurdo suponer que tales representaciones variable fuesen
hereditarias. Y, si son representaciones, y si el OVNI –o, mejor dicho, “la
observación de ovnis”- es arquetípica, entonces es representación de algo. De qué,
lo veremos en el capítulo siguiente.

Cuando un testigo ve un OVNI que no es visto por sus acompañantes;


cuando la entidad que se manifiesta junto a él (o que dice proceder de él) parece
tener connotaciones más hagiográficas que extraterrestres, cuando –tal vez lo más
importante- la experiencia OVNI tiene un impacto conmocionador en la
cosmovisión del testigo impulsándolo en nuevos caminos (que si desembocan en la
plena realización humana o en la locura parece tener que ver más con la matriz
psicológica que recibe la experiencia que con la experiencia en sí), cuando todo eso
es parte de una realidad inaprensible hasta ahora en modelos matemáticos, en
rastreos astronómicos y militares, es hora que nos preguntemos si una buena parte
de nuestros “visitantes” no vendrán de “aquí al lado” en términos espaciales, pero
de muy lejos en términos de naturalezas. Tal vez sea hora de anexar a la Ovnilogía
conocimientos emanados del campo de la Neurobiología, a la búsqueda de la
sintonía, la transducción, en fin, la famosa puerta a otros planos que tanto hemos
buscado en los confines del espacio exterior y aguardaría, eclipsada por la
fascinación tecnológica muy propia de nuestra Era, en el fondo de nosotros
mismos.

CAPÍTULO III

OVNIS MATERIALIZADOS MENTALMENTE

Enfoque difícil el que me he propuesto en este trabajo. Supongo que venía


siendo insinuado por otros anteriores de mi autoría, pero sin duda proponer,
quizás demasiado frontalmente y desde el título mismo del artículo un “paradigma
espiritual” en la Ovnilogía suena paradójicamente casi a herejía, en tiempos donde,
si no de hecho, por lo menos de forma resulta en dividendos intelectuales más
socializados enarbolar las banderas de la metodología científica, y confundiendo la
misma no tanto con rigurosidad expositiva sino con la profusión de materialismo a
la que son tan afectos mis colegas del pelotón de tuercas y tornillos extraterrestres.
Sin duda resulta, en el ámbito mediático de investigadores y difusores de
esta disciplina, más redituable, otorgando más cartel de “serio y responsable”
proponer un estudio cribado por el laboratorio –y la palmada en la espalda, si es
posible, de alguien con título académico como aval de nuestra “cientificidad”- que
especular sobre las causas e implicancias de considerar a los OVNIs materia de
enfoque espiritualista. Se agrega a ello el peligro, siempre latente, de caer en la
confusión de malinterpretar “espiritualismo” como “mesianismo”, o proponer una
lectura contactista del fenómeno. Así que no es redundante volver a hacer hincapié
que cuando escribo sobre “paradigma espiritual” me remito precisamente a eso:
especular sobre una etiología, una génesis del fenómeno quizás no tanto
“extraterrestre” como procedente de un orden de Realidad no física, empleando
“espiritualidad” entonces, como antítesis de “materialidad”.
Razonando la espiritualidad

Vivimos –qué duda cabe- en un mundo dominado por una concepción


maniquea, la de que la “verdad científica” se opone a la “verdad del espíritu”. Un
mundo que, por un lado, aglutina a los fundamentalistas que temen que las luces
de la ciencia invada lo que es territorio de sus dogmas y por otro, los que cierran
filas en la convicción de que sólo es cuestión de tiempo que los instrumentos del
laboratorio desguacen los resabios de lo que llaman “supersticiones”. Aferrarse a
una concepción dividida del mundo tiene consecuencias peligrosas, pues en todos
nosotros dormita la sospecha de que sólo una de tales dos “verdades” puede ser
realidad. Esto hace que los cientificistas y todas las personas cuya concepción de lo
“real” esté conformada, en sus rasgos esenciales, por las modernas “ciencias
duras” se vuelquen cada vez más al ateísmo, es decir, al intento de arreglárselas
sólo con la propia razón.
El ejemplo más clásico de ello es la dicotomía evolución versus creación. Se
tiene de la evolución la idea (que anticipamos equivocada) de que se trata de una
Naturaleza capaz, por medios aleatorios, de “elegir” la mutación más óptima para
las siguientes generaciones, algo que no es explicable, en su raíz finalista, por el
cálculo de probabilidades (ya lo sabemos: ¿le sería posible a un mono –a una
población de monos- jugando con tarjetones con letras inscriptas, lograr, por
simple azar, rescribir toda la obra de Shakespeare?), lo que a su vez les deja un
“nicho” a loos creacionistas para discernir allí la mano de Dios. Pero la evolución
no ha funcionado (no funciona ni funcionará) de esa forma: la evolución consiste
en una Naturaleza que permanentemente experimenta nuevas opciones, nuevas
mutaciones, la enorme mayoría de las cuales caen en un pozo sin fondo hasta
que se dan las condiciones que le hacen imponer su supremacía: como ejemplo,
imaginémonos experimentos azarosos de esa Naturaleza creando esporádicamente
lobos albinos en un bosque templado. Esto es una dificultad para la supervivencia
–ese animal queda así expuesto a la vista de sus naturales enemigos con mayor
facilidad, digamos, que uno pardo o gris- hasta que en un futuro probable deviene
una época glaciar. Lo que hasta ese momento era un hándicap en contra (por ello
los lobos albinos no se imponían numéricamente) se transforma, por una
circunstancia climática, en una ventaja a favor: los lobos albinos cuentan entonces
con mayores recursos para mimetizarse con el entorno, aumenta su expectativa de
vida y se multiplican hasta ser dominantes.

Comprender un hecho tan simple implica iniciar el camino de un nuevo


paradigma, de una nueva concepción en el modelo del Todo. Es comprender que
no avanzaremos en la comprensión del fenómeno OVNI hasta que no variemos
nuestras actitudes intelectuales para abordarlo. La primera de ellas, la útil pero a la
vez limitante especialización conceptual: comprender que los límites que creemos
percibir en todas partes, entre el “yo aquí” y “todo lo demás allá” no pertenecen a
la realidad misma. No son más que proyecciones de nuestras estructuras
imaginativas que, ante el mundo, son totalmente insuficientes, algo así como una
red de coordenadas geográficas con que nuestro cerebro cubre el mundo exterior y
gracias al cual intentamos que en medio de la multitud de fenómenos nos resulte
más fácil orientarnos. Consecuencia de ello es nuestra especialización científica, la
cual no es consecuencia de una especialización de la naturaleza. Es consecuencia
de nuestra incapacidad de abarcar y examinar la totalidad al mismo tiempo. Por
consiguiente, si comprendemos al mundo como una continuidad, podemos
formular que lo que llamamos fenómeno OVNI es parte de esa continuidad y algo
que tiene realidad en un sentido informático. En el sentido de la teoría de la
información, ésta es precisamente la diferencia de la distribución de señales del
promedio estadístico que se observa independientemente de cualquier contenido. La
“sustancia” de la información así definida no tiene nada que ver con el
“contenido” de lo que estamos acostumbrados a llamar “una” información en
nuestro lenguaje cotidiano. Más bien queda definida por una medida verificable
cuantitativamente en que se diferencia del promedio.

Una opción para el “Más Allá”

Si hablamos de una dimensión espiritual del fenómeno OVNI, nos vemos


obligados a considerar el concepto de lo “trascendente”. Lo trascendente al tiempo
y espacio tal como lo conocemos, regido por las esclavistas leyes físicas. De manera
que debemos entonces tratar de conceptuar el concepto del “Más Allá”. Y ello nos
retrotrae al Momento Primero del Universo.

La teoría del Big Bang sostiene que el Todo (toda la materia, todo el espacio)
estaba reducida a un punto minúsculo que, hace unos veinte mil millones de años,
explotó. Hoy en día los científicos teorizan sobre los procesos ocurridos hasta un
milisegundo después de la Gran Explosión, con procesos energéticos imposibles de
concebir prácticamente sucediéndose a velocidades escalofriantes en esa génesis
cósmica. Al común de los mortales le resulta medianamente comprensible la idea
de que toda la materia (en realidad, entonces, energía y plasma) se hallaba
reducida a unas dimensiones despreciables. Lo que habitualmente se le escapa,
empero, es que si el concepto del tiempo –por física relativista- es inseparable del
de espacio, entonces también el tiempo no sólo comenzó entonces, sino que estaba
limitado a esa esfera original. Un naturalista no vería motivo alguno para presentar
objeciones a esta posibilidad puesto que para él el “tiempo”, enlazado
inseparablemente al espacio de este Universo, junto con la energía, la materia y las
leyes naturales, se originó en aquél acontecimiento. Por ello, para nuestro
naturalista el “tiempo” es, junto con la energía, el espacio lleno de materia y
determinadas constantes naturales (las masas de las partículas subatómicas, la
constante de la gravitación, la velocidad de la luz, la constante de Planck, etc.) una
propiedad de este mundo. Así, en la moderna concepción científica del mundo, que
sobrepasa de manera tan extraña nuestras cándidas ideas, está unida a la existencia
de este mundo y no existe sin él. No es una categoría que abarque el mundo en su
totalidad, que lo determine o lo contenga “desde el exterior”. Y si existe semejante
“exterior” existiría en la intemporalidad y la “aespacialidad”. A pesar de cargar
con el peso intelectual de abarcar con miles de millones de años de evolución,
podemos afirmar que ese instante primero no ha terminado: porque la expansión
continúa, y la dilatación de la percepción del tiempo asociado también: la evolución es
idéntica al momento de la creación. Por tanto, lo que llamamos “evolución cósmica
y biológica” son las proyecciones del acontecimiento de la creación en nuestro
propio cerebro. Que la historia de la evolución de la materia inanimada y animada
es la forma en la que presenciamos desde adentro la creación, que desde afuera,
desde la perspectiva trascendente, es el acto de un momento. Ese “afuera” es el
Más Allá.
Llegados a este punto, debemos dejar constancia que se trata en todo caso
de afirmaciones que no contradicen en nada la moderna concepción científica del
mundo. Así, pues, nos encontramos con el ejemplo de un caso donde el
conocimiento científico abre al entendimiento religioso un camino completamente
nuevo.

Por consiguiente, el espacio y el tiempo no son en absoluto algo así como


experiencias que realizamos sobre el mundo, como suponía la filosofía antes de
Kant. Son más bien estructuras de nuestro pensamiento, de nuestra intuición. Se
encuentran a priori en nuestro pensamiento. Antes de cualquier experiencia que
adquiramos. Son innatas en nosotros. Puesto que el “espacio” y el “tiempo” son
innatos en nosotros (como parte que somos del “instante evolutivo”) como formas
del conocimiento, no tenemos la menor posibilidad de llegar a saber o
experimentar nada que no sea espacial o temporal. Por ello, como dijo Kant, el
espacio y el tiempo no son el resultado, sino la condición previa de toda experiencia.
Son juicios que emitimos a priori sobre el mundo, prejuicios innatos de los que no
podemos liberarnos. Pero por ser esto así no tenemos derecho a suponer que el
espacio y el tiempo pertenecen al mundo mismo tal como es “en sí”,
objetivamente, sin el reflejo en nuestra conciencia, que es nuestra única manera de
poder vivirlo. El orden que presenta el concepto del mundo que nosotros
experimentamos no es la copia del orden del mundo mismo. Es, según Kant, sólo
la copia de las estructuras ordenadas de mi propio aparato pensante. Por lo tanto,
si veo a Dios “allí” es porque primero está “aquí”.
Aquí podríamos hacer una digresión sobre una de las cuestiones más
interesantes planteadas por la filosofía oriental: la necesidad de contemplar desde
el No Yo. Ahora, sin no podemos pensar el No Yo (como el No Tiempo y el No
Espacio) es porque es parte de la conciencia, no lo que ella descubra. Por eso, hay un
“fuera de la conciencia”, con No Yo, No Tiempo, No Espacio. El Más Allá. La
fusión en (y con) el Cosmos. El Nirvana. La pregunta que aquí podríamos hacernos
(siguiendo a Gurdjieff) es si se trata del Yo de los “yoes” menores y multifacéticos
de nuestros “momentos de conciencia” cotidianos. Ya que si los “yoes menores”
hacen el Yo Psicológico (hago los roles en tiempo y espacio), es porque hay un Yo
mayor. Es el espíritu.

Abducciones y experiencias cercanas a la muerte

Escribe Hoimar von Ditfurth (en “No somos sólo de este mundo”, Planeta,
1983, pág. 129: “Hace unos treinta años, el etólogo Erich von Holst descubrió que un gallo
lleva en su cabeza de manera congénita la imagen del enemigo mortal de su especie. Esta
prueba la proporcionó un experimento cuyo resultado tiene que dar mucho que pensar. No
porque fuera cruel; en cierto modo incluso porque se dio el caso contrario: durante el
experimento el gallo no se dio cuenta en absoluto de cómo se burlaban de él, por lo visto, ni
siquiera de que estaba siendo objeto de una manipulación. Precisamente esta circunstancia
es la que tiene que dejar confuso a un observador. Y esto sucederá si se le ocurre
preguntarse si lo que es válido para el gallo puede aplicarse a sí mismo”.
“Erich von Holst narcotizó a sus gallos y les metió finísimos cables en el cerebro.
Estos cables estaban aislados con una laca finísima excepto en el extremo que quedó sin
cubrir. Los cables se adaptaron sin la menor complicación. Los animales no se dieron cuenta
de nada (el cerebro es un órgano insensible al dolor). Con este procedimiento pretendía
provocar estímulos eléctricos en los lugares del cerebro de los animales en que estaban
encajados los extremos lisos de los cables. Para ello se utilizaron impulsos eléctricos cuya
intensidad y forma de sus curvas correspondieran en todas sus particularidades a las de los
impulsos nerviosos naturales”.
“En tales circunstancias los animales no se dieron cuenta de que se les estaba
haciendo algo, que estaban siendo víctimas de una influencia “desde fuera”, artificial. Los
habían domesticado y adiestrado para que durante el experimento se movieran con entera
libertad en una mesita. Y esto es lo que hicieron, completamente relajados, cacareando
suavemente, picoteando de vez en cuando en busca de pequeñas manchas, como suelen
hacer los pollos.”
“Hasta el momento en que Holst o uno de sus colaboradores tocó el botón que
enviaba la corriente, que no podía distinguirse e un impulso nervioso natural, a través del
cable, cuyo liso extremo terminaba en lo más profundo del cerebro del pollo. Entonces, en la
mesa de experimentos la escena cambió de repente. Los pollos siguieron comportándose –y
esto es precisamente lo espectacular del experimento- como suelen hacerlo, pero parecían
sentirse de improviso transportados a situaciones que ya no tenían nada que ver con el
ambiente objetivo de la mesa vacía. La reacción comienza algunos segundos después con
una típica “toma de viento” por parte del animal. De repente, en medio de un movimiento,
el gallo se pone rígido, se endereza y con los movimientos de cabeza pendulares típicos de su
especie husmea el ambiente con evidente tensión. Pocos momentos más tarde parece haber
descubierto algo y fija la vista en un punto determinado de la mesa (que sigue vacía).”
“Este “algo” invisible parece acercársele. Cada vez más excitado, el gallo empieza a
marchar de un lado a otro de la mesa. Aleteando realiza unos movimientos que parecen
querer evitar “algo” que por lo visto se le está acercando cada vez más, y da picotazos
fuertes hacia la dirección en la que, como hechizado, tiene la vista fija. No hay duda, el
animal se siente amenazado. Se comporta como si en la mesa se le acercara un peligro
contra el que tiene que defenderse”.
“El desenlace de la escena depende de las circunstancias. El jefe del experimento
puede soltar en cualquier momento el botón que provoca el estímulo. Si lo hace, el gallo se
endereza en seguida y mira a su alrededor como si buscara algo. Es imposible sustraerse a la
impresión de que está desconcertado de que el peligro haya desaparecido tan
repentinamente. Cuando el gallo se ha convencido del todo de que es así, ahueca aliviado el
plumaje y lanza un triunfante “quiriquiquí”. Dudar de que entre su reacción combativa y
la desaparición de la amenaza existe una relación de causalidad es algo que no se le ocurre.”
“En cambio, si el estímulo sigue conectado puede suceder que el animal busque un
sucedáneo para su tensión interna, que por lo visto se hace cada vez más inaguantable. En
general, este sucedáneo es uno de los científicos que se encuentran alrededor de la mesa. Las
películas muestran que, en este caso, los ataques de los gallos se dirigen preferentemente a
las manos de los que son tan imprudentes de apoyarlas sobre la mesa durante el
experimento. Por lo visto, el tamaño y la posición de una mano humana apoyada en la mesa
es lo que más se parece al amenazador fantasma que la corriente hace surgir en el cerebro
del gallo”.
“Pero como un enemigo fingido de manera tan disimulada no puede expulsarse por
fuertes que sean los picotazos, si el impulso sigue conectado la escena termina por lo general
de esta manera: el gallo deja estar por fin todos los modales que ha adquirido gracias a una
paciente labor de adiestramiento y con fuertes gritos abandona la mesa revoloteando. Con
ello el animal provoca la desaparición del supuesto enemigo si bien de una manera que él no
puede comprender: rompiendo el finísimo cable que producía el fantasma en su cerebro”.
“Este experimento puede repetirse cuantas veces se desee. Siempre que el estímulo se
produce en el lugar del cerebro “encargado” de ello, el gallo desarrolla el mismo programa
de forma estereotipada. Hay que tener presente una cosa: lo único artificial y procedente del
exterior es el impulso eléctrico parecido al impulso nervioso natural. Es, simplemente, el
desencadenante de los acontecimientos. Todo lo que sucede después lo produce el mismo
animal, toda la escena compuesta por una serie innumerable de elementos diversos de
comportamiento y que se repite en la mesa vacía, siempre que se apriete el consabido botón:
la lucha con el fantasma de un “enemigo terrestre” que se acerca”.
Es imposible leer estas líneas y no asociarlas irremediablemente con el
fenómeno OVNI y, especialmente, la situación de las abducciones. Tenemos lícito
derecho a preguntarnos si algo similar no ocurrirá en estos casos y si, al igual al
gallo cuyo “programa de defensa” es congénito, genético, lo que hace en nosotros
el “estímulo exterior” es detonar la escenificación, la representación sensorial de un
secuestro. Pero, ¿por qué precisamente esa situación y no otra?. Si la psicología del
ser humano –individual y colectiva- obedece a un principio de economía de
energía y eficiencia, es porque más que re – crear una situación imaginaria –con la
consabida dificultad de su identidad en los miles de casos de abducciones- es
porque se trata simplemente de recurrir a una escenificación con una finalidad en
orden a la evolución. Voy a decirlo directamente: ¿escenificamos abducciones porque
así ocurren o porque son la forma más económica y eficiente –en términos de
energía psíquica- de hacer catarsis o bien representar el contacto con una realidad
paralela, desde la cual, Algo o Alguien nos estimula como von Holst al gallo?. Voy
más allá: ¿es improbable concebir que nuestra “respuesta condicionada” (quizás
para satisfacción de Zacharías Sitchin) fue “incorporada”, pautada, en algún
momento de nuestra evolución primigenia por una inteligencia exterior con vistas
a condicionar estas respuestas en algún momento futuro?. Y, obviamente,
reflexiones de similar tenor podríamos hacer respecto a las OOBE (“out of body
experiences” o “experiencias fuera del cuerpo”) y las “peritanatológicas” (o
experiencias cercanas a la muerte).

Pero existe otro razonamiento para abonar la hipótesis de que nuestras


“intuiciones espirituales” no son gratuitas. Y es aquél que dice que toda adaptación
reproduce una parte del mundo real (o se acomoda a una parte de él). Esto no sólo
puede decirse de los cascos de los caballos, las alas de las aves y las aletas de los
peces. Puede decirse también de las estructuras del conocimiento. Por lo tanto, esas
“formas de intuición” se adaptan, porque reflejan, algo del mundo real.

El OVNI como estímulo – señal

No ha dejado nunca de ser grotesco para los experimentadores que si a una


gallina se le ubica, cerca pero inmóvil, una comadreja disecada, después de cierta
reacción de sorpresa el plumífero queda totalmente indiferente ante su natural
depredador. Pero si se toma una bolsa cubierta de piel y se le fijan dos botones
brillantes donde en un animal deberían ir los ojos (una verdadera caricatura de
comadreja pero mediante un cable se le imprime un sentido de movimiento la gallina
se desespera por huir. El estímulo – señal, codificado genéticamente, tiene valores
primitivos y esenciales, donde no importa tanto el aspecto sino otras variables,
como, precisamente, el sentido de movimiento, a pesar de que no se parece casi en
nada al agresor. Con los correspondientes estímulos – señal, se ha demostrado en
innumerables casos que esto es válido también para otros animales. Cuando se ha
llegado a descubrir cuáles son los estímulos específicos que les sirven de señal,
aves de toda clase, peces, insectos, etc., todos se dejan manipular de manera
previsible con los estímulos “fabricados” gracias a ellos. La reacción se efectúa no
sólo de manera previsible, sino además infalible. Los animales son del todo
incapaces de escapar al efecto desencadenante de tales estímulos.
Esto acentúa la impresión de ver al OVNI, sin desmerecer su realidad física,
como un ente “psicoide”, un “mandala”, algo a caballo de dos realidades. Sería
interesante realizar el experimento de estudiar las reacciones de las personas ante
un OVNI proteiforme fabricado artificialmente, aunque cabe preguntarnos,
¿proteiforme de qué es un OVNI?. Es dable suponer que las personas reaccionarán
a similitud de los animales, reduciéndose el OVNI – estímulo – señal a sus
variables más elementales siempre y cuando, como dijéramos al resumir la teoría
de la información, pudiéramos resumir en él la diferencia de la distribución de
señales del promedio estadístico que se observa independientemente de cualquier
contenido. La composición del estímulo clave desencadenante a base del menor
número de características válidas para todos los enemigos del gallo que entran en
consideración, es la única solución imaginable del aparentemente casi utópico
problema que consiste en almacenar genéticamente una imagen que refleja todos
los enemigos que pueda llegar a encontrar algún día puesto que existen
concretamente en el medio real. Lo que ha realizado aquí la evolución es nada
menos que una “generalización y abstracción”, una generalización que prescinde
sistemáticamente de la diferencia de detalles individuales. Así, pues, al gallo, como
organismo biológico, el conocimiento congénito sobre el mundo le proporciona
una información óptima, exacta, útil. Y como su existencia se limita a la esfera
biológica, para él el caso queda solucionado así de manera satisfactoria.
Algo distinto se presenta el asunto para nosotros. Con respecto a la facultad
cognoscitiva del gallo, nosotros nos encontramos en una esfera superior, en cierto
modo una “metaesfera”. Examinada desde este plano “metafísico” para el gallo, la
situación descrita en su totalidad gracias al sistema cerrado del programa de
comportamiento congénito con patrón desencadenante incorporado, por una parte,
y constelación de señales objetiva como estímulo desencadenante, adquiere una
cualidad muy distinta. Extrapolando, nada nos impide entonces suponer que la
constelación de percepciones espirituales de la humanidad (revelaciones
preternaturales, mensajes cósmicos, manifestaciones fantasmales, voces
angelicales, y cuanto etcétera puedan ustedes imaginar) pueden ser reducibles a
estímulos – señal básicos, y de ellos el OVNI puede ser el estímulo clave
desencadenante. Esto explicaría varias cosas: por un lado, el amplio espectro de
intereses que paulatinamente van adquiriendo los aficionados a estas disciplinas,
desde la curiosidad monotemática hasta la inquietud universalista. Por otr, las
“modas” cíclicas que “lo sobrenatural” presenta en distintos momentos de la
historia humana. Y finalmente, los sustratos comunes tanto a los fenómenos
ovnilógicos como los paranormales.
Pero pueden inferirse dos conclusiones más importantes: una, que entonces
el hecho de que en laboratorios se pueda recrear (de manera bastante pobre,
debemos admitir) “sensaciones de presencias espirituales” mediante el expeditivo
método de someter al sujeto de la experiencia a estímulos físicos (con lo que se
busca una reducción al absurdo de toda fenomenología paranormal a la categoría
de alteraciones sinestésicas) sólo nos estaría diciendo que es posible recrear
estímulos clave, y no que éstos no existan (como el hecho que pueda generarse un
“agresor fantasma” en el cerebro del gallo no quita que las comadrejas hagan de
las suyas en el mundo real). Además, sólo indicarían las áreas corticales que
entran en el proceso, pero no el origen del proceso en sí. Y en segundo lugar, que
así como el gallo tiene una percepción del enemigo superior a la de una garrapata
(para poder poner sus huevos en mamíferos, ésta necesita identificarlos de los
reptiles, y para ello sólo necesita un estímulo: ser sensible al ácido butírico,
infaltable en todo sudor), siendo de todas formas que a sus fines –y a su grado
evolutivo- la percepción del mundo que tiene la garrapata es correcta (pero inferior
a la del gallo) ontológicamente advertimos que la concepción del mundo del gallo
también es correcta, pero limitada. Por consiguiente, y habiéndose visto que la
evolución ni con mucho ha cesado (recuerden que todavía estaríamos en el
“instante de la creación”) nuestra percepción del mundo, siendo correcta, también
compartiría con aquellas su “limitidad”. Y los propios experimentos etológicos van
más allá: como la gallina reconoce a sus polluelos por el piar y no por el aspecto, se
ha colocado la famosa comadreja disecada dentro del nido de una gallina, eso sí,
con un minúsculo altavoz que reproducía un piar de pollitos, observándose como
aquélla trataba de protegerla y cubrirla, mientras que si se le cubrían los oídos,
atacaba a picotazos a sus propios polluelos circunstancialmente alejados del nido.
Extrapolando, de aquí a manipular la especie humana –aún en contra de las escalas
de valores que consideramos lógicos o éticos- contra un eventual cambio de ideas,
hay sólo un paso.

Llegados aquí, deberíamos preguntarnos después de todo si desde los


propios argumentos de la ciencia pueden elaborarse estas especulaciones, el
porqué de la generalizada resistencia de los científicos a lo espiritual. Las ciencias
de la naturaleza son las ciencias de la estructura y cambio de los sistemas
materiales así como del reparto espacial de diversas formas de energía (H. Von
Ditfurth). En su trabajo el científico se limita metodológicamente a la posición del
monismo materialista. Esta limitación forma parte de la definición de la disciplina
a la que se ha consagrado. La investigación científica de sistemas vivos no es otra
cosa que el intento de ver adónde se llega cuando uno se esfuerza por explicar la
estructura y el comportamiento de estos sistemas sólo gracias a sus
particularidades materiales. Esto es legítimo y, por lo que respecta a las
posibilidades de investigación práctica, el único método fructífero. Sólo que no
debe perderse de vista que se trata una vez más no de una afirmación sobre la
realidad, sino sobre una autolimitación metodológica; y muchos científicos lo han
olvidado hace tiempo. El resultado es una enfermedad ideológica profesional que,
como demuestra la experiencia, puede conducir a la grotesca convicción de que, en
realidad, no existen fenómenos espirituales.

El propio Konrad Lorenz escribió: “El proceso filogénico que conduce al origen
de estructuras apropiadas para la conservación de la especie se parece tanto al aprendizaje
del individuo que no tiene por qué extrañarnos demasiado que a menudo el resultado final
de ambos sea casi igual. El genoma, el sistema de los cromosomas, contiene un tesoro de
información de una riqueza francamente incomprensible. Este tesoro se ha ido formando
mediante un proceso que a lo que más se parece es al aprendizaje gracias al ensayo y error”.
Si consideramos la cronología genética de la relación que existe entre ellos y las
actividades que tienen lugar de manera conciente en nuestra cabeza y que caracterizamos
con las mismas palabras, se nos cae la venda de los ojos. Entonces vemos que con nuestra
acostumbrada manera de considerar la situación nos volvemos a encontrar aferrados al
prejuicio antropocéntrico que en toda ocasión quiere convencernos de que nosotros mismos
somos el punto de partida de toda la cadena causal. Pero como también en otros campos
tenemos la tendencia a basar nuestros juicios en nuestras propias experiencias como si
fueran un patrón, la naturaleza nos parece condenada a la falta de ingenio, ya que no somos
capaces de descubrir en ella ningún cerebro pensante. En una conclusión precipitada
identificamos la indiscutible carencia de cerebro de la naturaleza con la no existencia de
inteligencia, fantasía, capacidad y todas las demás potencias creativas que en nosotros van
unidas a la existencia de un sistema central intacto. Como durante demasiado tiempo
hemos hecho del propio caso el fundamento de nuestro juicio, estamos convencidos de que es
nuestro cerebro quien con todas estas capacidades y posibilidades y que, por tanto, sin
nuestro cerebro no existirían.. Una parte no poco esencial de nuestro asombro ante la
naturaleza se basa en un malentendido que tiene sus raíces aquí. Que una parte no poco
importante de nuestra admiración por la naturaleza se debe a un misterio demasiado
palpable: al asombro por todo lo que ha podido llevar a cabo esta naturaleza que tiene que
arreglárselas sin cerebro y que con ello a nuestros ojos carece de todas las facultades
creativas que para nosotros comporta el hecho de poseer un cerebro. Como si la creatividad
y la facultad de aprender no hubieran aparecido en este mundo hasta nuestra llegada, cosa
que naturalmente plantea la cuestión de cómo ha podido conseguir llegar hasta este punto
la naturaleza en todos los eones anteriores.
Es que la Vida tiene conciencia. Aprendizaje e inteligencia, la búsqueda de
la solución a los problemas y las decisiones tomadas ante el fondo de una escala de
valores que representa el resultado de procesos de aprendizajes anteriores, todo
esto existe también fuera de la esfera del cerebro. Todo esto son realizaciones que,
sin estar localizadas en un lugar concreto (un cerebro o una computadora) pueden
existir de verdad y actuar de verdad a nivel supraindividual. Esta afirmación no
tiene nada de metafísico. Solamente contradice nuestra habitual manera de pensar.
Sin embargo, no describe más que hechos que existen de verdad en el mundo. Las
funciones que acostumbramos a denominar “psíquicas” son anteriores a todos los
cerebros. No son productos cerebrales; al contrario, como todo lo demás, también
los cerebros pudieron ser producidos al final por la evolución sólo porque desde el
principio ésta fue dirigida por las funciones de las que he escrito. Nuestro cerebro
no es la fuente de estos logros, lo único que hace es integrarlos en el individuo.
Tenemos que aprender a ver en el cerebro al órgano gracias al cual la evolución ha
conseguido poner a disposición del organismo individual, como estrategias de
comportamiento, las facultades y potencias inherentes a ella desde el principio,
pero de ninguna manera en toda su amplitud. Hasta el momento, a pesar del
tiempo transcurrido, este don está aún en un estado de desarrollo muy imperfecto.
Ninguna persona estaría en condiciones de dirigir un hígado o construir una célula
desde su cerebro. Resulta una trivialidad –pero que generalmente se nos escapa-
decir que la mayor parte de lo que la evolución ha sido capaz de producir –sin
cerebro- nosotros, a pesar de todos nuestros esfuerzos, sólo podemos entenderlo en
una mínima parte y mucho menos aún imitarlo.
Tenemos que contar con la posibilidad de que también la fase biológica de la
evolución pudiera ser sólo un estado pasajero de la historia (como lo ha sido, por
ejemplo, la evolución química). Es posible exponer argumentos a favor de la
hipótesis de que la evolución biológica pudiera terminar en cuanto a sus productos
(nosotros) hayan proporcionado a las estructuras cibernéticas la complejidad
suficiente para que las capacite para seguir desarrollándose independientemente,
sin ayuda de técnicos orgánicos, “vivos”. Y cuando esas supercomputadoras
cuenten con sistemas de transmisión de información no electrónicos sino por
ejemplo, solamente ópticos, se estará a un paso de obtener soportes meramente
energéticos para la información. Y cuando la información pueda transmitirse y
almacenarse en “receptáculos energéticos”, los contenedores materiales serán
superfluos. Entonces, una “masa de energía” podrá a la vez ser vehículo y
procesos de aprendizaje, inteligencia, ensayo, error, almacenamiento, en síntesis,
entes pensantes. De aquí a la concepción de “entidades espirituales” hay un solo
paso que quizás sólo nuestras anteojeras materialistas, la manipulación
paradigmática del pelotón de tuercas y tornillos nos impide ver en la
fenomenología OVNI.

CAPÍTULO IV

CUANDO LAS INTELIGENCIAS APARECEN

El miedo viste de negro

Martes, 12 de septiembre de 1978

En una época en que, cuando menos en mi país, Argentina, aún no se habían


popularizado PC hogareñas, banco de datos comerciales ni otras lindezas, ciertos
trabajos, como el de reunir información sobre la solvencia financiera de aquellos
interesados en préstamos o créditos bancarios, eran sufragados por empresas
privadas conocidas como “de informes comerciales”. Pesquisas por derecho propio
de la confianza monetaria del prójimo, representaban, a mis ya lejanos veinte años,
la única posibilidad cierta de un trabajo estable. Acababa de abandonar la carrera
de Ingeniería Aeronáutica en una época oscura para la universidad nacional
después de algunas amargas experiencias en los ámbitos académicos de la ciudad
de La Plata con las autoridades uniformadas de entonces, y en parte por mi
carácter, en parte por mi pasado adolescente de militante fervoroso, era mejor por
un tiempo alejarme de las aulas y buscar un trabajo para solventarme. De todas
formas, la Ovnilogía en particular y las paraciencias en general seguirían siendo mi
válvula de escape intelectual. Así que, con unas modestas habilidades con la
máquina de escribir como todo currículum, conseguí un eclipsado puesto en una
de esas empresas, situada sobre calle Alsina en Buenos Aires. Y durante un año
tipeé páginas y más páginas respecto de pasivos, deudas impagas y ganancias y
pérdidas. Fue el único año de mi vida que trabajé bajo relación de dependencia.
El año 1978 había comenzado pleno de actividad ovnilógica para mí: en
febrero entregué a la desaparecida Editorial “Cielosur”, de Buenos Aires, los
originales del que fuera mi segundo libro, “Triángulo Mortal en Argentina” –tema
que se reiterará a lo largo de este artículo- participé en numerosas conferencias y
viajes de investigación. Pero para junio, las obligaciones de mi incipiente trabajo
me habían alejado completamente de la gesta ufológica, excepto por la salida, los
primeros días de agosto, al público de “Triángulo...”. Y aún así, todo se limitaba a
responder las esperables llamadas telefónicas de los amigos, algún que otro
comentario en la Editorial y poco más.
Por eso, cuando al atardecer de ese día regresé a mi casa –aún vivía con mis
padres- me sorprendió encontrar una nota de puño y letra de mi madre sobre la
mesa del comedor. Decía algo así como “por nada del mundo le abras la puerta a
nadie. Hubo gente rara buscándote. Cuando regresemos te contamos”.
El principio de la historia lo conocí en realidad no por mis padres, sino por la
encargada del edificio, quien al sospechar que había regresado no pudo frenar su
profesional curiosidad de contar y enterarse. Contar que, a media tarde, dos
policías uniformados acompañados de un tercero que llevaba sujeto de la correa
un perro pastor (¿) y que permaneció dentro del automóvil ( un Ford Falcon
negro) habíanse introducido en el edificio, secuestrado parte de la correspondencia
diaria que por ese entonces solía llegarme y tocado timbre en los departamentos
contiguos de mi piso, inquiriendo a los sorprendidos ocupantes respecto de mis
hábitos de vida, ocupaciones, visitas, etc. La encargada me dijo que a ella le
preguntaron sobre los países de procedencia de las cartas que recibía, además de
presionarla respecto a cierto “segundo juego de llaves” que “seguramente” ella
debía tener, a lo que la susodicha se negó rotundamente. Hecho esto, y con un
velado comentario –a todos- de un prometido regreso, se fueron.
Eso me contó la encargada. Y claro, esperaba algo a cambio, como por
ejemplo saber porqué me buscaban. Algo que yo también habría querido saber. Un
tanto alejado como estaba de la ovnilogía, me pregunté si se debería a mis
antecedentes estudiantiles, o quizás algo vinculado a mi trabajo. Con veinte años,
la situación, no me molesta admitirlo, me provocaba mucho miedo. Si lo hubiera
vinculado a la ovnilogía, tal vez el miedo hubiera sido mayor.
Esa misma noche mi padre se comunicaba con la seccional de policía a la
que correspondía mi domicilio, donde no sólo le manifestaron que no había
ninguna solicitud de información respecto de mi persona sino asimismo se
mostraron muy extrañados por un procedimiento, aunque fuera perteneciente a
alguna otra área de nuestra benemérita Policía Federal, que no les hubiera sido
anticipado. Al día siguiente llegué a mi trabajo muy temprano; había recordado
que un gerente de la firma tenía fluidos contactos con estamentos superiores de la
Policía, y tal vez él pudiera averiguar algo. Negativo. Después de un par de
semanas –y me consta que el hombre hizo el mejor esfuerzo, llegando hasta la
Superintendencia de la Policía Federal, la ex Coordinación Federal de triste
memoria- nadie sabía quiénes eran los policías con auto negro y perro.
Eran épocas oscuras de dictadura militar sin derechos civiles ni “hábeas
corpus”. Viví –vivimos- con temor un par de semanas. Cierto día, un viernes,
cuando la encargada salía a hacer ciertos quehaceres cerca del mediodía, encontró
frente al tablero de los “porteros eléctricos” a uno de los policías de la visita
anterior. Ahora, quizás menos nerviosa que la vez pasada, me lo pudo describir en
detalle: no muy alto (le calculó alrededor de 1,65 m.), muy delgado (sus palabras
fueron “el uniforme le quedaba como tres talles por demás grande, y de la gorra,
¡ni hablar!”), la piel oscura, extrañamente cetrina, ojos negros y nariz demasiado
ganchuda. Le llamó la atención no distinguir otros uniformados, ni el auto ni, por
supuesto, el enigmático can. Dijo que el hombre sólo la miró y en voz baja, casi
sibilando, espetó:
- ¡No contestan en el “5ºA”! –(tal el piso y departamento que ocupábamos
entonces).
- Lógico. No hay nadie. Están trabajando –argumentó previsiblemente la
empleada.
- Entonces dígale a ese pendejo que se aleje de los OVNIs.- fue cuando el auto
negro, con un solo policía manejando (y sin perro) apareció por una esquina, sobre
él subió el extraño hombre de la ley, y desaparecieron.
Jamás regresaron.

Tal vez ustedes no me crean si les cuento que fue una nimiedad, una sola
palabra en esta respuesta, lo que me hizo sentirme incómodo. Pregunté y
repregunté a la pobre mujer el sentido exacto de las palabras empleadas y todas las
veces, muy segura, me repitió exactamente las mismas. ¿Policías molestos con un
investigador de OVNIs?. Absurdo. ¿Con una mascota?. Anacrónico. ¿Un auto
negro?. Fantástico. Pero había un elemento más para estar seguro que no eran
policías. Y si bien el vocablo “pendejo” les sería muy propio, en los giros
idiomáticos usuales en nuestros regionalismos se diría “que la acabe con los
OVNIs”, “que la corte con los OVNIs”, “que la termine con los OVNIs” pero nunca
“que se aleje de los OVNIs”. Demasiado estudiado.
Y si ustedes alguna vez leyeron “Triángulo Mortal en la Argentina” (si no lo
hicieron; bueno, es una lástima), la aparición inopinada de caballeros vestidos de
policías que no son policías en un auto negro y siempre –casi una constante- con
algún detalle bizarro y absurdo (aquí el perro) les haría cerrar la ecuación con una
sola expresión: MIBs. “Men in Black”. U Hombres de Negro, si lo prefieren.
Un sainete cósmico

Ya lo comenté en otro artículo sobre este mismo tema: dos cosas


absolutamente ilógicas parecen signar todas las apariciones de MIBs. La primera,
que nunca son los investigadores de primera línea los visitados por ellos. En este
sentido, mi anécdota, vista fríamente, más que ensalzar mi ego tendería a
deprimirlo: si recibí su visita fue precisamente porque no era tan importante,
después de todo. Por supuesto, la tendencia instintiva es a descreer los relatos de
desconocidos o semi desconocidos en cuanto a las apariciones de estos seres.
Alguna vez, yo mismo creí (hasta que me ocurrió, lógicamente) que se trataban de
seguidillas de hechos más o menos casuales vinculantes de personalidades un
tanto paranoicas con cuanto loco anda suelto por ahí. Hoy en día, y debo admitir
que en buena medida a instancias de las reflexiones que me surgieron a raíz del
episodio que viví tan de cerca, sospecho otra cosa: si bien no estoy en condiciones
de afirmar que los MIBs sean necesariamente extraterrestres camuflados, todo me
señala que forma parte inextricable del fenómeno OVNI, no sólo porque se
arrogue tal relación sino por compartir simbólica y formalmente su misma
estructura ontológica. El OVNI es un absurdo, qué duda cabe: su comportamiento
en los cielos parece destinado a sacudir los fundamentos de las creencias mismas
de la humanidad, y muchos autores han teorizado que la Inteligencia que se
mueve detrás de ellos se comporta precisamente de forma tan absurda porque, a
semejanza de un cósmico koan zen (un acertijo sin respuesta racional que destruye
las creencias preestablecidas del estudiante), busca afectar al Inconsciente
Colectivo de la humanidad para provocar un salto cuántico en la evolución de su
mentalidad. Por ello, los OVNIs no aterrizan de una buena vez en las afueras de la
Casa Blanca: porque su efecto demoledor de paradigmas sólo funciona actuando
detrás de bambalinas, orillando la credulidad, moviéndose al filo de la realidad
cotidiana, sospechosamente intuido pero nunca confirmado. La duda, la ansiedad
intelectual, la emocionalidad subyacente que el fenómeno viene generando a
través de las décadas es lo que genera el efecto buscado: una variable emotiva
distinta en la línea del pensamiento histórico de nuestra especie. Lo que quiero
decir es que, si la Inteligencia que se mueve detrás de los OVNIs más que
netamente extraterrestre es extradimensional, lo que equivale a hablar de entes
de una Realidad paralela, y si a nuestra percepción esos entes no son distintos a
lo que históricamente conocemos como “entes espirituales”, a esa Inteligencia le
será más fructífero a sus fines un cambio gradual pero evidente en la psicología
de las masas que en el hecho físico, anecdótico y mediático de aparecerse a las
puertas de la ONU. El “para qué” será motivo de otro trabajo.
Y es evidente que el fenómeno MIB comparte esta “ilogicidad” con todo el
fenómeno OVNI: al igual que él, no se aparece a los personajes principales del
teatro universal, sino a los actores secundarios de los sainetes pueblerinos. No se
hace visible ante un presidente que a golpe de decreto puede cambiar la forma de
pensar de las masas; se aparece a decenas, a miles de Juanes o Marías cotidianos
que en sus relatos, sus sueños subsiguientes y sus creencias aglutinarán en una o
dos generaciones un nuevo molde de ideas, a caballo quizás entre lo religioso y lo
lógico, entre el demonio y los marcianos.
Esa “absurdidad” de los MIBs campea en sus mensajes, en los aspectos
ridículos de los episodios (recuerden al “hombre del cable verde”, quienes ya me
han leído en otra ocasión), en el vago toque “retro” y hasta “kitsch” de sus
personajes, como escapados de una mala película norteamericana de los ’50 con
estereotipados gángsters, para colmo en ocasiones de rasgos orientales (que
siempre hicieron el papel de “malos” en esas películas) mezclados, en quién sabe
que confusa recepción satelital de nuestras remotas transmisiones de TV, con
reportajes en vivo desde el “Coven 13” de MTV.
El informe típico sobre MIBs es más o menos como sigue: poco después de
haber observado un OVNI, el sujeto recibe una visita (recuerden los “cuatro
hombres de negro” que el 29 de abril de 1996, casi cuatro meses después de
ocurridos los sucesos iniciales, visitaron a la familia de las principales testigos del
“caso Varginha”, en Brasil). Con frecuencia, esto ocurre tan pronto que todavía no
se ha concluido ninguna investigación oficial y, en muchas ocasiones, sin estar
siquiera precedida por la denuncia del caso. Dicho en otras palabras: los visitantes
no pueden haber obtenido de forma normal la información que poseen, sobre todo
cuando en esas entrevistas suelen remitirse a experiencias o circunstancias de la
vida privada del testigo, en ocasiones remotas en el tiempo y que no son siquiera
de conocimiento de sus más cercanos familiares.
La víctima está, casi siempre, sola en el momento de la visita, generalmente
en su propia casa. Sus visitantes, que suelen ser tres, llegan en un coche negro. En
Estados Unidos, un Cadillac; aquí en Argentina –y es sabido que los MIBs en
muchas ocasiones cambian sus atuendos por uniformes militares- en un Ford
Falcon, automóvil de triste recuerdo para la memoria colectiva, claro que no color
verde como los que acostumbraban cometer tropelías en tiempos de las dictaduras
militares, sino negro. Al mismo tiempo, aunque se trata de un automóvil antiguo,
lo más frecuente es que esté en perfectas condiciones, que esté escrupulosamente
limpio por dentro y reluciente por fuera, y que presente incluso el inconfundible
olor a “coche nuevo”. Si el sujeto anota el número de matrícula y lo investiga,
descubre siempre que se trata de un número inexistente.
Los visitantes son casi siempre hombres; muy raramente aparece una mujer,
pero nunca más de una. Su aspecto se ajusta a la imagen estereotipada de un
agente de la CIA o de los servicios secretos: llevan trajes oscuros, sombreros
oscuros -¡aún en esta época!- zapatos y calcetines negros, camisas blancas. Los
testigos comentan a menudo su aspecto impecable: toda la ropa que llevan parece
recién comprada.
Los rostros de los visitantes son descriptos generalmente como vagamente
extranjeros, casi siempre, como dijimos, “orientales”; muchas descripciones hablan
de ojos almendrados. Cuando su piel no es oscura, suelen estar alternativamente
muy tostados o exageradamente blancuzcos. A veces aparecen toques extraños, en
varios casos, ¡labios pintados!. Vagamente amenazantes, sus insinuaciones parecen
ser de aquellas que tantos gustan a los guionistas mediocres de Hollywood:
“¡Caramba, señor X, me temo que no me está diciendo la verdad!”, o “Si quiere que
su esposa siga siendo bonita, le conviene darme esas fotografías”.
Todo esto provoca la “sensación imitativa extraterrestre”. Unos alienígenas
bastante chuscos, decididos a impedir que nuestros heroicos ciudadanos pasen
sobre las formalidades burocráticas del gobierno y desvelen el misterio de los
OVNIs, deciden infiltrarse entre la población para llevar adelante sus cometidos.
Pero, extraterrestres al fin, interpretan de manera confusa una de sus pocas fuentes
de información remota sobre nuestra civilización: la películas de TV que, como se
saben, viajan a caballo de ondas electromagnéticas hasta los mismos confines de
nuestra Galaxia. Allí aprenden cómo deben vestirse los malos, pero, claro, la
película le llega con unos cuarenta años de retraso e ignorantes de la frívola
modificación de la moda temporada tras temporada, nada les hace sospechar que
las costumbres de vestuario han cambiado. Así que se fabrican esas pilchas y de
paso unos automóviles a la misma usanza, y quizás por medios extrasensoriales
obtienen la información que desean sobre el testigo y su entorno. Se materializan
entonces casi a las puertas de su domicilio y progresan con su cometido. Pero en el
camino cometen ciertos errores: algún lejano episodio de “Viaje a las Estrellas” les
sugiere la conveniencia de algunos detalles como cables que entren y salgan del
cuerpo: cautivados por los labios sensuales de tanta actriz de teleteatro, se
preguntan porqué, en aras de verosimilitud, no añadir este toque de rouge
también. Y en cuanto al lenguaje, si su fuente de información –siempre
hipotéticamente- son nuestros medios masivos de comunicación, no sólo es
comprensible que sea tan forzadamente estereotipado: sólo espero que no
empiecen, en los próximos encuentros, a proferir las barbaridades que escuchamos
todos los días.
Más evidencias de estilos pasados de moda: cuando en 1972 el investigador
Frank Marne, domiciliado en Pittsburg, Estados Unidos, recibió la visita de tres
supuestos militares interesados por sus investigaciones, una de las cosas que más
llamó la atención de Marne fue la extrema pulcritud de sus uniformes de gala del
Ejército norteamericano... pero con el estilo de la guerra de Corea, unos veinte años
antes.
En setiembre de 1976, el doctor Herbert Hopkins, médico e hipnólogo de 58
años de edad, trabajaba como consultor en un caso de teleportación en Maine
(Estados Unidos). Una noche en que su esposa e hijos habían salido dejándole solo,
sonó el teléfono y un hombre que se identificó a sí mismo como vicepresidente de
la Organización de Investigaciones OVNI de New Jersey solicitó entrevistarse con
él para discutir el caso. El doctor Hopkins aceptó, pues en aquél momento le
pareció lo más natural. Se dirigió a la puerta trasera para encender la luz para que
el visitante pudiera encontrar el camino desde el estacionamiento, y vio al hombre
que ya estaba subiendo los escalones de la entrada. “No vi ningún coche, pero
aunque lo hubiera tenido es imposible que llegara a mi casa con tanta rapidez
desde ningún teléfono”, comentó más tarde asombrado (es obvio que no eran
tiempos de teléfonos celulares).
Pero en aquél momento el doctor Hopkins no experimentó sorpresa alguna,
y acogió al visitante. El hombre vestía traje negro, sombrero, zapatos y corbata
negros y camisa blanca. Pensó que su aspecto era el de un empleado de una
funeraria. Sus ropas eran impecables: el traje, sin arrugas, y la raya de los
pantalones, perfecta. Al quitarse el sombreo vio que era completamente calvo, y
que carecía de cejas y pestañas. Su palidez era cadavérica, y sus labios eran de un
rojo brillante.
En el transcurso de la conversación se frotó los labios con un guante, de ante
gris, y el doctor se sorprendió al comprobar que los llevaba pintados.
Sin embargo, fue más tarde cuando el doctor Hopkins reflexionó sobre lo
extraño del aspecto y de la conducta de su visitante. En aquél momento siguió la
conversación con toda naturalidad, considerando que el episodio formaba parte de
su actividad profesional. Cuando concluyó la charla sobre el caso que motivaba la
reunión, el visitante afirmó que el doctor tenía dos monedas en el bolsillo
relacionadas con el episodio. Le pidió al doctor que pusiera una de las monedas en
su mano y él así lo hizo. El extraño dijo al doctor que mirara la moneda, no a él;
mientras lo hacía la moneda pareció desenfocarse y luego se desvaneció
gradualmente. “Ni usted ni nadie más en este planeta volverá a ver esta moneda
otra vez”, dijo el visitante.
Después de hablar un rato más de los tópicos acerca de los OVNIs, el doctor
Hopkins advirtió que el visitante hablaba más despacio. El hombre se levantó
tambaleándose y dijo muy despacio: “Mi energía se está agotando, debo irme
ahora. Adiós”. Se encaminó vacilante hacia la puerta y bajó los peldaños con
inseguridad, de uno en uno. Hopkins vio una luz brillante en la carretera, una luz
blanco – azulada y de brillo distinto a la de los faros de un auto. En aquél
momento, sin embargo, supuso que se trataba del coche del extraño, aun cuando ni
lo vio ni oyó.
Más tarde, cuando regresó la familia del doctor, examinaron la carretera,
encontrando señales que no podían pertenecer a un coche, pues estaban en el
centro de la calzada. Al día siguiente, y aunque el camino no se había utilizado, las
marcas ya no estaban.
El doctor Hopkins quedó sumamente alarmado por la visita, sobre todo
desde que empezó a plantearse lo extraordinario de la conducta de su visitante. De
ahí que siguiera al pie de la letra las instrucciones de aquel hombre; borró las cintas
de las sesiones hipnóticas que estaba realizando en relación al caso que le ocupaba,
y aceptó abandonar el mismo.
Tanto en casa del doctor Hopkins como en la de su hijo mayor, siguieron
ocurriendo incidentes curiosos. Hopkins supuso que tenían alguna relación con la
extraña visita, pero nunca supo nada más de su visitante. En cuanto a la
Organización de Investigaciones OVNI de New Jersey, tal institución no existía.
El 24 de setiembre, pocos días después de la abracadabrante visita, su nuera
Maureen recibió la llamada de un hombre que pretendía conocer a John, su esposo,
y preguntó si les podía visitar con un acompañante.
John citó al hombre en un restaurante de la localidad y lo llevó a su casa con
el acompañante del mismo, una mujer. Ambos parecían tener entre treinta y
cuarenta años, y vestían prendas pasadas de moda. La mujer resultaba
particularmente chocante: tenía los pechos muy bajos, y cuando se levantaba daba
la impresión de que las articulaciones de sus caderas eran raras. Los dos extraños
caminaban con pasos muy cortos, y avanzaban como si tuvieran miedo de caerse.
Aceptaron unas gaseosas, pero casi ni las probaron. Se sentaron torpemente
el uno junto al otro en el mismo sofá, y el hombre disparó varias preguntas muy
personales a John y Maureen: ¿veían mucha televisión?. ¿Qué clase de libros leían?.
¿De qué hablaban?. Continuamente el hombre manoseaba y acariciaba a su
compañera, preguntando a John si todo eso estaba bien y si lo hacía correctamente.
John abandonó la sala por un momento y el hombre trató de persuadir a
Maureen para que se sentara junto a él. También le preguntó “cómo estaba hecha”,
y si tenía alguna foto de ella desnuda.
Poco después la mujer se levantó y dijo que deseaba marcharse. El hombre
también se levantó, pero no hizo ningún movimiento para irse. Estaba entre la
puerta y la mujer, y parecía que para ella el único camino para llegar a la puerta
era andando en línea recta, directamente a través de él. Al final la mujer se volvió
hacia John y le dijo: “Por favor, muévalo, yo no puedo”. De repente, el hombre se
movió, seguido de la mujer; ambos caminaban en línea recta. No dijeron nada más;
ni siquiera se despidieron.

¿Rostros orientales dijimos?.

Octubre de 1932. Poblado esquimal de Anjiku (mil millas al norte de la


ciudad de Churchill, Canadá)
Luego de casi tres semanas de no haber recibido los pueblos mineros y
pesqueros cercanos ninguna visita de esquimal alguno de esta aldea de menos de
cincuenta habitantes (casi todos parientes, con abundancia de matrimonios
intrafamiliares), una patrulla de la Policía Montada de Canadá se desplazó hasta la
misma en la presunción que hubieran sido víctimas de alguna catástrofe, como una
epidemia. Al llegar al lugar, encontraron la más absoluta desolación: la aldea
estaba desierta, pero una gran huella de pisadas –que permitió calcular la
desaparición en apenas unos días antes de la fecha- se dirigía rectamente hasta un
páramo a algunos centenares de metros de la choza más alejada, como si todos los
lugareños hubieran caminado en grupo, hasta detenerse y desplazarse, al parecer
durante largo tiempo, en forma errática pero sin salir jamás de un círculo de unos
cien metros de diámetro. No se halló cadáver alguno. Las armas estaban en sus
lugares (ningún esquimal se alejaría de su vivienda sin su arpón, cuchillo y fusil).
Los rescoldos del fuego y los calderos con restos descompuestos de comida
señalaban que las mujeres habían abandonado en pleno sus quehaceres
domésticos, impresión que se veía ratificada por los dos sacones de piel con agujas
de hueso de foca aún atravesadas, en una costura abandonada imprevistamente a
medio hacer. Los perros, desfallecientes y temerosos, seguían atados a sus cadenas,
las canoas en sus apostaderos. Como en el Mary Celeste todo era como una postal
congelada en el tiempo de la vida cotidiana, pero donde se hubiera suprimido a
sus protagonistas.
Hombres de negro de tez aceitunada, narices ganchudas, orientales...

La conexión psíquica

Si nos detenemos en este punto tendremos dos opciones: o tirar por la borda
la totalidad de los testimonios (aún aquellos bien documentados y acreditados) por
considerarlos un atado de sandeces sin sentido alguno; o preguntarnos si detrás de
esa apariencia ridícula se esconde algo más. Obviamente, voy por esta segunda
opción. Porque si bien es dable esperar que todo fraude, toda historia propia del
día de los inocentes muestre la hilacha de ciertas características absurdas, la
verdadera avalancha de tales matices en estos testimonios es precisamente y a mi
juicio, lo que los hace más sugestivos: si sólo se tratara de una sarta de invenciones,
se disimularían más fácilmente si sus aspectos fueran, digamos, más cotidianos.
Esas concatenaciones de detalles ersatz es lo que me sugiere que hay una extraña
realidad común detrás de todos ellos.
Y aquí regreso a lo enunciado párrafos atrás: su absurdidad es tan evidente
que es parte de su naturaleza, una “pauta de comportamiento”, vamos. Una
absurdidad que tiene más que ver con la naturaleza de las reacciones que provoca
en los destinatarios que con la estructura del fenómeno en sí (¿recuerdan el
ejemplo del “koan” zen?). Una absurdidad pletórica de componentes místicos:
apariciones y desapariciones fantasmales, poltergeist sistemáticos (que acompañan
los días de las víctimas inmediatamente posteriores a las visitas), objetos que
aparecen y desaparecen (los estudiosos del budismo tibetano conocen de sobra las
técnicas de “tulpas”, literalmente “formas de pensamiento”, mediante el cual los
iniciados logran concentrarse tan intensamente en determinadas imágenes que
terminan éstas haciéndose visibles y hasta tangibles incluso para observadores
escépticos, objetivos y experimentados; verdaderos “fantasmas de la mente” que
sobreviven en ocasiones durante días cuando sus creadores se han desentendido
de ellas)...

Ya en 1976, el investigador argentino profesor 0scar Adolfo Uriondo, en un


meduloso artículo inserto en la ya desaparecida revista “Ovnis: un desafío a la
ciencia” señalaba la molesta –cuando menos para los integrantes del pelotón de
tuercas y tornillos- pero irrebatible irrupción de la fenomenología parapsicológica
dentro del campo de la casuística OVNI. Si bien no es muy procedente tratar de
explicar un misterio mediante otro misterio, tampoco sería ético negar las
implicancias paranormales que suelen ser el marco de las apariciones de estos
objetos; negación que respondería más a un compulsivo deseo de evitar
discusiones ríspidas con la ciencia mecanicista que alejara al ovnílogo aún más de
ser aceptado en sus templos, que como una honra a la exactitud de la información.
Porque cuando aún no se hablaba de channeling ni de maestros ascendidos,
cuando Vallée apenas esbozaba tímidamente su teoría del monitoreo desde una
Realidad Alternativa, ya entonces, decíamos era evidente un ámbito de
superposición referente a ciertas pautas de comportamiento de las entidades
asociadas a OVNIs, pautas asociadas a lo que se espera de “apariciones” o,
vulgarmente, “fantasmas”. Mi razonamiento, a partir de allí, es el siguiente: si se
admite la realidad casuística de fenomenología paranormal dentro del contexto de
la temática OVNI, en testimonios de indiscutible verosimilitud, ¿quién estaría en
condiciones de definir el límite exacto de ambos campos?. ¿Quién puede
lícitamente arrogarse el derecho de decidir hasta qué punto se aceptan
manifestaciones parapsicológicas dentro de lo ovnilógico y a partir de qué punto
no, excepto cuando ese territorio desdibujado opaca, por su invasión, los juicios
apriorísticos de quien, atado desde el vamos a ciertas hipótesis preestablecidas
sobre su origen, ve así amenazada su creencia?.
Los investigadores de OVNIs y las personas que los han visto no son de
ningún modo los únicos que reciben visitas de hombres vestido de negro. Quienes
investigaron la resurrección religiosa de 1905 en el norte de Gales, describen las
fantasmagóricas apariciones de tres hombres vestidos íntegramente de negro –en
contadas ocasiones uno solo- en los (adivinen dónde) dormitorios de líderes
religiosos de esas comunidades. Los mismos que relatan, avalados por numerosos
testigos, que durante sus manifestaciones multitudinarias extrañas “luces”
multicolores revoloteaban sobre la multitud. Una de las predicadoras más
reconocidas, Mary Jones, relata en sus memorias como cierta noche, en que una de
estas inquietantes visitas se apersonó en el vano de la puerta de su alcoba y le
increpaba, una “luz” esférica, blanco azulada, se materializó sorpresivamente
dentro de la habitación y descargó un “rayo” sobre el ser, vaporizándolo. Todo
esto parece una fantasía delirante, si no fuera por el hecho de que existen
evidencias probadas de algunos de los fenómenos relatados, muchos de los cuales
fueron presenciados por varios testigos independientes, algunos de ellos
abiertamente escépticos. A lo que apunto es que lo que sabemos acerca de las
manifestaciones actuales de Hombres de Negro puede ayudarnos a comprender
sus apariciones en el pasado, y viceversa. De una forma u otra, aparecen en el
folklore de todos los países, y periódicamente pasan de la leyenda a la vida
cotidiana. El 2 de junio de 1603 un joven campesino se confesó culpable, frente a un
tribunal del sudoeste de Francia, de varios actos provocados por su transformación
en lobo; había acabado secuestrando y comiendo a un niño. El “hombre lobo”
afirmó que estaba actuando bajo las órdenes del Dios del Bosque, del cual era
esclavo, un hombre alto y moreno, vestido todo de negro y montado en un caballo
negro.
¿Y qué decir del silencioso y no menos misterioso visitante que golpeó a las
puertas de la residencia de Mozart para encargarle un Réquiem, con una
espléndida paga en efectivo y la consigna de no preguntar sobre su destinatario,
réquiem que quedó inconcluso por la muerte del compositor, sospechoso en los
últimos momentos que como una broma macabra el réquiem había sido encargado,
precisamente, para él?. Y es obvio que si en la vida de Mozart debemos buscar
razones para su acoso, las mismas seguramente no estarán en sus creaciones sino,
quizás, en su filiación masónica.
Todos los evidentes elementos simbólicos en sus apariciones han llevado a
algunos autores a postular que los Hombres de Negro no son criaturas de carne y
hueso, sino construcciones mentales proyectadas desde la imaginación de quien la
percibe, y que adoptan una forma que combina la leyenda tradicional con las
imágenes contemporáneas. Sin embargo, no es tan simple como parece: la mayoría
de los relatos aseguran que se trata de criaturas reales que se mueven en el mundo
real y físico.
En diciembre de 1979, en la ciudad de la entonces Alemania occidental de
Tirschenreuth, en el alto Palatinado, por varias semanas la gente no se atrevió a
salir de noche de sus casas. Los padres prohibían a sus hijos que fueran por las
calles una vez caído el sol; las mujeres, por motivos de seguridad, hacían que sus
amigos o parientes fueran a buscarlas al lugar de trabajo. Y todo porque
numerosos habitantes se vieron enfrentados a un fenómeno verdaderamente
siniestro.
Una y otra vez, aterrorizados testigos acudían a la policía para denunciar el
mismo hecho: de la oscuridad surgía repentinamente un coche con las cortinas en
las ventanillas laterales, del cual descendían tres hombres vestidos de negro que,
ante la mirada de los espeluznados transeúntes, abrían la portezuela trasera y
extraían un féretro, abriéndolo en ocasiones. En este punto, los involuntarios
testigos recuperaban el control de sus piernas y salían disparados, aunque algunos
alcanzaban a atisbar en el interior del ataúd, totalmente vacío, lo que hacía aún
más incomprensible y tétrica la actitud de los silenciosos individuos. Varias
mujeres tuvieron que ser hospitalizadas en estado de shock, y un par de
muchachos con presencia de ánimo para detenerse a algunas decenas de metros y
mirar hacia atrás, manifestaron que el enigmático vehículo parecía “desaparecer
fundiéndose con las sombras”.
Así que con estas anécdotas y estos parámetros, y puesto a hipotetizar sobre
su origen, creo que puede circunscribirse su naturaleza a:

a)Agentes extraterrestres infiltrados en busca de silenciar testigos que


entorpezcan sus ominosos planes para con nuestra Humanidad.
b)Secuaces diabólicos de un inmarcesible Belcebú que usan al satánico
fenómeno OVNI para vehiculizar sus innobles propósitos.
c)Agentes federales, de organismos gubernamentales o militares, deseosos
de monopolizar en aras de su belicismo innato los secretos que puedan llegar a
arrancarse al OVNI.
d)Una sociedad secreta.

La primera posibilidad es posible pero no probable. Ciertamente, lo que ha


silenciado a la gente no han sido los Hombres de Negro sino el propio miedo de
los destinatarios. Y en el caso de los que hicieron caso omiso (entre ellos, un
servidor), bueno, aquí estamos y seguimos. La segunda opción, de neto corte
fundamentalista, ha sido en realidad propuesta por grupos evangélicos –
generalmente de filiación pentecostal- y está, a mi criterio, más emparentado con el
usufructo del miedo a lo desconocido inherente a los bajos estratos sociales en
función de un proselitismo ideológico, que a una cabal identificación de estos
oscuros personajes. Para refutar esta posibilidad (que, como exótico renacimiento
medieval, aún he escuchado en fechas cercanas) permítaseme señalar dos detalles:
si de entidades espirituales demoníacas se tratara, toda esa parafernalia a lo Bugsy
Malone carecería de sentido: simplemente, una vaporosa y sulfurosa aparición en
la intimidad del destinatario de la amenaza y a otra cosa, mariposa. En segundo
lugar –y le cabe el sayo de la hipótesis anterior- un demonio, por subalterno que
fuere, que no materializara sus maléficos propósitos no sólo perdería autoridad; se
expondría al ridículo, situación a la que, como es de público conocimiento, el
Príncipe de las Tinieblas no es muy afecto.
¿La tercera opción?. ¿Federales o militares pintándose los labios, clavándose
los extremos de un hilo de cobre en las pantorrillas, manoseando a sus parejas en
público como para ser detenidos por ofensa al pudor o metiéndose en los detalles
íntimos de quienes visitan –a quienes, generalmente, sólo amenazan al final de la
entrevista- arriesgándose a un fenomenal puñetazo de un marido celoso.. o
expuesto in fraganti delito?. Los que hemos vivido y padecido épocas de
autoritarismo militar sabemos que los mismos, cuando así quieren proceder, no se
andan con chiquitas, y si muchos testigos de las apariciones de MIBs no fueran de
por sí individuos altamente confiables, personas honestas y respetadas en la
comunidad, interlocutores válidos en cualquier instancia judicial, testigos creíbles
para cualquier jurado, todo esto habría que echarlo por la borda de lo probable.
Me quedo, entonces, con la tercera posibilidad: una sociedad secreta, que
a través de centenares de años ha influido para evitar el avance del conocimiento
de la humanidad sobre determinados temas: ayer, logros científicos. Hoy, el
contacto abierto con fraternidades extragalácticas, contacto que necesariamente
debe ir precedido de la aceptación pública del mismo.
Una sociedad que, por su naturaleza y desarrollo fuertemente emparentado
con lo que conocemos como Ciencias Herméticas y Ocultas, le ha puesto en poder
de determinadas facultades extrasensoriales o el acceso a fuentes de energías no
físicas. Una sociedad secreta puesta al servicio de ciertas entidades –quizás más
extradimensionales que extraterrestres- deseosas de impedir un salto cuántico en
la evolución de esta Humanidad, y seguramente de otras también. Quizás por una
simple cuestión de supervivencia...
Existe un movimiento, a través de la Historia y los gobiernos, que opera
desde las sombras para impedirle a la Humanidad progresar demasiado
velozmente o en determinadas direcciones, un poder particularmente deseoso de
cercenarnos espectaculares progresos científicos y tecnológicos que en distintas
confluencias de los tiempos pasados, remotos o cercanos, estuvieron casi al alcance
de la mano y que hubieran provocado, de ser reconocidos y alentados, un “salto
cuántico” en la historia de nuestra especie. Este Poder detrás del Poder, a quienes
llamo los “Barones de las Tinieblas” –y que volveremos a encontrar inquietantemente
afines a las motivaciones o aparentes objetivos de cierta clase de visitantes
cósmicos- están en permanente conflicto con otra sociedad secreta –llamémosla los
“Guardianes de la Luz”- afines a seres extraterrestres o extradimensionales benéficos
para con la especie humana.

Sin embargo, sé que puede resultar una tarea ímproba y casi imposible
demostrar, más allá de toda duda plausible, la existencia de esa “sociedad secreta”.
Simplemente por el hecho que cuanto más fuerte y más clandestina es, menos
evidencias habrá dejado de su paso, y ni que pensar en registros escritos u otras de
similar tenor. O dicho de otra manera; cuánto más éxito haya tenido en
permanecer secreta, aunque parezca una verdad de Perogrullo, más ímprobo
resultará demostrar su existencia. Así que la pauta para probar su realidad
dependerá de aplicar el razonamiento que si a través del tiempo podemos
encontrar personas aunadas por idénticos procederes y objetivos, reivindicando
intereses comunes, o eventos o personas, físicas o jurídicas, manipuladas por
igualmente extrañas circunstancias que en todos los casos conlleven a
consecuencias concomitantes con los objetivos de los sujetos mencionados en
primer término, podrá entonces colegirse con bastante fundamentos que los
segundos serán víctimas de las maniobras de los primeros, a su vez, hermanados
en una mística común; la que sólo puede responder a la fraternización dentro de
una organización unívoca.
Porque el accionar de los Barones de las Tinieblas ha apuntado, cíclica,
persistentemente –y debo admitir que con éxito- a frenar la evolución de la especie
humana. ¿Con qué fines?. Tal vez vayamos desvelándolos a lo largo de otras
páginas, pero convengan conmigo que de suyo se impone el más obvio: una
humanidad ignorante de sus potencialidades, alejada de descubrimientos que
podrían provocar un “salto cuántico” en su evolución, es fácilmente manipulable.
Distraídos de lo Trascendente, encolumnados detrás de espúreas metas ilusorias,
recuerdan aquel comentario de Charles Fort: “¿Acaso las ovejas saben cuándo y cómo
van al matadero?”.
Y precisamente porque su accionar ha sido exitoso, es que nos resulta muy
difícil tomar conciencia de cuánto nos hemos alejado de un camino de crecimiento
interior y exterior, cuán lejos podríamos estar en el camino a las estrellas si en
ciertos quiebres de la historia, en ciertas curvas de la ruta, no se nos hubiese
empujado a tomar desvíos que, en lugar de incómodos, traumáticos pero efectivos
atajos, eran en realidad sofisticadas, atractivas y cómodas autopistas hacia la Nada.
De los ejemplos que he mencionado, está llena nuestra crónica. Sobre la que,
si les interesa, sabremos regresar.

Además, es importante introducir una nueva variable en esta ecuación: ¿se


trataría de una sociedad física de orden esotérico con capacidades de inmiscuirse
en elos planos espirituales o, por el contrario, de una entidad –como colectivo de
voluntades- no física con la prebenda de inmiscuirse en nuestros planos de
Realidad?. Porque tanto la literatura shamánica como la psicoanalítica nos remiten
permanentemente a las apariciones, en sueños o visiones alucinatorias (tomando lo
de “alucinatorio” en el contexto que me he esforzado en explicar hasta aquí) de
seres vestidos de negro, a la usanza antigua (generalmente muy antigua, esto es, de
capa o túnica de ese color) o moderna, interpretándoselos, en el segundo contexto,
como corporizaciones del concepto psicológico de “La Sombra”. Se le llama así a
esta faceta de la mente en tanto se entiende que la sombra lanzada por la mente
consciente del individuo contiene los aspectos escondidos, reprimidos y
desfavorables o execrables de la personalidad. Pero esa oscuridad no es
exactamente lo contrario del ego consciente. Así como el ego contiene actitudes
desfavorables y destructivas, la sombra tiene buenas cualidades: instintos
normales e instintos creadores. Ego y sombra, aunque separados, están
estrechamente ligados en forma muy parecida a como se relacionan entre sí
pensamiento y sensación. Es La Sombra entonces otro de los múltiples “yoes” a los
que ya hemos hecho referencia y que definen la naturaleza humana. Pero si,
siguiendo la hipótesis que hemos venido delineando en estos capítulos,
entendemos al mundo de los sueños como otro orden de Realidad, o una
correspondencia (en el sentido de lo microcósmico correspondiéndose a lo
macrocósmico) entre el plano de lo psíquico y el plano de lo físico, ¿serán los
Hombres de Negro la expresión en el mundo material de esas mismas fuerzas
psíquicas que en el plano mental e individual se expresa como La Sombra?.
¿Quieren una tercer fórmula?. Pues bien, aquí la tienen: ¿serán los Hombres de
Negro la expresión egregórica y materializada de La Sombra del Inconsciente
Colectivo de la humanidad?
No obstante, permítanme un último comentario. La hipótesis de una
sociedad secreta de origen milenario, dotadas de facultades supranaturales y con
fines más psíquicos y espirituales que materiales, casa perfectamente con el modus
operandi de los Hombres de Negro. Son necesariamente atemorizantes para el
testigo y simultáneamente poco creíbles, de forma que el destinatario sienta hasta
vergüenza de dar detalles de su odisea. Porque si fuesen mafiosos típicos o
paramilitares puntillosos, la verosimilitud de la historia no sólo desencadenaría
investigaciones policíacas y gubernamentales profundas sino que por carácter
transitivo daría credibilidad al “episodio OVNI” de ese testigo. Pero si éste, ya
sospechado de delirante por haber visto “platillos volantes”, encima declara haber
sido visitado por seres vestidos de negro que aparecieron de la nada, con baterías
que se descargan, una libido incontrolada, voyeuristas cósmicos de fotos desnudas
de la esposa de usted o ese toque femenino de carmín, el delirio es total, el absurdo
campea por sus dominios y el testigo es despedido entre risotadas y burlas crueles.
Al igual que todo el fenómeno OVNI, es otra “koan”: están pero no se ven,
influyen sin interferir, marcan la Consciencia Colectiva pero nadie ve a los
manipuladores. Se mueven (no podría ser de otra forma) al filo de la realidad.

Los “aliados”

Coherente con el enfoque “psicoide” que trato de darle al fenómeno OVNI,


creo también que el de los MIBs es un fenómeno periférico al que nos ocupa, pero
que comparte con éste su naturaleza “psicoide”. Existe “ahí afuera” pero también
ocurre “aquí adentro”. O, dicho de otro modo, se manifiesta, se “aparece”
(“manifestación” y “aparición” no son sustantivos ajenos al significante que quiero
darle a este asunto) cuando “algo” en el individuo los llama. Es decir, no es por ser
buen testigo, investigador o “contacto” que los MIBs aparecen, sino porque cierta
situación crítica ocurre dentro del sujeto que hace que la manifestación venga a él
(quien esté pensando en la frase “cuando el discípulo está listo, el maestro
aparece”, que lo haga por su propia cuenta y riesgo). Y entiendo que los MIBs son
el correlato en el mundo físico de La Sombra del inconsciente, ese otro “yo” –más
adelante compondremos una nueva idea de la personalidad humana por la
sumatoria de esos “yoes” de los que venimos hablando, entendiéndolos más bien
como “planos de información”- , si cabe, por Ley de Correspondencia: entre lo
macrocósmico y lo microcósmico, entre lo material y lo mental. Es exactamente una
crisis en la vida de un individuo; busca algo que es imposible encontrar o acerca de
lo cual nada se sabe. En tales momentos, todo consejo, por bien intencionado y
sensible que sea, es completamente inútil: consejo que incita a que se intente ser
responsable, que se tome un descanso, que no trabaje tanto (o que trabaje más), que
tenga mayor (o menor) contacto humano o que cultive alguna afición. Nada de eso
sirve de ayuda o, al menos, muy raramente. Sólo hay una cosa que parece servir y
es dirigirse directamente, sin prejuicio y con toda ingenuidad, hacia la oscuridad y
tratar de encontrar cuál es la finalidad secreta y qué nos exige. El propósito oculto
de la inminente oscuridad generalmente es algo tan inusitado, tan único e
inesperado que, por regla general, sólo se puede encontrar lo que es por medio de
“fantasías”. Y si dirigimos la atención al inconsciente, sin suposiciones temerarias o
repulsas emotivas, con frecuencia se abre camino mediante un torrente de
imágenes simbólicas que resultan útiles.- La Sombra es evocada. Y algo aprovecha
la circunstancia psíquica para venir a nosotros. Apareciendo en el mundo de
coordenadas físicas pero con una naturaleza básicamente mental. O espiritual.
Aparece otro elemento que me incita a pensar que tras los MIBs actúan
elementos psíquicos corporizados. Más concretamente, el “ánima” y el “ánimus”.
Como sabemos, tanto una como otra expresan la partícula de “lo opuesto” según el
género del individuo. Así, el “ánima” es una mínima parte de feminidad en el
hombre, mientras que el “ánimus” es esa partícula de masculinidad. Sin ellas, una
mujer cien por ciento mujer sería una hembra pasiva, y un hombre cien por ciento
masculino sólo un irreductible machista. La posibilidad de la ternura en el hombre
o de la agresividad defensiva en la mujer está otorgada por esa pizca de su
opuesto, expresado admirablemente, por otra parte, en el símbolo taoísta de la
perfección universal, el símbolo del “yin” y el “yang”, ese círculo dividido por una
sinusoide dy coloreado de blanco y negro (en ciertas versiones, azul y rojo) donde
de cada lado hay un pequeño círculo interior de color opuesto, llamado,
alternativamente, “joven yin” y “joven yang”. Lo perfecto sólo es tal con el
agregado mínimo de su opuesto.
Pues bien, “ánima” y “ánimus” en su forma más baja de desarrollo tienden
siempre a arrastrar la conversación humana a un nivel más bajo y a producir una
atmósfera irascible y desagradable. Recuerden la charla de los extraños personajes
con el doctor Hopkins y entenderán a qué me refiero.
¿Es necesario, entonces, que aclare que sospecho que en muchas ocasiones lo que
llamamos “MIBs” no son más que tulpas construidos con elementos del
inconsciente del testigo o investigador y manipulados, “montados” por una
inasible y deletérea inteligencia exterior para producir algún efecto?.

CAPÍTULO V
HAY UNA LUZ AL FINAL DEL TÚNEL

Ya en mi trabajo “La experiencia de abducción como iniciación esotérica”1,


planteaba la aproximación, si se quiere antropológica, para descubrir las enormes
similitudes entre las “abducciones” por parte de pretendidos extraterrestres y
ciertas experiencias de neto corte chamánico, espiritual, donde los eventos que
signan los “ritos de paso” encuentran un correlato (aggiornado a las épocas) en los
Encuentros Cercanos del Tercer Tipo. Aquí, profundizaré mi especulación, porque
si en aquél ensayo desplegaba las similitudes es cierto que me privé de aventurar
hipótesis alguna respecto al porqué de esta semejanza. Ese “porqué” trataré de
responderlo aquí.

1
“Al Filo de la Realidad” número 52
Sin embargo, debemos comenzar por hacer, escritor y lectores, un acto de
contrición. Reconocer que seguramente cada uno/a de ustedes tendrá su propia
opinión formada sobre el propósito, naturaleza y destino de los OVNIs y quizás le
resulte difícil digerir esta propuesta. Para ello, entonces, debemos observar si
nuestras previas convicciones no son “selectivas”, es decir, construidas tomando
de la abundante casuística los episodios que se ajustan a nuestra opinión e
ignorando por reflejo los que podrían cuestionarla. Así, si tratamos de tener un
visión global de la problemática, encontraremos que las pocas constantes del
fenómeno se ajustan a las situaciones planteadas en esa investigación ya citada.
Esas constantes, repasémoslas, son:

- “Suspensión de la incredulidad” por parte del o los testigos. Presencia un


hecho que en su absurdo debería conmoverlo, pero tiene conciencia de ello
sólo después de vivirlo. Durante la experiencia, le parece completamente
“normal”, sin generarle reacciones emocionales particulares.

- La “absurdidad” de su naturaleza intrínseca (profundizar con la lectura de


mis trabajos citados al final de este artículo).

- La excesiva masividad de sus apariciones (ídem).

- Los “saltos vivenciales”. El protagonista, por ejemplo, dice estar siendo


llevado al interior de una nave de sofisticada tecnología y “de pronto”
aparece en una caverna rodeado de seres extrañamente primitivos. Al igual
que en los sueños cotidianos, donde estamos viviendo (en plena
ensoñación) una determinada situación que sin aviso alguno se
“transforma” en otra totalmente distinta. Ahora sabemos que, en el plano
onírico, ello corresponde a dos sueños distintos separados por un lapso de
tiempo que la memoria “reconstruye” al despertar como consecutivos uno
detrás de otro. Este paralelismo es importante a la hora de comprender la
naturaleza de la experiencia OVNI

- La mutabilidad del fenómeno, siempre adaptado al entorno sociocultural y


psicosocial del testigo. La anciana analfabeta y devota ve algo muy parecido
a una aparición “mariana”. El joven profesional cosmopolita, presente en el
mismo suceso, un “avanzadísimo artefacto espacial”. Como hemos
desarrollado en otras ocasiones, seguramente “eso” no será ni una ni otra
cosa, sino un “algo” que se adapta al marco paradigmático de cada testigo.
Así también evoluciona con el tiempo, cambiando la “moda” de las
apariencias y vestimentas supuestamente extraterrestre de década en
década: trajes como de neoprene con capa corta, botas y guantes así como
cinturón de brillante hebilla en los cincuenta, “monos” ajustados brillantes
plateados en los 60, túnicas en los 70, “monos” negros ajustados en los 80....
- La evidente e innegable relación entre abducción y ECM (Experiencia
Cercana a la Muerte): no puede negarse que la poderosa luz que se
aproxima, el “túnel” (que en buena parte de la literatura ovnilógica es
asimilable al “haz coherente de luz” que salpica la casuística, actuando
como inmaterial elevador), la o las entidades, la comunicación “telepática”,
el “tiempo perdido” en Ovnilogía y el “tiempo alterado” en Peritanatología,
el despertar espiritual del protagonista con toda su secuela, son demasiadas
coincidencias para negar lo que desde hace años venimos sosteniendo: que
dejando de lado un porcentaje genuinamente extraterrestre, la mayor parte
de las entidades asociadas a OVNIs son de naturaleza extradimensional, de
modo que sus “mecanismos de traslación” son indistinguibles en muchas
ocasiones de algunas formas de fenómenos erróneamente interpretados
como “parapsicológicos”.

De manera que anticiparé aquí aquél “porqué” ya mencionado: propongo que


lo que llamamos “otras dimensiones” no es distinto a un “continuo espacio
temporal” afín al mundo onírico. Sin dejar de aceptar que muchas ensoñaciones
son evidentes subproductos de circunstancias meramente psicológicas y hasta
fisiológicas, existe un “ámbito” donde se desarrollan muchas de esas ensoñaciones
que es ajena, no sólo a la mente que creemos las produce, sino al tiempo y espacio
donde esa mente cree estar constreñida a actuar. Sólo una percepción mecanicista y
limitada del cerebro conduciría a no verlo así, como explicaré más adelante:
“Memoria: el archivo del Universo” ), la mente es más que el cerebro, y lo que, por
poner sólo un ejemplo, es capaz de acumular es mucho más que la capacidad física
de hacerlo.

Entonces siendo así, entiendo que este “Mundo de los Sueños” –tan caro, por
ejemplo, al pensamiento aborigen americano y australiano, para quienes sus
antepasados provinieron, precisamente de ese “lugar”, considerado entonces por
todos ellos como un espacio ajeno al cerrar los ojos todas las noches- es el ámbito
donde ocurren tanto las experiencias de abducción como las ECM, en ambos casos,
siendo la “tierra de nadie” fronteriza entre nuestro Universo cuatridimensional y
ese Más Allá. Y en esta búsqueda, descubriremos un interesante correlato entre las
experiencias religiosas y las ovnilógicas. Lo que propongo: que en el origen de los
tiempos, las primitivas religiones institucionalizadas diseñaron rituales para
condicionar no sólo las creencias de las multitudes sino especialmente sus acciones
en el plano astral y espiritual. En tanto y en cuanto lo que esas multitudes hicieran
en el plano material competía (y eventualmente beneficiaba) sólo a los dirigentes a
nivel también físico, las repercusiones de esas acciones en otros planos eran
usufructo e Inteligencias que esperaban en esos planos.
Desde el momento que todo ritual es la repetición de un movimiento o serie
de movimientos (o acciones) en la convicción que repiten a nivel macrocósmico
actos divinos, sucesos arquetípicos de los “dioses”, será interesante preguntarse el
porqué de algunas de esas acciones, quizás con más de mnemotécnicas que de
simbólicas. Cuando el rey sumerio Gudea decide levantar un templo en Lagash, lo
hace porque en un sueño ve a la diosa Nibada mostrarle un dibujo de las estrellas
benéficas y un plano del templo. Senaquerib manda edificar Nínive según el
“proyecto establecido desde tiempos remotos en la configuración del cielo”. Lo que
demuestra dos cosas: que cinco mil años atrás el Principio de Morrespondencia
entre lo Macrocósmico y lo Microcósmico ya existía, no sólo como simple
especulación metafísica sino como herramienta de ordenamiento de la vida, y que
el mismo se conocía aún desde tiempos mucho más arcanos2.
No hay diferencia con Betty Hill cuando, durante la abducción sufrida con
su esposo Barney, es testigo de cómo el “líder de los extraterrestres” le muestra su
propio plano de estrellas (posiblemente identificatorias de sus puntos galácticos de
origen, como explicamos en AFR nº 7). Ya escribí en otro lugar que las antiguas
religiones dotaban de “identificaciones celestes” a cada comarca de su territorio,
cada montaña, cada lago, debía tener un correlato celestial. El templo era “la casa
de Dios”, no solamente porque en él se manifestaba sino porque reproducía
microcósmicamente su ámbito celestial sagrado. En otro lugar3 he señalado la
correspondencia entre constelaciones, Pirámides y Catedrales. Y si el lector no
conoce –o descree- del “Principio de Correspondencia” (ver AFR nº 2, 4, 5, 7, 8, 10,
12, 13, 15, 16, 1719, 22, 23, 26 y, muy especialmente, 151) entonces debería hacer
aquí un alto en la lectura: quizás su tiempo de comprensión no ha llegado.

Ciertamente, se hace difícil explicar a una mentalidad ortodoxa, producto de


la educación sistemática y transversal de los sistemas públicos de enseñanza de
nuestro mundo occidental, al homo mediaticus que campea a nuestro alrededor lo
que requiere, no un “salto cuántico” siempre profetizado por el mesianismo, no
una “apertura espiritual” inasible y poco modesta por parte de quien diga tenerla.
Solamente, el esfuerzo intelectual de contemplar y reflexionar sobre su propia
noción de tal Principio. Si tratara de hacer gala de un misticismo pedante que no
me compete, escribiría seguramente algo así: “En verdad os digo, que aquél que
comprenda el Principio de Correspondencia tendrá la llave del Reino de los Cielos”. Pero
sería verdad. Creo que aceptar e incorporar a nuestra cosmovisión cotidiana el
concepto del Principio de Correspondencia da respuestas, permite predecir
eventos y resulta en la optimización de nuestras acciones, individuales y
colectivas. Y no es poca cosa.

Quisiera evitar una posible dispersión ya que la misma, como se sabe e


intelectualmente, es el mismo demonio. Me resulta difícil no desviar mi atención a

2
Lo que empalma con nuestra serie “Guardianes de la Luz, Barones e las Tinieblas”, en la cual estamos
desarrollando la teoría de una civilización en contacto cotidiano con estos entes no humanos circa el 18.000
AC.
3
“Ocultismo: un atajo a las estrellas”, en AFR nº 101.
hurgar una vez más en ese Principio que, como los otros seis que estudiamos en su
oportunidad, ordenan el Cosmos a nuestro alrededor. Y dado que este trabajo se
circunscribe a una aproximación a la comprensión de la inteligencia que se mueve
tras los OVNI, hago entonces punto y aparte.

Pero no, no puedo. Digo, no puedo simplemente hacer punto y aparte.


Porque me detengo a reflexionar y me pregunto si la privación del conocimiento
de estos Principios Fundamentales a la masa (o, lo que es peor, su ridiculización
negándosele un debate intelectual sincero y abierto y etiquetándolos como
“delirios místicos”, porque del ridículo jamás se vuelve) es no un producto espúreo
y colateral al dominante pensamiento academicista sino parte de una
“programación memética” (ver AFR nº 155) para enlentecer el crecimiento
conceptual que esta Humanidad tendría en todos los órdenes si todos y cada uno
de nuestros congéneres conociera –y proyectara en sus acciones cotidianas- la
convicción, no necesariamente con fuerza de fe, sino con la seguridad del
Conocimiento, en el efecto de los Siete Principios Fundamentales del Universo.
Pero debo regresar a los OVNIs. Sólo dejo constancia que se hace muy difícil no
extenderme sobre lo que quizás es realmente importante, y tratar de mantener una
redacción “científica” (ya saben: sin opinar, citando fría y aburridamente los
hechos, disfrazando la ignorancia con terminología tan ambigua y retorcida que el
lector tampoco entenderá nada pero quedará con la sensación que he escrito algo
profundo).

Debemos reenfocar nuestra mirada. Si creemos que lo que llamamos


“mente” es la consecuencia, el producto de la actividad de nuestro cerebro o poco
más, sin duda esta teoría, como tantas otras, sonará como delirante. Los sueños
seguirán siendo sueños y las abducciones, quizás, alucinaciones de una mente
enferma. Pero deténganse y pregúntense (pregúntenle a los escépticos), si se
demostrara que la mente no es el cerebro y pertenece en realidad a un orden
distinto, superior y ajeno a éste sólo para “tocarlo” esporádicamente, ¿qué
pensarían?. ¿Cómo verían sus sueños, o las abducciones?. Lo digo con un poco de
crueldad: ¿qué experimentarían cada noche, al prepararse para dormir, sino un
temor al vacío cósmico semejante al que sentía Lovecraft cuando paseaba con la
imaginación por los bosques de Arkham, tan semejantes a los de Nueva
Inglaterra?.

Memoria: el archivo del universo

En el mundo de la ciencia, la unidad de información es llamada “bit”.


Podemos representarlo con dos dígitos: el cero y el uno. Un alfabeto de cuatro
letras podríamos representarlo con cuatro bits. Veamos: A= 00; B= 01; C= 10; D=
11. Nuestras 27 letras del alfabeto pueden representarse con 5 bits. Así, por
ejemplo, la letra T correspondería al 10101.
De este modo podemos analizar cualquier configuración que exista en el
universo, dividiéndola en unidades bit. La estructura de una estrella, una bella
pintura de Goya o una deliciosa melodía de Mozart tocada al piano. Nos sería fácil,
por ejemplo, dictar por teléfono a un amigo que reside en Montevideo la imagen
de nuestro retrato. No tendríamos más que hacer sino ampliarlo a gran tamaño,
cuadricularlo con una red de líneas rectas y del mismo modo que jugábamos a la
“batalla naval” en nuestros años escolares, definir cuadrito por cuadrito mediante
dos bits (blanco, negro, gris claro, gris oscuro) cuatro letras para cada punto
fotográfico que nos llevaría varias horas... y una abultada cuenta en la factura
telefónica en base a dictar cientos de miles de ceros y de unos. Eso es exactamente
lo que hace la TV cuando nos envía treinta imágenes por segundo.
Usted puede estar plácidamente sentado ante su televisor en una tarde de
domingo viendo el fútbol. Mientras apura una cerveza, y en una hora, recibirá a
través de la retina de sus ojos 10 a la 11 bits (cien mil millones de bits, pues 10 a la
11 es igual a 1 seguido de 11 ceros) que podrán ser almacenados en su cerebro.
Habría que sumarle los 300.000 bits que representan las palabras pronunciadas.
Toda esa información equivale a una gran biblioteca de 15.000 volúmenes.
Durante nuestro período vigil y, aunque en menor escala, en el curso de
nuestro sueño, penetra a través de nuestros sentidos una ingente masa de datos. El
aroma de la ropa recién planchada y el ácido sabor de una mandarina se mezclan
con las docenas de sensaciones térmicas, táctiles, de presión que experimentan
nuestras áreas epidérmicas. Y todas ellas pueden medirse en unidades bits.
Se ha calculado que a cada segundo el conjunto de nuestros sentidos recibe
10 a la 10 (diez mil millones) bits. Eso implicaría que durante toda la vida de un
hombre, un promedio de setenta y cinco años, el total de información recibida, si
sumamos los millones de escenas vistas, olor4es y sabores percibidos, ruidos y
palabras escuchadas, alcanzaría un volumen de unos 10 a la 19 bits (diez trillones).
Esto crea un grave problema. Sabemos que nuestro cerebro es una tupida
red de fibras nerviosas, cada una de las cuales conecta entre sí con varios miles de
esas células llamadas “neuronas”. Se ha calculado que el total de conexiones (cada
una representando un bit) es de 10 a la 15 (mil billones). Aún en el impreciso caso
de que todas ellas se utilizaran para archivar (memorizar), cosa que dista de ser
cierta, no cierran los números. De modo que uno estaría tentado a decir que la
teoría “pantomnésica”, según la cual retenemos en nuestro inconsciente todas las
percepciones de nuestra vida, carecería de fundamento ya que no habría
suficientes “receptáculos cerebrales”. Sin embargo, esa teoría es una realidad: el
psicoanálisis, la hipnosis, la guestalt y el análisis transaccional, así como muchos
otros abordajes clínicos han demostrado que realmente sí conservamos todo en la
mente. Entonces, ¿dónde lo alojamos?.
Por otra parte, los neurofisiólogos han estudiado punto por punto la
intrincada textura del cerebro, buscando los núcleos nerviosos o las áreas corticales
donde puede radicar ese maravilloso mecanismo que es la memoria. Si un tumor o
una grave lesión afecta al lóbulo temporal, podemos quedar “ciegos” para siempre.
Una destrucción del “área de Brocca” en el lóbulo frontal nos impide hablar. Esos
accidentes traumáticos o patológicos nos permiten trazar una especie de mapa
cerebral, constatando la función específica de cada zona encefálica. Pero, ¿dónde
ubicar la memoria?. Pueden lesionarse miles de puntos corticales o nucleares sin
que se afecte la facultad de recordar. Esto, sumado a lo señalado líneas arriba con
respecto a la “capacidad de almacenaje” del cerebro, sólo puede decir una cosa: la
memoria está en otro lado.

La mente cósmica

Rattray Gordon Taylor, en su apasionante libro “El Cerebro y la mente”,


refiere el hecho, obvio pero poco tenido en cuenta, de que la memoria no es la
capacidad de recordar algo (en el sentido de “retenerlo” en la mente) sino, por el
contrario, de olvidarlo momentáneamente hasta el momento en que lo
precisemos.
Ilustraremos esto mejor con un ejemplo. Cuando en una conversación
cualquiera estoy a punto de mencionar a alguien y sufro una “laguna” (solemos
ponerlo de manifiesto con la típica frase “lo tengo en la punta de la lengua”) suele
ocurrir que por más esfuerzo que hagamos no podemos traer el dato a la
conciencia. Pero más tarde, a veces días después, surge el recuerdo “perdido”. Si la
“mala memoria” fuese olvidar algo, en el sentido de “irse de la mente”, no podría
“regresar” espontáneamente. Si aparece, es porque nunca se fue. Y, en
consecuencia, la mala memoria no pasa por “olvidar” sino por la incapacidad de
“recuperar” lo que ya se sabe. Esto, además de abrir interesantísimas posibilidades
para explorar el gran poder dormido en todos nosotros, nos dice que guardamos
absolutamente todo lo que alguna vez conocimos. Si yo, por ejemplo, digo que nací
un 29 de abril, sé que esta información no ocupa permanentemente lugar en mi
mente consciente; no ando por la vida repitiendo constantemente “yo nací un 29 de
abril”. Eso se encuentra momentáneamente “olvidado” –es decir, desplazado de la
conciencia- hasta que algún detonante (como la pregunta “¿cuándo es tu
cumpleaños?”) me la hace recuperar. Por lo tanto, llamo “memoria” a la función de
retirar de la mente consciente algo hasta el momento en que lo necesite. La
pregunta, entonces, es: ¿adónde va?. Evidentemente, no a ningún lugar particular
del cerebro.
Los antiguos orientales sostenían que en el Universo existían lo que ellos
llamaban “registros akhásicos”, algo así como un gran banco de datos de todo lo
que ocurrió desde que el Cosmos existe, y al que “conecta” la mente inconsciente
del hombre por procesos a los que hemos dado diversos nombres: intuición,
corazonada, expansión de la conciencia. De alguna manera, esto siempre se ha
sospechado: Sócrates, por caso, decía que sus reflexiones no eran en realidad
producto de su intelecto, sino que le eran dictados por una “entidad”
acompañante, una especie de guía a la que él llamaba su “daimon”. O las
inspiraciones geniales de tantos artistas o científicos. El alcance de esta suposición
es realmente alucinante, pues significa que hasta el más común de los mortales,
explorando estas posibilidades y abriendo sus canales para conectarse con esa
especie de dimensión paralela (registros akhásicos, mente cósmica o “memoria”, lo
mismo da) puede acceder a las más maravillosas obras que pueda concebir el
espíritu humano sin resignarse a una cuestión de pautas culturales, educación o
disposición congénita genética.

Precisamente en “La experiencia de abducción....” señalaba las


correspondencias entre abducciones y “ritos de paso”. Deberíamos hablar ahora de
“ritos de posesión”, aquellos en los que los pueblos tomaban posesión de tierras
desconocidas o peligrosas. Simbólicamente, esos rituales tenían por fin
“incorporar” esa región al “Cosmos ordenado” donde ese pueblo vivía. Si esa
cultura percibía que el mundo creado por su trabajo diario era el reflejo
microcósmico de un mundo divino, donde sus ciudades terrestres respondían
arquetípicamente a “ciudades celestes” (todas las hindúes, aún las modernas,
obedecen a ese patrón; la “Jerusalén celeste versus la Jerusalén terrestre” (con toda
la implicancia simbólica que ello significa en términos de las eternas guerras y
baños de sangre que orlaron y siguen haciéndolo a la segunda), el palacio fortaleza
de Sihagiri, en Ceilán, edificado según el modelo de la ciudad celeste de
Alakamanda, y un largo etcétera), el ritual de posesión tenía por objeto anexar el
territorio desconocido, sinónimo de Caos, al conocido, sinónimo de Orden
Cósmico. O, en otras palabras, tender un puente (anthakarana) entre dos ámbitos
vibratoriamente, espiritualmente, distintos. Crear un espacio y un momento en que
la línea fronteriza entre dos mundos se difumina. Landmarks, menhires, dólmenes y
cromlechs eran, entre muchos otros, los soportes, los objetos con que los humanos
accedían al espacio de los no humanos. Éstos por su parte, no necesitaban
manipular elementos tan bastos. Contaban con otros, los que entrevemos
nebulosamente en el recuerdo de antiguos rituales brujeriles porque, ¿qué es el
“ánima mundi”, el círculo donde el oficiante realiza sus consagraciones, sino la
correspondiente intelectual humana de lo que pobremente llamamos
“agrogramas”?. ¿Acaso no se advierte que el uno –donde, por otro lado, las otras
“herramientas”, la geometría y matemática de las figuras inscriptas en su interior,
el sonido de las vocalizaciones, la fragancia de los inciensos, el calor de las velas, el
“foco mental” en la lectura del libro sagrado, la punta de plata, el cristal de la copa
de agua concita una conjunción de vibraciones que podría “esoterikós”4 permitir el
paso de entidades de otra dimensión- es microcósmicamente correspondiente con

4
“Abrir una puerta”, en griego.
los segundos, tal vez éstos últimos el residuo “del día después” del ingreso o
egreso de otras entidades.

Abajo: un “ánima mundi” elaborado por uno de nuestros alumnos, residente en México.
Observe su afinidad con los agrogramas.

Abajo: el símbolo del “puente místico” (Anthakarana) es, también, un juego de ilusorias
perspectivas para transmitir por encima de las generaciones el concepto que la
“comunicación” con otros planos radica en la distorsión de la geometría de éste espacio. Por
ello la importancia nunca puesta suficientemente de relevancia en estudiar la Geometría
Sagrada5

5
Ver “En busca de otras dimensiones: explorando las grietas de la Geometría Sagrada” en AFR nº 144
Abajo: un estudio relacionando la geometría de Gizeh con la escala macrocósmica

Abajo: algunos agrogramas pueden dar una sugerencia sobre la naturaleza de los visitantes
vinculados a ellos. Obsérvese el parecido entre éste hallado en la campiña inglesa, y el
siguiente dibujo, extraído de un informe sobre masivas mutilaciones de ganado, en este caso
en Canadá, donde cadáveres de renos y ¡una ballena! Aparecieron dispuestos en forma muy
similar dentro de un círculo.
Abajo: todas las culturas, en todos los tiempos, supieron que los “círculos sagrados”
(“ánima mundi”) eran el portal de acceso a otras dimensiones. Tal, es el caso de los pueblos
africanos como el yoruba, donde los “pontos riscados”, dibujos trazados de acuerdo a muy
concretas especificaciones, como señalamos aquí, permitían la aparición de determinados
“exús”, entidades inteligentes del “bajo astral”.
Como señalara incluso en “Guardianes de la Luz....”, es lo que
históricamente se ha llamado “plano astral” (lo que identifico con el arquetípico
“mundo de los sueños”) donde operan esas otras entidades. Certezas se han
acumulado a lo largo de los siglos, y es oportuno revisarlas aquí.

Viejos mitos a la luz de la teoría astral

Las reflexiones hechas en artículos anteriores nos brindan la posibilidad de


reconsiderar ciertas "leyendas" y "supersticiones" tenidas por siglos como tales
pero que, sin embargo, se sostuvieron extrañamente en el inconsciente colectivo,
como es el caso de los "mitos" sobre vampiros y "hombres lobo". En este último
caso, y a pesar de ciertas explicaciones psicologistas (que nos remiten a la
persistencia en la imaginación colectiva de la proximidad y peligro que para el
Hombre del Medioevo significaban bosques poblados por lobos, convivencia con el
peligro que, por su arrastre emocional, habría sobrevivido en forma de leyendas)
cabe preguntarse si detrás de todo ello no podría subyacer alguna probabilidad de
fenómenos ocultistas malinterpretados. Puestos a reconsiderar estas disciplinas, no
podemos menos que señalar que los conceptos expresados hasta aquí nos permiten
encontrarle un sentido lógico a viejas historias de hombres lobo ("werewolf" o
"lobizón", en este último caso, como acostumbra llamársele en América del Sur),
vampiros y la sempiterna Luna llena como telón apropiado de fondo para estas
sagas.

Ambos (vampiros y lobizones) se manifiestan –si hemos de seguir la creencia


popular– especialmente las noches de Luna llena. Ahora bien, esta fase de nuestro
satélite natural tiene ciertas peculiaridades interesantes desde el punto de vista con
que abordamos estas temáticas. Para comenzar, la luz emitida por Selene es lo que
podríamos llamar una luz "polarizada", con especiales características vibratorias.
Sin dejar de tener en cuenta el sabido incremento de hechos de violencia física y
accidentes que ocurren durante su fase (como saben muy bien los profesionales
que trabajen en hospitales o precintos policiales), podemos también remitirnos a
algunas experiencias caseras: si ustedes gustan de la pesca deportiva, sabrán que el
pez extraído del agua y dejado a la luz de la misma se descompone de manera
harto más rápida que en cualquier otra circunstancia. Incluso yo mismo he hecho
la experiencia de dejar algunos peces aún vivos en el agua pero en tan poca
profundidad que parte de su cuerpo queda expuesto, para comprobar que la
consistencia de su carne se desmenuza bajo los dedos aun antes de darles muerte.
Pero también sabemos que, astrológicamente, cada astro se "corresponde" (en el
sentido que le da la Ley de Correspondencia) con determinados otros elementos
de la naturaleza, entre ellos, los metales. Así, la correspondencia de la Luna es la
plata. Y bien, tal como nos lo recuerdan la malas películas de terror clase "Z"
americanas, ¿de qué material debe estar hecha, por ejemplo, la bala que de muerte
a un "lobizón"?. Pues, precisamente, de plata. Y una bala es una punta; en este
caso, una punta de plata. ¿Y se hace necesario recordar otra vez a Eliphas Levi,
cuando en su texto "Dogma y Ritual de Alta Magia" nos dice, textualmente, que
"las puntas de plata impiden la condensación de la luz astral"?.

Aún más. El "mito" del vampiro encierra la regla que éste no sólo no se refleja en
los espejos sino que éstos le son particularmente repugnantes. Y antiguamente, el
espejo se "platinaba", es decir, se cubría una cara de un vidrio con una solución de
un derivado de plata lo que le daba particularmente su característica reflexiva. Es
más, en el lenguaje castellano antiguo, precisamente se llamaba "luna" a los
espejos, por esa asociación. Y ese rechazo no es algo propio de los vampiros:
personalmente he asistido a numerosas sesiones de cultos afroamericanos,
candomblé, umbanda y quimbanda (de cuyos peligros hablaremos en otra
oportunidad) donde algunos participantes "montados" por entidades del bajo
astral retroceden horrorizados si inadvertidamente pasan frente a un espejo (de ahí
la costumbre, si dichas sesiones se celebran en un lugar donde no es posible
retirarlos, de cubrirlos con paños negros). Así que podemos concluir que es posible
aceptar la idea de que los históricamente así llamados "vampiros" y "hombres
lobo", sean entidades astrales, perniciosas y agresivas, que, o bien se "densifican"
en nuestro plano hasta adquirir características vagamente humanoides que los
hagan perceptibles, o bien parasiten (prefiero decirlo así antes que "posesionen") de
humanos o, mejor dicho, de la componente astral de tales humanos. En este último
sentido, es interesante señalar que todas las corrientes ocultistas identifican al
cuerpo astral con el "cuerpo de las emociones" (nuestra emocionalidad sería
consecuencia, entonces, del equilibrio y estado general de nuestro cuerpo astral) de
forma que los violentos cambios de conducta de estos pobres infelices podrían ser
explicados en función de tal apropiación.
También es interesante señalar que es ya una tradición –cuando menos en
muchos países- que el séptimo hijo varón de una familia sea apadrinado en su
bautismo por el Presidente de la Nación (antiguamente lo hacía el rey, el dictador,
el cacique). Si tenemos en cuenta que históricamente se sostenía que la realeza
hereditaria disponía de ciertas “prebendas espirituales” (inspirada esta creencia
seguramente en la presunción de su influencia divina), entre ellas el poder de
sanación (hasta bien entrado el siglo XVIII era común en Francia y Holanda, por
ejemplo, que cierto día del año el Rey se paseara entre la plebe tocando a los
enfermos, ya que el atributo de “la mano de Dios”, como se llamaba, sostenía que
quienes eran así eran agraciados curaban sus males) es lógico comprender que en
tiempos de democracias, perdido el sentido esotérico original de la práctica,
algunas de estas costumbres rituales se perpetuaran, entre ellas, la capacidad
“exorcista” del Rey (ahora Presidente) quien con su influencia podría liberar a la
pobre criatura de su estigma astral.
Aproximarnos a las “supersticiones” –palabra, que, siempre insisto, encierra
más valor del que le asignamos, ya que proviene del vocablo latino “supérstite”:
“lo que sobrevive”, en este caso, lo que sobrevive de un saber perdido- desde esta
óptica ocultista puede tener el valor agregado, entonces, de una integración
armónica y holística del conocimiento dormido en el inconsciente colectivo de esta
humanidad.

Donde dos mundos se cruzan

Estas entidades no sólo existen en otro “plano”, ese “plano” es “ideal” (por
oposición a “real”) para nosotros, pero muy tangible cuando ingresamos en él –
como lo sabemos, sin ir más lejos, por nuestras aventuras y desventuras en sueños
y pesadillas-. Esas entidades, por consiguiente ocupan desde nuestra perspectiva el
ámbito de lo numinoso y lo “sagrado” –aunque aquí la “sacralidad” a veces pueda
tener poca correspondencia con el relativo y humano concepto de “bondad”- Unos
y otros, humanos y no humanos, interactúan por sus propios fines a lo largo de los
tiempos, ocupando territorios mutuos, territorios que en nuestro caso son las
parcelas de nuestra mente cuando esas entidades logran manifestarse en nuestro
espacio tetradimensional. Unos y otros, cada uno desde su ángulo de
aproximación tratan de avanzar en esa zona fronteriza, inculta, que es
primeramente “cosmizada”, luego habitada. Por el momento, lo que queremos
subrayar es que el mundo que nos rodea, civilizado por la mano del hombre, no
adquiere más validez que la que debe al prototipo extraterrestre que le sirvió de
modelo. El hombre construye según un arquetipo. No sólo su ciudad o su templo
tienen modelos celestes, sino que así ocurre con toda la región en que mora, con los
ríos que la riegan, los campos que le procuran su alimento, etcétera. Ahora,
retengamos sólo un hecho: todo territorio que se ocupa con el fin de habilitarlo o
de utilizarlo como “espacio vital” es previamente transformado de “caos” en
“cosmos”; es decir, que, por efecto del ritual, se le confiere una “forma” que lo
convierte en real. Evidentemente, la realidad se manifiesta como fuerza, eficacia y
duración. Por ese hecho, lo real por excelencia es lo sagrado; pues sólo lo sagrado es
de un modo absoluto, obra eficazmente, crea y hace durar las cosas. Así,
“ritualizar” acciones conquista espacios en las mentes, y si esas mentes, a despecho
de las mediocres perspectivas de sus circunstanciales “resonadores” humanos vaga
o se funde con lo astral, vivirá eventualmente la “sacralidad” de la comunión con
otras entidades. Una sacralidad que también puede ser inducida voluntariamente
creando “anthakaranas”, puntos de fuga y fontanas blancas microcósmicas que
permitan el paso “al otro lado”.

Un nuevo concepto: el Punto de Fuga

Uno de los aportes más significativos al desarrollo de conceptos de


avanzada dentro de la mecánica de los fenómenos paranormales está dada, a
nuestro criterio, por la rotura del corsé intelectual que buscaba explicar a través de
procesos estrictamente psicologistas la génesis y etiología de esta fenomenología.
Como diversos autores han señalado en numerosas oportunidades, la propia
palabra “parapsicología” ya resulta caduca para referirnos a una multiplicidad de
eventos que escapan a los límites de lo mental, por más “extrasensóreo” que el
mismo resulte. De hecho, sólo aquél que encare esta disciplina pensando en una
“parafísica” así como en una “parabiología” puede resultar, aunque parezca
perogrullesco, un sensato parapsicólogo.
En consecuencia, debemos entender que una aproximación meramente
psicologista a la Parapsicología (hija dilecta del Ocultismo) puede brindarnos una
explicación etiológica, esto es, de las causas desencadenantes del fenómeno en
estudio; pero sólo un conocimiento interdisciplinario que no desprecie la física, la
geometría no euclidiana y las matemáticas nos ilustrará sobre la mecánica de
producción de tales eventos.
En este sentido, hemos observado que una especialidad tan resistida por
personas con formación humanística como psicólogos y parapsicólogos, como es la
astronomía, puede ofrecernos aproximaciones confiables para explicar algunos de
los muchos puntos oscuros que encierran estas temáticas. Se trata de uno de los
fenómenos cósmicos más interesantes, el de los llamados “agujeros negros” que
parece tener un correlato psíquico (“lo macrocósmico en lo microcósmico”) en lo
que hemos llamado “puntos de fuga”, especie de “puertas” a una dimensión
propia del ámbito de quienes ya no pertenecen a este mundo. Y que exista esta
correspondencia ya de por sí no debe asombrarnos pues, recordando la
versatilidad del Principio de Correspondencia ocultista, admira extender sus
implicancias hasta este caso.
Como todos sabemos, un “agujero negro” es un punto del espacio llamado
así porque el potencial gravitatorio de ese punto es tan infinitamente elevado que
nada escapa a su atracción, ni siquiera la luz.
El proceso de gestación del mismo arranca en las variaciones que se
producen durante el “envejecimiento” de algunas estrellas. Este puede tener dos
caminos: o aquellas comienzan a incrementar su volumen, pasando por la fase de
gigante roja, hasta estallar, como en el caso de las “novas” y “supernovas”, o bien,
alcanzan un determinado punto crítico, comenzando a colapsar sobre sí misma, en
lo que podríamos denominar un proceso de “implosión”.
Ahora bien. Como quedara oportunamente demostrado por la física
relativista, todo cuerpo estelar “curva” el espacio a su alrededor. Cuando mayor es
la masa del cuerpo, mayor la gravitación y mayor la curvatura, y debe quedar
comprendido que el “volumen” (tamaño) de un cuerpo no es necesariamente
sinónimo de su “masa” (resistencia a la inercia). Así, si Júpiter, más voluminoso
que la Tierra, tiene también mayor gravedad que ésta –y, en consecuencia, también
mayor curvatura espacial a su alrededor- una estrella que alcanzara la etapa de
“gigante roja” involucione reduciendo su tamaño –o sea, su volumen- no
necesariamente disminuye su masa, ya que ésta es una variable dependiendo de
las distancias e interacciones corpusculares de sus átomos constitutivos. En
consecuencia, una estrella colapsada sobre sí misma disminuye su volumen, pero
aumenta de manera inversamente proporcional su masa, y con ella su gravedad..
Pasa entonces a la etapa de “enana blanca” - del tamaño de un simple planeta
como el nuestro, pero con una gravedad miles de veces mayor- y continúa
implosionando, hasta reducirse a un tamaño tan exiguo –unos pocos metros de
diámetro- que, a escala cósmica, es inexistente.
Llegada este punto, su masa aumentó en un límite tendiente a infinito, con
lo cual también lo hizo su gravedad. Tenemos entonces un “agujero negro” punto
del espacio que, como la vorágine del Maëlstrom del cuento de Edgar Allan Poe,
atrae hacia sí, desde distancias inconmensurables, materia y energía que terminan
siendo devoradas por el mismo.
Pero si algo da su especial característica insólita a este fenómeno es que, si
idealmente pudiéramos situarnos a “un lado” del agujero negro para observar el
proceso de absorción de materia y energía, veríamos que todos estos componentes
parecen “caer” a un pozo, pero no “salen” por ningún lado. Así, un rayo lumínico
se dirigiría hacia el agujero, ingresa a éste... y se corta abruptamente, como
desapareciendo en la nada. Ahora bien, si un incremento en la gravedad tendiendo
a infinito provocaría una curvatura también tendiendo a infinito, la “bolsa”
gravitatoria así creada se “desfondaría”, dando paso a... ¿dónde?.
Pues, a un universo paralelo.
De hecho, los astrofísicos han encontrado otro enigmático fenómeno
astronómico que parece ser la polaridad opuesta del “agujero negro”. Se trata de
los “quasars”, palabra formada por la contracción de las palabras inglesas que
definen a “objetos cuasi estelares”, es decir, puntos del espacio que se comportan
como estrellas pero no son estrellas, emitiendo altísimas cotas de radiación de todo
tipo (rayos X, gamma, etc.). El interrogante es que tales emisiones no provienen
específicamente de un cuerpo estelar dado, sino apenas de un “punto” en el
espacio que se comporta como una estrella, de allí la definición de “cuasi estelar”.
Y suponemos con bastante fundamento, que el “quasar” es, a este Universo, el
“agujero negro” de un universo simultáneo o paralelo, como el “agujero negro” de
aquí pasa a ser el “quasar” de allá.
De hecho, matemáticamente nada se opone a la posibilidad de la existencia
de “universos reflejos” del nuestro, como que la propia teoría de los “números
negativos” corre en su apoyo.
Y ahora regresemos temporariamente al campo de la Parapsicología, sólo el
tiempo necesario para establecer un nexo entre ambas teorías.
Tenemos la presunción de que aquello que denominamos –siguiendo aquí al
biólogo francés Jean Jacques Delpasse- “paquetes de memoria” –en alusión a los
“fantasmas” o elementos psíquicos supervivientes a la muerte de la materia
biológica- coexisten no necesariamente en el mismo “plano” vibratorio que el
nuestro, sino quizás desplazándose a otros niveles de desenvolvimiento y, al
hablar de niveles, no hacemos lugar aquí a cuestiones espirituales sino,
sencillamente, a planos de naturaleza energética que la propia Ley de Entropía –
también conocida como Segundo Principio de la Termodinámica- obligaría a
ocupar.
Una de las numerosas razones por las cuales este supuesto parece adquirir
sólidos fundamentos, pasa por las descripciones que las numerosas personas
sensitivas hacen de sus percepciones de “paquetes de memoria”, más
específicamente, del momento en que éstos desaparecen del campo visual.
Recordemos que en la generalidad de casos, la percepción de un “paquete
de memoria” adopta la forma de una nebulosa o una figura vagamente
humanoide, de color blancuzco, excepto en los contados casos en que la percepción
implica la visualización en detalle de las características adoptadas por el sujeto
durante su vida biológica. Esos mismos sensitivos informan que en muchas
ocasiones el proceso de desaparición de la visión implica que el ente o “paquete de
memoria” parece aproximarse hacia el testigo, deformándose, extendiéndose
instantáneamente hacia ambos lados y desapareciendo como un fogonazo de luz
curvándose alrededor del campo visual del testigo. Y ahora sí, volvamos a la
astronomía.
Ya que los científicos han elaborado una interesante hipótesis sobre como
varía la sucesión de los acontecimientos cuando un hipotético astronauta ubicado
en el interior del “agujero negro” contempla la materia y energía a punto de ser
absorbido por éste.
Según esa teoría, alrededor del “agujero negro” se formaría un campo o
anillo que ha recibido el nombre de “horizonte de singularidad”. A medida que la
luz, por caso, se acerca al “agujero negro”, su tiempo se lentifica, más aún para un
hipotético observador situado dentro de éste, el cual observará que la luz (o la
imagen del objeto que se aproxima, lo que a fin de cuentas, también es luz) parece
extenderse por ese anillo que es el “horizonte de singularidad” y, si bien otro
observador situado fuera del agujero lo vería ingresar a éste, para el astronauta “de
adentro”, al llegar al “horizonte” aquél se detendría con lo cual la luz quedaría
“suspendida” en el anillo de singularidad.
Aunque esto parece complicar innecesariamente las cosas podríamos
agregar que, si no se ve a la luz o al objeto hecho luz “caer” hacia él, se debe a que
el astronauta mismo es el “horizonte de singularidad”. Y precisamente observemos
que se corresponde como dos gotas de agua con las descripciones de la “partida”
de los paquetes de memoria.
Incidentalmente, nada impide suponer que, en este plano psíquico, el
“agujero negro” por el cual un “paquete de memoria” pasa a su propio universo
sea precisamente el sensitivo o, mejor dicho, su potencialidad parapsicológica. Y
así como existen individuos que a la manera de “agujeros negros” permiten el
pasaje de “paquetes de memoria” hacia este otro universo, otros seres humanos
podrían actuar como “quasares” que faciliten el ingreso o manifestación de nuestra
Realidad en aquellos. A éstos correspondientes microcósmicos los llamamos
“fontanas blancas”.
Por otra parte, observemos que tanto las crónicas parapsicológicas como
protoparapsicológicas, especialmente las de la metapsíquica francesa y el
espiritismo norteamericano, enseñan que en las sesiones de convocatoria de
“espíritus”, sean reuniones mediumnímicas o sesiones de tablero “ouija”, debe
marcarse siempre un “punto de fuga”, sea en forma de un punto hecho a bolígrafo
o lápiz, sea, sencillamente, la palabra “adiós” inscripta en una tarjeta. Según esta
teoría, es por ese punto –y sólo por ese punto- por el cual se retira el ente
convocado. Algún lector puede oponer el argumento de que tal punto es
arbitrariamente elegido por el o los operadores y, en consecuencia, difícilmente
coincida con alguna alteración espacio-temporal que asuma esas características de
“agujero negro mental”, pero observemos que el mero hecho que todos los
asistentes acepten esa convención como “punto de fuga” hace que el mismo, ya
con definición espacial, asuma algo así como la densificación psíquica resultante de
las tensiones concentradas sobre el mismo por los participantes. Dicho de otra
forma: psíquicamente hablando, pensar en un punto del espacio con la necesaria
tensión, en detrimento de cualquier otro, “curvaría” mentalmente esos planos
psíquicos a su alrededor. A fin de cuentas, el Principio del Mentalismo –que ya
hemos estudiado- acepta que las tensiones mentales dirigidas vectorialmente sobre
un punto pueden modificar el entorno de la misma. Algo similar ocurre cuando en
ciertos rituales ocultistas, dicho punto es marcado con un cuchillo de plata: las
enseñanzas esotéricas –Eliphas Levi dixit- señalan que toda punta metálica impide
la condensación de “luz astral” y, en tal plano sutil de materialización, la función
inversa del mismo también se comportaría como un punto de fuga.
Finalmente, y recordando que en numerosas ocasiones hemos insistido en
considerar tales rituales a la luz de aproximaciones racionales, científicas, sí, pero
lo suficientemente audaces para reveerlas al cristal de las modernas teorías físicas,
vale advertir que el empleo de velas negras expresa, simbólicamente,, lo que la
misma significa para el operador; el punto de condensación de lo thanático
(negativo) inmanente al ambiente, el punto por el cual “escapan” las vibraciones
perjudiciales presentes en el lugar. De hecho es, por definición, otro “punto de
fuga”. Así como el color negro es en realidad la suma de todos los colores o, para
decirlo más correctamente, la superposición de las frecuencias que conforman, en
el espectro luminoso, todos los colores, energéticamente un objeto negro tenderá a
atraer hacia sí todo tipo de componente negativa energética y, de hecho, un
“paquete de memoria thanático” lo es. Si a ello sumamos que la vela expresa
simbólicamente la idea de punto focal, la densificación psíquica proyectada por el
o los operadores incrementa el significante del mismo.
Para terminar, permítaseme señalar que estudiando los aspectos más
preocupantes de los errores cometidos en prácticas esotéricas o parapsicológicas,
figura como causal significativo la no estipulación de “puntos de fuga”; esto
condice con nuestra impresión generalizada de que peor que hacer mal una
experiencia (cuyas consecuencias sólo pueden implicar la pérdida de tiempo o la
desilusión por los esfuerzos malgastados) es hacerlos bien, pero incompletos:
muchas veces se “abren” puertas dejando pasar ciertas “cosas”, y luego no se sabe
cómo cerrarlas. De allí que recomendemos muy especialmente establecerlos,
preferentemente de común y previo acuerdo, para que actúen como algo así como
cloacas espirituales que eliminen el riesgo de remanencias nefastas. Y teniendo, en
todo momento la tranquilidad de saber que estamos procediendo, por anacrónico
que resulte, con criterio científico; la exposición metodológica y crítica del
Principio de Correspondencia y de la Ley del Mentalismo abonan lógicamente la
presunción de que tal técnica (la de valernos de “puntos de fuga” marcados
gráficamente, con velas, preferentemente con puntas metálicas o meramente
mentales), aunque parezca rondar los límites de la imaginación desbocada, en
realidad es apenas un esbozo de un nuevo orden en un criterio secuencial de
razonamientos que no es fácilmente desarticulable y sí, por el contrario,
caracterizará axiomáticamente en el futuro a nuestra disciplina.

¿Qué podemos resumir hasta aquí?. Por un lado, que ciertos rituales
obedecen a un orden de repetición microcósmica de fenómenos, ora artificiales, ora
naturales, que preexisten a nivel macrocósmico en el Universo. En segundo lugar,
que el imperio de la Ley de Correspondencia abona esa posibilidad. Tercero, que
las entidades que en ocasiones se manifiestan asociadas al fenómeno OVNI, más
que extraterrestres, serían extradimensionales en el sentido de proceder de una
franja crepuscular de la Realidad, lindante con lo astral, lo que identificaríamos con
el plano de las ensoñaciones. Cuarto, que todas esas operaciones responden a
repetir un Orden Trascendente que es geométrico a través del conocimiento del
cual puede manipularse, alterarse nuestra Realidad –o, cuando menos, la
percepción de la misma-. Quinto, que el ser humano ya tiene el conocimiento (sólo
hay que sistematizarlo) para intentar una nueva vía de contacto con entidades no
humanas6.

Abajo: una de tres huellas dispuestas en 120º luego del asentamiento de un OVNI,
Victoria, Entre Ríos, Argentina, julio de 1991. ¿Es casualidad que responda a un
“pentáculo”?.

6
¿Pero podrá manejar las consecuencias?

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