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Castoriadis – Presentación Jornadas Piera Aulagnier

DENISE NAJMANOVICH: Bueno, me toca a mí seguir con la


provocación, ya que es el tono que hemos adoptado esta tarde de
lluvia. Me encanta este estilo y voy a tratar de estar a la altura.
El pensamiento moderno creó un universo signado por la
simplicidad, por lo claro y distinto, por las producciones teóricas
como descripciones verídicas de un universo gobernado por leyes
ineludibles y eternas. El estilo adoptado era el de la explicación que
supone la posibilidad de un conocimiento total y completo de un
objeto definido y estable. Castoriadis eligió un modo de
interrogación completamente diferente. Su estilo fue forjado a partir
de la noción clave de elucidación. Para él la idea de una teoría pura
no era más que una ficción incoherente, pues sostenía que “No
existen lugar y punto de vista exteriores a la historia y a la sociedad,
en el que poder situarse para hacer la teoría puesto que todo
pensamiento de la sociedad y de la historia pertenece él mismo a la
sociedad y a la historia. Todo pensamiento, sea cual fuere y sea
cual fuere su «objeto», no es más que una forma del hacer so-
cial-histórico.” Por eso para él la elucidación era “el trabajo por el
cual los hombres intentan pensar lo que hacen y saber lo que
piensani”. El pensamiento de Castoriadis hizo honor a esta
propuesta que está en el núcleo de los enfoques contemporáneos
de la complejidad.
Antes de proseguir, considero fundamental aclarar una confusión
muy habitual: aquella que equipara complicación y complejidad.
Muchos autores utilizan estos términos de manera indistinta. La
situación es particularmente grave en los trabajos escritos en
castellano puesto que nuestro protocolo comunicativo supone que
la repetición es signo de pobreza lingüística –y por tanto
conceptual- y exige que inventemos algún sinónimo cada tres
renglones para no parecer ramplones. Para nuestra suerte o
desgracia, esto es así, y ha llevado a confusiones verdaderamente
preocupantes que considero fundamental despejar.
Complicados son aquellos sistemas, objetos, procesos intrincados,
embrollados, pero que en última instancia pueden llegar a
desentrañarse completamente puesto que sus relaciones funcionan
dentro de un régimen de la simplicidad. Algo es complicado cuando
posee muchas partes que están ensambladas de tal manera que un
observador externo no puede decir inmediatamente cuál es su
estructura, pero que con sólo apelar a toda su paciencia y al método
analítico podría conocerla exhaustiva y totalmente. En palabras de
Henry Atlan, uno de los exponentes más agudos de la perspectiva
de la complejidad y pionero en las teorías de autoorganización: “La
complicación sólo expresa, un gran número de etapas o de
instrucciones para describir, especificar o construir un sistema a
partir de sus constituyentesii.”
Los enfoques de la complejidad no pueden ponerse en el mismo
plano de análisis, suponen la creación de otros paisajes vitales,
otros modos de interrogación, otros estilos cognitivos que llevan
implícitos desde un inicio una renuncia y un desafío. La renuncia a
la comprensión total y absoluta, a un entendimiento completo, a la
pretensión de poseer una verdad. El desafío de producir sentido en
la incertidumbre y hacernos responsables del mismo. Castoriadis
hizo verdaderamente honor a este reto.
Hecha esta aclaración, quisiera retomar varias cosas de las que
dijeron Yago y Nacho antes que yo. Una que me parece sugestiva
para dar cuenta de la complejidad del enfoque de Castoriadis es la
forma en que él trata al conocido lema freudiano que reza que “Allí
donde estaba Ello debo advenir Yo”.
Castoriadis trabaja muy a fondo esta cuestión y nos brinda una
lectura muy peculiar de este lema freudiano. Para ello construye un
dispositivo paradójico que comienza con un contrapunto entre la
propuesta freudiana y otra proposición creada por nuestro exquisito
pensador griego: “Allí donde Yo soy, el Ello debe surgiriii”. La
polifonía que emerge de este contrapunto nos lleva directamente al
reino de la complejidad.
Podríamos aumentar la apuesta provocativa considerando ahora la
dupla autonomía / heteronomía.
La autonomía y la heteronomía en Castoriadis son cuestiones
fundamentales y en general a nosotros como personas también nos
resultan centrales en nuestra vida. Pero han sido leídas muchas
veces desde el reino de la simplicidad, es decir, han sido
interpretadas como una dicotomía.
La cultura Occidental y la Moderna tienden a dicotomizar
absolutamente todo y con ello a aplanar el espacio conceptual,
empobreciéndolo y depurándolo. Fieles a su estilo los pensadores
modernos han desarrollado dos formas: el dualismo puro que
enfrenta absolutamente la autonomía y la heteronomía,
concibiéndolos como esencias absolutamente independientes y
opuestas; y la posición monista, que admite sólo la legitimidad de
una u otra opción de la polaridad dualista y condena a la otra al
reino de las apariencias. En ambos casos estamos frente a
concepciones esencialistas, no vinculares y estáticas; es decir
condenados al imperio de la simplicidad.
Una lectura compleja, que en cierto sentido semeja a las
concepciones no-dualistas orientales, concibe a la autonomía y
heteronomía como términos ligados, irreductibles entre sí, pero al
mismo tiempo capaces de interpenetrarse, de hibridarse en
producciones múltiples gestando una gran variedad de figuras.
El concepto de autonomía (ley propia) no tiene sentido por fuera de
alguna instancia o presentación de la heteronomía, es decir de la
ley del otro. Si retomamos las máximas anteriores bajo esta luz,
vemos muy bien porqué Castoriadis necesitó complejizar la
propuesta freudiana, o más bien explicitar la complejidad que
anidaba en su obra pero que una epistemología positivista y una
conceptualización dualista habían desdibujado, enturbiado e incluso
escamoteado. Es allí donde el trabajo de elucidación se hace
imprescindible, no para encontrar una nueva interpretación
canónica de los textos, no para definir lo que el propio Freud dejó
borroso, sino para insuflar sentido, para expandir los territorios del
entendimiento. Castoriadis cuestiona –con infinita delicadeza, pero
también con gran firmeza- la pretensión de dominio del consciente
sobre el inconsciente que aparentemente promueve el lema
freudiano. Para ello se le hace imprescindible revisar la noción
misma de autonomía, sus límites y posibilidades, sus agujeros
negros y su campo semántico.
Para contribuir a la comprensión de esta problemática me parece
importante hacer una distinción adicional, aquella que nos permite
diferenciar entre autonomía e independencia. Llamaría
independencia a aquello que está totalmente disjunto, separado,
inconexo, ahora y siempre, lo que no tiene ligazón alguna. Para
Castoriadis es algo muy diferente puesto que reconoce clara y
explícitamente que la autonomía sólo tiene sentido en y por la
relación. Para destacar este efecto paradójico yo utilizo la expresión
“autonomía ligadaiv”, que marca fuertemente la diferencia radical
con la noción clásica de independencia.
Retomando lo que recién mencionaba Nacho, podemos decir que la
autonomía y la heteronomía son a la vez irreductibles e
indisociables. Es decir, no son lo mismo ni pueden explicarse uno
por el otro, pero tampoco pueden independizarse, están ligados,
están vinculados. Ambos sólo adquieren sentido en y por la relación
con el otro.
Aquí el término “vínculo” también está siendo utilizado de una
manera específica pues con él quiero resaltar el “efecto de
acontecimiento e historia”como una posibilidad de producir sentido
diferente al que habitualmente le damos a la palabra “relación”.
Algo está vinculado -o tiene sentido decir que hay un vínculo-
cuando podría no haberlo. ¿Qué quiere decir que algo tiene un
vínculo consigo mismo? ¿Diría alguien que tiene un vínculo consigo
mismo? Sería una afirmación muy snob, o muy estúpida. Por eso he
querido destacar el hecho de que paradójicamente el vínculo existe
si y sólo sí pudiera no existir. El vínculo implica a la vez autonomía y
heteronomía.
La tradición occidental ha pensado a las entidades y relaciones
como totalmente definidas, determinadas, absolutas y eternas. Este
es a la vez una suposición básica subyacente y una exigencia de la
“lógica conjuntista identitaria” (forma que Castoriadis utilizaba para
dar cuenta del modus básico de la racionalidad occidental
legitimada por la tradición filosófica de va desde Platón al
Estructuralismo). Sin embargo, en las últimas décadas del siglo XX,
Castoriadis y muchos otros pensadores, retomaron voces
marginales de la tradición y encararon la ímproba tarea de sentar
las bases para un pensamiento capaz de dar cuenta de la dinámica,
es decir, de una mirada que incluya al tiempo como variable interna,
como expresión del cambio y la transformación. En esta concepción
los vínculos no son conexiones entre entidades (objetos o sujetos)
preexistentes, ni estructuras fijas e independientes, sino que los
vínculos emergen simultáneamente con aquello que enlazan en una
dinámica de autoorganización. Se trata entonces de pasar de un
único mundo compuesto por elementos y relaciones fijadas por las
leyes de la lógica clásica a “multimundos” donde “unidades
heterogéneas” y vínculos no tienen un sentido unívoco, no están
completamente determinados, no existen independientemente sino
que emergen y co-evolucionan en una dinámica creativa: el juego
de la vida.
Retomando ahora la “travesura” de Castoriadis al crear un
complemento para el lema freudiano podemos empezar a ver hacia
a qué otros mundos nos lleva el vínculo paradójico: “Allí donde
estaba el Ello debo advenir Yo, pero allí donde Yo soy, el Ello debe
surgir”. A pesar de las apariencias no es este un círculo vicioso, sino
una invitación a pensar en y a partir de la dinámica vincular. Si
aceptamos que desde el discurso freudiano la autonomía puede ser
entendida como el dominio del consciente sobre el inconsciente y
entendemos que este proyecto es tan imposible como indeseable,
sólo nos queda la alternativa de jugar el juego que propone
Castoriadis. Para ello es imprescindible preguntarse junto con él
¿Qué es mi ley? ¿Qué es mi discurso? Y darnos cuenta que no
tiene sentido hablar de una ley absolutamente propia, como
tampoco puede existir un discurso absolutamente singular: ambos
pertenecen al dominio social. Al mismo tiempo que sabemos que no
puede existir un discurso que no sea enunciado por alguien (los
entes colectivos no tienen voz), ni una ley que sea tal si no es
inventada, aceptada, consentida, conocida y valorada por la
sociedad que no es más que “una mediación de encarnación y de
incorporación, fragmentaria y complementaria, de su institución y de
sus significaciones imaginarias, por los individuos vivos que hablan
y se muevenv”.
¿Entonces cómo puede surgir un discurso absolutamente propio en
un lenguaje “ajeno”? ¿De dónde podría emerger una ley
absolutamente autónoma del sujeto cuando é mismo para ser tal
debe participar necesariamente de la sociedad que instituye la ley?
¿Puede existir una verdad propia del sujeto sobre la que se funde
su propia ley? Como bien sostiene Castoriadis, “la noción de verdad
propia del sujeto es en sí misma más un problema que una
soluciónvi”.
El modo de pensar clásico hace que las paradojas se
“desvanezcan” mediante el expeditivo truco de prohibirlas, pero su
poder corrosivo sigue actuando a pesar de la censura. Castoriadis,
por el contrario, pone las paradojas en movimiento y permite de esa
manera que emerja su inmenso poder creativo. En el caso que nos
ocupa, no se trata ya de una “toma del poder” por parte del Yo, sino
que la paradoja pone en primer plano aquello que está radicalmente
eludido en el discurso clásico y en el Moderno: las mediaciones, los
vínculos, las hibridaciones, la dinámica transformacional. Utilizando
las palabras del propio Castoriadis, podemos decir que “No se trata
entonces de “una toma de conciencia” efectuada para siempre,
sino de otra relación entre consciente e inconsciente, entre lucidez
y función imaginaria, en otra actitud del sujeto respecto de sí
mismovii”
Desde esta perspectiva creo que es interesante pensar no solo las
terapias sino todas las prácticas de la libertad. Foucault, en los
últimos años de su vida, trabajó muy a fondo la distinción entre la
pretensión de “liberación”, fruto de una ilusa noción de
independencia, y las prácticas de la libertad, que para mí están
plenamente dentro del espíritu de la concepción de la autonomía
ligada que es uno de los núcleos de la perspectiva vincular que
Castoriadis ayudó a fundar. Esto está íntimamente ligado a uno de
los peligros que yo encuentro a veces en el psicoanálisis en relación
a la noción de cura y tiene que ver con el último punto que
mencionaba recién Nacho, y que llamó “nuevas normalidades”.
Lamentablemente, la idea de una “cura” nos exige ubicarnos en una
dimensión de la patología y para ello debemos también distinguir
una esfera autónoma de la “normalidad”.
Yo no sé si conviene hablar de nuevas normalidades. Tal vez
estemos empezando a tener que pensar en disolver esas barreras
de normalidad y de patología, o en revolverlas, o en barajar de otra
forma y encontrar en estos nuevos modos del lazo social y en estas
nuevas subjetividades, otras formas de referirnos al padecimiento
humano y de producir prácticas de la libertad, saliendo del mundo
de la “enfermedad”, para pensar nuestro devenir como sujetos este
otras perspectivas que den lugar a la complejidad, evitando los
diagnósticos de manual y las etiquetas sociales instituidas como
“esencias”.
Desde este punto de vista, creo que otra de las conceptualizaciones
de Castoriadis que aparece como provocadora e interesante, y
también problemática, es la de monada psíquica. La filosofía nos ha
acostumbrado a una idea de monada que por definición no tiene
ventanas. Yo creo que la monada que presenta Castoriadis sí las
tiene, (a pesar de que no queda totalmente claro en sus textos), y
esto hace una diferencia radical en la concepción tanto de la
subjetividad, como del lazo social y en la producción mutua de
ambos, sociedad y sujeto.
Al plantear que la autonomía no es lisa y llanamente la eliminación
del discurso del otro sino una instauración de otra relación entre el
discurso del otro y el discurso del sujeto, Castoriadis acepta
plenamente el reto de la complejidad. Pone el foco de su
pensamiento y el énfasis en un lugar que la Modernidad no pudo
ver, porque estaba justamente en el punto ciego de toda mirada
(ese punto que la pretensión de una visión panóptica elude: el lugar
donde está el ojo-sujeto que mira). Y ese punto ciego es el de las
mediaciones, el de las interfases, el de las modulaciones, todo
aquello que tiene que ver con lo vago, con lo poroso, con las
membranas semipermeables, todo lo que tiene que ver con el inter-
cambio, la co-producción, la creación.
Desde la lógica clásica y las concepciones esencialistas lo único
que podemos hacer es desplegar siempre lo mismo, puesto que no
puede aparecer novedad donde no hay diferencias. Solo la
diferencia produce diferencia, en la física y en la sociedad.
Paradójicame, no puede haber novedad sin presuponerla. Ahora
bien, qué es exactamente lo que presuponemos, no es algo
concreto en sí mismo. Parménides lo hubiera llamado el “No-Ser”,
los taoístas los llaman “Vacío Creativo”, Castoriadis lo llama
“Magma”. Es aquello que el pensamiento occidental ha negado
tenazmente para legitimar exclusivamente una razón pura (y ha
usado extensivamente para poder pensar aún esa misma
categoría). Es el reservorio de sentido que nos deja la ambigüedad
de toda palabra, la porosidad del lenguaje. Es esa multivocidad
original que hace del lenguaje un sistema abierto y del pensamiento
una actividad imaginaria radical.
Esta actividad imaginaria radical (tanto a nivel del sujeto como en su
faceta social instituyente) no produce representaciones, sino
“presentaciones”, es decir "Realidades Virtuales" que no tienen
referentes externos (no re-presentan internamente una realidad
independiente). Lamentablemente Castoriadis siguió utilizando el
término “representación” en lugar de acuñar uno nuevo que diera
cuenta de esta diferencia radical de los procesos y productos
involucrados en la actividad imaginaria (presentaciones o
imaginarizaciones). El término representación nació en la
Modernidad a partir de la cesura dualista y supone una realidad
externa y un observador interno separados por un límite fijo
inamovible e intraspasable. Castoriadis, Piera Aulagnier, Foucault,
Derrida y muchos (a veces nominados en conjunto como post-
estructuralistas o post-positivistas) ya no admiten la separación
radical entre un exterior y un interior, entre un sujeto y un mundo.
Ahora bien, negar tal separación radical -y en esto coincido
plenamente con Nacho- no significa que no haya diferencia alguna,
que estemos condenados a al con-fusión. Admitiendo un campo
magmático podemos extraer de él no sólo las distinciones de la
lógica identitaria, sino una infinidad de otras figuras, de otras formas
de construir exterioridad e interioridad ya no estáticas sino
dinámicas y de otros modos de crear y producir sentido.
Desde esta perspectiva, entonces, creo que tomar la relación
instituido-instituyente que propone Castoriadis en serio, tiene que
ver con hacer ese lugar a la imaginación radical como una fuente de
creación.
En sus últimos años, en sus últimos trabajos, Castoriadis se sintió
obligado a dar alguna explicación mayor, a profundizar y a elucidar,
la afirmación de que el imaginario “crea de la nada”. En sus últimos
textos trabajó extensamente la cuestión y aclaró que al decir algo
surge “de la nada”, no está planteando que algo aparece “en la
nada”, o que se hace “con nada”. Si no que lo nuevo que emerge
no está preformado, ni prefigurado, ni latente, antes de llegar a la
existencia en el imaginario. Esto no quiere decir que su emergencia
sea completamente inmotivada. Todo lo contrario, toda creación
imaginaria nace en la historia, y está tejida con los materiales que
ella brinda, pero al mismo tiempo es una creación completamente
nueva.
Pensar es una actividad creativa que sólo puede ocurrir en y a
través de los vínculos, porque creo que no hay otro modo de
producción de sentido que el de la interacción, y por lo tanto el
significado ha de ser siempre social. Como bien ha mostrado
Wittgenstein, no existe, ni puede existir un lenguaje privado. Esto no
quiere decir que no podamos, como sujetos y en actividad de
producción de subjetividad, producir nuevos sentidos, pero estos
solamente se llegan a constituir en la medida en que los vínculos
los sostienen, los contienen y les dan posibilidad de vivir.
“La creación vincular en las relaciones es siempre ex-nihilo, surge
de la nada, en el sentido de que la lógica del sistema no puede
explicarla ni causarla, pero no in-nihilo, no se da en la nada, porque
está entramada en la historia. Pero ya no se trata de un despliegue
de lo mismo, de lo que estaba allí, sino de la emergencia de algo
nuevo, fruto de un acontecimientoviii”.El sujeto se constituye como
sujeto en la trama social, es indisociable de ella, pero no es la trama
social. Hay autonomía en la heteronomía.
Castoriadis fue un pensador capaz de hacer honor a las tensiones
que la complejidad crea, que no puede resolver, pero que puede
hacer producir, generando nuevas figuras que nos permitan
construir sentido más ricos, tejer tramas multidimensionales,
inventar y recorrer itinerarios diversos, afirmar sin por ello arrasar
con la diferencia, negar sin excluir.
Y en este sentido el de Castoriadis ha sido un pensamiento
sumamente provocativo en este honroso sentido que mencionó
Nacho, no pretende eliminar ni reducir, ni eludir las tensiones,
pretende en última instancia jugar con ellas y producir dentro de ese
marco tensional, un mayor grado de libertad, tanto para nuestras
producciones teóricas, para nuestras prácticas y para nuestros
modos de vida. Nada más. (aplausos)

COORDINADORA: Bueno, gracias Denise. Nos quedaría un


poquito de tiempo para algunas preguntas, o algunos comentarios,
antes de cerrar... algunas provocaciones pide Denise, algunas
respuestas a sus provocaciones.
i
Castoriadis, C. “La institución imaginaria de la sociedad”, Tusquets, Buenos Aires, 1993.
ii
Atlan, H. “Entre el cristal y el Humo”, Ed. Debate, Barcelona, 1990.
iii
Castoriadis, C. “La institución imaginaria de la sociedad”, Tusquets, Buenos Aires, 1993.
iv
Najmanovich, D. “El lenguaje de los vínculos de la independencia absoluta a la autonomía relativa”, en “Redes el
lenguaje de los vínculos”, Paidós, Buenos Aires, 1995.
v
Castoriadis, C. “El Mundo Fragmentado”, Ed. Altamira, Montevideo, 1993.
vi
Castoriadis, C. “La institución imaginaria de la sociedad”, Tusquets, Buenos Aires, 1993.
vii
Castoriadis, C. “La institución imaginaria de la sociedad”, Tusquets, Buenos Aires, 1993.
viii
Najmanovich, D. “Dinámica Vincular: territorios creados en el juego”, Revista de la Asociación Argentina de
Psicología y Psicoterapia de Grupo, Tomo XXIV, N° 2, 2001.

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