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El Desafío Digital

Ediciones Taller Aleph


El Desafío Digital
Copyright (c) 2000: Guillermo Cerceau
ISBN: 980-07-5993-X
Depósito legal: Lf25219990042140
Diseño de portada: Ana Ortega

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El Desafío Digital

Guillermo Cerceau
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Para Francisco Vázquez,
Socio Director de KPMG Venezuela,
con quien tuve el privilegio de trabajar
en los últimos diez años.

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Introducción

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Introducción

No estoy obligado a resolver las dificultades


que creo. Que siempre mis ideas sean un
poco dispersas o incluso parezcan contrade-
cirse entre sí, si tan solo son ideas en las que
los lectores hallarán material que los lleve a
pensar...

Lessing, Escritos Seleccionados

Cada vez es mayor la dependencia que exis-


te entre el hombre y la máquina, pero, para-
lelamente, cada día crece más la descon-
fianza del hombre hacia la máquina

Es hora de que perdamos el miedo a ser cri-


ticados por criticar la tecnología

Alejandro Piscitelli, Ciberculturas

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La tecnología de la información, las computadoras
y las telecomunicaciones, Internet y Windows, son
parte de la gran transformación tecnológica que co-
menzó al finalizar la última guerra mundial (de he-
cho, fue iniciada por esta guerra) y que ha hecho
eclosión en este nuevo siglo. Esta tecnología puede
realmente ayudar a la humanidad, a las empresas e
instituciones y a los individuos a ser más producti-
vos, a trabajar mejor y a lograr una vida más plena.
De sus múltiples ventajas ya se ha hablado dema-
siado, pero lamentablemente muy poca reflexión
existe, fuera de las publicaciones académicas, so-
bre sus problemas, inconvenientes y peligros.
Adicionalmente, la mayoría de quienes critican la tec-
nología, como nuestro célebre poeta Juan Liscano,
lo hacen desde una perspectiva totalmente negati-
va, muchas veces con argumentos irracionales.

Estamos convencidos de que un uso apropiado de


la tecnología, y por apropiado queremos decir que
el ser humano que la usa nunca pierde de vista que
él es responsable de la información o de los pro-
ductos que esta tecnología genera, puede ser de gran
utilidad a la sociedad.

Ninguna realidad es unilateral, ningún producto de


la cultura humana es absolutamente malo o bueno,
en todos ellos hay una mezcla de valores positivos y
negativos que puede ser difícil deslindar: solo la re-
flexión crítica nos puede ayudar a aprovechar lo bue-
no y desechar, neutralizar o minimizar lo malo.

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En este libro se dan cita textos de diversa proce-
dencia y concebidos originalmente para públicos y
situaciones diferentes. Algunos, los más extensos,
son ensayos producto del insomnio o de la chispa
que enciende en nosotros alguna idea ajena, el co-
mentario de un compañero de trabajo o la noticia
arbitraria que recoje un periodista. Otros son artí-
culos de prensa (en su mayoría publicados en
Internet World durante el año pasado). Hay tam-
bién algunas conferencias dictadas en universidades,
cámaras de industria y comercio y otras audiencias.
El resultado, aunque heterogéneo, de alguna mane-
ra refleja una visión de la tecnología y su sentido
dentro de nuestra sociedad, por una parte, y mis
obsesiones personales con ciertos temas cuyo hilo
conductor es la tecnología de información.

Una de las situaciones más confusas que se han plan-


teado a raíz del cambio tecnológico es la que tiene
que ver con la percepción del público no educado,
aunque también participan aquí sectores profesio-
nales y académicos. La visión crítica que proponen
estos artículos no es producto de alguna originali-
dad personal; por el contrario, autores que a veces
cito explícitamente y otras los dejo flotar como es-
puma de lo que digo por lo conocido de sus posi-
ciones, ya hace mucho que argumentaron en forma
crítica, contundente, a veces radical, en relación con
la tecnología. Tal vez ya nadie recuerde a aquellos
héroes de los años sesenta, pero quisiera rendirles
un pequeño homenaje citando algunos de sus textos

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más lúcidos. Pienso en Theodore Rosnak y Langdon
Winner.

Rosnak, en su influyente aunque hoy un poco olvi-


dado El Culto de la Información , se refirió a la ya
mencionada confusión del público y su relación con
las manipulaciones comerciales y publicitarias:

En nuestra actual cultura popular, la dis-


cusión sobre los ordenadores y la infor-
mación está llena de exageraciones que
obedecen a motivaciones comerciales, así
como de mistificaciones oportunistas de
los científicos de la informática. Los «bu-
honeros» y los «fanáticos» han contami-
nado nuestra comprensión de la tecnolo-
gía de la información con metáforas poco
rigurosas, comparaciones facilonas y un
grado nada despreciable de ofuscación
pura y simple. Beneficios de miles de
millones de dólares y esa breva que es el
poder social explican la actuación de ta-
les individuos. Puede que exista ya un
nutrido público que cree que no sólo no
puede formular juicios sobre los orde-
nadores, sino que no tiene derecho a for-
mularlos porque los ordenadores son
superiores a su propia inteligencia, lo cual

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constituye una posición de deferencia ab-
soluta, que los seres humanos jamás han
asumido en relación con las tecnologías
del pasado.

En el siguiente pasaje, Rosnak expresa sus agudas


observaciones sobre algunos famosos «profetas» de
la tecnología, quienes con sus exageradas
pretenciones contribuyeron más a la confusión que
al esclarecimiento a que su prestigio obligaba:

Se trataba [la computadora] de una má-


quina compleja, una «encarnación de la
mente», como una vez la llamo Warren
McCulloch, y podía eludir fácilmente su
aplicación efectiva. Sin embargo, incluso
cuando eludía esa aplicación, su mal com-
portamiento nacía de alguna extensión ri-
gurosamente consecuente de su progra-
mación, extensión que era necesario com-
prender. No era como un automóvil, que
funcionaba mal simplemente porque al-
guna de sus piezas se había gastado; sus
problemas no eran meramente físicos.
Solo podían corregirse localizando el
defecto dentro de la lógica densa del
programa de la máquina. Pero si el faná-
tico dominaba esa lógica, podía someter

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la máquina a su voluntad. Como un genio
de la informática dijo a Steven Levy, que
ha escrito la mejor historia de los prime-
ros fanáticos, hubo un día en que «de
pronto me di cuenta» de que «el ordena-
dor no era tan inteligente. No era más
que una bestia estúpida que obedecía ór-
denes, que hacía lo que le ordenabas si-
guiendo exactamente el orden que tú de-
terminabas. Podías controlarlo. Podías
ser Dios».

Por otra parte, Winner, en Tecnología Autónoma,


se refirío a las ciencias modernas y su incapacidad
de dar cuenta del nuevo orden de cosas surgido del
cambio tecnológico:

Los progresos en la esfera técnica superan


continuamente la capacidad de adaptación de
los individuos y de los sistemas sociales.

Más adelante agregaba:

El sentido común y el punto de vista tra-


dicional de la técnica no siempre facilitan
una guía digna de confianza a nuestra ex-
periencia cotidiana de los fenómenos
técnicos.

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Optimismo y Pesimismo

La tecnología ha generado dos reacciones simétri-


cas y complementarias. La de aquellos que ven en
los nuevos descubrimientos de la ciencia aplicada la
panacea que resolverá todos los problemas de la
humanidad, a quienes llamamos «tecnófilos» en este
libro, y , por el contrario, la de quienes ven en los
mismos fenómenos la causa de todos los males mo-
dernos e incluso el preludio del fin del mundo, como
el ya nombrado Liscano. «Tecnófobos» han sido
llamados quienes ven las cosas de este modo. Quien
se asome al mundo de la tecnología con una mirada
objetiva, no podrá dejar de darle un poquito de ra-
zón a cada bando. El optimismo y el pesimismo en
relación con las consecuencias del avance tecnoló-
gico campean con igual suerte por los mundos de la
reflexión académica, aunque el optimismo de los
tecnófilos pareciera llevar la delantera en el mundo
empresarial y en el público poco informado.

Como decía antes, hay razones para ambos senti-


mientos, si vemos el cambio tecnológico como un
fenómeno que se despliega frente a nuestros ojos.
Cuando lo vemos como resultado del hacer huma-
no, ya no basta tener una posición más o menos
cómoda, una «opinión» (la doxa, tan despreciada
por los griegos) sino que estamos obligados a en-
contrar detrás de los fenómenos las raices profun-
das, que se hunden en el fondo de lo social y de lo
histórico, para no quedarnos en la doxa sino alcan-

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zar la episteme o conocimiento públicamente com-
partido. Sin embargo, es mi convicción que aún no
estamos preparados para un análisis profundo, que
el desarrollo tecnológico ha sido tan vertiginoso, que
no ha dado tiempo a un análisis científico que dé
cuenta del mismo y que a la vez nos permita pensar
el problema. Debemos, por ahora, conformarnos
con tratar de atisbar detrás de los fenómenos, de
sus formas y contornos, y sin quedarnos en la mera
crítica del llamado post-modernismo o aun de la
fenomenología, hacer un esfuerzo por detectar las
líneas subterráneas sobre las que se apoya lo que
vemos. Pero siempre convencidos de las limitacio-
nes de este intento, por lo prematuro, por la falta de
herramientas conceptuales, por la carencia de una
perspectiva que sólo brindan los años y a veces los
siglos, y finalmente, por lo omnipresente del fenó-
meno, que nos recibe en nuestras casas, nos trans-
porta al trabajo y nos brinda entretenimiento casi
sin solución de continuidad.

Conclusión personal

Quisiera para concluir permitirme un comentario perso-


nal. Mi generación creció en medio de grandes esperan-
zas: fuimos una generación de optimistas, convencidos de
que literalmente «a la vuelta de la esquina» se encontraba
un mundo mejor, más justo, en el que tarde o temprano se
superarían las taras que la humanidad arrastra desde hace
milenios: la pobreza, la desigualdad social, la injusticia.

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A medida que fuimos creciendo y comprendiendo,
fuimos descubriendo que muchas de nuestras certe-
zas eran meras ilusiones, enmascaradas con razo-
namientos geniales a veces, absurdos otras; más tar-
de comprendimos, con amargura, que incluso mu-
chos de nuestros ideales eran formas disfrazadas de
frustraciones, engaños con los que nuestra inmadu-
rez o nuestra estupidez nos ayudaba a que tuviéra-
mos una mejor imagen de nosotros mismos.

Finalmente, tuvimos que enfrentarnos con la terrible


realidad de los hechos sociales que habíamos idea-
lizado. Nos convertimos entonces, culpa de una ló-
gica pendular arbitraria pero constante en los hom-
bres, en pesimistas a ultranza y muchos, tal vez los
mejores, abrazaron los ideales absolutamente opues-
tos a los que habían alimentado nuestro optimismo,
quizás por un exceso de rigor simétrico. ¿Quién nos
culpará si nos mostramos un poco cínicos, después
de Sarajevo, después de Ruanda, después de tan-
tas barbaridades?

Pero si aquel optimismo ingenuo y poco crítico fue


en parte causante de que actuáramos como cómpli-
ces inconscientes de la barbarie que odiábamos, ese
nuevo pesimismo nos impidió muchas veces redi-
mirnos y no hizo sino agravar nuestras equivocacio-
nes.

Si embargo, una vez reconocido lo absurdo de ambos


extremos, me confieso incapaz de recobrar siquiera una
fracción de mi juvenil optimismo y, muchas veces, a pe-

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sar de mí mismo, me encuentro sin darme cuenta en
el bando de los pesimistas. No duro mucho allí: muy
pronto retorno al justo equilibrio, a la cauta espe-
ranza, a la apuesta por el bien que, aunque carezca
de sostén científico o de rigor metafísico, es lo úni-
co que le permite al alma conservar su cordura.

Pero de vez en cuando me permito un pequeño lujo,


una debilidad inofensiva, si se quiere: por un instan-
te me abstraigo del presente, recuerdo aquella frase
de Joubert que proclamaba: «nada hay bueno en el
hombre sino sus ideales de juventud y sus viejos pen-
samientos», y me permito soñar otra vez con un
mundo mejor. Ya no están presentes las antiguas
certezas, ya los ideales se han convertido en con-
vicciones que tienen que ver más con el trabajo que
uno puede hacer que con las grandes hazañas que
cambian el mundo. Otra vez puedo soñar sin sentir-
me culpable, ni cómplice. Cuando el pesimismo
quiere hacer presa de mi alma, acudo a mis viejos
libros y me repito en silencio aquella frase de H. G.
Wells, ese gran desilusionado que nunca perdió el
optimismo:

Nuestro mundo esta preñado de promesas


de cosas mayores, y vendrá el día, un día
más en la sucesión inacabable de los días,
en que los seres que ahora están latentes en
nuestras entrañas se levantarán sobre esta
tierra, como quien se empina sobre un es-
cabel, y tocarán las estrellas.

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Comunicación Humana y Tecnología

19
20
Comunicación Humana y Tecnología

La comunicación humana, ese hecho permanente que


de tan cotidiano se ha vuelto casi invisible y en el
que rara vez pensamos en nuestra vida diaria, está
repleta de paradojas, sucede en un terreno que
facilmente equivocamos con el de las palabras ex-
clusivamente, y lleva y trae sentidos muchas veces
sin nuestro concurso, nuestra intención o siquiera
nuestro conocimiento. El hombre no sólo comunica
hablando; lo hace con sus gestos, sus rituales, su
arte, con los productos de su imaginación, con la
forma en que organiza su vida, ordena su casa y pre-
para su comida.

Siendo la comunicación una parte tan fundamental


de la vida humana, sería impensable que en algún
momento haya estado o pudiera estar separada de
la técnica, o de esa forma más elaborada que llama-
mos tecnología, palabras derivadas del griego
techné, que quieren decir arte. En otras palabras:
sería impensable la comunicación fuera del hacer,
de ese producir y reproducir el mundo humano.

21
Tal vez la primera tecnología de comunicación sufi-
cientemente compleja como para que nos ocupe-
mos de ella fue la escritura, inventada en tiempos
remotísimos, que nos sirven convencionalmente para
separar nuestra Historia de la llamada prehistoria.
No sabemos si los chinos o los sumerios o algún
pueblo europeo de la época neolítica tiene la priori-
dad sobre este invento, pero para los efectos de
nuestra cultura occidental, no sería del todo inexac-
to pensar en los egipcios, los fenicios o los distintos
pueblos semitas que habitaban el Medio Oriente. La
leyenda griega habla de Cadmo, un fenicio posible-
mente imaginario, pero Heródoto y el consenso cul-
to de la época clásica más bien prefieren derivar su
escritura, entre otros artefactos culturales, de los
egipcios, pueblo antiguo y fuente de asombro para
nuestros padres civilizatorios.

Es curioso que Platón, en un pasaje memorable, con-


dene la escritura como sucedáneo de la memoria,
atribuyéndole incluso el poder de corromper las cos-
tumbres de su sociedad perfecta, y que al mismo
tiempo, inventara la prosa moderna, desarrollando
una de las escrituras más expresivas, complejas y
profundas que Occidente ha conocido. Tal vez la
contradicción es sólo aparente: pareciera que el crea-
dor de Sócrates temiera el uso de la escritura como
tecnología de almacenamiento de conocimientos, más
que como medio de comunicación. En todo caso,
está claro que desde hace más de dos mil años la
preocupación por la comunicación y las tecnologías
que la facilitan ha estado planteada en nuestra cul-

22
tura y, hoy, en los inicios del siglo XXI, siglo emi-
nentemente tecnológico, hace eclosión y se nos pre-
senta no ya como un conjunto de opiniones, sino
más bien como un problema, que algunos conside-
ran crucial.

¿Sirve o más bien obstaculiza la tecnología moderna el


proceso de la comunicación humana, en qué medida se
dan una o ambas alternativas y, finalmente, qué po-
demos hacer para contrarrestar los efectos negati-
vos de la tecnología, si los hubiera, o para acentuar
los positivos, si estos realmente están presentes?

En nuestros días la tecnología ya no es la ingenua y


casi inocua fabricación de herramientas y vasijas,
elementos materiales para que la vida transcurra en
el círculo cerrado de los mundos antiguos; los arte-
factos tecnológicos hace mucho que dejaron de ser
herramientas pasivas, para convertirse en
modeladores de nuestra vida. La aparición del au-
tomóvil no solo permitió viajar distancias más lar-
gas en forma más económica y cómoda y por ende,
modificar la forma en que se comunicaba la gente;
generó todo un sistema de autopistas, de estaciones
de servicio, de industrias auxiliares, en fin, cambió
la forma de vida de millones de seres. Otro tanto
podemos decir de los artefactos tecnológicos liga-
dos a la comunicación en forma más explícita. El
teléfono y la radio acercaron y alejaron a la gente al
mismo tiempo.

Esta distancia, este hiato entre las promesas de los tecnó-

23
logos y las realidades efectivas que producía la tecnología
en el campo de la comunicación humana, de sus posibili-
dades de verdad, de su encarnación en un mundo libre de
violencia y de las arbitrariedades que caracterizaron a los
tiempos anteriores, generó una crítica muy profunda de
los medios de comunicación. Teodoro Adorno, Walter
Benjamin y más tarde McLuhan, Paul Virilio y otros, de-
dicaron su esfuerzo intelectual a designar y enfatizar
esta distancia, y más allá de las divergencias obvias
entre estos autores, todos ellos vieron con profun-
do recelo el crecimiento acelerado de la comunica-
ción electrónica y desde sus diferentes perspecti-
vas, criticaron y llamaron a la reflexión sobre este
tema.

Por una serie de avatares que no nos incumbe aho-


ra, surge ese monumento tecnológico y
comunicacional llamado Internet, cumplimiento de
los mejores sueños y de las peores pesadillas de estos
sagaces críticos. ¿Qué tiene de particular Internet,
qué la hace la reina de las tecnologías, y por qué es
tan importante para nuestra discusión? Brevemente:
porque se trata del fenómeno tecnológico de mayor
ritmo de crecimiento en toda la historia de la huma-
nidad, porque a menos que una catástrofe bélica o
cósmica acabe con nuestro mundo, en pocos años
cubrirá todo el planeta, absorbiendo en su creci-
miento al resto de las tecnologías asociadas con la
información y también a otras tecnologías, como las
relacionadas con la automatización, la producción
de bienes, el entretenimiento y el arte. Por supues-
to, se trata de una tecnología eminentemente ligada

24
a la comunicación. Esa es su razón de ser. En ella la
relación entre la comunicación humana y la tecnolo-
gía es similar al caso del teléfono, que no sirve para
otra cosa, más que al del automóvil, donde la co-
municación es casi un efecto secundario.

Pues bien, Internet y sus tecnologías asociadas plantean


toda una nueva serie de problemas, o mejor dicho, re-
escriben en un nuevo lenguaje los eternos problemas que
han existido entre la técnica y la comunicación. Co-
menzando por el email o correo electrónico, quizás
la forma más elemental de comunicación a través
de La Red, pasando por los chats, esos espacios
virtuales de conversación, diatriba anónima o inter-
cambio de ideas, según el cyber-vecindario que se
frecuente, plantean una serie de problemas que tie-
nen que ver con la identidad de quienes participan,
la veracidad de los mensajes, las posibilidades de
verificación, y en general, abren la puerta a una nueva
concepción de lo que significa entrar en contacto
con otros seres. Tal vez los Muds (Multi User
Domains) ilustren mejor estas posibilidades.

Los Muds son similares a los chats, con la diferen-


cia que algunos de ellos permiten a los participantes
adquirir una identidad a su medida, la cual es repre-
sentada gráficamente en la pantalla de todos aque-
llos que participan en la conversación o el juego.
Dependiendo de la calidad del Mud, estas repre-
sentaciones pueden ser muy impresionantes, ya que
pueden reproducir con un realismo casi fotográfico
las características físicas seleccionadas por el usua-

25
rio. Por ejemplo, si el usuario es un hombre moreno
que decide ser visto como una mujer rubia, vestida
de walkiria y con voz de María Callas, así lo verán
quienes se encuentren con ella/él en el cyberespacio.

No hemos contestado la pregunta que planteamos acerca


de la relación entre tecnología y comunicación humana.
No creemos que exista una respuesta unívoca. Estas ca-
pacidades que brinda la tecnología nos traen a la mente
una frase de Lacan, que decía “la verdad tiene la es-
tructura de la ficción” y que el doctor Portillo, emi-
nente psicoanalista venezolano, ha interpretado
como “la verdad se expresa a través de la ficción”.

¿Hasta qué punto estas personas adictas a los


MUDs, a través de sus avatares, no están expre-
sando una verdad profunda de ellos mismos, y por
lo tanto, logrando una comunicación más profunda?

26
Sueño y Vigilia,
Reflexiones sobre las tecnologías de la
Realidad Virtual

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28
Sueño y Vigilia,
Reflexiones sobre las tecnologías de la
Realidad Virtual

Digamos que todo lo real estaría “alucinando”


si no estuviera simbolizado, es decir, colecti-
vamente representando.

Marc Augé
La Guerra de los Sueños
I

La serie de tecnologías que han dado en llamarse Reali-


dad Virtual, que incluye desde un lenguaje como el VRML,
de Mark Pesce, hasta todo tipo de dispositivos, tales como
lentes, cascos, guantes y trajes especiales, todos creados
para producir en quien los usa la simulación de una deter-
minada realidad escogida por él mismo, son quizás una de
las modas más virulentas en este universo tan efímero y
propicio a las novedades como es el de la tecnología.
Más allá de lo fascinantes que son estas herramien-

29
tas, y de la indudable utilidad que puedan llegar a
tener en el entretenimiento, la educación o incluso
en los negocios, por ahora se trata más bien de ju-
guetes acompañados de promesas un poco exage-
radas por una parte, y de investigaciones de muy
alto nivel cuyo verdadero sentido y profundidad son
completamente desconocidos para el gran público
ya que generalmente están ligados a aplicaciones
militares y a los grandes contratistas de los países
avanzados.

En los últimos años ha tenido lugar una especie de estre-


mecimiento especulativo acerca de estas tecnologías, que
van desde las advertencias apocalípticas del gran pensa-
dor francés Paul Virilio, hasta la admiración incondicional
de hombres como Nicolás Negroponte y su escuela de
tecnófilos, pasando por todas las gamas de este amplio
espectro. Resultado de este estremecimiento es un alud
de libros, conferencias, páginas web, y tesis de grado,
sobre la realidad virtual. Puesto que el tema está tan bien
cubierto, y hay en las librerías opiniones y consideracio-
nes para todos los gustos, puede ser de interés hacer un
breve recuento de algunos antecedentes literarios y filo-
sóficos de temas relacionados con esta simulación de la
realidad (estamos conscientes de que se trata de un
oxímoron), tales como las controversias sobre la realidad
del mundo o de lo que perciben los sentidos, y otros te-
mas similares, esperando así darle al tema un sesgo un
poco menos dicotómico del que ha tenido la mayoría de
las veces. Demás está decir, creo, que no hay mucha ori-
ginalidad en estas consideraciones: autores mucho
mejor preparados han abordado el tema con gracia

30
y erudición, como Erick Davis en su célebre
Techgnosis, que se ha convertido en una referencia
obligada del mundo cyber.

II

El tema de la realidad o irrealidad del mundo ha pre-


ocupado a los hombres, tanto en Oriente como en
Occidente, durante muchos siglos, aunque es inte-
resante notar que en Occidente solo ha alcanzado
las cumbres especulativas del Oriente más bien re-
cientemente, con el advenimiento de las tecnologías
relacionadas con la Realidad Virtual y los llamados
“nuevos paradigmas” de las ciencias, a partir de los
cuales se han desatado interesantes y acaloradas
discusiones sobre, por ejemplo, las teorías
holográficas del cerebro y del mundo.

En el mundo occidental, si exceptuamos algunas conside-


raciones ontológicas e incluso fenomenológicas de los
antiguos griegos (aunque ellos no lo hubieran reconocido
con estos términos), desde las elucubraciones platónicas,
que han dado tanto que hablar a los pensadores de esta
parte del mundo y llevaron al gran filosofo y matemático
Alfred N. Whitehead a afirmar que “toda la filosofía oc-
cidental no es sino una nota al pie de una página de
Platón”, hasta los enigmáticos (y más antiguos) aforismos
de Parménides y Zenón sobre lo ilusorio de la percepción
y el movimiento, especulaciones que quedaron inmortali-
zadas en las famosas paradojas de Aquiles y la Tortu-
ga y otras similares, la verdadera controversia acer-

31
ca de la realidad del mundo se planteó mucho más
tarde, y desde una posición que generalmente se
sustentaba en la lógica. Existieron, para ser justos,
consideraciones de carácter religioso, como las de
los gnósticos, los neoplatónicos y otros grupos filo-
sófico-religiosos, pero estas pueden (y han sido) con-
siderarse como derivadas de especulaciones orien-
tales mucho más antiguas, como se dice incluso de
Platón y de muchos griegos anteriores a él.

Fue quizás el obispo de Berkeley quien le dio mayor co-


herencia al planteamiento de la irrealidad (o falta de subs-
tancia) del mundo que perciben los sentidos, en aquel fa-
moso aforismo tan mal comprendido: esse est percipi.
Desde entonces, y hasta bien entrado este siglo, la disyun-
tiva materialismo-idealismo se convirtió en uno de los
nodos centrales del pensamiento occidental, complicán-
dose la controversia metafísica con la política, ya que el
“materialismo” fue asumido como doctrina oficial de los
estados comunistas y, en forma casi caricaturizada y por
reacción casi reflexiva, los estados capitalistas contaron
entre sus defensores a pensadores “idealistas” en su ma-
yoría. Pasado el tiempo, caído el gran imperio soviético, y
dotados de una mejor cultura filosófica, los pensadores
del mundo democrático abandonaron en muchos casos
su “idealismo”, en busca de un pensamiento ajeno a la
famosa dicotomía. Hoy en día, gracias a los redescubier-
tos trabajos de pensadores sepultados por la batalla capi-
talismo-comunismo, y gracias también a los nuevos apor-
tes de las ciencias y al surgimiento de los ya menciona-
dos “nuevos paradigmas” de las ciencias (siendo tal
vez sus representantes más notorios hombres como

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Prigogine, Bohm, Pribram, Morin), la oposición en-
tre estas dos corrientes ha dejado de tener sentido,
y los propios conceptos que la sustentaban, las
“ideas” o la “mente”, por un lado, y la “materia”,
por el otro, se han vuelto problemáticos, y en algu-
nos casos han perdido toda su utilidad para el pen-
samiento. Si todavía se usan, es un poco como usa-
mos la palabra desastre para indicar un accidente, y
no porque nos atengamos a su significado original,
que es “no contar con el favor de las estrellas”.

III

Pero en el Lejano Oriente, sobre todo en las cultu-


ras influidas por el hinduismo y el budismo, el tema
de la irrealidad del mundo no fue principalmente un
problema lógico y, hasta donde sé, nunca tuvo
implicaciones políticas, excepto, tal vez, como re-
flejo de las luchas religiosas. Para los antiguos hin-
dúes, y más tarde, gracias a la expansión del budis-
mo, para los chinos, coreanos y japoneses, el mun-
do carece de realidad y tal como desde un ángulo
ligeramente diferente anunciaba el viejo Zenón, la
naturaleza de las cosas que vemos y tocamos es ilu-
soria. Este tema es tan recurrente en la literatura
religiosa de la india y en las grandes sutras del bu-
dismo Mahayana, que a los orientales adscritos a
estas religiones les parece tan absurdo que noso-
tros consideremos real el mundo que nos muestran
los sentidos, como a nosotros su negación del mis-
mo.

33
Cuando hablaba del problema en Occidente nom-
bré a Berkeley. Viene ahora a mi memoria una cita
de Borges, que dice más o menos así: “Hume notó
para siempre que los argumentos de Berkeley
eran irrefutables y que no producían la menor
convicción”. Lo interesante de esta cita, aparte del
juego erudito del autor y de su trasfondo irónico, es
que en un sentido literal, es verdad, al menos entre
los occidentales.

Mediante la argumentación lógica es imposible de-


mostrar, por ejemplo, que uno está despierto y no
soñando. ¿Por qué? Porque, entre otras razones más
complejas de explicar, siempre puede suceder que
cualquier argumento que yo esgrima contra quien me
quiera demostrar que estoy soñando, me puede ser
respondido que el mismo es parte del sueño. (con
semejante aporía se encontraron los místicos como
Gurdieff y se divierten los budistas Zen). En otras
palabras, en el terreno de la lógica es imposible de-
mostrar o al menos encontrar alivio para la angustia
que provoca en nosotros la posibilidad de la irreali-
dad.

El mismo Borges, en Ficciones, tiene un cuento absoluta-


mente perfecto pero increíblemente atemorizante: Las rui-
nas circulares, la historia de un hombre que decide crear
otro ser soñándolo, órgano por órgano, hasta darle vida,
cuando descubre por accidente (hay un incendio y el no
sufre el daño entre las llamas) que él mismo está siendo
soñado por otro. El cuento deja en suspenso dos

34
posibilidades: la primera es que nosotros también
pudiéramos ser el sueño de otro; la segunda, más
terrible aun, es que esta cadena de seres que sue-
ñan (y dan vida) a otros pudiera no tener fin. Abre
la puerta a la recursividad de lo irreal, quizás su
forma más inquietante.

IV

La confusión entre el sueño y la realidad, una de las


variantes literarias de nuestro problema, está muy
bien representada en la literatura oriental. En la an-
tología del cuento fantástico, compilada por Borges,
Bioy Casares y Silvina Ocampo, se puede leer, en-
tre muchas otras historias similares, El Ciervo Es-
condido, de Liehtsé:

Un leñador de Cheng se concontró en el


campo con un ciervo asustado y lo mató.
Por temor, ocultó el cuerpo en el bosque
y lo tapó con hojas y ramas. Poco des-
pués, olvidó el sitio donde lo había es-
condido y creyó que todo había ocurrido
en un sueño. Lo contó, como si fuera un
sueño, a toda la gente. Entre los oyentes
hubo uno que fue a buscar el ciervo es-
condido y lo encontró. Lo llevó a su casa
y dijo a su mujer:

35
- Un leñador soñó que había matado un
ciervo y olvidó dónde lo había escondido
y ahora yo lo he encontrado. Ese hombre
sí que es un soñador.

- Tú habrás soñado que viste un leñador


que había matado un ciervo. ¿Realmente
crees que hubo un leñador? Pero como
aquí está el ciervo, tu sueño debe ser
verdadero -dijo la mujer.

- Aun suponiendo que encontré al ciervo


por un sueño -contestó el marido-, ¿a
qué preocuparse averiguando cuál de los
dos soñó?

Aquella noche el leñador volvió a su casa,


pensando todavía en el ciervo, y real-
mente soñó, y en el sueño soñó el lugar
donde había ocultado el ciervo y también
soñó quién lo había encontrado. Al alba
fue a casa del otro y encontró al ciervo.
Ambos discutieron y fueron ante un juez,
para que resolviera el asunto. El juez dijo
al leñador:

Realmente mataste un ciervo y creíste que


era un sueño. Después soñaste realmente y

36
creiste que era verdad. El otro encontró
el ciervo y ahora te lo disputa, pero su
mujer piensa que soñó que había encon-
trado un ciervo. Pero como aquí está el
ciervo, lo mejor es que se lo repartan.

El caso llegó a oídos del rey Cheng y el


rey Cheng dijo:

- ¿Y ese juez no estará soñando que


reparte un ciervo?

Muchas de las historias orientales de esta antología


tienen en común el señalamiento de la tenue fronte-
ra entre lo real y lo onírico. En un nivel más filosófi-
co, vale la pena citar dos famosos antecedentes: el
primero es un pasaje del clásico chino Las Aventu-
ras del Rey Mono:

El Buda le dijo al Mono: “Hagamos una


apuesta. Si de un salto puedes salir de la
palma de mi mano, te daré el trono que
ahora ocupa el Emperador de Jade”.

El Mono dio un gran salto y se perdió de vista.


Llegó a un lugar en el que había cinco pilares
rosados y pensó haber alcanzado el confín del
mundo. Se arrancó un pelo, lo convirtió en un

37
pincel y escribió al pie del pilar central:

El Gran Sabio, Aquel cuya sabiduría es


igual al cielo, llegó a este sitio.

De otro salto volvió al punto de partida y


le dijo al Buda: “He ido y he vuelto; ya
puedes darme el trono”.

El Buda contestó:

“No has salido de la palma de mi mano.


Mírala bien”.

El Mono miró hacia abajo y leyo, en la


base del dedo medio, las palabras:

El Gran Sabio, Aquel cuya sabiduría es


igual al cielo, llegó a este sitio.

(La versíon que aquí se reproduce está tomada de Qué es el Bu-


dismo, de Jorge Luis Borges)

Esta parábola nos muestra cuán relativo es el concepto de


realidad y cuán frágil nuestra comprensión del mismo, te-
mas favoritos de la literatura budista. Mucho antes, sin
embargo, en la misma china, Chuan Tzu había legado aquel
famoso pasaje de su libro, que dice: “un día Chuan Tzu
soño que era una mariposa; cuando despertó no sabía
si era Chuang Tzu que había soñado que ser una

38
mariposa o una mariposa que estaba soñando ser
Chuang Tzu”, lo cual demuestra que este tipo de
consideraciones son muchísimo más antiguas en el
Extremo Oriente de lo que pudiéramos sospechar
leyendo su literatura medieval.

En nuestros días el tema ha tomado un nuevo impul-


so, gracias, por una parte, a los nuevos avances de
la física y de la biología del cerebro. Teorías como
las de Pribram acerca del carácter holográfico del
cerebro, o las de Bohm, acerca de la naturaleza
holográfica de la realidad, se parecen mucho a las
especulaciones orientales que hemos mencionado.
El escritor austríaco Fritjof Capra ha producido al-
gunos libros resaltando este paralelismo y, cualquiera
sea el concepto que se tenga del rigor científico de
este autor, es innegable que, al menos en el ámbito
superficial, las coincidencias son asombrosas.

Por otra parte, y este es el punto a donde queríamos lle-


gar, las nuevas tecnologías llamadas de Realidad Virtual,
que permiten simular mundos con gran realismo (y simu-
lar con realismo no pretende ser un mal juego de pala-
bras: es la contradicción implícita en el concepto), prome-
ten crear mundos según nuestra voluntad. Una gran canti-
dad de literatura se ha escrito en los últimos años, lamen-
tablemente de muy baja calidad, acerca de las inmensas e
increíbles posibilidades de estas tecnologías. De esta plé-
yade de exageraciones más o menos bien intencionadas
(muchas de ellas simplemente ciencia-ficción), cabe
destacar libros como Techgnosis, de Erik Davis (a

39
quien ya mencionamos), los libros de Mark Pesce y
muchos otros, que han tratado de darle al tema una
visión más profunda.

Que la llamada Realidad Virtual llegue algún día a


hacer posibles las pesadillas de William Gibson,
Bruce Sterling y toda la fauna de escritores de cien-
cia-ficción de carácter distópico, es ciertamente una
posibilidad. Pero es también una posibilidad que el
uso creativo y positivo de estas tecnologías sirva
para crear nuevos vínculos entre los seres, nuevos
espacios de socialización, nuevos modos de comu-
nicación, que lleven al hombre a niveles evolutivos
más altos. Tal, creo, es la hipótesis de Davis en su
obra ya aludida. Tal es la esperanza de quienes no
comulgamos con el post-humanismo de la ciencia-
ficción apocalíptica. Pero, en ambos casos, los an-
tiguos hindúes terminarían teniendo razón, no en el
sentido metafísico u ontológico, sino en el sentido
práctico: el mundo de los sentidos será, en efecto,
producto de nuestra mente. Tecnólogos avant la
lettre, estos Mark Pesce de hace milenios se ha-
brán salido con la suya.

VI

Determinar qué es real y qué ilusorio escapa completa-

40
mente del terreno de la ciencia y de la lógica, por
las razones que ya explicamos.

La diferencia, que es pertinente y no una rémora de


antiguas disputas entre monjes, como creen los post-
modernistas, es importante, porque tiene que ver
con la conservación o no de la especie, con el re-
chazo a los delirios del post-humanismo y sus ideas
políticas muy cercanas al fascismo (no es casuali-
dad que el primero que invocó, con elocuencia mag-
nífica, la superación del hombre e indicó que esta
debía hacerse aun al precio de la crueldad con los
“no aptos”, fue Nietzsche, alguien a quien, con ra-
zón o sin ella, los fascistas invocan como a uno de
sus héroes).

La solución al dilema no es lógica, sino vivencial y


existencial, como nos recordó, en su obra maestra
La Voz de la Experiencia, Ronald Laing, uno de
los pocos sabios de esa ignorancia sistematizada que
fue el psicoanálisis. La voz de la experiencia, la úni-
ca que puede decirnos, con autoridad, en que mun-
do nos encontramos, cuán real o ilusoria es la capa
de esa cebolla infinita que es el universo donde trans-
curre nuestra breve vida.

Obras consultadas:

Mundo Digital, de Nicolas Negroponte. Ediciones B,


1995

41
VRML para Internet, de Mark Pesce. Prentice Hall, 1995

Techgnosis, de Erick Davis. Harmony Books, 1998

El Arte del Motor, de Paul Virilio. Ediciones Manantial,


1996

Cibermundo, de Paul Virilio. Dolmen Ediciones, 1997

Obras Completas de Jorge Luis Borges. Emecé Editores,


1974

Qué es el Budismo, de Jorge Luis Borges y Alicia Jurado.


Emecé Editores, 1991

Cuang Tzu, Monte Avila Editores, 1991

Viaje al Oeste. Las Aventuras del rey Mono, Editorial


Siruela, 1992

La Guerra de los Sueños, de Marc Augé. Gedisa Edito-


rial, 1998

Antología de la Literatura Fantástica, compilada por Jor-


ge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo.
Editorial Sudamericana, 1965

42
El nuevo nomadismo y los dispositivos
portátiles

43
44
El nuevo nomadismo y los dispositivos
portátiles

Si en adelante vivimos como nómadas, es por-


que esencialmente los objetos que poseere-
mos o desearemos serán portátiles

Jacques Attali

Magia y tecnología

¿Será quizás su parentesco con la antigua magia lo que


hace que la tecnología moderna se encuentre tan ligada a
las profecías? (recordemos: “toda tecnología suficien-
temente avanzada es indistinguible de la magia”). Es
notable el hecho que la mayoría de los libros sobre la tec-
nología de la información publicados recientemente se
enfoquen en profetizar acerca de cómo la tecnología ha
de transformar nuestra sociedad y nuestra vida privada.
Es también notable, si leemos algunos títulos que en su

45
momento fueron muy populares, cómo se han equivoca-
do estos profetas modernos.

Nomadismo

Existe, sin embargo, un breve ensayo del escritor


francés Jacques Attali, Milenio, publicado hace unos
diez años, cuyas predicciones se han venido cum-
pliendo en forma asombrosa. Quisiéramos ocupar-
nos de una, relacionada con el epígrafe de este artí-
culo: nuestro futuro de nómadas. Dice Attali: “La
economía mundial se animará por una demanda
de objetos nuevos que cambiarán completamen-
te nuestros modos de vida, y que yo llamo obje-
tos nómadas, porque serán portátiles y permiti-
rán cumplir lo esencial de las funciones de la vida
sin tener ya lazo fijo.” 1 Más adelante agrega: “El
hombre, al igual que el objeto, será nómada, sin
domicilio ni familia estables, portador en él, so-
bre él, de todo lo que constituirá su valor social.”

Hay que tomar en cuenta que Attali piensa su futuro en


función de los objetos que en aquellos años constituían la
vanguardia de la tecnología, al menos como la veían los
consumidores: teléfonos celulares, cámaras de vídeo de
mano, computadoras personales. Su clarividencia lo lleva
a acotar: “Se trata aquí, en realidad, de precursores
casi irrisorios de objetos mucho más importantes, en
trance de llegar a ser productos industriales de ma-
sas, fuentes de gigantescas cifras de negocios, y

46
que estructurarán un nuevo orden económico,
social y cultural.” Basta echar un vistazo a las ci-
fras de ventas de los laptops, los PalmPilots, y la
infinidad de gadgets que han proliferado en los últi-
mos años, así como observar los cambios en nues-
tros lugares de trabajo o en nuestros hábitos, pro-
ducidos por algunos de estos dispositivos, para ver
cuán exacta ha resultado esta observación.

La profecía de Attali se cumple en dos mundos com-


pletamente separados. Por una parte, uno de los per-
sonajes más notorios de Internet, el ubicuo Hakim
Bay, ha elaborado el concepto de “Zonas Tempo-
rales Autónomas” (TAZ, según sus siglas en inglés).
En un interesante documento de fácil acceso en la
Web, este autor 2 invita a los jóvenes a crear espa-
cios de socialización autónomos y móviles que le
permitiría a una generación hija de hippies conver-
tidos en yuppies, escapar de las frustraciones del
mundo moderno. Una de las manifestaciones más
notables de las TAZ es el Festival de Hombre Que-
mado, 3 evento máximo de los cyberenautas nor-
teamericanos que se lleva a cabo anualmente, pre-
tendiendo prefigurar una sociedad mínima, utópica
y efímera.

El otro nomadismo pertenece al mundo de la gerencia y


de los individuos de alto poder adquisitivo: el que inducen
(o al que responden, según se mire) la proliferación de
dispositivos portátiles, que permiten prácticamente poseer
una oficina móvil, y que, banalidades aparte, hacen po-

47
sible las elucubraciones de Alvin Toffler, Bill Gates
y el resto de los profetas de la sociedad de la infor-
mación.

Los nuevos dispositivos

Las calculadoras portátiles, las grabadoras de pe-


riodistas, los celulares, las agendas electrónicas, los
walkman, constituyeron los primeros ejemplos de
artefactos móviles. Pero una nueva generación de
dispositivos, muchos de ellos híbridos que combi-
nan la funcionalidad de algunos de los anteriores,
hizo su aparición en los últimos tres o cuatro años y
produciendo increibles exitos de mercado. Quizás
los más populares fueron los llamados PDAs (Per-
sonal Digital Assisntant, o asistente personal
digital) que combinan en un solo artefacto (según
los distintos modelos) las funciones de la calculado-
ra, la agenda, el block de notas, el correo electró-
nico e incluso juegos o la posibilidad de “navegar”
en Internet. De repente, pasamos de tener los ma-
letines repletos de pequeñas cosas, cada una para
una función específica, a cargar en nuestro bolsillo
un solo dispositivo que nos permite realizar todas
aquellas funciones. Estos artefactos poseen un lado
oscuro: nos crean una dependencia casi patológica:
nos hacen olvidar, muy rápidamente, cómo se usa-
ban aquellas anticuadas agendas de hace apenas
unos años, de tal manera que si se nos pierden, nos
ponen en la incómoda tarea de administrar unos

48
bolsillos llenos de papelitos que inevitablemente se
extravían en las lavanderías o en el escritorio. En
Techgnosis, Erik Davis comenta: la tecnología ex-
tiende nuestros poderes creativos amputando
nuestros poderes naturales. 4

La nueva generación de devices portables posee una


característica que de alguna manera cierra el círculo
de los objetos que el hombre abrió cuando comen-
zó a fabricar las herramientas que permitieron su
evolución: La posibilidad de conectar estos dispo-
sitivos entre ellos y con Internet, los nuevos proto-
colos “wireless” (“sin cables”, es decir mediante
señales electromagnéticas), los nuevos lenguajes
como Asterisco, un producto venezolano diseñado,
entre otras cosas, para la programación de estos
devices, y toda una serie de avances en las teleco-
municaciones, convierten a estos dispositivos en algo
completamente diferente. Interconectados, permiten
formar una red móvil de flujo de información y abren
las puertas a una gama insospechada de posibilida-
des para los negocios, la educación, el entreteni-
miento y la vida personal. Con la aparición de los
objetos usables 5 (ropa que contiene circuitos elec-
trónicos, lentes que permiten alterar la visión, guan-
tes que aumentan la sensibilidad del tacto) y su muy
cercana disponilbilidad en el mercado a precios ac-
cesibles para las clases altas, el nomadismo dejará
de ser una posibilidad entre otras y posiblemente se
convertirá en una sub-cultura, o incluso en un impe-
rativo de la vida social del mañana.

49
Un ejemplo interesante

Tal vez uno de estos dispositivos más interesantes sea el


libro electrónico, o ebook (no confundir con las ediciones
electrónicas de libros, que se conocen por el mismo neo-
logismo). Existen varios modelos de este device, 6 uno
de los cuales (SoftBook, de Virtual Press) hemos podido
probar personalmente. Se trata, en su apariencia física
externa, de un objeto similar a un libro tradicional de en-
cuadernación lujosa. Pero sus páginas son en realidad una
pantalla de cristal líquido, debajo de la que se oculta una
computadora que puede almacenar miles de páginas de
texto y gráficos. El lector puede “bajar de Internet“ (a
veces gratis, a veces comprándolos a precios muy inferio-
res a los de los libros de papel) textos que van desde los
clásicos griegos hasta los últimos best-sellers. Lo fasci-
nante de este artefacto es que puede convertirse en cual-
quier libro, y de alguna manera elimina o atenúa casi todas
las objeciones que existen contra los textos electrónicos
(la dificultad de leer en la pantalla un texto muy largo, la
imposibilidad de llevarse la computadora a la cama, por
ejemplo). Incluso se pueden subrayar pasajes, hacer ano-
taciones y, en fin, tener todas las ventajas del libro de
papel, con el agregado de poseer funciones de búsqueda
de palabras o frases y de movilidad dentro del texto que
no son posibles en un libro tradicional. Quizás un verda-
dero bibliófilo jamás cambie el placer de la textura del
papel, el olor de las tintas o el simple espectáculo de una
nutrida biblioteca por esta pieza de hardware. Pero
para lectores menos sofisticados, este libro de are-
na electrónico puede ser una alternativa interesan-

50
te. Supongo que, conectado a la Web en forma
“wireless” , uno podrá eventualmente leer lo que
quiera sin moverse de un parque o de la playa, sal-
tar con un solo “click” de la Odisea a Internet
World. En ese caso, estaría dispuesto a abandonar
parcialmente mis prejuicios en favor de los libros de
papel tradicionales. Para nuestro nómada de los
próximos meses, la contemplación de una bibliote-
ca quizás no sea una de sus aspiraciones centrales,
y por menos de quinientos dólares puede llevar en
su morral todos los libros.

Un poco de inconsistencia

Comencé este artículo criticando a quienes especu-


lan con el futuro; sin embargo, no resisto la tenta-
ción de hacer mi propia profecía, que será, muy pro-
bablemente, errónea. Visualizo que, en breve, un
brillante inversionista y un genio adolescente unirán
sus talentos para producir un device total, lleno de
botones y de ranuras para conectarse con cualquier
cosa, hermosamente diseñado (lo imagino blanco,
aerodinámico, fosforescente); por supuesto, funcio-
nará con Windows y será tan complejo que no sa-
bremos qué hacer con la mayoría de sus enigmáti-
cas opciones. Quizás sólo usemos un pequeñísimo
porcentaje de sus capacidades, como sucede ac-
tualmente con herramientas como Office y las otras
suites de productos que vienen incluidas en las nue-
vas computadoras.

51
Este objeto hipotético, este device imaginario, dará
trabajo a los educadores del mañana, quienes nos
enseñarán sus bondades ocultas y sus posibilidades
no soñadas. Le dará también trabajo a los teólogos
y filósofos quienes, cansados de un dios que no es-
cucha el clamor de tanta limpieza étnica y desechos
tecnológicos, invertirán su tiempo en profundas me-
ditaciones sobre el posible sentido de semejante
artefacto.

¿No es mucho pedir de un objeto tecnológico que


rescate de la inercia a dos dimensiones fundamen-
tales de la vida humana, como la religión y la educa-
ción? Tal vez sí. O tal vez sea cierta la sugerencia
que expresó Norma O. Brown, no recuerdo en cual
de sus textos, hace ya muchos años: “Se hace ne-
cesario renovar la civilización mediante el des-
cubrimiento de nuevos misterios, la creación de
nuevas cosas, el poder mágico de la imagina-
ción…”

1
Todas las citas de Jacques Attali, incluído el epígrafe, pertenecen a
Milenio, Seix Barral, 1991
2
http://web.radiant.net/wreford/TAZ.html
3
http://www.burningman.com/
4
Erik Davis, Techgnosis, Harmony Books, 1998
5
Thomas A. Bass, Dress Code, revista Wired, abril de 1998
6
Steve Silberman, Ex Libris , revista Wired, julio de 1998.Ver también las
siguientes direcciones de Internet: http://www.softbook.com, http://
www.rocketbook.com, http://www.everybook.net

52
Los sistemas de información: mitos y
realidades

53
54
Los sistemas de información: mitos y
realidades

(Este texto corresponde a una conferencia diactada en la cátedra


de la profesora Lourdes Volcanes en Unitec,el 7 de julio de 1998)

Voy a comenzar con una historia antigua, de los ju-


díos de Europa Oriental, la historia del Golem de
Praga. Esta historia tiene a su vez su propia historia
en el mundo de la computación, ya que tanto Norbert
Wiener, el fundador de la Cibernética, como
Weizbenbaum, uno de los teóricos de la Inteligen-
cia Artificial, la usaron en su momento (con fines
diferentes) para ilustrar algún aspecto de las
computadoras, en aquellos primeros días de la tec-
nología de información. Todavía hoy, de vez en cuan-
do, aparecen en Internet páginas que hacen refe-
rencia a esta leyenda.

La historia es esta: en el siglo XVI, el Rabino de


Praga, Rabbi Judah Loew, ante uno de los muchos
pogroms que había sufrido la ciudad a manos de

55
los cristianos, usó su magia aprendida en la cábala
y creó un ser de barro, como hizo Dios en el Géne-
sis, y según las variantes de la historia, que hay mu-
chas, escribió una frase en la frente del homúnculo
o le dió de comer un rollito de papel con esta frase.
En cualquier caso, el Golem tomó vida y destruyó a
los enemigos de los judíos. Pero, como pasa a ve-
ces en las historias de ciencia- ficción y también en
los sistemas policiales modernos, algo salió mal, y
Golem comenzó a matar a quienes supuestamente
debía proteger. El rabino, gran sabio, cambio la frase
que había inscrito en la frente (o, me imagino, le dio
de comer un nuevo rollito), y el Golem se convirtió
nuevamente en barro y perdió su vida, la cual, ob-
viamente, provenía de este texto.

Bueno, la historia ha llamado mucho la atención de


los científicos de la computación porque en gran
medida, es como una parábola de lo que son ac-
tualmente las computadoras: seres artificiales, sin
vida, a quienes damos un texto que llamamos pro-
grama, y que realizan una actividad en nuestro pro-
vecho (por cierto, que las computadoras se inven-
taron para matar gente, durante la Segunda Guerra
Mundial, igual que el Golem en el siglo XVI).

Ahora bien, de repente, algo funciona mal, el mons-


truo no hace precisamente lo que le dijimos que hi-
ciera (el programa tiene lo que llamamos un bug,
palabra que quiere decir insecto), y tenemos que
arreglarlo, “darle mantenimiento” o sustituirlo; rara

56
vez llegamos al extremo del rabino de cambiar el
software para destruirlo, aunque esto también se
puede hacer. Por cierto que, según una de las va-
riantes de la leyenda, el rabino cambió sólo una le-
tra del texto que daba vida al Golem; esta sustitu-
ción fue suficiente para destruirlo. Creo que todavía
no existía la Programación Orientada a Objetos.

Los sistemas de información fueron creados, como


ya dije, para destruir seres humanos. Son producto
del famoso proyecto Manhatan, que concluyó con
las bombas atómicas que se arrojaron sobre Japón
en la Segunda Guerra Mundial y de la tecnología
de la Guerra Fría. Hoy en día se usan, además, en
la administración de las empresas, en el control so-
cial que ejercen las fuerzas policiales, militares y
gubernamentales sobre las poblaciones de sus res-
pectivos países, y en nuestros propios hogares, para
prolongar las horas de trabajo o de estudio, y para
idiotizar un poco a nuestros hijos con juegos de es-
caso valor (para ser justos, también se pueden usar
maravillas como Internet, la Enciclopedia Encarta
y los juegos educativos multimedia) Se trata de la
llamada “sociedad de la información”.

Sobre este tema de la “sociedad de la información”


hay mucha tela que cortar. Personalmente pienso que
se trata de una de esas banalidades que de vez en
cuando se ponen de moda (es decir, cada cinco o
seis meses) en los ambientes empresariales y uni-
versitarios: es más fácil adoptar las modas de las

57
escuelas de negocios norteamericanas que producir
algún conocimiento original. La sociedad de la in-
formación puede ser un concepto muy inocente, in-
cluso útil, si por ello queremos señalar una sociedad
en la cual las computadoras y todo tipo de disposi-
tivos computarizados y las telecomunicaciones son
omnipresentes, por lo menos en las empresas y en
los hogares de las clases medias y altas. En este
sentido, es un termino inocuo, es como llamar a los
años sesenta la sociedad de la minifalda, aunque
debo reconocer que una buena minifalda es más in-
teresante que una computadora.

Pero la mayoría de las veces, este término, cuando


es usado por economistas, politólogos y profesores
de gerencia, se refiere a una terrible falacia, basada
en conceptos carentes de fundamentos y propaga-
dos por una literatura superficial que, no se por qué
razón, encuentra una resonancia tan alta en ciertos
círculos de negocios: tal vez porque dice lo que es-
tos lectores quieren leer.

Esta literatura nos habla de una sociedad en la que


ya no es importante la producción de bienes mate-
riales o de los servicios básicos tradicionales, en la
que los trabajos fabriles prácticamente carecen de
valor, son meras supervivencias de una supuesta
“segunda ola” en el desarrollo humano: ahora ha-
bríamos entrado en una “tercera hola”, en la que,
según dice un autor que admiro mucho y con quien
pocas veces estoy de acuerdo, que es Nicolás

58
Negroponte (autor de Mundo Digital), “se mueven
bits en vez de átomos”. Esta afirmación errónea y
engañosa, acerca del funcionamiento de nuestra so-
ciedad tiene por objeto desvalorizar las actividades
de un sector mayoritario de la población, y darle
una importancia desmedida a la actividad “gerencial”,
a esa graciosa función que consiste en decirle a los
demás lo que deben hacer, motivarlos (no siempre
con la zanahoria) para que lo hagan, y quedarse uno
con los méritos.

Esta idea de la sociedad de la información no sur-


gió, como podría pensarse, de la plétora de intelec-
tuales a sueldo de las grandes fundaciones norte-
americanas; no surgió de Alvin Toffler ni de Paul
Kennedy ni de ninguno de estos paladines del lugar
común. Por supuesto, ni se imaginen que pudo ha-
ber surgido entre nuestros economistas y grandes
pensadores, quienes, con honrosas excepciones,
solo se dedican a repetir mal lo que leen apresura-
damente en las revistas extranjeras .

Si la memoria no me traiciona, la idea surgió en Ja-


pón y quien la articuló mejor, en una serie de escri-
tos muy interesantes por su ingenuidad y por lo
pretenciosos que eran, fue el señor Yoneji Masuda,
uno de los héroes de la actual tecnofilia. No es ca-
sualidad que haya sido allí, en Japón, en una socie-
dad a la que dos bombas atómicas y unos cuantos
años de ocupación extranjera la indujeron a intro-
ducir nuevos métodos de gerencia, que después se-

59
rían copiados y adaptados en Occidente, recopiados
nuevamente por los japoneses, en un círculo de co-
pias e imitaciones - lo que entre nosotros se llaman
refritos - para terminar finalmente siendo verdades
aceptadas por casi todo el mundo.
Pues bien, como se habrán dado cuenta, yo no creo
en “la sociedad de la información”. Tampoco lo
creen muchas personas cuya opinión tiene mucho
mas peso que la mía, por ejemplo el economista del
MIT Paul Krugman, quien en una serie de libros muy
lúcidos, y en sus artículos en varias revistas norte-
americanas se ha dedicado a desmitificar estos con-
ceptos.

Yo prefiero hablar de una sociedad invadida por


la información. Por invadida no me refiero, en ab-
soluto, a una situación negativa, como si se tratara
de una invasión de bárbaros venidos de lejos; no
me refiero a una invasión contra la cual tengamos
que pelear (Dios no lo quiera, su profesora y yo
vivimos de esa invasión!); me refiero un poco a lo
mismo a que se refiere la versión ingenua de la “so-
ciedad de la información” que mencioné anterior-
mente, pero cambio los términos para que no se
confunda mi visión con la visión yuppie y atolon-
drada del fenómeno.

Estamos invadidos por la información por varias ra-


zones: tenemos acceso a mucha más información de
la que podemos realmente apropiarnos (entre otras
razones, por los costos que esta apropiación impli-

60
ca); aun si pudiéramos apropiarnos de todos esos
bytes que andan flotando por allí, en las enciclope-
dias multimedia, en Internet, en todas partes donde
alguien considere que debe regalar un CD, no ten-
dríamos el tiempo para digerirlos sin intoxicarnos.
Y en el supuesto de que lo hiciéramos, probable-
mente no nos serviría de mucho.

A propósito de esto quisiera hablarles de dos para-


dojas: la llamada paradoja de la productividad, que
a veces se la confunde o se la asimila a la paradoja
de la “oficina sin papeles” que consiste en que mien-
tras más computadoras tenemos, supuestamente con
el fin de ser más “productivos” (y de verdad les con-
fieso, no sé muy bien que quiere decir productivo
cuando hablamos de sistemas de información), pa-
reciera que más tiempo pasamos configurando nues-
tros equipos, aprendiendo a instalar nuevos dispo-
sitivos o peleando con la proliferación casi infinita
de funciones que trae cada nueva versión de nues-
tro procesador de palabras.

La paradoja de la “oficina sin papeles” consiste, por


increíble que parezca, en que hoy las empresas gas-
tan más en papel que cuando trabajaban con papel.
Se suponía que las computadoras eliminarían el uso
de los papeles, sobre todo memos internos, infor-
mes, ordenes de compra, estados financieros: iban
a ser sustituidos por sus imágenes en pantalla, por
transacciones de correo electrónico o por el Inter-
cambio Electrónico de Datos.

61
Pero hoy más que nunca se imprimen kilómetros de
listados, múltiples versiones de la misma hoja de
cálculo. Cada vez que alguien necesita esa base de
datos con diez mil clientes la volvemos a imprimir.
No tengo a mano las estadísticas, pero en algún lado
leí que las compras de papel en las empresas alta-
mente computarizadas habían crecido en forma sig-
nificativa.

La otra paradoja de la supuesta “sociedad de la in-


formación” es, valga la redundancia, la paradoja de
la información misma: nunca habíamos estado tan
desinformados como lo estamos hoy. Tenemos ver-
siones electrónicas de los principales periódicos del
país y del mundo, pero seguimos dependiendo de la
prensa escrita.

Las librerías están repletas de libros de gerencia y


de computación, pero hay que buscar con una lupa
un libro de buena literatura. Hay bibliotecas virtuales
extraordinarias en Internet, pero ¿quién es el ocio-
so que lee El Quijote en la pantalla de su computa-
dora? Además de ocioso, debe tener mucho dinero
para gastar. Quizás no haya gente más ignorante y
desinformada que quienes trabajamos con los siste-
mas de información. ¿Será por aquello de que en
casa de herrero, cuchillo de palo? No lo creo. Más
bien creo que presenté mal la paradoja: debí decir:
cuando más información hay disponible, menos co-
nocimiento está a nuestro alcance. Y esta es la ver-
dadera diferencia.

62
Los consultores se han dado cuenta del problema.
Ahora (si no lo han visto, ya su profesora les habla-
rá de ello) se habla de Administración del Conoci-
miento. Jamás dos términos tan antitéticos - excep-
to en la palabra mitología, y no es casualidad - se
habían puesto uno al lado del otro. El conocimiento
no se puede administrar. El conocimiento no se pue-
de almacenar, transportar, fiscalizar, sellar o guar-
dar. Administración del Conocimiento es otra moda
gerencial que durará unos seis meses, como la
Reingeniería, la Calidad Total, la Sociedad de la In-
formación, y tantas otras que se inventan para ven-
der best sellers y que cuando ya los satisfechos del
planeta se cansan de ella, las exportan para que se
dicten talleres en el Tercer Mundo.

Bueno, tenía que hablar de Sistemas de Informa-


ción, pero les confieso que no tuve tiempo de pre-
parar esta charla y pensé: hay cantidad de libros y
revistas, hay materias universitarias como la que
estoy seguro que en forma excelente les dicta su
profesora, y pensé que tal vez tendría para ustedes
algún interés que alguien les hablara, un poco en
broma, de la otra cara de la moneda de la informá-
tica. Para no defraudar a mi anfitriona, que me pidió
esta charla hace varios meses, para que no deje de
quererme así, en una sola noche por culpa de mi
pereza, les voy a decir algo muy breve de los siste-
mas de información.

Tengo quince años desarrollando sistemas de in-

63
formación. En general, pocas veces el cliente queda
satisfecho, porque el ciclo de desarrollo es apenas
unos días más largo que el ciclo de las expectativas
de los clientes. De vez en cuando, si se trata de algo
muy trivial, muy simple, muy puntual, algo que se
puede hacer en un par de semanas, el cliente queda
contento, el sistema funciona y alguien se beneficia
del mismo. Moraleja: no esperen mucho de sus sis-
temas, aprendan lo más que puedan de sus instru-
mentos informáticos: sus aplicaciones, su sistema
operativo, sus dispositivos como los modems, los
scanners y quien sabe que otra cosa esté de moda
mañana mismo.

Como ustedes deben haber oído hablar, se aproxi-


ma una terrible crisis en los sistemas de informa-
ción, el llamado Problema del Año 2000. En mu-
chas empresas se están haciendo heroicos esfuer-
zos por adecuar sus sistemas de información y los
demás artefactos que puedan estar afectados por
este problema. Algunas ya lo han logrado: aproxi-
madamente un dos por ciento a nivel mundial. Otras
están en vías de lograrlo, son más o menos un diez
por ciento de las empresas. La gran mayoría proba-
blemente no lo logre, por una serie de circunstan-

64
cias que, si se quieren enterar, asistan a una de mis
conferencias.

Pero, en todo caso, lo que deseaba resaltar es que,


con todo lo negativo que este problema representa
para las empresas y para la sociedad en general,
hay algo positivo que pudiera resultar: muchas em-
presas, los gobiernos, los fabricantes de software
y de hardware, pueden crear una generación nue-
va de aplicaciones. Probablemente las paradojas de
las que hablé antes desaparezcan o se atenúen en
ese caso. Tal vez esta crisis sirva para que los siste-
mas de información cumplan las promesas que nos
han hecho desde los albores de la computación: au-
mentar nuestra productividad, hacernos la vida mas
fácil y en última instancia tener un mundo mejor.

Pero también esta crisis puede servir para lo con-


trario: si la mayoría de las empresas y los gobiernos
(al menos en sus procesos críticos) no logran ade-
cuar sus sistemas, es posible que nos enfrentemos a
una catástrofe tecnológica de proporciones inima-
ginables. No se si ustedes son capaces de imaginar
lo que es un trillón de dólares, porque yo no soy
capaz. Pero eso es lo que los conservadores pien-

65
san que van a gastar los Estados Unidos en adecuar
sus sistemas.

Quizás no puedan imaginar la cifra, pero estoy se-


guro de que se dan cuenta que constituye más que
el producto interno de muchos países o incluso de
algunos continentes. Si no evitamos esta catástrofe,
tal vez ya no tengamos que preocuparnos de si eran
los tecnófobos o los tecnófilos (o las personas que
como yo, no somos ni una cosa ni la otra) quienes
tenían razón. Tal vez tengamos que volver a nues-
tros viejos métodos manuales: a trabajar sobre pa-
pel, con nuestras propias manos. Por cierto que fue
trabajando con nuestras propias manos como deja-
mos de ser homínidos para convertirnos en homo
sapiens.

Si nos recordamos de la historia del Golem, nos


damos cuenta que sólo falta el rabino sabio que cam-
bie una letra en la frente del monstruo. Pero el rabi-
no ya no está entre nosotros, lo que quiere decir
que estos habitantes del ghetto moderno de la so-
ciedad de la información no tienen más alternativa
que dejar de centrar sus vidas en la magia, en cual-
quier tipo de magia, incluida esa forma de magia lla-

66
mada tecnología, y tomar la responsabilidad ciuda-
dana que a cada uno le corresponde.

De esa manera, tanto si los sistemas cumplen su pro-


mesa, como todos esperamos que lo hagan, como
si sucede la terrible catástrofe que muchos temen,
nuestras sociedades sobrevivirán y, en cualquier
caso, nos reencontraremos con nosotros mismos.

67
68
La revolución de la información

69
70
La revolución de la información

Las palabras “revolución” e “información” se en-


cuentran tan cargadas de significados, que es difícil
hablar de ellas (o de una combinación entre ellas),
sin entrar en una serie de consideraciones que nos
permitan situar en un contexto comprensible lo que
estamos diciendo. Sin embargo, no pasa un día sin
que aparezca en los escaparates de las librerías o
en las columnas de tecnología de los periódicos, al-
guna referencia a un supuesto cambio o transforma-
ción revolucionaria que está sufriendo la sociedad
mundial, causado o estimulado en gran medida por
el uso de la tecnología de la información.

Detrás de estas consideraciones populares se es-


conde una serie de nociones más o menos vagas pero
de fuerte arraigo en los sectores ejecutivos y de alto
poder adquisitivo, tales como “hemos pasado de
una sociedad que mueve átomos a una que mue-
ve bits” (Negroponte), “Internet y el comercio
electrónico crearán un capitalismo sin fricción”
(Bill Gates) y otras de profundidad semejante, to-

71
das ellas, a su vez, sustentadas en una concepción
de la sociedad que tiende a destacar el papel de la
producción de “información” en desmedro de la pro-
ducción de bienes materiales. Puesto que pensamos
que esta visión de las cosas induce a simplificacio-
nes muy graves a la hora de comprender los que
está realmente sucediendo con el impresionante cam-
bio tecnológico que estamos viviendo, vamos a tra-
tar de examinar críticamente algunos de elementos
conceptuales que sirven de pilar a estas ideas y pre-
sentar nuestra opinión acerca de los mismos.

Una revolución es (más allá de su significado literal,


que se refiere a un tipo de movimiento en el espa-
cio), una transformación profunda de la sociedad o
de una aspecto de la misma (por ejemplo, la educa-
ción, el trabajo, o la forma en que se hacen los ne-
gocios). A lo largo de los últimos tres o cuatro si-
glos han sucedido revoluciones sociales, políticas,
tecnológicas, educativas, algunas de las cuales to-
davía dejan sentir su presencia.

La Revolución Francesa o la Revolución de Octu-


bre transformaron no sólo los países donde tuvie-
ron lugar, sino una parte considerable del mundo
civilizado de su época y en cierta manera, para bien
o para mal, nuestro mundo moderno es hijo de ellas
y sufre o se beneficia de sus consecuencias, según
el ángulo de donde se mire.

Pero no siempre esta palabra tan importante para la

72
vida social se ha usado en este sentido de cambio
profundo. La publicidad, la filosofía popular, el pe-
riodismo de mala calidad, han denominado “revolu-
ción” a prácticamente cualquier cosa: “la revolución
de los transportes”, puede titularse un artículo so-
bre un nuevo tren; una “revolución en la educación”
puede ser un vídeo para aprender diez frases de un
idioma extranjero.

La palabra “información” es un poco más elusiva.


No nos bastaría aquí contrastar el uso más o menos
profundo con el uso trivial de los desechos intelec-
tuales de la sociedad moderna. “Información” pue-
de significar desde lo que un científico definiría como
“entropía negativa”, hasta la noticia trivial que un
periodista reseña en su columna, pasando por toda
una gama de acepciones más o menos imprecisas, a
veces contradictorias, la mayoría simplemente inúti-
les.

La frase “revolución de la información” es una es-


pecie de milagro semántico, porque ha logrado unir
dos imprecisiones, que según el instinto de cualquier
persona educada, deberían producir un disparate sin
sentido, y por el contrario, ha creado uno de los
lugares comunes más exitosos de los últimos tiem-
pos, lo que ya es decir mucho, en una década pró-
diga en modas verbales.

¿A qué nos referimos exactamente cuando habla-


mos de una revolución en la información? Pensa-

73
mos que hay muchas respuestas a esta pregunta;
vamos a limitarnos a explorar dos extremos posi-
bles de una respuesta y trataremos de indagar acer-
ca de las consecuencias que tendría en nuestras vi-
das cada una de estas dos posibles respuestas.

A riesgo de aburrir al lector, nos interesa recalcar


dos cosas: primero, que a diferencia de lo que se
desprende de la literatura de moda, la información,
en ese sentido popular e impreciso que suele darse
en las publicaciones dirigidas al público general,
siempre ha sido un componente importante de las
sociedades humanas.

Los antropólogos han estudiado los sistemas de pa-


rentesco, de intercambio de regalos, de
simbolización de todos los órdenes de la vida espi-
ritual, y han destacado como la “información” ha sido
siempre el nexo que ha mantenido la coherencia so-
cial y en última instancia, la supervivencia de las di-
versas culturas. De hecho, una de las formas más
usadas por una sociedad para destruir a otra con-
siste en atacar su universo simbólico y destruirlo o
modificarlo, como hicieron los cristianos en sus di-
versas empresas de conquista desde el siglo quince
en adelante.

Por otra parte, la producción, circulación, recep-


ción y modificación de la información (siempre usan-
do esta palabra en el sentido ya aludido) ha estado
en una permanente “revolución” desde que el hom-

74
bre aprendió a registrar su mundo espiritual mediante
símbolos. Desde la arcilla o la piedra, pasando por
el pergamino, el papiro, las señales de humo, los
tambores africanos, hasta el moderno papel, la im-
prenta, la radio, el cine y las computadoras, el “pro-
cesamiento de la información” no ha dejado de
transformarse ni un solo instante. Es completamente
insustancial, por lo tanto, insistir en la prioridad de
la información como una característica fundamental
de nuestro mundo moderno, como nos tienen ya
acostumbrados (y aburridos) Peter Drucker, Alvin
Toffler o Bill Gates, por mencionar a los más cono-
cidos.

Volvamos entonces a nuestra pregunta. ¿Qué signi-


fica la frase “revolución de la información”? Obvia-
mente, esta revolución se refiere específicamente al
papel que en ella juega la tecnología, es decir: la
informática, las telecomunicaciones, Internet, los
multimedia, las computadoras y la miríada de dis-
positivos electrónicos que han hecho su aparición
en los últimos años y que de alguna manera, tienen
que ver con el “procesamiento de la información”.

Decíamos que hay dos extremos para una respuesta


sobre esta revolución tecnológica, cada uno con sus
consecuencias posibles. Por una parte, un ejercito
de tecnófilos, jóvenes adinerados, empresarios e
incluso políticos, ven en esta vertiginoso aluvión de
innovaciones tecnológicas, poco menos que la sal-
vación de la humanidad. Desde el “largo boom” en

75
la economía que promete la revista Wired, hasta la
utopía social con la que sueñan los envejecidos
hippies del New Earth Cathalog, los sectores más
privilegiados de la sociedad están convencidos del
papel benéfico de la transformación tecnológica. En
cierta medida, esta convicción es lógica: ellos son,
en general, sus mayores beneficiarios.

Por otra parte, un número tal vez menor pero igual-


mente significativo de tecnófobos, atribuye todos
los males de nuestro mundo al progreso tecnológi-
co, y como en las antiguas culturas, han encontrado
un chivo expiatorio, no ya en los judíos, en los le-
prosos o en los extranjeros, sino en las computadoras
y todo lo que las rodea.

Así tenemos a nuestro extraordinario poeta Juan


Liscano denunciando a Internet como obra del de-
monio, como también a una cantidad de pensadores
más o menos inteligentes que denuncian los poderes
maléficos de la tecnología. Para ser justos, hay crí-
ticos serios y brillantes, como Paul Virilio, quienes
han meditado sobre Internet y la tecnología en ge-
neral, elaborando posiciones interesantes y dignas
de ser tenidas en cuenta.

En cierta forma, ambas posiciones, aunque antagó-


nicas e irreconciliables, tienen algo de razón. Efec-
tivamente el cambio tecnológico pudiera hacer po-
sible una sociedad más democrática, una educación

76
más efectiva o una vida laboral más cómoda. Tam-
bién es cierto que algunos de los temores de los
tecnófobos no son sólo producto de una fantasía
romántica: hemos visto en otras áreas de la tecno-
logía catástrofes como Chernobyl, aberraciones
como la manipulación genética, o experimentos
monstruosos como los emprendidos para controlar
la mente a través de electrodos introducidos en el
cerebro.

La tecnología de la información no está excenta de


ser usada para fines contrarios a los valores demo-
cráticos, como lo muestra, por ejemplo, el origen
militar de esta tecnología y el papel que los servi-
cios de inteligencia de las grandes potencias han ju-
gado en su desarrollo y perfeccionamiento (basta
recordar a Alan Turing, Von Neumann y la cantidad
de científicos de la computación que trabajaron en
proyectos de destrucción masiva).

Reconocer que ambas concepciones de la “revolu-


ción de la información” poseen un grado de verdad,
aunque sea pequeño, sin embargo, no nos deja inte-
lectualmente satisfechos. No creemos que se pue-
dan hacer predicciones sobre el desarrollo de la tec-
nología, ya que su velocidad de cambio y su cre-
ciente complejidad desafían el talento y la imagina-
ción incluso de los más prolíficos escritores de best-
sellers.

Pero si no podemos predecir, al menos podemos

77
indagar sobre las posibilidades de las que la tecno-
logía es portadora. La tecnología es una de las mu-
chas “capas de la cebolla” que constituye lo social.
Es un conjunto de relaciones entre los hombres. Las
máquinas y los procedimientos en los que la tecno-
logía se encarna son como el papel sobre el que es-
cribimos un texto: son la expresión material de algo
que no lo es.

Si la “revolución de la información” nos va a traer


el infierno o el paraíso, (o una mezcla de ambos,
que parece más probable), solo dependerá de cómo
los hombres y mujeres de este mundo tan cambian-
te la usemos, qué sentido le demos y para qué fines
destinemos su enorme potencial.

Tal vez por esa ambigüedad de la tecnología, por


ese inmenso potencial, liberador o exclavizante, que
se oculta en su seno, es que no debemos confor-
marnos con las apreciaciones ligeras de las modas
gerenciales y de los fabricantes de artefactos, sino
que tenemos la obligación de examinar el tema con
mayor profundidad.

En ambos bandos hay pensadores serios: Langdon


Winner, Jacques Ellul, Paul Virilio, por el lado de
los críticos pesimistas; McLuhan, Esther Dyson, Carl
Sagan y muchos otros por el lado de los optimistas.
He nombrado sólo aquellos que mi limitado conoci-
miento me permite recordar; existe una enorme can-
tidad de pensadores que han abordado el problema

78
con profundidad y que merecen ser leídos.

79
80
Frustración, Tecnofobia y Tecnoestrés en
la Empresa de Hoy

81
82
Frustración, Tecnofobia y Tecnoestrés en
la Empresa de Hoy

Hemos leído y escuchado tantas veces que la tec-


nología de la información (principalmente el uso de
las computadoras) constituye la clave del éxito de
las empresas, de nuestras carreras profesionales e
incluso de la modernización del país, que nos cues-
ta comprender y explicar las dificultades propias del
uso de esta tecnología y la gran frustración que ge-
nera en muchos de sus supuestos beneficiarios y en
quienes tienen que asistirlos: los consultores, los
proveedores de software y hardware, los aseso-
res de las empresas.

Esta frustración muchas veces llega a ser de tal magnitud,


que hay quienes han abandonado totalmente el uso de las
computadoras y han «regresado» a sus antiguas herra-
mientas manuales, prefiriendo lo «malo conocido», con
todas las desventajas que se supone que elimina la tecno-
logía, a enfrentarse a un mundo de máquinas, programas,

83
analistas, consultores, en el que muchas veces in-
vierten grandes cantidades de dinero sin encontrar
un beneficio tangible. Hay también un elevado nú-
mero de usuarios que por temor a ser considerados
anticuados, retrógrados o algo peor, continúan so-
metiéndose a estas frustraciones, pero tal vez, si
pudieran expresarse o actuar libremente, tomarían
el mismo camino de los otros.

Por supuesto, no todo es frustración, perdida de


tiempo y dinero. De ser así, los proveedores de
computadoras y de software y todas las industrias
y servicios que están relacionadas con la tecnología
no se encontrarían entre las empresas más rentables
de los últimos años (de lo cual puede dar fe uno de
los hombres más ricos del planeta, el amado y odia-
do Bill Gates). Sin embargo, este fenómeno de frus-
tración está lo suficientemente extendido como para
que requiera una consideración que vaya más allá
de las respuestas simplistas que suelen dar muchos
expertos y que en su mayoría consisten en despla-
zar las responsabilidades y centrar el problema en
la «cultura» del usuario, de la empresa o hasta del
país.

Esta frustración de la que estamos hablando ha dado


paso a (o está asociada con) una situación que muy
bien pudiera convertirse en un problema de salud
pública, aunque por ahora se encuentra prácticamen-
te restringida al mundo laboral. Nos referimos a dos
afecciones relacionadas que pueden ir desde un te-

84
mor más o menos inocuo a las computadoras y ar-
tefactos afines, hasta enfermedades que ya están
comenzando a considerarse en la literatura médica.

II

Aunque se sabe desde hace muchos años que las


computadoras y otros artefactos tecnológicos pro-
ducen en algunas personas una fobia o temor a su
uso, por una parte, y que una porción considerable
del «estrés» del trabajo de oficina se genera por el
uso de esta tecnología, es en los últimos años que
estos fenómenos han pasado a la atención pública,
y que se conocen por sus neologismos ingleses
españolizados como «tecnofobia» y «tecnoestrés»,
respectivamente. Aunque se han hecho algunos avan-
ces en la detección y tratamiento de estas afeccio-
nes, es poco lo que se sabe de las mismas. Pero una
cosa sí está demostrada: afecta la productividad de
los usuarios y, por consiguiente, la eficiencia y la
rentabilidad de las empresas, sin contar con el he-
cho de que estos usuarios suelen ser una pesada
carga para los departamentos de soporte técnico y
que muchas inversiones en activos tecnológicos se
pierden porque los mismos los rechazan o no los
usan como deberían.

El miedo a la tecnología no es nada nuevo. Ya Platón, en


su célebre Fedro, había condenado el uso de la escritura,
quizás la tecnología de información por excelencia. Los

85
antiguos griegos expresaban este temor a la tecno-
logía en mitos como los de Prometeo, patrón de los
artesanos y castigado por los dioses por ayudar al
hombre regalándole el fuego, y en las historias de
Dédalo e Ícaro, inventores de artificios mecánicos
y del arte de volar, así como en la de Hefesto, pa-
trón de los herreros e inventores, presentado como
el más feo de los dioses. Desde por lo menos el si-
glo diecisiete se sabe que existieron rebeliones de
artesanos contra todo intento de mecanizar alguna
parte de sus oficios, así como del trato que recibían
los inventores y aquellos precursores de la química
que fueron los alquimistas, quienes muchas veces
debían huir de sus pueblos por miedo a sus conciu-
dadanos o a la Inquisición.

En el siglo diecinueve, grupos de trabajadores co-


nocidos como los luditas, atacaban las fábricas y
destruían las máquinas, que ellos consideraban como
enemigas de sus puestos de trabajo y de su forma
de vida. En los primeros tiempos de lo que después
se llamó «el movimiento obrero», las discusiones
entre los socialistas y los luditas fueron muy inten-
sas; recuérdese que el marxismo, filosofía que llegó
a monopolizar el pensamiento político de los obre-
ros en Inglaterra y los demás países avanzados, era
una ideología que glorificaba a la máquina y a la in-
dustria moderna de la época. En el Manifiesto Co-
munista de 1848 hay una descripción de los avan-
ces de la tecnología y del maquinismo que colinda
con la exaltación poética. Nosotros, contemporá-

86
neos de «la tercera ola», el «post-fordismo» y to-
das esas trivialidades verbales que inventan los su-
puestos expertos, pero que experimentamos los
nada triviales fenómenos de la contaminación am-
biental, la alienación de las urbes modernas y los
usos destructivos de la tecnología, difícilmente po-
demos compartir el entusiasmo marxista por el de-
sarrollo del modo de producción industrial.

Decíamos que el miedo a la tecnología es viejo, pero


ese miedo, como tratamos de explicar, estaba aso-
ciado a condiciones políticas y sociales de la gente,
y a una concepción de lo que tiene de positivo o
negativo el modo de producción industrial y de la
máquina como artefacto. La tecnofobia, y su pade-
cimiento hermano, el tecnoestrés, son relativamente
nuevos, porque es en nuestra época cuando la tec-
nología ha dejado de ser patrimonio exclusivo de
las elites o de estar restringida al ámbito de la pro-
ducción, y ha penetrado en todos los espacios de la
vida moderna. Si hacemos una de esas groseras
abstracciones a que son tan proclives nuestros eco-
nomistas y nos olvidamos de la mayoría de la po-
blación, podríamos decir que prácticamente en cada
casa venezolana hay luz eléctrica, teléfono, ascen-
sores en los edificios y cantidad de artefactos tec-
nológicos. En una porción pequeña pero significati-
va, hay televisores a color, computadoras, e Internet,
esta última quizás la reina de las tecnologías. En ge-
neral, nadie le tiene miedo a su teléfono ni a su ca-
lentador eléctrico, porque, al menos en el caso de

87
las clases medias, estos son artefactos que pertene-
cen a su cotidianeidad, tal vez desde su infancia. El
problema de la tecnofobia se presenta generalmen-
te en las empresas y particularmente con las
computadoras. Deseamos hacer algunas precisiones
sobre el mismo que posiblemente ayuden a las per-
sonas encargadas de administrar la tecnología a tra-
tar con este problema, o por lo menos, a estar cons-
cientes de su existencia.

Creemos que hay que distinguir la tecnofobia del pensa-


miento crítico que algunos filósofos, sociólogos o incluso
ingenieros, han elaborado sobre la tecnología. Paul Virilio,
Theodore Rosnack, Langdon Winner y otros han escrito
libros muy influyentes al respecto y se esté o no de acuer-
do con ellos, sería injusto llamarlos tecnófobos. Distintos
son los casos de nuestro eminente poeta Juan Liscano o
de pensadores como Jaques Ellul, quienes tienen una po-
sición radical y definitivamente contraria a la tecnología.
Por otra parte, tampoco se deben confundir a estos críti-
cos o a estos opositores de la tecnología con los ideólogos
terroristas que abogan por el sabotaje de las industrias o
el asesinato, como el tristemente célebre Unabomber,
un terrorista que se especializó en sobres-bombas y que
ha publicado sus manifiestos contra la tecnología en pe-
riódicos de circulación mundial e incluso en Internet. Si el
lector desea gastar papel imprimiendo unas cuantas dece-
nas de páginas delirantes, puede buscar el «Manifiesto de
Unabomber» en Internet y encontrará muchos lugares
que lo exhiben. Finalmente, no debemos confundir
la tecnofobia del usuario de una computadora que

88
simplemente siente temor de interactuar con una
máquina, y que por lo mismo tal vez se vuelve me-
nos productivo o una fuente de costos para la em-
presa, con el tecnófobo a quien esta dolencia inca-
pacita para realizar su trabajo o para desenvolverse
normalmente en su vida cotidiana. Este último nece-
sita ayuda psicológica o psiquiátrica, disciplinas es-
tas sobre las que no podemos opinar.
Desde el punto de vista gerencial, estas diferencia-
ciones son fundamentales, ya que es importante dis-
tinguir cuándo podemos ayudar a la persona que
padece de este mal y cuándo es necesario que in-
tervengan profesionales de la salud. Quisiera men-
cionar dos anécdotas que creo ilustran sendos as-
pectos del comportamiento de las máquinas o de los
expertos y la relación de ambos con los usuarios.

En su extraordinario libro Vida secreta de los ob-


jetos inanimados, el biólogo Lyall Watson hace las
siguientes reflexiones:

En la medida en que hemos dado entrada a los


ordenadores en nuestra vida, hemos deposi-
tado en ellos casi tanto afecto y atención como
en los automóviles, pero los ordenadores han
generado mucho más odio

y cita la siguiente anécdota:

Uno de los principales blancos de este senti-

89
miento en Inglaterra es la gigantesca máquina
que realiza mas de mil transacciones diarias en
el Centro de Matriculación de Vehículos de
Seanesa. Esa máquina tiene por costumbre
negarse a emitir registros separados para her-
manos gemelos, ordena la detención de con-
ductores por robar sus propios coches y de-
nuncia a inocentes solicitantes de licencias
como poseedores de antecedentes crimina-
les.

Creo que todos nosotros, en algún momento de nues-


tras vidas, nos hemos encontrado con «errores del
sistema», sobre todo en nuestros estados de cuenta
de tarjetas de crédito o en el uso de los cajeros au-
tomáticos, aunque no se nos ha ocurrido, al menos
todavía, desarrollar un odio por las computadoras
como el que relata, Lyall Watson en el mismo libro:

Un astuto ciudadano de Atlanta (Georgia)


encontró la forma de satisfacer los casos de
extrema frustración mecánica. Se llama Paul
la Vista y posee un polígono de tiro donde
alienta a sus clientes a alquilar un arma y dis-
para a blancos de su elección. Según el, los
ordenadores se cuentan entre los objetos más
elegidos: «vienen durante el año entero y los
acribillan a balazos. Hay sutilezas en la forma

90
de la ejecución que a veces rozan en lo sádico.
Recuerdo a un grupo de siete u ocho hombres
que trajeron una inmensa impresora. La en-
chufaron, y cuando estaba empezando a im-
primir, la hicieron añicos» Durante una expo-
sición de ordenadores celebrada en la ciudad,
constantemente salían de los pabellones gru-
pos de linchadores que traían a sus víctimas.
Uno de esos grupos alquiló tres metralletas,
una Uzi, una M3 y una Thompson. Cuando se
marcharon, parecía una central informática por
la que hubiera pasado un tornado.

En cuanto a los «expertos», y como estos diluyen su


responsabilidad frente a los usuarios, culpándose
unos a otros, me pareció interesante este ejemplo
narrado por el profesor Lawrence J. Peter, autor
del famoso Principio de Peter, en su libro Por Qué
Las Cosas Salen Mal:

Cuando me jubilé, nos trasladamos a una vie-


ja y pequeña casa cerca del mar, que necesi-
taba muchas reparaciones. Uno de los pro-
blemas era una ventana de mi despacho que
estaba atascada, cerrada completamente. Hice
venir al carpintero para repararla y cambiar el
pestillo. Cuando hubo terminado, la ventana
se abría, pero las luces no funcionaban. El

91
electricista descubrió que el carpintero había
agujereado el cable con un clavo, causando
un corto circuito. Reparó el cable y las luces
funcionaron, pero más tarde descubrí que al
volver a colocar el clavo en la ventana el
electricista había hecho una raja en el cristal.
El vidriero reparó el cristal y entonces llamé al
pintor para que acabara el trabajo. Conside-
raba completado el asunto cuando me di cuenta
de que había pintado con la ventana cerrada
y que no la podía abrir.

Esta deliciosa anécdota se refiere a un aspecto re-


lativamente simple de la tecnología, a su nivel más
cercano al hombre, mas intuitivo: una ventana. Para
reparar un defecto relativamente trivial, intervinie-
ron cuatro artesanos y el problema quedo sin resol-
ver.

Un texto no tan simpático aparece en El Acto de la


Creación, de Arthur Koestler, donde escribe acer-
ca del hombre moderno:

...utiliza los productos de la ciencia y la técnica


de una manera meramente posesiva, explota-
dora, sin ningún tipo de comprensión o senti-
miento. Su relación con los objetos que lo
rodean en su existencia cotidiana, el grifo que
le da agua para el baño, la calefacción que lo

92
mantiene en una temperatura agradable, el
interruptor de la luz -en una palabra, con el
entorno en que vive, es impersonal y posesi-
va. El hombre moderno vive aislado en su
entorno artificial, no debido a que lo artificial
sea malo, sino debido a su falta de compren-
sión de la relación de sus objetos con las fuer-
zas de la naturaleza, con el orden universal.
No es la calefacción central la que convierte
su existencia en «antinatural», sino su negativa
a interesarse en los principios que la subyacen.
Al depender por entero de la ciencia, pero
cerrando su entendimiento a ella, el hombre
moderno lleva la vida de un bárbaro urbano.

II

¿Cuáles son las causas de que algunos usuarios de la tec-


nología desarrollen la tecnofobia o sufran del tecnoestrés?
Incursionando un poco en un campo que sólo conocemos
como diletantes, nos atreveríamos a opinar que la
tecnofobia se origina en dos hechos centrales de nuestra
vida moderna. Por una parte, ya algunos de los filósofos
más influyentes de este siglo escribieron acerca del «ex-
trañamiento» del hombre moderno frente a un mundo in-
vadido de artefactos que le son dados para un uso que
muchas veces no entiende, y cuyo funcionamiento es cada
vez más «opaco» a su comprensión. Cuando yo era niño,

93
todos mis amigos fabricaban su «radio de galena»,
que cabía en una cajita de fósforos y que nos pro-
porcionaba horas de entretenimiento, además de
agudizar nuestro ingenio. Un niño de hoy juega con
una computadora gráfica cuyo funcionamiento le es
totalmente desconocido y cuyo uso no le propor-
ciona ningún conocimiento acerca del aparato (aun-
que estos dispositivos, como el Nintendo o el Play
Station, desarrollan habilidades extraordinarias en
los niños, en otro sentido).

Por otra parte, esta pléyade de artefactos, en la


mayoría de los casos (sobre todo en los relaciona-
dos con la tecnología de la información), suele re-
querir de un conjunto de «expertos» que los hagan
inteligibles, que entrenen al usuario y que lo asistan
en sus funciones más complicadas. Este se siente
abrumado por los conocimientos del experto, quien
involuntariamente termina produciendo el efecto
opuesto del que busca: lejos de acercar al usuario
al dispositivo, produce un rechazo o un temor que,
con el tiempo, se convierte en fobia.

Seguramente, los psiquiatras y psicólogos tengan explica-


ciones más profundas e indudablemente, desde el ángulo
profesional que les corresponde, puedan contribuir con
criterios más exactos. El doctor Vicente Pontillo, en Va-
lencia, ha desarrollado una metodología para la detección
y la cura de este mal y posiblemente otros profesionales
que desconozco estén haciendo lo propio. La gran estre-
lla, el precursor a nivel médico, de este tema, es el

94
doctor Larry Rosen (http://www.csudh.edu/psych/
lrosen.htm), quien ha escrito varios libros sobre el
tema y posee varias páginas Web muy interesantes.

¿Qué puede hacer el experto en tecnología, la ge-


rencia de sistemas o el personal de soporte técnico,
para ayudar a estos usuarios a superar su proble-
ma?

Si logra convencer al departamento de Recursos Hu-


manos para que elabore un diagnóstico dentro de
su empresa para detectar este mal (diagnóstico, cla-
ro está, que debe ser realizado por profesionales
debidamente calificados), estará muy cerca de eli-
minar o minimizar los problemas que traen consigo
estos males.

Pero como recomendación de «primeros auxilios»,


el personal de soporte a los usuarios debería tratar
de usar un lenguaje accesible al usuario, una actitud
pedagógica, y procurar mostrar en forma práctica
que las computadoras y los demás dispositivos de
tecnología de información son herramientas útiles
para su trabajo y no objetos para ser temidos. El
tacto y la paciencia, sin duda, ayudan en estas acti-
vidades.

Es importante que, tanto la Gerencia de Sistemas


como de Recursos Humanos, estén al tanto de los
hallazgos que se realicen en este terreno, para to-
mar las medidas correspondientes.

95
III

Poco a poco, a medida que las modas gerenciales


se propagan por los países más atrasados tecnoló-
gicamente, comenzaremos a escuchar con más fre-
cuencia estas palabras, tecnoestrés y tecnofobia, en
cursos, seminarios y seguramente en productos ela-
borados para las empresas. Estamos convencidos
de que comenzar a atacar hoy el problema puede
no sólo servir a mejorar las condiciones de trabajo
de las personas, sino impactar directamente sobre
la rentabilidad de la empresa, su eficiencia y sus
ventajas competitivas.

Es notable el hecho que en los paises avanzados (en


particular en Estados Unidos), está surgiendo toda
una rama de la medicina ocupacional dedicada a
quienes sufren dolencias producidas por el uso de
las computadoras. La creciente presencia y ubicui-
dad de las computadoras, de la que hablábamos
anteriormente, ha creado una generación
psicoterapeutas y médicos de diversas especialida-
des para tratar a los gerentes de sistemas, progra-
madores y a los usuarios cuyo trabajo está muy re-
lacionado con las computadoras.

Estos factores ergonómicos, de riesgo ocupacional,


y en general relacionados con el uso de las máqui-
nas, ciertamente son factores de irritación intrínse-
cos al uso de la tecnología y contribuyen al surgi-
miento de la tecnofobia o el tecnoestrés aun en au-

96
sencia de los mismos, es decir, aun si los ojos del
programador no se irritan, su espalda no duele o no
llega a notar ninguna dolencia física.

IV

Creemos que hay varias causas para el surgimineto


de estas dolencias. Entre las principales, podríamos
enumerar: las espectativas irreales que los
facilitadores crean en los usuarios, los problemas del
cambio tecnológico y la llamada obsolesencia pla-
nificada, una grave deficiencia de percepción que
suele tener la gerencia hacia el problema de la com-
plejidad de los sistemas informáticos modernos, la
contradiccion entre los intereses de la empresa y las
necesidades y conveniencias del usuario. Estamos
conscientes de que cada uno de estos elementos
mencionados requeriría ser abordado en profundi-
dad; nos limitaremos a algunas acotaciones de los
puntos que consideramos más relevantes.

Los vendedores suelen hacer afirmaciones irreales sobre


sus productos, o tienden a exagerar las virtudes y a mini-
mizar o incluso ocultar los defectos. Cualquier manual de
los cursos de ventas les enseña a hacer esto. No se trata
solamente de deshonestidad, se trata de que en nuestra
sociedad reina el mito de las computadoras y de la tecno-
logía, y es desde la perspectiva de ese mito que se hacen
todas esas afirmaciones inexactas. Basta leer cualquier
revista de informática para notar como los anun-

97
cios estan plagados de hipérboles. Frases como «la
solución total de sus problemas», o anuncios donde
aparecen oficinistas pescando tranquilamente mien-
tras las computadoras trabajan por ellos son dema-
siado comunes y su engaño demasiado obvio para
perder el tiempo analizándolos.

Pero no solo los vendedores de software y hardware


contribuyen con el mito tecnológico y se aprove-
chan de él. Los consultores, los programadores, los
profesionales de la informática que prometen solu-
ciones en «seis semanas», cuando en realidad saben
que les tomará un año también contribuyen a esta
falsa percepción que termina creando el rechazo, la
frustración y eventualmente los males de los que
estamos hablando.

Un lugar de donde pocos esperarían exageraciones


o engaños, el mundo de las ciencias, tiene tambien
su acopio de falacias; algunos científicos, a veces,
hacen afirmaciones desmesuradas. Uno de los gran-
des gurúes de la computación, Marvin Minsky, pa-
dre de la Inteligencia Artificial, amado y admirado
por todos quienes trabajamos en este negocio, es-
cribió, en 1970 (citado por Rosnak en El Culto de
la Información):

Dentro de tres a ocho años tendremos una


máquina con la inteligencia general de un ser
humano medio. Me refiero a una máquina que
podría leer a Shakespeare, engrasar un co-

98
cho, intervenir en las politiquerías de la ofici-
na, contar un chiste, sostener una pelea. En
ese punto la máquina empezará a educarse
con fantástica velocidad. En unos meses ha-
brá alcanzado el nivel de genio y, transcurri-
dos varios meses mas, su poder será incalcu-
lable.

Si esta clase de aseveraciones pueden provenir de


un entorno donde se supone que lo que se dice, de
alguna manera, esta respaldado por hechos demos-
trados o teóricamente factibles, como lo es la co-
munidad científica, ¿qué podemos esperar de las
agencias publicitarias? ¿qué reacción podemos es-
perar del simple usuario que lee semejante dispara-
te y comprueba que su computadora, treinta años
después, es incapaz de realizar unos cálculos trivia-
les por que supuestamete él no sabe cómo hacer-
lo?

La obsolecencia planificada, el ciclo perverso de nuevas


versiones de software que requieren equipos más pode-
rosos, que a su vez requieren software con mayores pres-
taciones, en una rueda sin final aparente, las dificultades
de comunicacion entre los expertos y los usuarios, debido
a un sub-lenguaje saturado de frases crípticas, muchas
veces producto de necesidaes tecnológicas, pero otras
tantas simplemente para encubrir la vacuidad o inutilidad
de ciertos servicios, el eterno conflicto entre la empresa
que desea mayor productividad y el empleado que

99
espera realizar su trabajo con el menor esfuerzo, son
todos elementos que contribuyen a nuestro proble-
ma. Pero quizás ninguno como la falta de compren-
sión de la complejidad de los sistemas modernos.

Citemos nuevamente a Winner en Tecnología Au-


tónoma:

Cuando un mecanismo complejo se es-


tropea, debe recurrirse a alguien que
entienda sus misterios y pueda ponerlo
nuevamente en funcionamiento. Un sig-
nificado de la idea de dominio es que se
sea capaz de tener una visión completa
de una cosa, desde el principio hasta el
fin, y una gran facilidad para usarla. En
este sentido, el dominio en la sociedad
tecnológica es cada vez más raro. Las
personas trabajan en y se sirven de orga-
nizaciones técnicas que, por su misma
naturaleza, impiden tener una visión ge-
neral clara. Por esto, las quejas sobre la
tecnología autónoma son con mucha fre-
cuencia de este estilo : «no entiendo lo
que sucede a mi alrededor»

Cualquiera que haya tenido que administrar una red


de computadoras, o ser el receptor de servicios de
tecnología de cierta complejidad, en los cuales in-

100
tervienen distintos proveedores, o facilitadores, re-
presentantes de distintas firmas, se ha encontrado
con este fenómeno que generalmente llamamos «pe-
loteo» y que consiste en: 1) lo que hace uno lo he-
cha a perder el otro, 2) cada quien responsabiliza a
otro por el problema, 3) el usuario final queda con-
fuso y frustrado, generalmente con el problema sin
resolver, luego de haber gastado dinero y perdido
tiempo, 4) desearía «cortarle la cabeza» a alguien,
pero no sabe a quien.

Generalmente el usuario se inclina por aquel facili-


tador que tiene menos habilidades verbales para in-
ventar excusas, que le cae menos simpatico, o utili-
za cualquier otro criterio que no tiene relación algu-
na con el problema. ¿Por qué? Porque el problema,
como en la anécdota de Peter, no se produce por la
intervencion de una persona, o por un detalle pun-
tual susceptible de ser aislado y corregido. El pro-
blema tiene sus raices en la complejidad, una com-
plejidad que excede la capacidad de los expertos
para comprenderla en toda su magnitud.

En su último libro, publicado pocos meses después


de su muerte, el astrónomo y divulgador de la cien-
cia Carl Sagan, en medio de una argumentacíon apa-
sionada en favor de la ciencia y contra las supersti-
ciones o la devaluación que esta ha sufrido a los
ojos del público, se refiere al problema de la com-

101
plejidad de la ciencia y a cómo la gente la percibe
como algo que nada tiene que ver con sus vidas y
que mucho menos pueden comprender.

En este libro hay una explicación que muy bien se


puede extrapolar a los usuarios de las computadoras.
El ejemplo de Sagan se basa en el interés del públi-
co por el deporte, en cómo la gente es capaz de
comprender las complejas explicaciones estadísti-
cas del beisbol y de otros deportes. En nuestro país,
pudieramos citar el ejemplo de las revistas de ca-
ballos. Confieso que jamas he comprendido todos
esos numeritos que aparecen en ellas, pero es ob-
vio que los apasionados del hipismo si los compren-
den, o por lo menos se sienten cómodos con ellos,
ya que por increible que parezca, las revistas hípi-
cas se encuentran entre las de mayor circulación en
Venezuela.

Pues bien, si un una persona puede leer con prove-


cho (real o imaginario, ese es otro asunto) una re-
vista hípica, si no encuentra resistencia frente a unas
tablas tan agrestes como las famosas tablas de
logaritmos de Allen que usabamos en el bachillera-
to, ¿por qué no leen los manuales de los sistemas
que usan? ¿qué hay en estos, escritos con los crite-
rios pedagógicos más avanzados, que crean resis-
tencia? Se trata, obviamente (y en este punto estoy
de acuerdo con los expertos que antes contradije)
de un problema cultural. Aquello es diversión, o
posibilidades de riquezas. Esto es «tecnología», tra-
bajo, dependencia de una máquina.

102
¿Tienen los usuarios alguna responsabilidad en el surgi-
miento de estos males? ¿No son acaso ellos las víctimas
inocentes de una industria y de unos profesionales inep-
tos? El usuario no es inocente ni puede eludir sus
responsabilidades. Las empresas adquieren costo-
sos equipos para obtener una mayor productividad.
El usuario no debe ceder a la propaganda o a la
criptografía de los expertos. Debe dejar de sentirse
una víctima de personas y entidades que general-
mente (aunque no siempre) desean ayudarlo, y ac-
tuar proactivamente. El usuario debe comprender
que el uso de una tecnología tan nueva, tan comple-
ja y tan cambiante, como es el caso de la tecnología
de la información, no puede ser fácil, ni lo va a ser,
no importa qué le digan los vendedores, los
programnadores o los consultores. Esta tecnología
requiere de un esfuerzo especial, como en su tiem-
po lo requirio el teléfono, el automóvil o el televisor
(¿recuerda usted la primera vez que tuvo que sinto-
nizar su nuevo televisor?), pero de un nivel de com-
plejidad muchisimo mayor. El usuario debe practi-
car, debe estudiar, y debe, por sobre todas las co-
sas, tener paciencia.

La frustración, la tecnofobia o el tecnoestrés pue-


den quizás evitarse o aliviarse, sólo si cada uno de
los agentes que intervienen en el proceso de la in-
formación asume sus responsabilidades y está dis-
puesto a colaborar con los demás para superar las
dificultades intrínsecas de la nueva tecnología.

103
104
Paul Virilio, genio y outsider

105
106
Paul Virilio, genio y outsider

Soy un “niño de la guerra”. Durante mi infan-


cia viví los horrores de la Segunda Guerra
Mundial, viendo la tecnología como terror
absoluto. Estuve en Nantes, la cual fue des-
truida por nuestros aliados –los americanos y
los ingleses. Para un niño, una ciudad es como
Los Alpes, es eterna como las montañas.
Entonces, un solo bombardeo y todo desapa-
rece. La guerra fue mi universidad.

Entrevista en la revista Wired

…otro punto importante: no hay información


sin desinformación. Una nueva clase de
desinformación está apareciendo en el hori-
zonte, una que no tiene nada que ver con la
censura intencional. Es una especie de asfixia

107
sensorial, una pérdida del control racional. Esto
representa otro gran riesgo para la humani-
dad, como predijo Albert Einstein en los años
50 cuando habló de una “segunda bomba”.
Después de la bomba atómica, la bomba de
la computadora. Una bomba para la cual la
interactividad en tiempo real será para la in-
formación lo que es la radioactividad para la
energía. Esta vez, la desintegración golpeará
a la gente que constituye nuestra sociedad y
no sólo a partículas de materia. Podemos ver
este fenómeno en el desempleo estructural, la
tendencia hacia el “teletrabajo” y las
reubicaciones corporativas.

Alert in Cyberspace!

Aunque Paul Virilio escribe obras magníficas desde hace


muchos años acerca de la tecnología y otros temas rela-
cionados, ha sido muy recientemente que el mundo de la
cybercultura ha comenzado a tomarlo en cuenta y que,
en consecuencia, él se ha dedicado específicamente a este
mundo en sus últimos ensayos, sobre todo en su libro
Cybermundo (Dolmen Ediciones, 1997), recientemente
publicado en español. Esta obra debería ser lectura obli-
gatoria en todas las escuelas e institutos que pretenden
enseñar algo sobre la tecnología. Independientemente de
la posición que se adopte sobre sus opiniones, es funda-
mental que nuestros jóvenes empiecen a pensar en forma

108
crítica acerca de ese tejido cultural llamado tecno-
logía, que sustenta desde ya sus vidas y que cada
vez jugará un papel más importante en todas sus
actividades: desde el estudio y en entretenimiento
hasta su trabajo, su salud y posiblemente su vida
afectiva. Una posición pesimista como la de Virilio
puede servir de antídoto a la aceptación pasiva y
sin examen de la aparentemente irresistible imposi-
ción del modo de vida que induce la tecnología.

Pail Virilio es un personaje sorprendente. Hombre


culto y dotado de una gran calidad estilística, ha sido
por mucho tiempo historiador militar y se ha ocupa-
do de temas como la construcción de fortalezas, los
problemas asociados a los vehículos que se despla-
zan a alta velocidad y finalmente, tal vez como re-
acción ante el descubrimiento que del él hace el
mundo de la cultura digital, de Internet y las nuevas
tecnologías. Todos estos temas los ha tratado con
profundidad y elegancia, y cada libro suyo es una
pequeña joya – sus libros son breves, casi
opúsculos.

Tal vez lo más interesante que se pueda destacar del uni-


verso intelectual de este hombre es, además de la multipli-
cidad de sus intereses y de su habilidad para relacionar
materias aparentemente disímiles o conceptualmente leja-
nas, es la posición básica desde la cual piensa y escribe:
Virilio es un católico que no se avergüenza de afirmar que
cree en el Apocalipsis y en la Segunda Venida de Cristo,
afirmaciones estas un poco incongruentes en nuestro

109
mundo desposeído de una perspectiva de lo sagra-
do, un mundo que pareciera haber confiado su des-
tino entero a las promesas de la ciencia y la tecno-
logía, aunque cada día los economistas, los astró-
nomos o los científicos de la computación nos reve-
len un nuevo error en sus teorías o en sus prediccio-
nes.

De sus múltiples intereses nos habla su biografía:


nació en París in 1932, estudió arquitectura, fue
editor de varias revistas y ha sido profesor de ar-
quitectura en la Ecole Speciale d’Architecture en
París desde 1968, donde se convirtió en director
de estudios en 1973. Ha estudiado la arquitectura
de los “bunkers” y ha dirigido exposiciones sobre
este tema (sobre el cual también ha teorizado). En
1989 fue nombrado profesor del College
International de Philosophie en París, bajo la pre-
sidencia de Jacques Derrida.

Algunas de sus obras más importantes también tes-


timonian el espíritu enciclopédico de este pensador:
El arte del motor (1995), Arqueología de los
Bunkers (1994), La Máquina de la Visión (1994),
Estética de la Desaparición (1989), Velocidad y
Política y muchos otros títulos relacionados con la
tecnología, la velocidad, la historia militar y la ar-
quitectura.

Algunos de estos libros contienen interesantes opi-


niones que creemos que vale la pena citar in exten-

110
so, como los epígrafes iniciales:

De “Cibermundo ¿una política suicida?” (páginas 14


y 15):

Bien sabemos, sólo se progresa con una


tecnología reconociendo su accidente
específico, su negatividad inherente.

Sin embargo, en la actualidad, las nue-


vas tecnologías constituyen el vehículo
para un cierto tipo de accidente que ya
no es local y situado con precisión, como
el naufragio del Titanic o el descarrila-
miento de un tren, sino un accidente ge-
neral, un accidente que involucra inme-
diatamente a la totalidad del mundo.
Cuando se nos dice que la red Internet
tiene una vocación mundialista, eso es algo
evidente. Pero el accidente de Internet,
o el accidente de otras tecnologías de la
misma especie, es también la aparición
de un accidente total, por no decir inte-
gral. Sin embargo, tal situación no tiene
precedentes. Jamás hemos asistido, sal-
vo, tal vez, durante la caída de la Bolsa,
a un accidente integral, un accidente que
afecte a todo el mundo al mismo tiempo.

111
¿Hace falta señalar el carácter profético de este pá-
rrafo, cuando pensamos en el llamado problema
Y2K (el “problema del año 2000”) o las repercu-
siones de la caída de las bolsas asiáticas?

Los multimedios nos enfrentan a la si-


guiente pregunta: ¿seremos capaces de
hallar una democracia del tiempo real,
del live, de la inmediatez y de la ubicui-
dad? Pienso que no y aquellos que se
apuran en afirmar lo contrario no son
gente muy seria.

Creo que todos aquellos que navegamos en la Web,


sobre todo en los sitios de discusión sobre la “so-
ciedad del futuro”, estamos un poco cansados de
las predicciones de un mundo mejor producido por
la tecnología.

De El Arte del motor:

Si según Gaboriau el tiempo es una oscu-


ridad más que borra, uno a uno, los indi-
cios materiales y nos aleja de la realidad
de los hechos y las cosas, ¿que ocurre
con el efecto de realidad de los del tiem-
po-luz, de la falsa proximidad de ese
mundo sin espesor y sin sombra cuya

112
unificación prometida maravillaba a
McLuhan?

Por supuesto, unas posiciones tan radicales, por muy


lúcidas o inteligentes que sean, no podían quedar
sin contestación, por otras mentes tan lúcidas como
la suya. Bástenos citar este ejemplo de la revista
Radical Philosophy de mayo de 1996, basado prin-
cipalmente en una crítica de sus posiciones extre-
mas expuestas en “La Máquina de la Visión”:

Existen también uno o dos problemas


preocupantes acerca de la visión de Virilio
sobre la tecnología. Por una parte, su trabajo
se fundamenta en un pesimismo tecnológico.
De hecho, uno no puede evitar escuchar la
voz prohibida de Jacques Ellul, como un eco,
a través de las páginas de “La Máquina de la
Visión”. Como Ellul, Virilio no comprende que
aunque las tecnologías de la visión sean técni-
camente factibles, esto no significa que nece-
sariamente serán rentables o prácticamente
susceptibles de ser construidas. Más aun,
Virilio pareciera no estar consciente de lo que
pudiera ser descrito como “tecnologías com-
puestas”, como los vídeo juegos, que incor-
poran teclados, sonido y visión. Tampoco
parece estar enterado de los análisis feminis-

113
tas de la tecnología y la subjetividad, como los
propuestos por Donna Haraway. De igual
manera, el énfasis de Virilio en la desaparición
del espacio material y su casi completa susti-
tución por el “espacio de la velocidad” de las
cámaras de vídeo de vigilancia, parecieran no
sólo prematuros, sino un tanto exagerados.

Se puede o no estar de acuerdo con las opiniones


de Virilio, y en mi caso particular, la mayoría de las
veces no lo estoy, pero ante la creciente banalidad
de todo lo que se escribe sobre el cyberespacio, la
“sociedad virtual”, la “nueva economía” y todo ese
universo de lugares comunes que forman el vocabu-
lario de los adolescentes y de muchos así llamados
expertos, es reconfortante leer la prosa clara y pre-
cisa, un poco tersa, muy francesa, de este hombre a
quien las modas han lanzado a las páginas de las
revistas de tecnología, tal vez contra su voluntad.

114
The Well

115
The Well

El tema de las “comunidades virtuales” aparece en cada


anuncio de un nuevo “portal” o de cualquier servicio de
hosting o de conexiones a Internet, los cuales proliferan a
una velocidad inconcebible. Este uso constante de un tér-
mino cuyo significado, amplio y a veces impreciso, remite
sin embargo a una realidad tecnológica muy específica, ha
resultado en que prácticamente cualquier lista de correos
sobre cocina o sobre un candidato político sea considera-
da una comunidad virtual.

Esta banalización de los términos y conceptos de Internet


corre pareja con la transformación que sufrió la Red, que
la ha llevado a ser una estructura predominantemente co-
mercial, muchas veces de contenido insípido o incluso
pernicioso, y en todo caso, el escenario de luchas entre
titanes del mundo de las comunicaciones y la tecnología,
que deforman cada vez más su carácter original (me refie-

116
ro a la Internet post-militar) en un sentido que pareciera
sólo beneficiar a este grupo de “cyberinversionistas”.
consultar en wired.com, en su sección de “archivo”) y se
puede encontrar fragmentos de ella en varios sitios de la
Red, en particular en la propia comunidad, en well.com,
aunque en cualquier libro que cuente la historia de Internet
aparecen alusiones o fragmentos de su historia. Para esta
nota he consultado Internet Unleashed, un libro clásico
de los “internautas”, publicado hace unos años por
Sam.net.

The Well, que traducido al español quiere decir “la fuen-


te”, es el acrónimo de Whole Earth ´Lectonic Link. Este
título, un tanto esotérico, se deriva de la publicación Whole
Earth Review, una de muchas revistas que salían de las
mentes de un grupo de hippies californianos que vieron
en la Internet de los primero años la posibilidad de hacer
llegar sus ideas a más gente y, sobre todo, que esta gente
se comunicara entre sí y que, en última instancia, partici-
paran en la elaboración del contenido de estas publica-
ciones.

Stewart Brandt, Lary Brilliant, y otros ligados a The Whole


Earth, crearon lo que en aquel momento (1985) se llamó
una comunidad “on line”, que originalmente consistía de
unos doscientos miembros y extendía sus conexiones en

117
el área de San Francisco.

Muy pronto, gracias a la conectividad que permite Internet,


contó con miembros de todas partes de Estados Unidos
y, finalmente, del mundo, llegando a tener hoy mas de diez
mil habitantes. (Aunque originalmente esta comunidad era
“basada en texto”, es decir, sus miembros escribían men-
sajes en una estación de trabajo Unix, actualmente, gra-
cias a la Web, su independencia de plataformas y su in-
terface gráfica, The Well es accesible desde cualquier
computadora y a un precio muy reducido (yo me afilié por
diez dólares al mes, aunque hay una afiliación más costosa
que incluye servicios especiales. Para más información,
pueden consultar directamente en Well.com.

The Well es un lugar del “cyberespacio” para conocer


gente interesante, para mantener discusiones sobre prác-
ticamente cualquier cosa, mediante sus “conferencias”, que
se ocupan de temas tales como: Responsabilidad y Políti-
ca, Medios de Comunicación, Negocios y Vida Cotidia-
na, Artes y Letras, Recreación, Computadoras y muchos
otros más, sin contar con las “conferencias” privadas que
se pueden establecer entre un grupo de miembros.

Quienes hayan tenido experiencia con servicios tales como

118
Compuserve o American Online, reconocerán en las
conferencias de The Well, los “foros”, con sus múltiples
salones y áreas privadas. La diferencia, quizás, está en la
calidad de los participantes, en la libertad existente en las
discusiones (no hay censura, como sucede en otros servi-
cios que pasan por ser comunidades) y la obvia trascen-
dencia que en el mundo cyber han tenido algunas de las
discusiones que se han dado en The Well, cosa que se
puede decir de muy pocas otras comunidades, al menos
de las conocidas. (Sabemos que en Internet hay también
un mundo subterráneo en el que ocurren cosas fascinan-
tes y discusiones que pueden cambiar la vida de uno, pero
tal vez este no es el medio más idóneo para hablar del
asunto). Por ejemplo, de esta comunidad salieron los fun-
dadores de Electronic Frontier Foundation, una aso-
ciación fundada para preservar los valores de libertad de
expresión en la Red, así como el espíritu y valores
originales de los primeros “internautas” (eff.org).

Hay quienes, como Mark Pesce y otros personajes fun-


damentales de la Red, piensan que Internet “ya no es lo
que solía ser”, que ha sido absorbida completamente por
el espíritu comercial, que sólo fue un breve paréntesis de
posibilidades humanas entre su uso militar y los pocos años
que transcurrieron hasta su inmersión en la e-basura que

119
surge a diario, y que queda poco espacio en ella para
hacer algo que valga la pena.

Hay quienes piensan que sus ilusiones utópicas sobre una


democracia electrónica, un universo libre y autónomo, fuera
del control del las corporaciones y los gobiernos, se ale-
jan cada vez más de las realidades de la Red. Las comu-
nidades virtuales que proliferan como hongos, en su ma-
yoría, son esquemas para atrapar incautos, para recabar
datos de mercadeo o para vender servicios de otro tipo
que aquellos que supone el afiliado que cuando se afilia.

Dependerá de quienes creen que Internet y las nuevas tec-


nologías pueden abrir una puerta a un nuevo mundo, un
mundo menos podrido que el actual, donde los seres huma-
nos tengan la posibilidad que los medios de comunica-
ción le niegan a cada minuto, es decir, la posibilidad
de expresarse libremente, sin tener que invertir una
fortuna, en fin, de quienes aún creen en las viejas
promesas de los pioneros de The Well y de otros
“cyberutopistas”, la posibilidad de crear verdade-
ras comunidades virtuales y abrir nuevos e inespe-
rados lugares para que el pacto de la horda salvaje
con la que soñó Freud pueda convertirse en un nue-
vo pacto simbólico de comunicación, solidaridad y

120
construcción de un mundo mejor.

121
122
¿Porqué leer hoy a Marshall McLuhan?

123
124
¿Porqué leer hoy a Marshall McLuhan?

Recientemente, preparando la bibliografía de un ensayo


sobre la evolución de la tecnología, hice las paces con un
autor que en mi juventud injustamente desprecié, en parte
porque no compartía sus puntos de vista, en parte, creo,
por la presión del grupo: hace veinte años, este sabio ca-
nadiense era un ideólogo “tecnócrata” y conservador para
una juventud que creía ser progresista. Por otra parte, ahora
lo veo claro, ni siquiera comprendíamos de qué hablaba
este señor, y rechazábamos sus argumentos más
“provocadores”, sin darnos cuenta, ¡oh tierna juventud!,
que eran eso, simplemente provocaciones.

Todo el universo de digeratti que se mueve alrededor del


Media-Lab del MIT, la revista Wired y, en general, lo
que hoy se conoce como los “utópicos tecnófilos”, consi-
deran a McLuhan uno de sus precursores, o más que eso,
un santo patrón de toda esta transformación tecnológica
que estamos viviendo; algunos llegan a hablar de un pro-
feta iluminado por Dios. Pero como suele suceder en toda
sacralización, de una persona, de una idea o de un sistema

125
filosófico, se suele perder la sustancia en aras de los as-
pectos más superficiales. Es nuestra percepción que esto
es lo que ha sucedido con McLuhan.

Si bien es posible que no se trate de un santo patrón, es


indudable que ya no podemos seguir considerando a este
gran hombre como un simple tecnócrata y que su obra,
tomada en conjunto, está llena de pasajes memorables,
de ideas sumamente fecundas, de frases estupendas que
merecerían aparecer en cualquier antología sobre la tec-
nología de este nuevo siglo, si es que alguna vez se compi-
la una.

Quizás una de las mayores carencias de quienes tratan de


comprender un fenómeno que cambia a un ritmo superior
al de la propia capacidad de comprender, es la falta de
herramientas conceptuales para pensar el futuro, ese ob-
jeto imaginario que ha dejado de ser un horizonte de los
miedos y las esperanzas para convertirse en una metáfo-
ra. En un pasaje de La Aldea Global, libro que McLuhan
comparte con B.R. Powers se dice: “Lo que sucede en la
actualidad es que los cambios se producen tan rápida-
mente que el espejo retrovisor ya no funciona: a velo-
cidades supersónicas, los espejos retrovisores no sir-
ven de mucho. Se debe tener la forma de anticipar el
futuro. La humanidad ya no puede, debido a su miedo
a lo desconocido, gastar tanta energía en traducir todo
lo nuevo en algo viejo, sino que debe hacer como el
artista: desarrollar el hábito de acercarse al presente
como una tarea, como un medio a ser analizado, dis-
cutido, tratado, para poder vislumbrar el futuro con

126
mayor claridad”. Esta obra está repleta de pasajes
similares que abordan este problema y que, se esté
o no de acuerdo con las propuestas conceptuales
del libro, con seguridad que constituyen una exce-
lente fuente de inspiración para la construcción de
ese pensamiento crítico que tanta falta hace.

¿Por qué vale la pena releer a McLuhan hoy, sin


prejuicios, ni en un sentido ni en otro, sino tratando
de darle su justo lugar en medio de este proceso
sumamente acelerado de cambio que estamos vivien-
do?

Creo que hay dos razones fundamentales. Primero,


se trata de un hombre de una inmensa cultura huma-
nista, cultura que se refleja en la riqueza y variedad
de las referencias bibliográficas y culturales que
emplea. De alguna manera, posiblemente inconscien-
te, McLuhan tendió un puente entre esos dos uni-
versos mentales que había demarcado C.P. Snow,
en su famoso ensayo Las Dos Culturas, donde ha-
blaba de la separación casi insuperable entre los
científicos y los tecnólogos, por una parte, y los hu-
manistas, por la otra, precisamente una de las gran-
des carencias de los actuales gurúes de la Internet
y del cambio tecnológico (Nicolás Negroponte, hé-
roe máximo de la generación cyber, confiesa en su
famoso libro Being Digital, que no le gusta leer, lo
cual se puede constatar fácilmente por la pobreza
cultural de sus textos, por lo demás interesantes).
Fuera de bytes, anchos de banda y nociones su-

127
perficiales e insustanciales sobre la “sociedad de la
información”, la cultura de estos gurúes suele estar
formada por la lectura apresurada de best-sellers
de mala calidad o del aluvión insoportable de profetas
que siempre se equivocan y que cada seis meses nos pro-
ponen una nueva moda gerencial, como aquellos famosos
consultores que dictaban cátedra sobre la excelencia en
las empresas: unos años después de la publicación de su
exitoso libro, todas las empresas que utilizaron como ejem-
plo de excelencia estaban en serias dificultades financie-
ras.

La otra razón para releer a McLuhan es que, en cier-


ta forma, sí ha sido un profeta. Pasajes extraordi-
narios de sus obras prevén eventos que están suce-
diendo frente a nuestros ojos, a pesar del hecho que
McLuhan pensó su obra teniendo en mente el vídeo
y la televisión, y que no pudo ver el desarrollo de
los medios digitales como el CD-ROM, Internet y
todo lo que ya sabemos. ¡Qué interesante sería es-
cucharlo hoy disertando sobre estos medios!

He leído varias historias sobre el surgimiento de las


nuevas tecnologías y me sorprende lo recientes que
son los antecedentes que se presentan para narrar
esta historia. Muchas veces se ignora que en las pri-
meras décadas del siglo Vannevar Bush propuso un
sistema mecánico que enlazaba información en for-
ma muy similar a como lo hace hoy la World Wide
Web que todos conocemos. En general, en estas his-
torias, cuando mucho, se comienza con los aspec-

128
tos más “pesados” de la tecnología, es decir, el
hardware, las máquinas, y se sigue con los avances
en la programación, en los cambios de paradigmas
y en las nuevas metodologías. Los héroes de estas
historias son los inventores de los switches de co-
municación, los padres de las interfaces gráficas y el
inevitable Bill Gates, a quien hay que nombrar no importa
en qué contexto, como involuntariamente lo estoy hacien-
do ahora. Rara vez se menciona la contribución de los
grandes pensadores, de hombres como McLuhan. Por
eso es importante leerlo hoy, a la luz de los cambios que
estamos viviendo, aunque se trate de una lectura difícil, a
veces contradictoria, pero siempre estimulante, que nos
puede ayudar a comprender algunos de los aspectos más
desconcertantes de este Brave New Digital World.

129
130
Mark Pesce, un technopagano en el bos-
que encantado

131
132
Mark Pesce, un technopagano en el
bosque encantado

El mundo digital, el cyberespacio, ese lugar sin lu-


gar en el que sin embargo suceden cosas y se en-
cuentra la gente, está lleno de sorpresas y miste-
rios; como uno de esos bosques mágicos de los
cuentos infantiles, tiene sus personajes, sus hadas y
sus brujas, sus pasajes secretos y sus lagos encan-
tados.

Si uno da una primera mirada, a través de los “mo-


tores de búsqueda” o de los “portales”, posiblemente
no vea ese bosque encantando, sino una especie de
centro comercial de mal gusto, en el que se venden
alfombras persas y galletas de casabe. Con algunas
contadas excepciones, la imaginería de los
diseñadores de páginas Web, que es lo que en rea-
lidad ve la mayoría de los usuarios de la Red, pro-
viene de la ciencia-ficción, cuando son muy viejos,
y de los anuncios publicitarios de las revistas de ne-
gocios, cuando son más jóvenes, y en ambos casos,
la fealdad reina campante. Visitar la Web, en estos

133
días, sin un recorrido conocido, es una experiencia
desagradable.

Pero el bosque encantado existe. Escondido detrás


de los portales, sumergido bajo una montaña de
“banners” pornográficos o de servicios inútiles, se
esconde un tesoro de información y de encuentros
humanos que todavía durarán un tiempo, hasta que
los monopolios de los “emprendedores” terminen
por pavimentarlo, como lo hicieron con nuestras
hermosas ciudades cuando derribaron los viejos y
elegantes edificios para construir estacionamientos.

En este bosque encantado, donde uno puede leer


libros de todo el mundo, donde se puede conversar
de tú a tú con personajes extraordinarios, aprender
desde cómo preparar una ensalada hasta cómo cons-
truir una nave espacial, en este mundo vive uno de
los seres más fascinantes de la cybercultura, en
parte arquitecto y en parte producto de la misma, a
quien le vamos a dedicar las siguientes palabras.

Se trata de Mark Pesce, el co-creador (con Toni Parisi)


del lenguaje de la realidad virtual, el VRML, en el año
1994 y autor de varios libros sobre el mismo. Mark
Pesce era un estudiante del Instituto Tecnológico de
Massachusetts (MIT), quien fue expulsado por dedi-
carse a tareas que poco o nada tenían que ver con su
plan de estudios. Como casi toda la generación de jó-
venes que contribuyó a la revolución de los
microprocesadores y microcomputadoras, Pesce es

134
un “drop out”, alguien que realizó su trabajo más
fructífero fuera del ambiente académico, aunque más
tarde, gracias a ese mismo trabajo, las universida-
des, y en particular el MIT, sobre todo el famoso
Media Lab, han contado con su presencia y en al-
gunos casos, Pesce ha actuado como instructor o
como investigador en algunas de las más prestigio-
sas universidades norteamericanas. Él mismo comen-
ta con ironía: “tiene más prestigio ser botado de MIT
que graduarse allí”.

Aunque como veremos más adelante, el VRML y la


realidad virtual no son los únicos interés de Pesce,
estos son los temas por los que más se lo conoce, y
merece, por lo tanto, que le dediquemos unas pala-
bras. El VRML es, para la realidad virtual, lo que el
HTML es para la Web, es decir, un lenguaje “de
marcas” (Mark up language), que permite especi-
ficar en un archivo de texto, información de una gran
complejidad.

En el caso del HTML, los textos, las fotografías, las


animaciones y el resto de los elementos que pueden
aparecer en una página Web, se especifican median-
te una serie de comandos muy fáciles de aprender,
aunque cada vez que la tecnología produce una nue-
va posibilidad para la Web, el HTML se aleja más
de sus inicios como lenguaje puramente semántico
(“qué es lo que quiero que se muestre”) e incorpora
más elementos procedimentales (“cómo quiero que
se muestre”). El VRML, en ese sentido, es mucho

135
más consistente y, a pesar de los cambios que ha
sufrido con cada nueva versión, su estructura sigue
siendo fiel a sus comienzos como lenguaje que es-
pecifica lo que hay que mostrar, dejando a los
visualizadores (o “browsers”) mucho del trabajo de
cómo lo ha de hacer.

Pero, ¿qué muestra el VRML? Como su nombre lo


indica y como ya lo hemos señalado, el lenguaje se
usa para construir, desplegar y “navegar” mundos
virtuales. Las definiciones de cada una de estas ac-
ciones merecerían un artículo propio, por lo cual
dejo al lector la tarea de enterarse en los propios
libros y artículos de Pesce (http://
www.hyperreal.org/~mpesce/vitae.html) los detalles
más finos de estas crudas explicaciones que aquí
brindo.

Si en una página Web “normal” podemos “navegar”


haciendo “click” en los vínculos o links que se en-
cuentran (generalmente como palabras subrayadas
o en un color distinto al resto del texto) o dentro de
un gráfico o en un “mapa de bits”, en una página de
VRML podemos simular que “caminamos” en una
habitación, y lo que vemos irá cambiando a medida
que avancemos en una dirección determinada.
Adicionalmente, podemos hacer “click” en un vín-
culo y acceder a otro mundo virtual, en forma idén-
tica a como hacemos con HTML. Por ejemplo, pue-
do caminar dentro de una biblioteca, los libros que
vayan apareciendo en mi pantalla (con la debida

136
sombra, luces y perspectiva que haya definido el
autor de este “mundo virtual”) dependerán del sen-
tido en que yo recorra la biblioteca. Si encuentro un
libro que me interesa, puedo hacer “click” sobre él,
y entonces este (una página Web, posiblemente) se
abre ante mis ojos para ser leído o copiado en mi
computadora.

Las posibilidades del VRML van mucho más allá de


estas simples explicaciones, y los mundos artificia-
les que se pueden crear están limitados sólo por la
imaginación y por el conocimiento del lenguaje que
tenga el autor (contrariamente a lo que piensan al-
gunas personas, y como lo ha dicho varias veces el
mismo Pesce, el VRML, por ser simplemente texto
que un visualizador interpreta, no tiene grandes re-
querimientos de ancho de banda, por lo cual puede
ser una tecnología preferida al vídeo o a los contro-
les activos, dependiendo de las circunstancias y de
lo que se desea hacer).

Decíamos antes que Mark Pesce no limita sus inte-


reses a la realidad virtual o al VRML. Un aspecto
interesante de sus actividades, que justifica el nom-
bre de este artículo, es su posición filosófica de
“technopagano”, y su trabajo derivado de esta vi-
sión del mundo.

Explicar el nuevo paganismo hijo de la tecnología


más avanzada está más allá de mis capacidades y
del propósito de esta nota; no puedo, sin embargo,
dejar de mencionar que se trata de un intento muy

137
interesante de encontrar un sentido espiritual pro-
fundo a las maravillas que hace posible la nueva tec-
nología. Antiguos rituales, religiones perdidas, al-
quimia, las obras de magos como Aleister Crowley,
el budismo y quien sabe qué otra cosa, unidas todas
al uso más sofisticado de los nuevos dispositivos tec-
nológicos, han creado un híbrido cultural que, aun-
que practicado por una pequeña elite, tiene una in-
fluencia en los sectores de la alta tecnología mucho
más grande de lo que la gente imagina.

Una encuesta reciente en Silicon Valley reveló que


más de la mitad de los trabajadores de la industria
de alta tecnología eran practicantes de algún culto
esotérico o creían en la magia, el Tarot, el I Ching o
alguna de las muchas facetas con la que lo irracional
ha hecho su entrada por la puerta trasera de nues-
tro mundo desacralizado.

En este sentido, Mark Pesce ha diseñado rituales


para sus amigos y para cualquiera que los quiera
practicar. Son interesantes, inocuos, y se pueden
probar, si el lector lo desea, buscando sus claves en
http://www.hyperreal.org/~mpesce/rituals.html.

Actualmente Mark Pesce es un conferencista muy


solicitado, ensayista bastante prolífico, un digeratti
en el buen sentido del neologismo. Estamos seguros
que de estas actividades saldrán nuevas reflexiones
e ideas para que el bosque encantado no se pierda,
o como repiten los gringos, un poco hipócritamente,
shall never perish from the face of the earth.

138
En memoria de Terence K. McKenna

139
140
En memoria de Terence K. McKenna

…ha padecido ese proceso impuro que se


llama morir…
J.L. Borges, sobre G.K. Chesterton

Cuando se piensa en los orígenes de Internet y en


quienes le dieron forma, contribuyendo con sus in-
venciones tecnológicas, con sus ideas y aportes
científicos, se tiende a olvidar que muchos hombres
y mujeres que no eran tecnólogos, o cuyo aporte al
desarrollo de la Red no fue tecnológico, jugaron un
papel destacado en el crecimiento y en la estructura
de esta telaraña comunicacional. Tal vez porque la
mayoría de los jóvenes yuppies (Bill Gates, Alan
Kay, Steve Jobs) y sus mentores en los grandes
centros académicos e industriales, crecieron en la
década de los sesenta, o fueron influenciados fuer-
temente por aquellos tiempos de turbulencia, cam-
bio social y espiritual, estos “outsiders” a los que
me refería suelen ser personas que brillaron en aque-
llos años, contribuyeron a la cultura de los sesenta

141
y, en algunos casos, se convirtieron en profetas o
en símbolos de toda una generación.

Pocos se imaginan que Timothy Leary, el descarria-


do profesor de psicología que fue expulsado de
Harvard por experimentar con sus estudiantes con
la droga LSD, se ocupó de la Red en los últimos
años de su vida, diseñando páginas Web de increí-
ble belleza. De hecho, hasta donde sé, fue la prime-
ra persona que murió en la Red: su estado de salud,
con sus indicadores (electrocardiograma, electro-
encefalograma y otros indicios de sus signos vita-
les) se transmitían constantemente, hasta el momen-
to en que falleció, en una fiesta llevada al mundo
gracias a la magia del TCP/IP, rodeado de sus
amigos, y presumiblemente, como su maestro
Aldous Huxley, en un “viaje” psicodélico. Leary in-
fluyó enormemente en gente como Brenda Lauren,
Erik Davies, Marck Pesce, y otros “gurúes” de
Internet, quienes le han rendido tributo en sus en-
sayos, en sus propias páginas Web y en su trabajo
que, en gran medida, refleja algunas de las ideas más
originales de este héroe de la contracultura.

Terence Mckenna fue otro de esos excéntricos


adoptados como profetas por una generación. Quie-
nes asistieron a sus conferencias multimedia, cuan-
do la palabra era conocida sólo en los círculos más
avanzados, jamás olvidarán su elocuencia genial, su
capacidad de unir campos del conocimiento total-
mente distantes, sus intuiciones que se hacían reali-

142
dad como las profesías de un Merlín del
cyberespacio. Frases como las siguientes: “La his-
toria es como una caída de un estado de completitud
dinámica”, “La idea de que la ciencia puede hacer
alguna afirmación acerca de qué es la vida o de dón-
de viene es hoy en día absurdo”, “Nuestros medios
de comunicación aumentan nuestra capacidad de
crear representaciones convincentes de mundos
irreales o de objetos alterados”, y otras que podría
citar so riesgo de aburrir al lector, pueden dar una
idea de la clase de científico irreverente y original
del que estamos hablando.

Terence Mckenna murió hace unos días; la noticia


llegó por mail, de una lista de correos a la que es-
toy afiliado y que está formada, en general (aunque
no exclusivamente) por sus seguidores, entre quie-
nes no me encuentro (listserv@levity.com). Sentí una
gran tristeza: este hombre genial había padecido
estoicamente de un extraño tipo de cáncer y se ha-
bía refugiado en su casa de Hawaii, desde donde
seguía irradiando su pensamiento, cada vez más ex-
traño, casi diría delirante, si no fuera que no deseo
faltarle el respeto a quien nutrió el mundo espiritual
de un grupo grande de gente que admiro por su tra-
bajo.

Mckenna tuvo, como Leary, una influencia inmensa


sobre los desarrollos más avanzados de la Red.
Como aquel, se dedicó a la creación de páginas Web
para diseminar su pensamiento, y al dictado de

143
conferencias cada vez más ricas en su forma, aunque su
contenido rayaba últimamente en lo extravagante (algunos
de los sitios que se pueden visitar son: http://
www.eschaton.com/,http://www.levity.com/eschaton/
tm.html, http://www.levity.com/eschaton/hyperborea.html).

Resumir sus ideas en pocas líneas sería un atropeyo.


Me limitaré a señalar algunos de los temas que más
le preocuparon. Quienes quieran encontrarse con su
pensamiento, en todo su esplendor, no tendrán me-
jor camino a recorrer que leer sus propios escritos
(preferiblemente sus libros: Food of the Gods,
Synesthesia, (con Tim Ely), Psilocybin: Magic
Mushroom Growers Guide, (con Dennis
McKenna)). Hay un texto en particular, que consi-
dero uno de los ejemplos de prosa electrónica más
extraordinarios con los que me haya topado en mi
diario recorrido por la infinita Biblioteca. Me refie-
ro a su escrito sobre los seres de luz, el gnosticismo
y la posibilidad de la anulación del tiempo, “New
Maps of Hyperspace”, disponible para cualquiera
que sepa buscar un documento en Internet.

Mckenna creía en ciertos ritmos que pautan la evo-


lución del universo. Construyó un programa que le
permitió calcular el fin de los tiempos, para el año
dos mil doce: no vivió para ver el cumplimiento de
su profecía, pero hasta sus últimos días insistió en
lo correcto de la misma. No nos dijo si lo que suce-
dería en esa fecha sería bueno o malo y en varias
oportunidades declaró que él mismo no tenía ni idea de lo

144
que acontecería, pero estaba seguro de que un cambio
trascendental ocurriría en el planeta y tal vez en el univer-
so.

Nació en 1946, y creció en el estado de Colorado,


en el pueblo de Paonia. Estudió historia del arte en
la Universidad de California en Berkeley, lugar cé-
lebre tanto por la tecnología que ha producido, como
por su papel en los años de gestación de la cultura
de los sesenta. Mckenna, sin embargo, no se dedi-
có al arte sino a lo que el llamó la “etno-
farmacología”. Durante veinticinco años recorrió el
mundo estudiando los métodos de alteración de la
conciencia utilizados por los shamanes y las trans-
formaciones espirituales que estos decían sufrir, ge-
neralmente a causa de la ingestión de substancias
psicotrópicas. De las muchas cosas que aprendió
con estos sabios primitivos, elaboró su Teoria de la
Novedad (basada en las matemáticas de los
fractales), así como sus especulaciones acerca del
final del tiempo o escatología. Con este aprendizaje
de experiencias ignoradas por los científicos orto-
doxos, obtuvo un grado en Ecología y Shamanismo
en Berkeley, algo que sólo se puede hacer en las
universidades norteamericanas.

Particularmente significativo, en este largo periplo


por el mundo de los hechiceros olvidados, fue su
experiencia en la cascada La Chorrera, en el año
1971, en nuestra América del Sur, donde tuvo opor-
tunidad de realizar un experimento de alucinación

145
colectiva, en el cual pretendió que ciertos sonidos
actuaran como catalizadores de una unión molecular
entre unas substancias químicas y el ADN de los
participantes, luego de la ingestión de hongos
alucinógenos. Esta experiencia está narrada en su
libro de 1975, El Paisaje Invisible. Puede leerse
como el diario de un científico genial o como una
extraordinaria novela de ciencia-ficción. No nos de-
jará indiferentes.

Se puede o no estar de acuerdo con el pensamiento


de Mckenna, y yo ciertamente no lo estoy, sobre
todo con su propaganda a favor de los alucinógenos
y sus últimas especulaciones sobre el final del tiem-
po, pero no se puede negar que sus ideas, su forma
de ver el mundo, sus sentimientos tan intensos so-
bre el cosmos, la evolución y las estructuras enig-
máticas que constituyen nuestra vida, inspiraron a
algunas de las mejores mentes de la tecnología mo-
derna, lo que quiere decir, en última instancia, que
la Red no sería lo que es hoy, sin la contribución
enorme de este genio y sus mejores discípulos.

146
El discurso “posmo” no requiere de un autor

147
148
El discurso “posmo” no requiere de un autor

Para Maribel Espinosa

El discurso llamado “postmoderno”, adjetivo ambi-


guo y equívoco que se le endilga a personajes tan
disímiles como Baudrillard, Foucault, Lyotard y
muchos otros, generalmente franceses (aunque por
estos lares no nos falte nuestra cuota de plagio cul-
tural), ha sido considerado vacío, carente de senti-
do, inútil, aun por aquellos que le reconocen sus
esplendores retóricos y la casi carnavalesca plétora
de referencia textuales.

Se puede o no estar de acuerdo con estas aprecia-


ciones negativas del discurso de la “posmodernidad”
y de sus cultores; no deja de ser aleccionador, por
decir lo menos, comprobar que existe en Estados
Unidos un investigador (Andrew C. Bulhak) que ha
creado un programa que genera textos “posmo” en
forma aleatoria.

149
Quienes quieran divertirse, sea lo que fuere que pien-
sen del asunto, pueden acudir en Internet a la pági-
na Web http://www.csse.monash.edu.au/
community/postmodern.html, donde encontrarán
un ensayo explicativo del funcionamiento del pro-
grama, y, lo más divertido, podrán ejecutar el mis-
mo y ver los resultados.

Los avances en la lingüística estructural y en la cien-


cia de la computación, hacen posible la generación
de discursos sobre dominios semánticos restringi-
dos (por ejemplo, hay programas que, basados en
cierta información inicial, pueden escribir textos ele-
mentales que organizan esta información y la con-
vierten en algo útil), pero la capacidad de mimetizar,
aunque sólo sea en forma paródica, un discurso fi-
losófico que se presenta a sí mismo como la forma
final de todo discurso, no deja de llamar la atención
y tal vez sirva para mostrar que la palabra humana
es un poquito más que la hábil estructuración de
sintagmas predecibles y la profusión de citas.

150
¿Debe la tecnología de la información ser
administrada por los gerentes de infor-
mática?

151
152
¿Debe la tecnología de la información ser
administrada por los gerentes de infor-
mática?

Desde hace unos años, y particularmente en los úl-


timos meses, una controversia se ha desatado en los
países avanzados sobre el tema de la administra-
ción de la tecnología; la profusión de artículos en
las revistas especializadas (por ejemplo, el Journal
of the ACM) dan fe de cuán acalorados están los
ánimos. ¿En qué consiste esta controversia? Desde
hace unos años los economistas vienen insistiendo
en la discrepancia que existe entre los gastos e in-
versiones en tecnología de la información
(computadoras, software, redes, entrenamiento,
comunicaciones, etc.) y la productividad y la renta-
bilidad de las empresas. Aunque no existe consenso
respecto de este tema, hay cifras que son suficien-
temente contundentes como para que, aun si no se
está de acuerdo con las interpretaciones que dan
los economistas, al menos lo ponen a uno a pensar.
Pero dado lo paradójico de las estadísticas (para-

153
dójico, al menos, en lo que respecta al sentido co-
mún), es sano reflexionar sobre algunos aspectos de
estos temas. Creemos que una pregunta central fren-
te a estas cifras es: ¿quién y con qué criterios debe
administrar la tecnología de la información de una
empresa?

Pareciera una pregunta ociosa, ya que existen fun-


ciones gerenciales bien definidas, avaladas por años
de práctica administrativa y perfectamente demar-
cadas en los organigramas de las organizaciones.
¿Por qué entonces la pregunta? Precisamente por
todas esas razones: el aval del tiempo, la autoridad
de los organigramas, la formación académica con
décadas de experiencia, son sólo paráfrasis para
evadir mencionar el inexorable paso del tiempo, que
nos ha traído una irreparable discrepancia entre los
procesos reales de la empresa y su estructura
organizativa, debido fundamentalmente a la evolu-
ción de la tecnología. Pudiéramos afirmar, sin te-
mor a ser tomados por extremistas: el cambio tan
radical que ha sufrido la tecnología de la infor-
mación en la última década ha vuelto
anacrónicos los métodos y paradigmas con los
cuales se pretende administrala. En otras palabras,
hace mucho tiempo que la computadora dejó de ser
un activo más de las empresas, como los tornos o
cualquier otra máquina, para convertirse, en muchos
casos, en un componente de una red de dispositi-
vos, metodologías y elementos tecnológicos que se

154
resisten a ser administrados con las criterios que tal
vez todavía son validos para otro tipo de activos.

De la misma manera, hace ya mucho tiempo que


pasaron los días en que los usuarios de la tecnolo-
gía eran pasivos proveedores de información para
un departamento casi esotérico que “procesaba”
aquellos datos y, al cabo de unos días, les entrega-
ba unos informes diseñados sin su concurso y que
muchas veces carecían de utilidad. Las herramien-
tas disponibles actualmente han redistribuido el po-
der real dentro de las empresas, aunque el poder
formal siga rigiéndose por los anticuados organigra-
mas (he visto organigramas de departamentos de
sistemas que todavía consideran la función del ope-
rador, figura de los años setenta que sólo tiene sen-
tido en situaciones muy especiales).

En nuestra experiencia como consultores de infor-


mática hemos observado que muchas veces se pa-
gan altos precios por un cambio de versión de sis-
temas, sin ninguna justificación en términos de cómo
este cambio beneficia a la empresa desde el punto
de vista de su rentabilidad, de su productividad, de
su participación en el mercado, o de la mejora del
clima organizacional, sino más bien muchas veces
sucede que los argumentos están basados en apre-
ciaciones subjetivas o imaginarias, tales como “la
necesidad de estar actualizados”, “usar tecnología
de punta” y otros similares. Como dice el econo-
mista Hernán Torres, la única utilidad que estos ge-

155
rentes incrementan es la de sus proveedores. Es
nuestra apreciación que la administración de la tec-
nología de la información no debería estar exclusi-
vamente en manos de los departamentos de siste-
mas o de informática, sino que debe ser una tarea
cuya responsabilidad debe ser compartida por la alta
gerencia y en algunos casos, por los propios accio-
nistas de la empresa.

Esto no significa que un presidente o un gerente ge-


neral deban conocer los innumerables detalles que
constituyen la plataforma tecnológica de una empre-
sa moderna, ni que deban ser expertos en teleco-
municaciones, ni nada por el estilo. Significa, sim-
plemente, que deben exigir a los expertos que sí
conocen estos detalles, la justificación, en términos
de los fines de la empresa, de cada inversión im-
portante que se realice. Por otra parte, aunque ya
dijimos que los miembros de la alta gerencia no tie-
nen que ser expertos en tecnología, sí pensamos que
así como se informan día a día de aspectos finan-
cieros como la tasa de cambio del dólar o los
indicadores bursátiles, sin ser expertos en finanzas,
así también deberían estar informados sobre las
grandes tendencias de la tecnología y los cambios
que se registran a diario en esta esfera de la activi-
dad humana. Finalmente, creemos que la alta ge-
rencia debería considerar seriamente examinar la
estructura de sus empresas y evaluar hasta qué punto
las funciones designadas para la administración de
la tecnología se corresponden con sus procesos rea-

156
les, y tomar las decisiones que considere necesarias
para que así lo sea. No se trata de una apreciación
teórica ni de un punto de vista filosófico (aunque
ambas cosas sustentan estas afirmaciones): se trata
de la rentabilidad de las empresas.

157
158
Índice

Introducción .............................................................. 7
Comunicación Humana y Tecnología ........................ 19
Sueño y Vigilia, ........................................................ 27
El nuevo nomadismo y los dispositivos portátiles ....... 43
Los sistemas de información: mitos y realidades ........ 53
La revolución de la información ................................ 69
Frustración, Tecnofobia y
Tecnoestrés en la Empresa de Hoy ........................... 81
Paul Virilio, genio y outsider ................................... 105
The Well ................................................................ 115
¿Porqué leer hoy a Marshall McLuhan? ................. 123
Mark Pesce, un technopagano
en el bosque encantado .......................................... 131
En memoria de Terence K. McKenna .................... 139
El discurso “posmo” no requiere de un autor .......... 147
¿Debe la tecnología de la información ser
administrada por los gerentes de informática? ......... 151

159
Esta edición de El Desafío Digital consta de 1000
ejemplares, impresos en Caracas, Venezuela, en el
mes de agosto del año 2000.

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