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Max Weber, La ética protestante y el espíritu del capitalismo, Buenos Aires, Hyspamérica, 1988.
Título original: Protestantische ethik (1904-1905)
Reseña
I

Existen ciertas obras que ostentan la peculiar virtud de prolongarse largamente en las de
otros autores, ya sea en encendidos debates o en invocaciones a una autoridad supuestamente pro-
bada por la coherencia teórica que esgrimen. También en ser objeto de vivas críticas que obligan a
sus recusadores a un particular esfuerzo demostrativo, y aún cuando tales cuestionamientos resultan
finalmente eficaces, la obra en cuestión sigue gozando de una reputación elevada que se expresa en
su calificación como “clásica”.
Sin duda, “La ética protestante y el espíritu del capitalismo”, del célebre sociólogo alemán
Max Weber (1864-1920), es una de ellas. Seguramente, aunque no sólo, por la apertura de un plan-
teo sólidamente argumentado en torno a la vinculación entre protestantismo y capitalismo que, por
bastante tiempo, constituyó una explicación paradigmática para muchos de quienes se adentraban
en la investigación del surgimiento de la moderna sociedad burguesa. Pero, quizás más permanen-
temente, su prestigio se deba a que obliga a pensar los problemas de la relación entre las “condicio-
nes materiales” de producción de la vida y las “ideas” que interaccionan con ellas en una diversidad
de planos y niveles, que alejan eficazmente esas imágenes simplificadas tan difundidas, ya sea que
dicha imágenes propongan una vinculación basada en la causalidad unívoca de una estructura eco-
nómica omnipresente, o, contrariamente, la de una realidad material maleable casi sin límites por un
pensamiento siempre igual a sí mismo, no importa por quién, cuándo y cómo sea enunciado.
Esta fuera de mi intención, y también de mis posibilidades, seguir el desarrollo del debate y
la reflexión que la obra inició.1 Baste mencionar, para dar idea de su influjo, el que mantuvo y man-
tiene sobre importantes historiadores y teóricos, estudiosos del nacimiento de la sociedad capitalis-
ta, como Troeltsch y Landes. ¿Cuál sería entonces el interés en reseñar una obra tan tratada y de la
que todos, directa o indirectamente, tienen ya una noción? La respuesta está, tal vez, en la palabra
indirectamente, y aunque esta reseña no implicará un cambio respecto de esa condición para quien
no ha leído la obra del pensador alemán, espero cumpla otro objetivo: el de alentar su lectura.
La preocupación de toda la obra weberiana, signada por el tiempo que le toca vivir al autor y
en la que se inscribe “La ética...” como uno de sus primeros renglones, es la de buscar una explica-
ción a esos fenómenos culturales propios de la civilización occidental que parecen representar una
dirección evolutiva de validez y alcance universal. Validez y alcance cuyas bases de sustentación
cree encontrar Weber en una “racionalidad” que invade y estructura todas las esferas y manifesta-
ciones de la vida sociocultural, sean éstas las ciencias o el arte, el derecho o la organización buro-
crática estatal. Entre estos fenómenos exclusivos de la vida occidental hay uno que, en el discurso
weberiano de “La ética..”, articula implícitamente a los demás: es el capitalismo, “el poder más im-
portante de la vida moderna” en palabras del autor.
Un capitalismo distinto de otras formas productivas de ese tipo antes presentes en diversas
formaciones sociales o momentos históricos. Si en algún lugar hay que buscar la avasallante univer-
salidad del moderno orden burgués, para el sociólogo alemán lo indicado es dirigir la mirada al ca-
pitalismo moderno y, más precisamente, a la peculiar racionalidad que lo organiza. Para Weber es
obvio que se trata de un racionalismo específico de la civilización occidental, ya que no han surgido
fenómenos culturales de tal vastedad a partir de otras circunstancias capitalistas. Se trata, entonces,

1.- Ephraim Fischoff ofrece un buen resumen de la discusión que suscitó la obra de Max Weber hasta la Segunda Gue-
rra Mundial, en “Die protestantische Ethik und der Geist des Kapitalismus. Die Geschichte einer Kontroverse”, artículo
publicado en Max Weber, Die Protestantische Ethik, editado por J. Winckelmann, vol.2, Hamburgo, 1972; citado por
Heinrich Lutz, Reforma y Contrarreforma, Madrid, Alianza Editorial, 1994. En la misma obra de Lutz se advierte sobre la
amplísima discusión que la tesis weberiana produjo en las ciencias sociales norteamericanas, y más concretamente,
sobre la posibilidad de su “generalización” a partir de los enfoques de la teoría de la modernización y sus intentos de
aplicación a la realidad del Tercer Mundo; véase Lutz, op. cit., pág 271.
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de conocer las características esenciales de este racionalismo moderno, explicando sus orígenes, y
con esto el de un capitalismo sólo surgido en Occidente: aquél basado en la organización racional
del trabajo formalmente libre. Racionalidad burguesa y capitalismo moderno se entrelazan y reali-
mentan mutuamente en el discurso weberiano, dando vida a un complejo social característicamente
burocratizado y mecanizado, que avanza inexorablemente sobre todos los aspectos de la vida huma-
na, y que no puede dejar otra impresión sobre el pensador alemán, que la imagen de un futuro sig-
nado por el pesimismo.
Los orígenes del capitalismo son así, para quien se detenga en el estudio de esta formación
social, de importancia crucial; tal es el fin que persigue Weber en su trabajo, que paso a continua-
ción a tratar con más especificidad.

II

“La ética protestante y el espíritu del capitalismo” se divide en dos partes, publicadas por
separado, en los años de 1904 y 1905, en la Archiv für Sozialwissenschaft und Sozialpolitik, revista
que el propio Weber fundara, en 1903, junto a Werner Sombart y Edgar Jaffé. La primera parte de
la obra, bajo el título de “El problema”, es un abordaje eminentemente teórico, aunque informado
históricamente, de la relación entre el desarrollo capitalista moderno y la reforma religiosa que se
impuso bajo la marca del protestantismo. Más aún, para Weber el problema es desentrañar esa apa-
rente contradicción entre lo que significaría una idea de estímulo a la actividad económica y la vigo-
rosa regulación del comportamiento que implicó en los hechos la nueva religiosidad, sobre todo
entre las sectas puritanas, centros de atención del pensador alemán. Al autor no se le escapa el
hecho -y más bien es aquí donde encontrará la clave para su tesis- de que la Reforma, aún signifi-
cando la eliminación del poder eclesiástico sobre la vida, comportó, en sentido inverso, la penetra-
ción profunda de un poder de control y regulación de todos los actos de la vida pública y privada de
los creyentes.
Tal contradicción aparente debe ser explicada, sobre todo porque Weber parte de una com-
probación estadística: el florecimiento de la empresa capitalista moderna bajo la dirección de hom-
bres de ideas protestantes. Desde el inicio desecha que tales ideas sean una consecuencia de un de-
sarrollo capitalista que las habría precedido, porque tal hipótesis implicaría valorar el nivel de las
mentalidades como mero “reflejo” de las estructuras materiales de la sociedad. Tampoco lo satisfa-
ce la opinión que pretende explicar la emergencia de esa organización racional-capitalista de la pro-
ducción como meta de llegada de un desenvolvimiento ascendente, unilineal y evolucionista de la
“racionalización”.
La superposición territorial de la expansión del capitalismo y la Reforma estaría indicando,
al igual que el contraste de ambos fenómenos con los que los precedieron, un tipo de vinculación
que puede aportar explicaciones para dilucidar los orígenes de la sociedad moderna. Porque Weber
se encarga de remarcar que no sólo el protestantismo difiere considerablemente de la forma religio-
sa anteriormente imperante, sino que el capitalismo moderno es esencialmente diferente de otros
anteriores que el autor, por sus características y a partir de una quizás demasiado amplia definición
de actividad capitalista, engloba bajo la denominación de “capitalismo aventurero”. Estas formas
productivas fundan sus ganancias en la fuerza o la ilegitimidad de sus procedimientos, y aún cuando
no son incompatibles con la avaricia y la avidez de riquezas, en ellas predomina una mentalidad
tradicionalista que rige los comportamientos del “empresario capitalista” y lo conduce al derroche,
el lujo ostentoso o al mantenimiento de los niveles de vida, sin una reinversión productiva del capi-
tal acumulado. La actividad es encarada con “indiferencia” ética, en el sentido de que no hay ningún
imperativo que obligue a entenderla como deber, no hay sanción ética para el que no quiere acumu-
lar teniendo la posibilidad de hacerlo, no hay reprobación para quien no se dedique a su trabajo co-
mo a una obligación.
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Justamente lo nuevo del capitalismo moderno es que se conforma desde un ethos que impli-
ca formas de comportamiento, frente a la actividad económica, que ya no se basan en una búsqueda
amoral de ganancias sino en la obligación disciplinada del trabajo como un deber. Aquí reside lo
que Weber denomina el “espíritu del capitalismo”, aquel caracterizado por la conjunción de la con-
sagración a la ganancia de dinero por medio de una actividad económica legítima junto a la prescin-
dencia del derroche o gasto personal superfluo, lo que se articula eficazmente con la creencia de la
realización eficiente, como deber y como virtud, de la vocación profesional escogida.
La idea más característica, la que posee en cierto modo un significado constitutivo de la
“ética social” del capitalismo, es la idea del deber profesional, entendido como una obligación que
siente el individuo ante el contenido de su actividad profesional, no importando en qué consista
ésta, y sin que Weber establezca diferencia entre si tal profesión es percibida como pura utilización
de la fuerza de trabajo o mera posesión de capital.
Pero precisamente porque se trata de dos tipos de comportamientos muy diferentes entre sí,
porque es un abismo en la conducta empresarial el que separa los valores tradicionalistas de los
nuevos emergentes, la reorganización racional de la producción propia del moderno capitalismo no
se puede explicar por el influjo repentino del capital en la industria; debe ser expresión de la adop-
ción de un nuevo espíritu empresarial: el “espíritu capitalista”, ese ethos esencial a su constitución.
La originalidad de la economía capitalista será, entonces, “el estar racionalizada sobre la base del
más estricto cálculo, el hallarse ordenada, con plan y austeridad, al logro del éxito económico aspi-
rado”.
Ante un panorama dominado por las mentalidades y actitudes tradicionalistas, es lógico que
Weber descarte cualquier causalidad económica en el surgimiento del nuevo credo empresarial.
También que afirme que tal modo de obrar y concebir a la profesión, a la actividad, no es algo que
pueda surgir individualmente. Debe haber surgido en grupos y tal origen es precisamente clave en la
vinculación que el autor establece entre el protestantismo y el capitalismo. El desarrollo de esta
mentalidad, según Weber, se debió a un largo y continuado proceso de educación. La pregunta es,
entonces, ¿cómo se gestó este espíritu, este ethos del capitalismo? Weber intenta descubrir de dónde
proviene la racionalización imperante, de dónde surge el concepto de profesión-vocación hasta en-
tonces inexistente: se formó a causa de la Reforma.

III

En efecto, fundamentalmente en la segunda parte de su libro, Weber afirma que es a partir


de la Reforma y con Lutero, que se engendra el concepto ético-religioso de profesión, que en los
hechos significó desplazar a la ascesis monástica como medio de superación de la moralidad terre-
na, aun cuando en última instancia, no es más que su continuación reformada para el mundo de la
actividad laica. Es así que, sentido como obligación, el cumplimiento en el mundo de los deberes,
que a cada cual impone la posición social y laboral, constituyen el único medio de agradar a Dios:
se convierten en “profesión”, y toda aquella que sea lícita posee ante el Creador el mismo valor. Sin
embargo, entre esta valoración ética que Lutero realizó de la vida profesional y la definición que da
Weber del “espíritu del capitalismo”, no tiene porqué haber una derivación lógica, sobre todo debi-
do a que en Lutero la idea de profesión sigue unida a la de destino, está cargada de providencialis-
mo, de mandamiento divino. El concepto luterano de profesión se desarrolla todavía dentro del pre-
dominio del tradicionalismo; sin embargo, el paso fue, para Weber, enorme.
Distinto será el caso del calvinismo y su fuerte énfasis en la comprobación del cristiano en
su trabajo profesional, que es una derivación de la doctrina de la predestinación. De todas formas,
en la doctrina de Calvino no halla Weber signos definitivos del despertar del ethos capitalista, e
incluso no pretende hacerlo. Más bien el autor presenta los hechos como consecuencia no prevista y
espontánea de la tarea de los reformadores, en una clara ilustración de cómo ciertas “ideas” alcan-
zan eficiencia histórica. Por eso su énfasis estará en estudiar la evolución del concepto de profesión-
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vocación entre diversas sectas protestantes, la mayoría de orígenes calvinistas más que luteranos, a
las que abarca bajo el concepto de puritanismo, pues todas ellas practican un protestantismo carga-
do de rasgos ascéticos. Y es en este ascetismo en el obrar profesional donde encuentra la conexión
con la racionalización sistemática de la vida moral, que desembocará, prácticamente, en ese espíritu
capitalista que ubica en los orígenes de la moderna sociedad burguesa.
Frente a la doctrina calvinista de la predestinación, la cuestión de la certitudo salutis, la cog-
noscibilidad del estado de gracia, pasaba a tener una importancia primordial, en un contexto, creado
por la misma Reforma, en el que el individuo se halla en una situación de soledad “espiritual”, ya
que nada ni nadie podía interceder para asegurarle su salvación. Indicios seguros que permitieran a
cada cual reconocer su pertenencia al grupo de los electi, se hacían imprescindibles. Por tanto se
convirtió en deber el considerarse un elegido y toda duda era signo de carencia del estado de gracia.
La “intensa actividad en el mundo” era la mejor manera de mantener y desarrollar esa confianza en
uno mismo. Las “buenas obras” ya no eran medios sino signos de elección; lo realmente vital era la
santidad en el obrar, un obrar in majorem Dei gloriam, y este viraje práctico hacia la comprobación
de la gracia en las obras es lo que caracterizó a la ascesis protestante. Los efectos de la gracia, la
ascensión del hombre del status naturae al status gratiae sólo podía lograrse mediante una trans-
formación del sentido de la vida en cada acción. Consecuentemente todo el decurso de la vida del
creyente fue absolutamente racionalizado y dominado por la exclusiva idea de aumentar la gloria de
Dios a través del obrar.
El trabajo goza así, entre las sectas puritanas, de la más alta consideración positiva. El con-
cepto de profesión-vocación elaborado, otorga un gran valor al deber del individuo de tomarse su
vocación como instrumento de Dios, pero haciéndolo de manera metódica, sistemática, racionaliza-
da. La vida profesional debe ser un ejercicio ascético de la virtud, una comprobación del estado de
gracia en la honradez y método que se pone en el cumplimiento de la propia tarea. En este carácter
metódico de la ascesis profesional radica el factor decisivo de la idea puritana de profesión.
Las consecuencias son, para Weber, notables: ya no se condena la riqueza, salvo que se la
utilice para el lujo y la pereza. Por el contrario, el obtener ganancias materiales se transforma en
obligación por servicio a Dios, a través del cumplimiento ascético del deber profesional. La acumu-
lación de riqueza se inscribe así en una racionalidad que la reinvierte en el trabajo productivo, pues
es el trabajo profesional ascético el sentido moral de la vida, para lo que se vive. El ascetismo laico
del protestantismo combatía con energía el goce sensual de las riquezas, estrangulando el consumo,
sobre todo de artículos de lujo. Paralelamente, y esto es lo principal para el autor, destruía todas las
trabas de la ética tradicional a la aspiración a la riqueza, pues no sólo la legitimaba sino que la alen-
taba al considerarla expresión de designios divinos. Aún más, atacaba duramente el uso irracional,
no práctico ni útil, de la riqueza obtenida; ya que el capital formado no podía gastarse inútilmente,
estos comportamientos promovieron el ahorro, la formación de capitales y su inversión en finalida-
des productivas.
Tal valoración ética del trabajo profesional incesante, metódico, ascético, como medio de
comprobación de la regeneración y de la autenticidad de la fe, fue la palanca más poderosa de la
expansión de la concepción de la vida que Weber denominó “espíritu del capitalismo”. Pero estas
derivaciones de la doctrina original de la predestinación de Calvino no son consecuencias “lógicas”
de la misma, sino “psicológicas”, con base en la extraordinaria soledad experimentada por el indivi-
duo y con las ansiedades que esta soledad originó, en el marco social y espiritual de la época. Este
individualismo religioso se reflejó, naturalmente, en el plano social y económico.
Los orígenes del espíritu capitalista están en esa ética religiosa que se desarrolló de forma
más precisa entre diversas sectas puritanas, muchas de ellas de cuna calvinista; y es ésta ética la que
está en la raíz de las actitudes subyacentes a la moderna actividad capitalista. La concepción purita-
na de la vida fue favorable para la formación de la conducta burguesa y racional y, así, contribuyó
superlativamente al nacimiento del moderno “hombre económico”. En palabras de Weber: “Tratá-
bamos de demostrar que el espíritu del ascetismo cristiano fue el que engendró uno de los elementos
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del moderno espíritu capitalista, y no sólo de éste, sino de la misma civilización moderna: la racio-
nalización de la conducta sobre la base de la idea profesional.”

IV

Tres consideraciones me interesa destacar brevemente. En primer lugar, un rasgo peculiar de


la obra de Weber, aunque no sólo de “La ética...”, es el de pretender demostrar que la racionaliza-
ción de la vida económica característica del capitalismo moderno está vinculada a opciones valora-
tivas irracionales. Esto es así porque a través del ascetismo profesional el obrar se transforma en un
fin en sí mismo, en una forma de vida, y no en un medio para asegurar la felicidad del hombre.
Desde la óptica de esta última, la “actividad incesante” y el afán de lucro no deberían ser más que
medios para la satisfacción de necesidades materiales. Si los ideales puritanos sucumbieron final-
mente frente a las “tentaciones” de la riqueza obtenida y el utilitarismo se abrió paso arrolladora-
mente sobre el campo sembrado por aquellos ideales, al carecer ahora de valores espirituales que
justifiquen el deber profesional, la acumulación de riqueza sólo puede explicarse por sí misma. De
allí que Weber remarque la famosa frase de Franklin en Advice to a young tradesman (1748):
“Acuérdate que el tiempo es oro...”, seguida de un largo discurso en el que Franklin se preocupa
más por las apariencias en el obrar que por la conducta realmente recta que debe tener el individuo.
En segundo lugar, Weber destaca que en la época de la expansión de la Reforma, ninguna de
las confesiones reformadas estuvo vinculada con una clase social determinada. El sentido de la
afirmación está orientado a negar una relación más intensa entre la conducta ética del ascetismo
laico y algún grupo social específico. Sin embargo, al referirse a quiénes encarnaron con mayor
transparencia las ideas y conductas puritanas, no duda en desechar al viejo patriciado comercial e
inclinarse por las “audaces” capas de la clase media industrial. Fueron los parvenus quienes repre-
sentaron los albores de esa mentalidad que denomina “espíritu del capitalismo” y que crearon las
nuevas industrias durante el siglo XVI, hombres “educados en la dura escuela de la vida”. Parecería
que así, como en algunos otros pasajes de la obra, Weber se cuida, dada su visión de la sociedad
como un complejo donde las causas de los fenómenos son generalmente plurales, de que la concep-
ción general de “La ética...” aparezca demasiado unidireccional en lo que respecta a la causalidad
entre ideas gestadas desde el protestantismo y realidad económica. El mismo asegura la necesidad
de continuar su estudio con otro que, inversamente, se aboque a elucidar las influencias que las ac-
tividades económicas tuvieron en la configuración de la mentalidad del ascetismo protestante.
Finalmente, y entroncado con lo anterior, habría que diferenciar entre la conformación de
una conducta y una representación del mundo típicamente burguesa y la estructuración de relacio-
nes sociales capitalistas. Me refiero, y en algún pasaje el mismo Weber lo admite, a que si bien los
orígenes del capitalismo y de la burguesía occidental están inextricablemente unidos, no son el
mismo problema. Explicar la constitución de un modo de producción capitalista, incluso con la de-
finición dada por Weber para el capitalismo moderno, exige también explicar la conformación de la
mano de obra libre asalariada, y, en esto, el aporte del libro de Weber se limita a remarcar el peso
del puritanismo como factor de poder para el disciplinamiento de la masa de trabajadores. Tal vez
sería más justo ceñir la obra weberiana a un punto que de todas maneras aparece como central: có-
mo determinadas ideas, en este caso la ascesis protestante del deber profesional, pueden dar cohe-
sión a un sector social emergente a la par que lo dejan en libertad con su conciencia para el obrar en
este mundo.

Roberto Pittaluga
Octubre 1994

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