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Esta generación de creyentes del nuevo milenio, al igual que la generación de

Josué, tendrá un cambio de mentalidad y de paradigma. Será una generación


que verá en todas las áreas, posibles conquistas, y buscará conquistar lo que
otros no poseyeron. Será movida a poseer la tierra para el reino de Cristo, en
un espíritu guerrero. Entrará y conquistará áreas donde tradicionalmente la
Iglesia nunca hizo presencia.

La mente guerrera de esta generación no será la de ver demonios dondequiera


ni la de llevar a cabo grandes eventos con el propósito de hacer lo que se
conoce hoy como guerra espiritual. Será más bien una generación que
conquistará y avanzará, entendiendo que no debe perder el tiempo peleando
con un enemigo que ya fue vencido, sino que debe invertir su energía y
esfuerzos en la verdadera guerra, que es la conquista para el reino de Dios y
su Cristo.

Josué, que es un símbolo y tipo de esta generación en transición, todo lo veía


como un reto de guerra, o una posible conquista. Su forma de interpretar la
victoria y los avances estaba basada en qué cantidad de terreno se podía
conquistar. Mientras que la generación anterior, 0 sea la de Moisés, medía las
victorias por ver la manifestación externa de Dios, pero sin llegar a un destino.

Eran dos liderazgos diferentes, dos formas de interpretar el propósito e Dios, y


dos formas diferentes de operar. El liderazgo de Moisés era ideal para sacar a
la nación de Egipto, pero ineficaz para poseer la tierra. Dios levantó un
liderazgo más adecuado al mover de la siguiente etapa. Dios levantó un
liderazgo con una mentalidad nueva, en la vida de Josué. Este principio lo
vemos aplicado vez tras vez en los liderazgos de la nación de Israel, que son
tipo de la Iglesia. Por ello debemos entender que cada vez que Dios nos lleva a
otra etapa como pueblo, se requiere de un cambio de liderazgo, adecuado a las
demandas, y que interprete correctamente las cosas que se deben hacer.
Veamos cómo en la vida de Moisés y Josué, existían dos diferentes formas de
interpretar los acontecimientos.

"Cuando oyó Josué el clamor del pueblo que gritaba, dijo a


Moisés: Alarido de pelea hay en el campamento. Y él
respondió: No es voz de alaridos de fuertes, ni voz de alaridos
de débiles; voz de cantar oigo yo". Ex. 32:17,18.

En este pasaje vemos que ambos estaban juntos, a la misma distancia, y


escucharon físicamente lo mismo, pero Moisés interpretó que lo que escuchaba
eran cantos, mientras Josué escuchaba alaridos de pelea. La forma de pensar
de Moisés y su liderazgo se caracterizaban por estar llenos de holocaustos,
rituales, sacrificios, adoración, y dinámicas congregacionales para acercarse a
Dios. Él mismo recibió la ley con todos los rituales de los detalles de la
adoración a Dios. Pero Josué tenía otra perspectiva de la vida, porque su forma
de pensar y su liderazgo naciente, se caracterizaban por estar obsesionados
con poseer la tierra que sus pies pisaron, con destruir a los enemigos y con
avanzar a las promesas de Dios.

Este es el tiempo en que debemos levantarnos y hacer la verdadera guerra, la


de poseer las puertas del enemigo, que desgraciadamente han estado sin ser
sacudidas por mucho tiempo. Las puertas del enemigo no se toman si no se
llega hasta donde están y se destruyen. Cristo tuvo en mente una Iglesia que
estuviera a la ofensiva, que no estuviera escondida ni atemorizada por lo que el
enemigo pueda hacerle, sino todo lo contrario.
Una Iglesia a la ofensiva es la que tiene estrategias específicas para tomar las
puertas del enemigo, que pelea con sabiduría, y que actúa para tomarlas. La
generación de Moisés no tenía un espíritu de guerra para conquistar, y los
únicos que lo poseían, Josué y Caleb, no tenían liderazgo desarrollado para
hacerlo.

Dios tuvo que levantar una generación con mentalidad guerrera, y al mismo
tiempo madurar al liderazgo que estaba destinado para esa nueva generación.

La guerra no es opción para la generación de creyentes del nuevo milenio, sino


una exigencia, porque es tiempo de conquista, y no podemos conquistar sin
pelear. No podemos conquistar deambulando por el desierto, viendo la
columna, bebiendo de la roca y comiendo el maná. Todo eso nos ayuda a
permanecer en el desierto, pero se requiere de guerra para poseer la tierra.

La recompensa de Dios es para los que vencen. Si vencen, es porque existió


algo o alguien a quien vencieron. Por medio de él somos más que vencedores,
ya que él venció, pero eso no nos excusa para no hacer la guerra que cada
generación e individuo tiene que pelear.

Es interesante notar que sólo los que podían salir a la guerra eran contados
entre los hombres de Israel. Sólo los que tenían la capacidad de conquista se
contaban como el número con el que se podía contar. Hoy hay un fuerte
énfasis en iglecrecimiento, y eso debe ser parte de la vida de la Iglesia, pero no
debemos conformarnos con números, sino con capacitar para la guerra.
Debemos tener mas creyentes listos para la verdadera guerra, que se realiza
en la conquista de terreno. Dicho sea de paso, que el terreno que debemos
conquistar no tiene que ver con la compra de nuevos edificios ni propiedades,
sino con la influencia y dominio que la Iglesia debe ejercer para llegar a ser sal
y luz.

En el capítulo 32 del libro de los Números, los hijos de Rubén y los de Gad
vinieron a Moisés y le pidieron que no los hiciera pasar el jordán, sino que
tomarían su heredad de ese lado del río. Moisés les reconvino, diciéndoles
¿cómo ellos podrían enviar a sus hermanos a la guerra sin ir y pelear 'untos? Y
les recordó que así habían hecho sus padres cuando se negaron a pelear por
la promesa de Dios, que era la tierra prometida, y que fue por esa falta de
conquista que se encendió la ira de Dios contra esa generación. Después de
esa plática, convinieron que aunque ellos tomarían la heredad en ese lado del
jordán, irían a la guerra con sus hermanos, para ayudarles a pelear y poseer la
tierra con ellos.

Se está levantando una generación de creyentes que entiende su propósito, y


que sabe usar el arma ofensiva, que es la espada. Creyentes que no son niños,
sino maduros para destruir a sus enemigos, no con gritos, ni con unciones de
aceite, que se ha hecho popular en nuestros días, sino con la única arma con la
que podemos derrotar a nuestro enemigo y neutralizarlo: la Palabra de Dios.

La guerra que hoy peleamos solo se puede ganar con la Palabra. Tenemos
tipos en el antiguo pacto, que muestran cómo la espada fue el arma principal
que se usó para derrotar al enemigo. Hoy tenemos una Palabra que es más
cortante que toda espada de dos filos, y que penetra hasta partir el alma. Si no
somos diestros en el uso de la Palabra, no podremos hacer la guerra
eficazmente. Jesús utilizó esa arma para pelear contra el enemigo. Fijémonos
que no le gritó al enemigo no se puso en una guerra de poderes contra él, sino
que lo desarmó con la Palabra, o en otras palabras, utilizó la espada.
Es por eso que jeremías escribió un pasaje hablando acerca de cómo somos
maldición cuando no utilizamos la espada como arma ofensiva.

"Maldito el que hiciere indolentemente la obra de Jehová, y


maldito el que detuviera de la sangre su espada". Jer. 48:10

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