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Los caminos de la Resiliencia

Ser capaz de seguir siendo la misma persona tras sufrir una crisis es una habilidad que puede ser
entrenada por cualquier persona, si bien los niños son quienes más pueden lograrlo si son estimulados
adecuada y permanentemente

Cada día de nuestras vidas estamos expuestos a vivir acontecimientos que nos pueden marcar para siempre, ya sea para bien o para
mal. Desde pequeños, todo lo que sucede a nuestro alrededor nos empuja a reaccionar, influyendo en la conformación de nuestra
personalidad. Y es común que, cuando enfrentamos alguna situación de crisis, sintamos que se abre una herida dolorosa o nos veamos
remecidos hasta el punto de saber que nunca más seremos los mismos.

Hay gente que, sin embargo, tiende a no verse afectada por los problemas, por dolorosos que sean. Aunque sufren como todos, poseen
una fortaleza interior que les permite seguir adelante con sus vidas, sin cargar con los daños.

Tal como un elástico que es tensionado y luego vuelve a su estado inicial, hay personas que poseen la capacidad de retomar sus
características psíquicas y emocionales a pesar de las influencias que puedan recibir del entorno. No son superhéroes ni son más
dotados que el resto. Su gracia es que han sabido cultivar en mejor forma la resiliencia.

Este concepto fue adoptado de la expresión que se usa en la física y en la metalurgia para describir la capacidad de algunos materiales
de recobrar su forma original después de ser sometidos a una presión que los deforma. En las últimas décadas, la resiliencia se
comenzó a ocupar para definir al proceso mediante el cual algunas personas son capaces de verse fortalecidas ante una situación
estresante que, por lo general, genera debilidad en la gente.

Una habilidad que, en una u otra medida, todos podemos desarrollar -idealmente durante la niñez y adolescencia- para que seamos
capaces de desarrollar al máximo nuestros recursos y sepamos superar las barreras que encontremos.

Mediante su entrenamiento, se pueden promover las potencialidades que cada uno tiene en sí mismo y a su alrededor, fomentando el
desarrollo individual dentro de su propio contexto específico. La idea es que cada persona sea capaz de construir una dinámica de
resiliencia que le permita fortalecerse en cada situación específica, convirtiéndola en una oportunidad para sacar a luz sus habilidades.

Que una persona sea más resiliente que otra puede depender desde factores biológicos hasta las relaciones interpersonales que se
establecen durante la infancia. Por lo general, se tendrán más posibilidades de desarrollarla en la medida que las variables de riesgo
que puedan presentarse en nuestras vidas (violencia, hogares disfuncionales, soledad, por ejemplo) sean menos potentes que las
variables protectoras que se puedan desarrollar, como el cariño, la emocionalidad y la autoconfianza. Es decir, en la medida que las
ventajas y aspectos positivos de cada individuo son reforzados, se reducen las posibilidades de sucumbir a las presiones negativas del
entorno que puedan producirse.

En tal sentido, uno de los factores clave en la formación de resiliencia es que el niño forme vínculos tempranos con personas
significativas, es decir, que cuente con una "red de protección" entre sus padres o en un adulto importante en su formación. Protegerlo
no es evitarle los conflictos, sino acompañarlo para que encuentre por sí mismo las estrategias que necesita para solucionar sus
problemas.

Sin embargo, la resiliencia no es una capacidad absoluta y estable. Cada situación complicada de la vida pone a prueba nuestra
capacidad de resiliencia. Si somos capaces de soportar una dificultad, tendremos más posibilidades de superar la siguiente crisis que
se presente.

Hay, en todo caso, características del entorno y rasgos de la personalidad que, bien encausados, aumentan la posibilidad de desarrollar
la capacidad de la resiliencia. Por ejemplo, un medio ambiente social y familiar que le da al niño la seguridad de recibir un afecto
incondicional, donde existe buena comunicación y se les enseña con el ejemplo, le permite tener un mejor escudo contra la adversidad.

La resiliencia depende también de ciertas características de la personalidad. Por lo general, el niño resiliente tiene una buena
autoestima porque sabe lo que vale. Se interesa por lo que lo rodea, sabe entregar y recibir afecto, tiene la capacidad de reflexionar
antes de encarar sus problemas, es capaz de pedir ayuda cuando se da cuenta que no puede hacer algo por sí mismo y, además, tiene
facilidad para relacionarse socialmente con sus pares.

En definitiva, la persona resiliente es capaz de no ser superada por las situaciones que vive porque siente que todo tiene un sentido,
que su vivencia es "por" y "para algo". Por esto, es capaz de aceptar sus fortalezas y limitaciones de mejor forma que el resto de la
gente.
Resiliencia en la vida adulta

Los primeros años de la vida son fundamentales para la construcción de mecanismos de resiliencia. Pero toda etapa de la
vida es una oportunidad para cultivar esta habilidad, especialmente en aquellos períodos de la vida considerados de
transición, como la entrada al jardín infantil, al colegio, la adolescencia, el matrimonio, la llegada de los hijos o, incluso,
cuando los hijos se van (nido vacío).

Lo esencial es que la persona se dé cuenta de que necesita fortalecerse en su interior y esté dispuesto a trabajar en sí mismo,
ya sea buscando apoyo en el entorno familiar y social, aprovechando los momentos positivos como una oportunidad de
crecimiento o, por último, a través de una terapia.

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