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SAN MIGUEL DE ESCALADA (León)

Se encuentra ubicado en un lugar cercano al Esla, no especialmente favorecido por condiciones


geográficas; allí, en tiempos de Alfonso III un denominado abad Alfonso junto con sus compañeros, que
habían abandonado Córdoba (la que califican como su patria), restauraron un edificio dedicado a San
Miguel Arcángel; años más tarde, en el año 913 y reinando don García, fue consagrado por el obispo
Genadio el edifico actual del que desconocemos cuánto conserva del original.
Todos estos datos los sabemos documentalmente pero desconocemos otros detalles que podrían
resultarnos mucho más interesantes.
Se trata de un edifico de planta basilical, completamente rectangular con el crucero inscrito y tres
ábsides con planta de herradura que rematan cada una de las tres naves). Estas capillas cubren con
bóvedas cupuliformes gallonadas. Se trataría, en principio, de una estructura clásica a la que resulta
imposible confundir con un templo asturiano (el estilo que le precedería temporalmente). En principio,
debido al uso de arcos de herradura, tanto en el exterior como en el interior del edificio pero también por
la relación existente entre las columnas y el propio arco dado que aquellas resultan mucho más gráciles
que cualquiera de las realizadas hasta entonces en los reinos cristianos. La techumbre en el cuerpo de
las naves era de madera.
La limpieza del espacio queda desdibujada porque conserva el iconostasis, elemento
arquitectónico de función litúrgica que debieron poseer casi todos los templos anteriores al románico,
época en la que se produce la implantación definitiva del rito gregoriano. Para apoyar este elemento se
sirvieron de pilares cruciformes que recogían sus empujes y los de las arquerías que separan la nave
central de las laterales.
Aunque desconocemos la procedencia de los materiales, especialmente los fustes de las
columnas y los capiteles, resulta claro que algunos debieron ser reaprovechados de edificios anteriores
(visigodos, asturianos) y que otros se construyeron ex profeso.
La perfección técnica denota el origen sureño de los constructores, muy habituados al trabajo
que se realizaba en Al-Andalus. Los muros son de mampostería salvo en los ángulos y los puntos de
refuerzo; lo exótico para las tierras leonesas en aquellos tiempos serían la multitud de detalles que
denotan las relaciones con lo oriental y lo islámico, en especial la ventana geminada con parteluz y alfíz
pero también la imposta de dientes de sierra de la que nace el alero; éste se apoya en modillones, en los
que se combina el recuerdo musulmán con rosetas de tradición germánica.
Especial importancia merece el pórtico lateral, construido pocos años después del núcleo del edificio y
que podría tener funciones funerarias aunque en el mismo siglo X servían para celebrar reuniones de los
miembros de la parroquia.
Notable es, también la decoración esculpida visible en los propios capiteles y los numerosos
relieves de tradición paleocristiana reelaborada en época visigoda. Si a ello añadimos la pintura que
debían tener sus paredes, la decoración de las vigas, el velo del iconostasis, los múltiples objetos
litúrgicos, las lámparas y el peculiar olor de la cera y del incienso, obtendríamos unas sensaciones
completamente diferentes a las que podemos obtener cuando visitamos la construcción hoy.
La denominación de arte mozárabe, realizado por los cristianos que vivieron en territorio
musulmán o que, como en este caso, se desplazaron de él hacia el norte buscando mayor libertad de
ejercicio de culto, ha sido puesta en entredicho por los historiadores actuales que prefieren hablar, por
ejemplo, de arte de la repoblación. Si bien es cierto que no todas estas construcciones debemos ponerlas
en relación con los mozárabes propiamente dichos, no lo es menos que las influencias musulmanas, bien
directamente o bien tomadas como préstamo formal, están presentes en la mayoría de los edificios así
denominados de los que Castilla y León posee, además ejemplos notables.

Para saber más: YARZA, Joaquín: Arte y arquitectura en España 500-1250. Ediciones Cátedra, Madrid,
1979.

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