La Familia Internacional

D O C T R I N A


LA REVELACIÓN SOBRE AMAR A JESÚS

L a Biblia hace referencia en numerosas ocasiones

a la profunda y perdurable relación que tiene
Jesús con Su esposa, la Iglesia, también conocida
como el «cuerpo de Cristo», del cual forman par-
te todos los verdaderos cristianos. Los exégetas
religiosos llaman teología nupcial a la doctrina que
hace especial hincapié en la personificación de
Cristo como marido y de la Iglesia (el cuerpo de
creyentes) como Su esposa. En los meses de enero y
febrero de 1996, dicho concepto, con el nombre de
revelación sobre amar a Jesús, se presentó y explicó
en una serie de artículos dirigidos a los integrantes
adultos de La Familia Internacional.
Al momento de recibir esta revelación, el con-
cepto que tenían María David y su esposo Peter
Amsterdam de la teología nupcial era en el mejor
de los casos rudimentario. Si bien David Brandt
Berg —primer esposo de María y fundador de la
Familia (1919-1994)— planteó y abordó el tema
de la relación esposo-esposa entre Cristo y los cre-
yentes, la revelación sobre amar a Jesús señalaba
nuevos derroteros, por cuanto demostró la litera-
lidad con que podía interpretarse dicha relación y
lo íntimamente que podía llegar a vivirse.
Cuando por inspiración divina María y Peter
recibieron esa revelación, desconocían que otros
autores y teólogos cristianos —en las páginas que
siguen reproduciremos numerosos fragmentos de
sus escritos— se hubieran pronunciado sobre el
particular. De ahí que las enseñanzas y testimonios
corroborativos que se descubrieron en el curso del
trabajo de investigación para elaborar el presente
documento constituyeran una alentadora confir-
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Para poder apreciar de qué modo se reciben
revelaciones de esta índole es preciso un conoci-
miento elemental de lo que en terminología bíblica
se conoce como «los dones del Espíritu» (1 Corintios
12:4-10)1 y 2.
Al igual que muchas otras iglesias y congrega-
ciones cristianas, La Familia considera que Dios
otorga los mismos dones espirituales a los creyentes
actuales que a Su pueblo de tiempos bíblicos. De
los nueve dones enumerados en el capítulo 12 de
la primera epístola de San Pablo a los Corintios,
el de profecía será el que más nos ocupe en este
ensayo. Pese a que la palabra profecía comúnmente
se asocia con predicciones del futuro, el estricto
significado bíblico de profetizar es el de proferir o
anunciar las palabras de Dios, las cuales pueden o no
versar sobre acontecimientos por venir. Así, cuando
una persona hace uso de este don y comunica una
profecía, no está haciendo otra cosa que captar
y transmitir por inspiración palabras y mensajes
expresos del Señor.
Otro aspecto del pensamiento de la Familia que
debe conocer el lector, aunque sea someramente,
para poder entender bien la serie Amar a Jesús y en
particular aquellos pasajes que contienen lenguaje
y simbología amatorios3, es el que tiene que ver
con la sexualidad. La declaración oficial de La
Familia titulada Creencias y conducta con respecto
al matrimonio y las relaciones sexuales establece lo
siguiente:
Consideramos que las relaciones sexua-
les, practicadas tal como Dios las conci-

mación. bió y quiso que fueran, son parte pura,

.

1
1 Corintios 12:4-10: «Hay diversidad de dones, pero el Espíritu es el mismo. Y hay diversidad de ministerios, pero el Señor es el mismo.
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Y hay diversidad de operaciones, pero Dios, que hace todas las cosas en todos, es el mismo. Pero a cada uno le es dada la manifestación del
Espíritu para provecho. Porque a éste es dada por el Espíritu palabra de sabiduría; a otro, palabra de ciencia según el mismo Espíritu; a otro, fe por
el mismo Espíritu; y a otro, dones de sanidades por el mismo Espíritu. A otro, el hacer milagros; a otro, profecía; a otro, discernimiento de espíritus;
a otro diversos géneros de lenguas; y a otro, interpretación de lenguas».
2
A menos que se indique lo contrario, los pasajes bíblicos que citamos provienen de la versión Reina-Valera, revisión de 1960.
3
.

Comprendemos que los términos eróticos empleados en la revelación sobre amar a Jesús y otras publicaciones relacionadas pueden
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parecerles inadecuados a algunos. Es importante tener presente que, según entendemos las Escrituras, la sexualidad constituye una parte pura,
natural y hermosa de la creación de Dios.
ST022–0403
 necesaria y maravillosa de Su creación.
Estimamos asimismo que Dios las ha
creado y dispuesto no sólo para la pro-
creación de la especie, sino también
para placer y deleite de la humanidad.
Son un regalo de Él. A pesar de que
mucha gente cree erróneamente que lo
sexual viene a ser sinónimo de pecado,
nuestra convicción religiosa es que
las relaciones sexuales entre personas
consintientes y mayores de edad no
tienen nada de malo ni de pervertido,
siempre que no se les dé un mal uso. El
mismo criterio se aplica a la desnudez
y al cuerpo humano (1).
A la luz de la Sagrada Escritura y de revelaciones
que hemos tenido en los últimos años, tenemos el
convencimiento de que:
1) por ser miembros de la Iglesia de Cristo,
somos Su esposa;
2) en calidad de esposa Suya tenemos el deber
de amarlo ardientemente y sin reservas; y
3) la sexualidad es pura y santa.
Por tanto, el concepto de entablar una rela-
ción íntima y apasionada con nuestro Salvador es
considerado por nuestros integrantes como algo
sano y bello.
La esencia de la serie:
una relación más estrecha con Jesús
E n los artículos que presentan la revelación sobre
amar a Jesús se hace patente el vivo deseo de
María de establecer un vínculo más estrecho con el
Señor. Su oración preliminar, tomada de la Carta
que inauguró la serie, marca la tónica:
Oh Jesús, ¡te necesitamos desesperada-
mente, cada uno de nosotros! Por favor,
ayúdanos a acercarnos a Ti para que Tú
te acerques a nosotros. Queremos estar
muy unidos a Ti. Queremos que nos
tengas entre Tus brazos y que nos beses
con Tus Palabras. Te necesitamos, Jesús.
Te amamos y te pedimos que nos ayu-
des a lograr una mayor proximidad a
Ti. Ayúdanos a tener una relación más
estrecha y amorosa contigo. Ayúdanos
a estar cada día más cerca de Ti. Amén
(1ª parte, párr. 112).
4
La inclusión, a lo largo de este documento, de citas pertinentes de una diversidad de autores religiosos y laicos de ningún modo implica una
aceptación por parte de La Familia de la totalidad de sus escritos o creencias. Tampoco pretendemos insinuar que compartan nuestras creencias
sobre este tema.
© La Familia Internacional, 2004
En la segunda Carta de la serie, María explica
que el Señor desea que la Iglesia no sólo cum-
pla el papel de esposa nominal, sino más aún, de
amante:

No debería extrañarnos que se lla-
me a Sí mismo nuestro amante, pues
en Su Palabra llama a la Iglesia —a
nosotros y a todos los que están vin-
culados con Él por la salvación— Su
Esposa. ¡Y lo lógico es que esposo y es-
posa, marido y mujer, sean amantes!
Quiere que lo amemos con todo
el corazón, con toda el alma, con toda
la mente y con todas nuestras fuer-
zas. ¡Con todo nuestro ser! Si lo ama-
mos así, no lo veremos simplemente
como un amigo, sino también como
un amante. Quiere que lo deseemos
con ansia, que estemos ávidos de Su
Palabra, de Su Amor, de oír Su voz.
Quiere que lo deseemos ardientemente,
que sintamos una necesidad acuciante
de estar con Él y de comunicarnos con
Él (2ª parte, párrs. 2, 8).
En la tercera Carta, María da a entender con
claridad cuál es la finalidad de la serie:
El Señor desea que nosotros —y de
hecho, todos los cristianos— enta-
blemos una relación más íntima con
Él. De eso tratan esta y las siguientes
tres BN [Buenas Nuevas, publicación
oficial interna de La Familia en la cual
apareció el artículo]: de cómo noso-
tros, la Esposa del Señor, podemos
amarlo más íntimamente (3ª parte,
párrs. 1, 5).
La Esposa de Cristo
C élebres autores cristianos de los dos últimos
milenios han escrito extensamente sobre la
imaginería bíblica que retrata a Cristo como el
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desposado de la Iglesia, su amada novia. Los autores
del libro Embodied in Love, A New Catholic Guide
.
to Marriage —obra promovida por la conferencia
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episcopal de EE.UU.— afirmaron que esta repre-
sentación marital del vínculo de Cristo con Su
pueblo constituye la figura más relevante de esta
interrelación hallada en los textos sagrados4.
.
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 El lenguaje nupcial es el más fre-
cuentemente empleado en la Escritura,
tanto en la antigua como en la neotes-
tamentaria, para describir la relación
que existe entre Dios y el hombre,

entre el Señor e Israel, y entre Cristo
y Su Iglesia. Se suele comparar esa
relación con el enlace entre novio y
novia. La Escritura, desde luego, recu-
rre a otras figuras: Dios nuestro pastor,
nuestro rey, nuestro sanador. Pero la
imaginería nupcial se sitúa en otro
plano con respecto a las demás. Es la
imagen que prima, y tampoco resulta
puramente figurativa. La intimidad de
que gozamos con Dios es en verdad
nupcial.
No cabe duda de que la Escritura
emplea un número indeterminado
de metáforas para expresar el amor
que Dios alberga por nosotros. Se lo
personifica como pastor, rey, padre,
viñador, etc. No obstante, la metáfora
conyugal es la más frecuente, la medular
y primaria de las empleadas en la Biblia
(Gallagher, 25, 117).
Celia Hahn, autora de temas religiosos, escribe
en su libro Sexual Paradox: «Numerosas referencias
del Nuevo Testamento en que la Iglesia figura como
esposa de Cristo se hacen eco de imágenes [del
Antiguo Testamento] en las que Israel encarna a
la amada, si bien frecuentemente infiel, esposa de
Dios» (189).
El gran amor que Jesús, el Esposo divino, pro-
fesa a Su amada fue un tema al que el elogiado
evangelizador inglés del siglo xix Charles Spurgeon
(1834-1892), hizo frecuentes alusiones. En un
comentario sobre el pasaje de las Escrituras en
que Dios dice a Su pueblo «Yo soy vuestro esposo»
(Jeremías 3:14), Spurgeon manifiesta:
Un vínculo matrimonial une a Cristo
Jesús con Su pueblo. Enamorado de
Su casta virgen, Su iglesia, se desposa
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con ella. En la tierra ejerce todas las
funciones afectivas que el marido debe
.
a la mujer. El amor sumamente puro
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y ferviente del marido no es sino una
tenue figura de la llama que arde en el
corazón de Jesús. La adhesión mística
de Cristo a la Iglesia, por la cual se
separó de Su Padre y se hizo con ella
.
una sola carne, supera toda unión de
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carácter humano (408).
En sus escritos, San Juan de la Cruz (1542-
1591) dio constancia de numerosos éxtasis que
tuvo mientras oraba y meditaba. En lo tocante al
dichoso estado de unirse en matrimonio espiritual
con Cristo, escribió:
[A] este vuelo espiritual llaman despo-
sorio espiritual con el Verbo, Hijo de
Dios. Comunica Dios al alma grandes
cosas de Sí, hermoseándola de grande-
za y majestad, y arreándola de dones
y de virtudes y vistiéndola de conoci-
miento y honra de Dios, bien así como
a desposada en el día de su desposorio.
Y en este dichoso día no solamente se
le acaban al alma sus ansias vehementes
y querellas de amor que antes tenía,
mas quedando adornada de los bienes
que digo, comiénzale un estado de
paz y deleite y de suavidad de amor,
según se da a entender en las presentes
canciones, en las cuales no hace otra
cosa sino contar y cantar las grandezas
de su Amado, las cuales conoce y goza
en Él por la dicha unión del desposorio
(216, 217).
Expresiones íntimas
de amor sexual a Cristo
C on anterioridad a la revelación sobre amar a
Jesús, María había pedido de todo corazón
al Señor que le enseñara a entablar una conexión
más estrecha con Él y a expresarle mejor el amor
que le tenía. La respuesta que el Señor le comunicó
en profecía fue una sorpresa tanto para ella como
para Peter, su marido. En esencia, le dijo que le
agradaría que ella le declarara el amor que sentía
por Él en términos manifiestamente íntimos, los
mismos que emplean los amantes para intercambiar
sus más profundos sentimientos y anhelos. Veamos
un extracto de dicha profecía:
Debéis recurrir a cosas que os
resulten comprensibles, las cuales
[Yo, Jesús] os he dado para ayudaros
a captar y a entender este amor. Así
como os amáis el uno al otro y os decís
palabras cariñosas, expresáis vuestro
deseo y prorrumpís en sonidos de éx-
tasis, haced también conmigo. De la
misma manera que decís [la esposa a
su marido]: «¡Te quiero y te necesito!»
y: «¡Entra en Mí, hagámonos uno!
¡Amémonos! Recostémonos el uno
 en los brazos del otro. ¡Bésame, acarí-
ciame, penétrame y ámame! ¡Lléname
hasta desbordar!», o: «¡Tenme en Tus
brazos!», o: «¡Te amo! ¡Te quiero! ¡Te
deseo! ¡Ven y acuéstate conmigo! ¡Ven
y cólmame!», decidme a Mí también
esas palabras. Esas son palabras que
caben en vuestro entendimiento, toda
vez que expresan el deseo y el amor
que albergáis en el corazón.
No hay palabras capaces de expre-
sar el amor que sentís por Mí en lo pro-
fundo de vuestro ser; no obstante, las
palabras os ayudan a comprender y a
ponerlo todo en perspectiva. Emplead,
pues, esas palabras conmigo. ¿No soy
acaso vuestro Amante? ¿No soy vuestro
Marido? ¿No sois la Esposa de Cristo?
(3ª parte, párrs. 57, 58).
Se hacía evidente que el Señor pedía palabras
amorosas más propias de la intimidad. La razón para
ello es que Él sabía que locuciones de esta naturaleza
—palabras eróticas— constituyen expresiones que
brotan del alma. No debemos olvidar que la mayoría
de las personas reservamos esas exclamaciones de
deseo y pasión para momentos íntimos con un ser
muy querido. El Señor añadió que había elegido
esta ilustración de orden amoroso y sexual porque
nos ayudaría a captar el fervor con que nos ama a
nosotros, Su desposada.
He aquí que Yo habría podido
presentaros cualquier figura, mas ele-
gí una que pudierais entender, una
que pusiera el panorama en la debida
perspectiva para que todos vean y en-
tiendan de qué manera quiero que se
relacionen conmigo.
¡Estas figuras de la carne no son
más que un burdo reflejo del amor que
siento por vosotros! De todos modos,
os hago las caricias, os transmito las
palabras y os concedo las emociones
de la carne, las sensaciones y los or-
gasmos, los repetidos besos, el sentir
pecho contra pecho, el estar en Mis
brazos, a fin de que entendáis cómo
actúo Yo con vosotros (3ª parte, párrs.
59, 62).
Es comprensible que oír a Jesús expresar Su
deseo de que se dirigieran a Él con vocablos tan
afectivos y que directamente le pidieran que les
hiciese el amor dejó algo turbados a María y Peter.
Sin embargo, a medida que lo fueron aceptando por
fe y empezaron a emplear dichas palabras íntimas
durante sus ratos de alabanza, oración y culto,
descubrieron que Jesús efectivamente se acercó a
ellos (Santiago 4:8) conforme ellos se acercaban

a Él en esta suerte de erotismo espiritual. Así lo
explicó María: «La revelación que nos ha dado el
Señor es sin duda radical. ¡A mí misma y a Peter
nos sorprendió! No obstante, a medida que obe-
decimos lo que decía Jesús y lo intentamos por fe,
constatamos los beneficios que trajo a nuestra vida
personal» (3ª parte, párr. 7).
Si bien el concepto de usar en las oraciones
palabras íntimas de cariz sexual resultó novedoso
para la gran mayoría de integrantes de La Familia, la
Historia da cuenta de numerosos santos y místicos
cristianos de antaño que recurrían a ese medio de
comunicación con Dios. Los autores de Embodied
in Love señalan:
Los grandes místicos siempre tuvie-
ron conciencia de este hecho. En los
estados más elevados de oración, expe-
rimentaron una apasionada y extática
intimidad con Dios, de singular inten-
sidad, fuente de gran deleite. Al descri-
bir dicha intimidad, todos ellos recurren
a un lenguaje alusivo al amor conyugal
y la unión sexual. Que lo hagan es un
acierto, y ese lenguaje no es meramen-
te figurativo. Lo que experimentan
en oración no sólo es alegórico; es en
efecto una vivencia sexual y nupcial
(Gallagher, 25-27).
En el libro Sex Is Holy, Rousseau y Gallagher
añaden:
No deja de ser sugestivo que todos los
místicos hayan empleado vocablos pro-
pios de la intimidad sexual para expresar
lo inexpresable: su vivencia de Dios en
los estados más sublimes de oración.
En un trance de amor apasionado se
proclaman cosas que no podrían ex-
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presarse de ningún otro modo. Ello
nos faculta para confiar en la pasmosa
.
realidad del amor divino (Rousseau,
L A F A M I L I A
132, 133).
María argumenta que si podemos aceptar que
somos la esposa de Jesús, ¿por qué ha de resultarnos
tan insólito dirigirnos a Él en términos pasionales
.
o nupciales?
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 Si de veras creemos que somos esposas
de Jesús, tal como consta en la Palabra
de Dios, ¿por qué no vamos a expre-
sarnos como se expresan las esposas
[con sus maridos]? Si ser la esposa no

se considera insólito, ¡tampoco de-
bería considerarse insólito decir las
palabras que dice la esposa! (3ª parte,
párr. 69).
Erotismo bíblico
N o hace falta rastrear manuscritos de santos
renacentistas para hallar precedentes de ero-
tismo espiritual, o si se prefiere, de espiritualidad
erótica. La clásica expresión de tales sentimientos
se halla en la propia Biblia, más concretamente
en el Cantar de los Cantares, poema de amor cuya
autoría se atribuye al rey Salomón del antiguo
Israel. El Cantar consiste en un sensual diálogo
entre una doncella enferma de amor y su amante,
por quien suspira.
Basta con repasar uno o dos pasajes del libro
para descubrir que el erotismo es una constante en
todos sus versículos:
Yo soy de mi amado, y él me busca con
pasión. Ven, amado mío; vayamos a
los campos, pasemos la noche entre
los azahares. Vayamos temprano a los
viñedos, para ver si han retoñado las
vides, si sus pimpollos se han abierto,
y si ya florecen los granados. ¡Allí te
brindaré mis caricias! (Cantares 7:10-
12, NVI).
Igual de sugerentes son los versículos inmedia-
tamente anteriores:
Cuán bella eres, amor mío, ¡cuán en-
cantadora en tus delicias! Tu talle se
asemeja al talle de la palmera, y tus
pechos a sus racimos. Me dije: «Me
treparé a la palmera; de sus racimos
me adueñaré.» ¡Sean tus pechos como
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racimos de uvas, tu aliento cual fra-
gancia de manzanas, y como el buen
.
vino tu boca! (Cantar de los Cantares
L A F A M I L I A
7:6-9, NVI).
Durante siglos, los teólogos —particularmente
los partidarios de reprimir el impulso sexual— se
han atorado con esta cuestión: ¿Por qué un libro
.
tan abiertamente sensual se incluyó en la Sagrada
O R G
Escritura? Al fin y al cabo, la gente pía y devota
no suele hacer públicas unas declaraciones tan
atrevidas y apasionadas. Menos aún las vierte en
sus sermones y escritos religiosos. Sin embargo, he
aquí un libro entero de alegorías sensuales, nada
menos que en la Sagrada Biblia.
El pastor luterano Dietrich Bonhoeffer escri-
bió desde su celda de un campo de concentración
nazi:
Hasta en la Biblia hubo lugar para el
Cantar de los Cantares, y es que sería
difícil hallar un amor más apasionado
y sensual que el allí retratado. Es un
acierto que ese libro forme parte de la
Sagrada Escritura a manera de protesta
contra los que creen que el cristianis-
mo dictamina el refrenamiento de la
pasión [100] (Mollenkott, 103).
Celia Hahn se expresa en términos semejan-
tes:
El Cantar de los Cantares es un texto
bíblico primario que no sólo reafirma
la bondad de la sexualidad humana,
sino que exalta el vínculo entre eros
y espíritu. La gran paradoja que en-
cierra este poema amatorio es que, si
bien en ningún versículo del mismo
se menciona a Dios, a lo largo de los
siglos ha sido considerado un canto a
la relación amorosa que Dios mantiene
con nosotros. Del «juego sagrado de
los enamorados» da un salto trascen-
dental al misterio del divino Amante,
desafiando toda tentativa de análisis,
de alegorización, conceptualización,
moralización, espiritualización, pe-
netración o destrucción del mismo
(191, 192).
Los exégetas judíos y cristianos han visto siem-
pre en el Cantar de los Cantares una figura ale-
górica de los amoríos de Dios con Su pueblo. El
Comentario Bíblico Moody lo expresa así:
Los judíos consideraban el Cantar
como expresando la relación de amor
entre Dios y Su pueblo escogido. La
Iglesia cristiana vio en él reflejado el
amor entre Cristo y la Iglesia. El punto
de vista típico mantiene que el Cantar
representa el gran amor entre Cristo y
la Iglesia (Pfeiffer).
 El erudito Matthew Henry, en su famoso
Comentario, observó:
A Cristo le agrada emplear las palabras
de un amante apasionado para expresar
la ternura de un Redentor compasivo y
el placer que obtiene de Sus redimidos
y de la actuación de Su propia gracia
en ellos.
Si el propio Jesús emplea «las palabras de un
amante apasionado» a fin de expresar Su amor y
Su deseo de comunión íntima con nosotros, ¿por
qué no hemos de dirigirle recíprocamente palabras
sensuales para comunicarle nuestra ansia espiritual
de Él? En sus comentarios sobre la doncella del
Cantar y su lastimero anhelo de su amante —«Yo
os conjuro, oh doncellas de Jerusalén, si halláis a
mi amado, que le hagáis saber que estoy enferma
de amor» (Cantares 5:8)—, Spurgeon escribe:
Tal es el lenguaje del creyente que
suspira por intimar con Jesús y está
enfermo de amor por su Señor. Las
almas agraciadas nunca alcanzan per-
fecto reposo, salvo cuando se hallan
en un estado de proximidad a Cristo.
Cuando están alejadas de Él, pierden su
paz. Cuanto más cerca de Él están, más
inmediatas se encuentran a la perfecta
calma del Cielo; cuanto más cerca de
Él, más henchido está su corazón, no
sólo de paz, sino de vida, de vigor y de
gozo, ya que todos estos atributos se
derivan de una constante unión amo-
rosa con Jesús (Spurgeon, 470).
Cuando María y Peter empezaron a actuar
de conformidad con esta revelación sobre amar a
Jesús, tratando a Jesús como a un amante, descu-
brieron que les proporcionaba tantas bendiciones
y beneficios espirituales que no podían dejar de
comunicar al resto de La Familia la noticia de esta
nueva intimidad. María escribió:
Yo sé que esta revelación es del Señor.
He visto el fruto tan fabuloso que está
llevando en mi vida y en la de Peter. No
me cabe la menor duda de que con esta
revelación el Señor nos ha hecho un
regalo muy especial, al indicarnos cómo
lo podemos amar de forma más íntima.
Oro por que todos ustedes la acepten
como una manifestación del amor que
Él les tiene (3ª parte, párr.11).
Amar íntimamente a Jesús
es un asunto personal
S i bien María estaba convencida de que este
medio de comulgar íntimamente con el Señor

era un obsequio venido de la propia mano de Dios,
expresó con toda claridad que la aplicación de este
método a los hábitos de oración de cada uno era
un asunto individual y privado. Reconoció que el
concepto podía resultar incómodo para algunas
personas y aclaró que nadie debía sentirse presio-
nado a aceptarlo.
A nadie se le obliga a aceptar un
regalo. Nuestra relación con Jesús,
nuestra comunión con Él, los medios
de los que nos valemos para expresarle
nuestro amor y recibir el Suyo, son un
asunto personal entre Él y nosotros,
y cada uno escoge lo que quiere. De
modo que si les cuesta aceptar lo que
nos ha dado el Señor en esta revelación,
tengan la seguridad de que no perderán
su puesto en La Familia, y nadie los
tendrá en menos.
El Señor me ha concedido el honor
de pasarles esta [revelación] a ustedes,
y ruego que la reciban bien, porque
les será de una ayuda tremenda. De
todos modos, la decisión es de ustedes.
Puede que de buenas a primeras no
[la] entiendan del todo. Es posible
que les tome un tiempo hacerse a la
idea, acostumbrarse y entenderla. Por
eso, no se desanimen si después de
leer esta serie se sienten algo descon-
certados o desorientados. Vayan a su
paso. Es una cuestión personal entre
ustedes y el Señor. Cuando se sientan
en condiciones de dar el paso de fe y
probar esta nueva forma de amar al
Señor, probablemente se llevarán la
grata sorpresa de que es más fácil de lo
que parecía (3ª parte, párrs.12, 13).
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El principio de libre albedrío y de libertad de
culto se mantiene vigente para todos los creyentes.
.
Cada uno de nosotros, como personas amadas por
L A F A M I L I A
Dios y por quienes murió Cristo, podemos amarlo
y adorarlo de forma autónoma en consonancia con
nuestra fe y nuestras convicciones. Sabemos que
sin fe es imposible agradar a Dios, porque el que se
acerca a Dios ha de creer que existe y que recom-
.
pensa a los que le buscan diligentemente (Hebreos
O R G
11:6). Todo el que lo honre teniendo fe en Él y lo
 aborde por medio de la oración, lo hallará. Esto ha
prometido Dios a todos los creyentes.
El grado de intimidad a que se llegue en la
oración es un asunto muy personal entre el orante
y el Señor, algo por lo que ni nosotros ni Jesús criti-

caríamos o menospreciaríamos a nadie. Asimismo,
es nuestra esperanza que otras personas se absten-
gan de criticar a los integrantes de La Familia por
las expresiones íntimas de amor que opten por
emplear durante la oración o en su culto privado.
Sabemos que sea cual sea el amor que cada uno
decida manifestarle a Jesús, Él lo amará por ello
y se lo retribuirá con creces. «El hombre mira las
apariencias, pero Yahveh mira el corazón» (1Samuel
16:7, Biblia de Jerusalén).
El erotismo con Jesús está reservado
exclusivamente a los adultos
D ada la naturaleza erótica de la revelación sobre
amar a Jesús, María hizo hincapié a lo largo
de la serie en que el empleo de palabras íntimas o
eróticas al dirigirse al Señor es un asunto privado.
Reiteró también que sería desde todo punto de
vista impropio usar términos eróticos en oraciones
públicas, sobre todo en presencia de niños.
Amar íntimamente a Jesús es un
asunto privado. Para juzgar sabiamen-
te cuándo conviene decirle palabras
cariñosas al Señor, hay que tener en
cuenta factores como el momento, el
tema de la oración y las personas con
quienes estén rezando. En cada oca-
sión, las palabras que empleen serán
distintas. De la misma manera que
no intercambiarían con su cónyuge o
su amante palabras eróticas e íntimas
en público, en presencia de los ni-
ños o, por ejemplo, en medio de una
conversación sobre asuntos prácticos,
sería improcedente dirigirle cariñosas
expresiones sensuales a Jesús cuando
oren en público o delante de los niños
(5ª parte, párr.58).
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Aparte los motivos ya expuestos,
otra razón por la que no debemos de-
.
cir cosas tan eróticas en público ni en
L A F A M I L I A
reuniones de fraternidad del Hogar
es que no queremos que los niños le
digan esas cosas al Señor. Esto es ex-
clusivamente para los que tienen edad
suficiente, no para los niños (4ª parte,
.
párr.60).
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Es importantísimo que procedan
con mucha prudencia para no hacer
tropezar a los niños ni darles a cono-
cer el aspecto sexual de esta doctrina,
¡que es sólo para los que tienen edad
suficiente! ¡No queremos que los niños
le dirijan a Jesús palabras cariñosas
de sentido explícitamente sexual! (6ª
parte, párr.66).
«No hay varón ni mujer en Cristo Jesús»
(Gálatas 3:28).
T eniendo en cuenta la enérgica censura que la
Biblia hace de la homosexualidad masculina,
el concepto de una esposa que mantiene relaciones
íntimas con Cristo plantea un dilema a la mitad
de la población de La Familia. A la mayoría de los
cristianos —bien si se trata de conservadores o de
progresistas— no les cuesta aceptar que colectiva-
mente la Iglesia sea la esposa de Cristo. Sin em-
bargo, el concepto de que cada persona esté ligada
amorosamente a Él tiene un matiz tan femenino
que es normal preguntarse si una doctrina como
la contenida en la revelación sobre amar a Jesús
no estará dirigida exclusivamente a las mujeres. Si
no, sería impensable para los hombres mantener
relaciones sexuales en espíritu con Jesús, pues la
Biblia enseña que toda actividad sexual entre va-
rones es aberrante.
Este problema ya se abordó en la serie de re-
vistas que exponían la mencionada revelación. En
concreto, María tranquiliza a los hombres de La
Familia haciéndoles saber que pese al hecho de que
se hable de una intimidad mayor con Jesús, Dios
no dejará de considerarlos hombres. No obstante,
en cuanto a ese aspecto particular de su relación
con Él, es decir, en el ámbito de la oración indi-
vidual, les pedía que en espíritu desempeñaran la
función de la esposa, de la mujer. María lo explicó
de esta manera:
Con eso [el Señor] está diciendo a
los hombres que en la relación amorosa
que mantengan con Él pueden ser
mujeres en espíritu. [En una profe-
cía de la serie] Él expresa claramente:
«Vosotros sabéis que no sois mujeres,
mas desempeñáis un papel para Mí.»
Naturalmente, no cabe duda de que
ustedes los hombres son muy cons-
cientes de su masculinidad. No hay
que olvidar que, según esta profecía,
el Señor también los ve como hombres
en espíritu.
Pero dice que con eso no basta.
 Ahora les pide que desempeñen el
papel de una mujer débil y dócil, Su
Esposa. En esta sola faceta de su vida
espiritual, es decir, la que tiene que
ver con la íntima relación amorosa
que disfruten con Él, quiere que asu-
man la función de una esposa con su
marido, de una amante con su amado.
No obstante, en las otras facetas de su
vida espiritual, Él dijo que los seguirá
considerando hombres, soldados ro-
bustos a Su servicio.
Sólo desempeñan el papel de mu-
jer, cumplen las veces de mujer en un
sentido espiritual, cuando hacen el
amor espiritualmente con Jesús. Como
es lógico, eso es lo que recalcamos en
estas Cartas, puesto que de eso trata
ni más ni menos esta revelación sobre
amar a Jesús: ¡de hacer el amor con Él
y ser Su Esposa!
En la relación y el idilio espiritual
que mantiene con nosotros, Él no se
fija en nuestro cuerpo físico. No hace
distinción entre varón y hembra, no
favorece a unas por encima de otros,
sino que nos acepta a todos como a
Su Esposa, Su amada, Su escogida en
quien halla deleite y a la que ansía
amar. Se fija en nuestro espíritu eter-
no y nos ama a todos por igual, nos
ve como la Esposa por la que derra-
mó Su sangre, por la que dio la vida.
Ahora la ama, se extasía con ella y
desea bendecirla sin medida (3ª parte,
párrs.110-112, 123).
Cuando se planteó cómo podían los hombres
entablar una relación tan íntima y erótica con Jesús
sin que ello tuviera una connotación homosexual,
María explicó lo siguiente:
Cuando tienen relaciones íntimas
con Jesús se convierten espiritualmente
en mujeres. Cuando hacen el amor con
Jesús no son hombres. Hacen el amor
con Él como Esposa Suya, como Su
cónyuge espiritual. No se parece en
nada a una relación entre dos hombres.
No es una relación homosexual. Se
trata de una relación íntima de una
mujer espiritual —un hermano de La
Familia— con un hombre [espiritual]
—Jesús—. Él es el Hombre, el Marido,
y el hermano es la mujer, la Esposa.
No tiene nada que ver con la
homosexualidad. No se trata de una
relación entre dos hombres. Deben
tener presente que su relación íntima
y amorosa con Jesús no es una relación

erótica de dos varones. Grábenselo
de forma indeleble en la memoria y
repítanselo continuamente para que
no se les olvide. ¡Sólo intervienen una
mujer (el hermano en cuestión) y su
Marido (Jesús)! ¡Nada más! (6ª parte,
párrs.39, 41).
Hay que reconocer que es bastante humillante
para el común de los varones concebirse a sí mismos
como una mujer, una esposa que se desvive por
complacer a su Marido celestial. De todos modos,
sabemos por la Palabra de Dios que una actitud
humilde, un espíritu manso y la debilidad en cuanto
a confianza en uno mismo y a la imagen que se
tiene de sí mismo son atributos que pide el Señor
a Su pueblo, «porque Dios resiste a los soberbios
y da gracia a los humildes» (1 Pedro 5:5).
En una profecía dirigida a los hombres de La
Familia, el Señor les dijo:
Yo sé que sois varones, hombres auda-
ces. Sin embargo, con toda la fuerza
que poseéis y con todo vuestro brío y
valentía, os hace falta más. Precisáis de
gran humildad, gran mansedumbre
y gran debilidad. Os pido, pues, que
desempeñéis el papel que Yo os he
pedido, la función del humilde y del
débil, de la mujer, de la esposa, de Mi
amada. Esto os abate el orgullo, pero
al mismo tiempo os infunde poder.
Será igualmente lo que os transforme
en los soldados robustos que tendréis
que ser en los días que se avecinan (3ª
parte, párr.95).
El gran apóstol Pablo exaltaba con frecuencia
las virtudes de la ternura y la suavidad —atributos
generalmente propios de la mujer—, como atestigua
W W W
el siguiente pasaje:
.
Fuimos tiernos entre vosotros, como
L A F A M I L I A
la nodriza que cuida de sus propios
hijos. Tan grande es nuestro afecto por
vosotros que hubiéramos querido en-
tregaros no sólo el Evangelio de Dios,
sino también nuestras propias vidas;
.
porque habéis llegado a sernos muy
O R G
queridos (1 Tesalonicenses 2:7, 8).
 El Apóstol de los Gentiles también habló en
detalle de la fortaleza de la debilidad en los cre-
yentes:
[Jesús] me ha dicho: «Bástate Mi gra-

cia; porque Mi poder se perfecciona en
[tu] debilidad». Por lo cual, por amor
a Cristo me gloriaré más bien en mis
debilidades, para que repose sobre mí
[Pablo] el poder de Cristo. Por lo cual,
por amor a Cristo me gozo en las de-
bilidades, en afrentas, en necesidades,
en persecuciones, en angustias; porque
cuando soy débil, entonces soy fuerte
(2 Corintios 12:9,10).
Richard Wurmbrand, pastor y autor de
Torturado por Cristo [1967], que pasó catorce años
encarcelado por el régimen comunista de Rumania,
expresó la necesidad de que, independientemente de
su sexo, los cristianos asumieran las características
de una esposa en su relación con el Señor. En un
libro que expone diversas revelaciones recibidas en
la cárcel, declara:
Todos los cristianos, todos los creyen-
tes, ya sean varones o mujeres, son es-
posas de Cristo. Todos debemos aspirar
a adquirir rasgos más femeninos, tales
como la ternura, la mansedumbre, la
sumisión y la aceptación pasiva de
cuanto decida el Esposo. En el mo-
mento de la conversión, el varón se
convierte en esposa, no en esposo de
Cristo.
Lambert Dolphin, evangelizador y autor de
libros de inspiración cristiana, añade al respecto:
En las Escrituras, la mujer es figura del
creyente en general. Dicha figura se
emplea por ejemplo en Romanos 7:1-
45. Esta breve ilustración del apóstol
Pablo demuestra que la mujer puede
simbolizar típicamente en las Escrituras
W W W
al creyente común y corriente. C.S.
Lewis afirmó que Dios tiene atributos
.
tan masculinos que en relación con Él
L A F A M I L I A
todos somos femeninos.
5
Romanos 7:1-4 dice: «Hermanos, ustedes conocen la ley, y saben que la ley solamente tiene poder sobre una persona mientras esa persona
vive. Por ejemplo, una mujer casada está ligada por ley a su esposo mientras éste vive; pero si el esposo muere, la mujer queda libre de la ley que
la ligaba a él. De modo que si ella tiene relaciones con otro hombre mientras el esposo vive, comete adulterio, pero si el esposo muere, ella queda
libre de esa ley, y puede casarse con otro sin cometer adulterio. Así también ustedes, hermanos míos, mediante la muerte de Cristo han muerto
.
O R G
con Él a la ley para pertenecer a otro esposo. Ahora son de Cristo, de aquel que resucitó. De este modo, nuestra vida será útil delante de Dios»
(versión Dios Habla Hoy).
Por su parte, Spurgeon no encontró impedi-
mento para reconocer que todo creyente, sea cual
fuere su sexo, es en forma individual esposa del
Marido celestial:
Nos quedamos cortos como aman-
tes de nuestro dulce Señor Jesús. No
somos dignos de ser siervos Suyos, y
menos aún Sus esposas. Pese a ello, nos
ha concedido el honor de ser hueso de
Sus huesos y carne de Su carne, unidos
a Él en glorioso matrimonio. ¡He ahí
el amor! (283).
Buena parte de los escritos de San Juan de la
Cruz tratan en exclusiva del matrimonio místico
del alma con Cristo. La siguiente estrofa de su
Cántico espiritual pone de manifiesto que él veía
en cada creyente, independientemente de su sexo,
una esposa del Redentor:
Allí me dio su pecho,
allí me enseñó ciencia muy sa-
brosa,
y yo le di de hecho
a mí, sin dejar cosa;
allí le prometí de ser su esposa (8).
Un «conocimiento» íntimo de Jesús
U na de las facetas más desconcertantes de la
revelación sobre amar a Jesús es el mensaje
de que Él ansía tener una relación espiritual íntima
con Su esposa y hacer el amor con ella de la misma
manera que un hombre corriente desea copular con
su esposa o su amante. La Biblia nos dice que Dios
creó «todas las cosas, y por [Su] voluntad existen
y fueron creadas» (Apocalipsis 4:11). Claro que
entender al Todopoderoso como un ser necesita-
do en ese sentido parecía contradictorio. En una
profecía, el Señor dijo a María y a Peter:
Me agrada que me amen y me agra-
da amar. Me complace recibir amor.
Me complace dar amor. Poquísimos
son los que entienden Mi necesidad
de ser amado, Mi deseo de ser amado.
Poquísimos son los que entienden Mi
ansia de ser deseado, de que me lla-
 men y me digan que me desean, que
me necesitan, que me anhelan, que
soy hermoso. Cuando lo hacen me
causan gran placer y dicha. Por ese
propósito creé a Mis hijos, para que
me amasen.
Deseo ser amado de una nueva
manera. Para vosotros es un paso de
fe; ¡para muchos supondrá un salto
de fe! ¡Venid, pues, os digo y sed Mi
Esposa! Mirad que anhelo ser amado
como un hombre solitario que, aunque
no aparente estar solo porque tiene in-
numerables amigos y familiares, abriga
necesidad de alguien que le imparta
amor y cariño.
¡Venid, os ruego, venid y sed Mi
amada! ¡Venid a Mí y sed Mi amante!
¡Venid a Mí y sed Mi Esposa, Mi cón-
yuge! Venid, venid, os ruego, y yaced
conmigo en el lecho de amor. Allí en-
contraréis amor en abundancia y ricos
tesoros, allí hallaréis gran galardón (3ª
parte, párrs.34, 36, 37).
Al repasar estas profecías, María señaló:
Puede que se pregunten cómo es que
Dios necesita nuestro amor, con tanto
como Él tiene. ¿Cómo es que el gran
Dios del universo necesita nuestro
amor de forma tan personal? Es Dios,
no es un ser humano. Pero ya ven, ¡no
conocíamos Sus sentimientos! No ha-
bíamos entendido hasta qué punto se
aplica a Él y a Su relación con nosotros
la ilustración del hombre y la mujer
que se aman. Esa es una de las razones
por las que creó el amor humano, el
deseo humano, la necesidad humana
de amor: ¡que entendiéramos el deseo
y la necesidad que tiene Él de nosotros!
(3ª parte, párr.44).
Más adelante, María añade:
Siendo como es [Jesús] nuestro Amante
y Esposo, y siendo nosotros Su Esposa,
¡es lógico que le digamos palabras de
amor! Peter y yo comenzamos a caer en
la cuenta de que esto de que Jesús nos
ame como Amante y Esposo no es un
mero simbolismo; Él realmente siente
lo mismo que un amante o esposo por
su mujer. Necesita la satisfacción de
sentirse envuelto en los brazos de Su
Esposa, sentir sus besos y oír que ella
le exprese que lo quiere y lo desea (3ª
parte, párr.194).

Esto concuerda con el pasaje que citamos más
arriba sobre los célebres místicos cristianos:
Todos ellos, al describir su intimidad
[con Dios], recurren a un lenguaje rico
en alusiones maritales, un lenguaje
que habla de intimidad sexual. Ello
está justificado, y no se trata sólo de
un sentido figurado. Sus vivencias en
oración no son sexuales y nupciales en
un sentido meramente metafórico. Son
reales (Gallagher, 25-27).
En un libro de publicación posterior, Rousseau
y Gallagher explican con más detalle el anhelo de
Jesús de pasar momentos íntimos con Su amada:
Jesús es el Esposo de la Iglesia. Siente
un deseo irresistible de intimar con
nosotros. Para Él, amarnos no es un
sacrificio, sino un vivo anhelo de unirse
carnalmente con nosotros, de hacernos
miembros de Su cuerpo. Todo novio
se muere por estar con su novia, y ese
deseo refleja —tímida aunque efec-
tivamente— el amor que nos tiene
Jesús (13).
El místico belga Jan van Ruysbroeck, autor
de Ornamento de las bodas espirituales, arroja más
luz sobre el carácter recíproco de nuestro amor
con Dios. El pastor y catedrático Jeffrey Imbach
escribe lo siguiente en su comentario a la obra del
mencionado místico:
Ruysbroeck ilustra de forma admi-
rable la realidad del amor apasionado
al describir el que Dios nos tiene. Nos
dice sin pelos en la lengua que Dios
nos ama con ardor, tanto en lo que
W W W
se refiere al deseo de dar como al de
recibir. El pasaje es largo, pero digno
.
de reproducir:
L A F A M I L I A
El amor es de libre ejercicio y no
siente vergüenza de sí mismo. Por na-
turaleza es a la vez ávido y generoso,
pues en todo momento desea a un
tiempo exigir y ofrecer, dar y recibir.
.
Por un lado, el amor de Dios rebosa
O R G
deseo, porque exige al alma cuanto ésta
 es y cuanto puede dar de sí. Por otro
lado, es generoso hasta lo indecible.
Revela y brinda al alma todo su ser, y
desea entregarse a ella de lleno y sin
reservas. Por su parte, a estas alturas el

alma enamorada ya anhela con apetito
insaciable y voraz, cediendo al deseo
de poseer cuanto le sea revelado. Mas
por tratarse de una criatura, es incapaz
de devorar o abarcar la inmensidad de
Dios (Imbach, 79, 80).
Un concepto tan apasionado y humano de Dios
puede parecer bastante insólito para muchos, en
particular quienes tengan un sentido muy austero,
seco e intelectual de la divinidad. No obstante, un
número cada vez mayor de autores han caído en
la cuenta de que si «Dios es amor» (1 Juan 4:8)
como declara la Escritura, ¿por qué no va a ser
también amante?
Se hace necesario reformular y ampliar
nuestra idea de Dios. Sallie McFague
nos recuerda que aunque la tradición
cristiana insiste en que Dios es amor,
en buena parte ha rehuido presentarlo
como amante, por temor a que «la más
leve insinuación de pasión en el amor
divino lo contamine». Si de todas las
relaciones humanas, la amorosa es la
más íntima, la más poderosa y creadora
de vida, ¿no podría ser también una
metáfora esencial aplicable a ciertos
aspectos de la relación de Dios con
el mundo? Es posible que al emplear
la alegoría del amante recuperemos
una teología que engloba los placeres
divino y humano (Nelson, 24).
Respecto a esta imagen de Dios como amante,
la teóloga Dody Donnelly expresa sucintamente lo
siguiente: «Dios hace el amor, y todos los místicos
pueden dar fe de ello» (76).
Joni Eareckson Tada, autora contemporánea de
libros de inspiración cristiana, describe los goces ín-
W W W
timos espirituales con el Esposo celestial en El cielo,
su verdadero hogar, que fue un éxito de ventas:
.
L A F A M I L I A
Esta íntima unión espiritual es una
vía de ida y de vuelta. La tierra es una
gran sesión prematrimonial en prepa-
ración para el Cielo, y aunque Jesús
.
O R G
6
«Conoció Adán a su mujer Eva, la cual concibió y dio a luz a Caín, y dijo: Por voluntad del Señor he adquirido varón» (Génesis 4:1). La
versión Dios Habla Hoy dice: «El hombre se unió con su esposa Eva».
desea que lo amemos apasionadamente
y a Él solo, Él nos corresponde con Su
amor, puro y ferviente.
Conocer así a Jesús es como estar
en el Cielo. Y lo digo literalmente. La
vida eterna es conocer a Dios [Juan
17:3]. Cuando profundizamos nuestra
relación con Jesús, es como un adelan-
to de nuestra vida eterna, aquí en la
tierra. Ya vivimos el Cielo.
El apóstol Pablo sabía de Jesús y
conocía a Jesús. Está, también, el asun-
to de la novia y el novio. Se trata de un
tipo de conocimiento distinto. Pablo
trata este conocimiento más profundo
en el versículo siguiente cuando expresa
su anhelo: «A fin de conocerle, y el poder
de Su resurrección» (Filipenses 3:10).
Me encanta esa palabra, «conocer-
le». Los eruditos explican que en este
pasaje «conocerle» implica aprender
cómo es una persona por medio de
una experiencia profunda y perso-
nal. Es el mismo tipo de intimidad al
que se hace referencia en el libro de
Génesis donde dice que Adán «cono-
ció» a su esposa, Eva6. La suya fue una
experiencia profunda y personal. Un
nivel de relación que va más allá del
conocimiento mental. También es una
ilustración física del nivel de intimidad
espiritual que Dios desea tener con
nosotros, algo aún más profundo y
personal (189-191).
Celia Hahn arroja más luz sobre el empleo
bíblico de la palabra conocer:
En la Biblia, sexualidad y espiritua-
lidad están ligadas de un modo más
sutil. El verbo conocer, referido al acto
sexual, da a entender una relación entre
el conocimiento de los humanos por
medio del amor y el conocimiento
íntimo que tiene Dios de Sus amadas
criaturas (189).
Intimidades místicas
con el Esposo celestial
P resentarse ante el Rey de reyes como una esposa
sumisa que se ofrece a Él sin reservas expresando
que desea Sus besos, Sus caricias y que le haga el
amor de un modo espiritual no es un fenómeno
novedoso. Muchos místicos han expresado a lo
largo de la Historia un ardor y pasión ostensible-
mente eróticos en su relación con Jesús. El profesor
Imbach ha llegado a la conclusión de que las ex-
periencias y dichos de los grandes contemplativos
dan fe de un amor ferviente y tienen por objeto
inspirarnos a todos a «conocer el amor de Cristo»
(Efesios 3:19):
Mi estudio de la tradición mística
cristiana me ha convencido de que la
principal inquietud de los autores con-
templativos se centra en el misterio del
amor. Son místicos no en un sentido
esotérico, sino porque ahondan en el
misterio del amor. El misticismo con-
siste en el deseo de alcanzar la unión
con el Universo y con Dios.
Llegaron a aceptar que ese anhelo
de unión íntima es la vía que conduce a
nuestro destino: aunarnos con nuestro
amoroso Creador. Estos temas cons-
tituyen el eje de la tradición mística
cristiana (24).
Aunque no concordemos con todo lo que dije-
ron o hicieron los autores contemplativos de otros
tiempos, no deja de ser impresionante el gran fervor
que sentían por Dios. Ralph Harper descubrió que
la relación de la mística Santa María Magdalena
de Pazzi (1566-1607) con su Salvador suscita una
amplia gama de reacciones:
La palabra deseo se queda corta
para describir el amor que sentían algu-
nos contemplativos por Dios. Leer de
la locura de amor de la mística italiana
Magdalena de Pazzi es escandalizarse,
trastornarse, quizá persuadirse:
El suyo era un fervor inagotable.
No había momento en que no pensara
en Dios. Hablaba incesantemente de
Él y no dejaba de afanarse a Su servicio.
Con frecuencia da la impresión de que
hubiera perdido la razón y en todo
momento estuviera inmersa en Dios.
En ocasiones el fuego que albergaba
en su interior era tan intenso que no
lo podía contener en el pecho: le in-
flamaba el rostro y se desbordaba en
sus acciones y palabras. Decía a sus
seguidoras: «Amadas hermanas, no
sabéis que mi Jesús no es otra cosa
que amor; sí, está loco de amor. ¡Estás
ebrio de amor, Jesús mío!» [Reinhold,
286,287] (8).
La siguiente descripción que hace Santa María

Magdalena de Pazzi de una unión íntima total de
Cristo con Su amada no deja mucho campo a la
imaginación:
Vi a Jesús poseyendo a Su esposa
en la más íntima de las uniones. Tenía
la cabeza recostada en la cabeza de Su
amada, los ojos fijos en los de ella, y
la boca, las manos, los pies y todos los
miembros sobre ella, de suerte que la
esposa se fundió con Él y deseaba cuan-
to el esposo deseaba y veía y gustaba
cuanto Él veía y gustaba.
Dios no quiere sino que el alma
se una a Él de ese modo y Él con ella,
sin reservas. Cuando el alma recuesta
la cabeza sobre la de Jesús, no desea
otra cosa que unirse con Dios y que
Él se una con ella (Buber, 110).
Matilde de Magdeburgo (1217-1277) describió
en términos similares en De la presentación del alma en
la corte en que Dios se manifiesta la apasionada relación
del Señor con Su esposa, entregada de lleno a Él:
Cuanto más aumenta el deseo de Él,
más estrechamente abraza a la esposa,
y mayor es la dicha de ésta. Cuanto
más ardoroso el abrazo, más dulce es el
sabor de los besos. Cuanta más ternura
se expresan en la mirada, más difícil se
les hace separarse. Cuanto más entrega
Él, más se consume ella, por mucho
que posea (Buber, 53).
Georg Feuerstein, cuyas investigaciones y es-
critos le han valido galardones de la Academia
Británica, comenta lo siguiente sobre el erotismo
espiritual de dicha mística alemana, en su ensayo
Sexuality as Sacrament:
W W W
Sor Matilde de Magdeburgo, religiosa que
.
vivió en el siglo xiii, alarmó a sus superioras
L A F A M I L I A
expresando en sus diarios los sentimientos
eróticos que abrigaba hacia Jesús. Invitó a
otras a encontrarse con Cristo «en el lecho de
amor», donde Él aplacaría su pasión. No era
la única que sentía con semejante vehemen-
.
cia, pero la Iglesia apenas si estaba preparada
O R G
para una espiritualidad tan sensual. Sin em-
 bargo, ese misticismo conyugal prefiguraba
la rebeldía contra el dogma católico que
cuajaría con el Renacimiento y la Reforma
(Enlightened, 91).

Ralph Harper no disimula su asombro por el
poema La fuerza del anhelo, obra de la mencionada
monja:
Si se leen poesías como la siguien-
te, es francamente difícil dudar que
se han dado amores por Dios acriso-
lados y dichosos; sería una estupidez
dejar de reconocerlo con admiración.
La fuerza del anhelo, de Matilde de
Magdeburgo, no es un arrebato aislado
de amor que nace del corazón de una
mujer solitaria; es una cumbre en la
vida de quien goza de la reputación
de ser la mística más ortodoxa de la
Alemania medieval.
Si tan sólo una vez, Señor,
un día me sucediera
que cumpliéndose mi anhelo
yo de pronto te viera,
te rodearía con mis brazos
y el embeleso de Tu amor
en éxtasis me arrobaría.
Mi alma te ansía, Señor,
y constante te aguarda.
Si me lo permites,
te buscaré y te seguiré con afán,
pues sé bien, mi buen Jesús,
que el primero en desearme eres
Tú [Reinhold, 284] (6, 7).
El vigor espiritual que infunde la entrega in-
condicional al poder del amor de Jesús se refleja
análogamente en las siguientes palabras de Teresa
de Lisieux, monja carmelita francesa que falleció
en 1897 y fue canonizada en 1925 «a causa de su
extraordinario amor por Su Esposo espiritual»:
¡Qué dulce fue el primer beso de Jesús
a mi alma...! Fue un beso de amor. Me
W W W
sentía amada, y decía a mi vez: «Te amo
y me entrego a ti para siempre». Desde
.
hacía mucho tiempo, Jesús y la pobre
L A F A M I L I A
Teresita se habían mirado y se habían
comprendido... Aquel día no fue ya
una mirada, sino una fusión. Para mí
el cielo no es sino amor. Nada podrá
apagar mi ardor por el ser divino que
.
me ha embelesado.
O R G
Unión mística con Cristo
durante las relaciones sexuales
U na faceta bastante singular de la revelación
sobre amar a Jesús es que los creyentes pue-
den hacer espiritualmente el amor con el Esposo
celestial mientras tienen relaciones sexuales físicas
con otra persona. En otra profecía, el Señor dijo
a María y a Peter:
Ni siquiera os avergoncéis de
amarme juntos de esta manera, por-
que cuando os amáis unos a otros,
me amáis a Mí. No os cohibáis, pues,
de decir: «¡Te quiero, Jesús! ¡Entra en
Mí, Jesús! ¡Embelésame, Jesús!» Os
aseguro que al amarme de esta manera
os demostráis unos a otros el amor
que tenéis por Mí. Entonces somos
verdaderamente uno.
Susurradme, pues, estos términos
cariñosos, estas palabras de excitación,
a fin de que os ame, os llene y os estre-
che de tal manera en Mis brazos que
seamos uno (3ª parte, párrs.65, 66).
Comentando este concepto de hacer el amor
física y espiritualmente a la vez, María explicó:
«Otra cosa que nos está haciendo ver [el Señor]
es que aún cuando nos amamos entre nosotros
¡podemos amarlo a Él! Cuando hacemos el amor
con nuestra pareja o con alguna persona del sexo
opuesto, podemos incluirlo a Él. Cuando le diga-
mos cosas tiernas a esa persona, también podemos
decírselas a Él» (3ª parte, párr.76).
Después de lo que dijo el Señor sobre
amarlo y decirle palabras cariñosas,
Peter y yo hemos hecho el amor con
frecuencia invitando también al Señor,
¡y ha sido fabuloso! Si incluimos a
Jesús en todo lo demás, ¿por qué no
lo vamos a incluir al hacer el amor?
Ahora Él nos está ayudando a ver que
dejarlo participar en esos momentos es
una experiencia entrañable. Saber que
no sólo nos estamos haciendo felices
el uno al otro, sino también a Él —¡lo
cual es nuestro mayor deseo!— hace
que la experiencia se vuelva más emo-
tiva todavía. Cuando nos besamos y
nos acariciamos, además de hablarnos
el uno al otro, le dirigimos palabras
a Jesús; le decimos que lo amamos,
que nos gustan mucho Sus caricias,
 que lo deseamos y que queremos que
nos penetre. Es muy hermoso, y hace
que los dos nos sintamos mucho más
unidos a Él (3ª parte, párr.192).
Somos conscientes de que la idea de unir-
se sexualmente con Dios en espíritu mientras se
hace el amor con otra persona puede ser motivo
de zozobra o escándalo para algunos. Unos pocos
tal vez podrían llegar al extremo de proponer que
todo intento de vincular las actividades sexuales
con el culto al Señor debe estar ineludiblemente
inspirado por el Diablo.
El objeto primordial de la mencionada revela-
ción es valorizar la relación personal del creyente
con nuestro Señor y Salvador Jesús, a quien hemos
dedicado por entero la vida en la Familia. Al servirlo
a Él, nos oponemos diametralmente a nuestro ene-
migo acérrimo Satanás y a sus demonios, contra los
cuales estamos empeñados en librar una guerra es-
piritual sin cuartel (Efesios 6:12). Por consiguiente,
rechazamos de plano toda conclusión en el sentido
de que la revelación sobre amar a Jesús tenga un
carácter siniestro o diabólico, dadas sus alegorías
eróticas. A nuestro modo de ver, una acusación de
esa índole podría ser síntoma de una actitud poco
saludable y de prejuicios sin base en las Escrituras
contra una de las creaciones más bellas y admirables
de Dios: la sexualidad.
Como se señaló al comienzo del presente traba-
jo, es imprescindible comprender nuestras creencias
generales en materia sexual para captar la manera
en que entiende La Familia la serie de escritos
donde se expone dicha revelación. En pocas pala-
bras, diremos que las relaciones sexuales de mutuo
consentimiento entre personas mayores de edad se
consideran una actividad completamente pura y
necesaria y una maravilla de la creación de Dios
que no sólo tiene por objeto la procreación, sino
también nuestro deleite. No vemos, por lo tanto,
nada de blasfemo ni de pecaminoso en dar cabida
al Creador para que participe de la dicha que ex-
perimentamos en los momentos íntimos de amor
con nuestra pareja o con cualquier otra persona a
la que nos unamos sexualmente.
En Radical Love, la teóloga Dody Donnelly
aborda el tema de los escrúpulos que sienten algunos
hacia la idea de conjugar sexo y religión:
¿Cómo es que hay quienes quieren de-
jar al Espíritu (Dios) en la sala mientras
hacen el amor en la alcoba? Las fuentes
más confiables dan a entender que a
Dios también le gustan las alcobas.
Es más, todo lo que digamos es poco
para recalcarlo. ¡Lo que se hace en
el dormitorio es invención de Dios!
Así pues, al hacer el amor podemos
celebrar la idea tan original de Dios de
crearnos a los humanos con la facultad

de amarnos (34).
Sobre el libro de Donnelly, Georg Feuerstein
observa:
Buena parte del texto está dedicada
a describir con gran lujo de detalles
en qué consiste la espiritualidad eró-
tica. Veamos un par de párrafos que
alcanzan un clímax de euforia mística
desacostumbrado entre los teólogos:
Dios no sólo nos ama en nuestra
sexualidad y por medio de ella, sino
que se deleita en nuestras relaciones
sexuales humanas. Ese amor por la be-
lleza, unidad y capacidad creadora son
el impulso sexual mismo y un regalo
de Dios. La sexualidad es un aspecto
de ese profundo anhelo humano de
satisfacción y de hallar sentido a la
existencia, anhelo de Dios. El eros es
la fuente de la vida y el alimento de
todos nuestros amores... ¡el de Dios
incluido!
Por medio de nuestra singular
personalidad, cada uno somos llama-
dos a proyectar de nuevo hacia Dios
la gozosa experiencia de amarnos y
ser amados sexual y espiritualmente
(Sacred, 182, 183).
Los autores de Embodied in Love, que son ca-
tólicos, rechazan el mito de que la sexualidad sea
pecaminosa, alegando que lejos de ser un mal que
nos aleja de Dios, las relaciones sexuales amorosas
constituyen un acto espiritual que nos conduce a
una unión más íntima con la Trinidad:
Si queremos formular la espiri-
tualidad auténtica del matrimonio,
W W W
es preciso rechazar de entrada todo
dualismo erróneo procedente del gnos-
.
ticismo o el jansenismo que sostenga
L A F A M I L I A
que la materia —y sobre todo la sexua-
lidad— sea maligna. Tanto amó Dios
a este mundo y a su carácter material
(Génesis 1:18) que su hijo se encarnó
totalmente haciéndose materia. Dios
.
crea a los hombres y las mujeres como
O R G
seres completos. El cuerpo humano y
 los gestos físicos hacen algo más que
expresar amor, ya que una expresión es
una entidad distinta de lo expresado.
Las personas ponen por obra el amor
con sus actos físicos.

Nuestras acciones —sin excluir el
acto sexual— son semblanzas o símbo-
los del amor que sentimos. Los gestos
corporales son algo más que corporales;
encarnan nuestro pensamiento, nues-
tro sentir. Copular no es un mero sím-
bolo o expresión del amor; es un acto
de amor. Física y psicológicamente, el
uno entra en el otro. En sus momen-
tos de éxtasis (nótese que esta palabra
etimológicamente quiere decir estar
fuera de uno mismo), ambas personas
trascienden las fronteras del cuerpo,
el alma y el espíritu para materializar
su intimidad.
No hay otra actividad humana en
que dos personas se entreguen la una
a la otra de un modo tan vehemente.
Un amor tan arrebatador se asemeja a
la vida interior de Dios, en la que tres
Personas se entregan mutuamente en
una intimidad de una perfección infi-
nita. No se trata de un simple simbolis-
mo, sino de una causa eficaz mediante
la cual el coito, cuando representa un
acto de amor, una vida llena de amor,
no sólo se parece a la intimidad de
Dios, sino que en la práctica nos acerca
a ella. La fuerza sacramental de nuestra
intimidad nos lleva a intimar con Dios
(Gallagher, 11, 12, 34).
Gallagher y Rousseau dan más detalles sobre
la fuerza espiritual de la sexualidad:
Las relaciones sexuales son algo
más que una actividad humana: son
una fuerza sacramental, el poder que
genera en nosotros la vida del pro-
pio Dios a fin de acercarnos al juego
W W W
amoroso de la Trinidad. Por su parte,
el orgasmo, como cumbre del amor
.
sexual que es, constituye asimismo
L A F A M I L I A
uno de los momentos de amor en que
se manifiesta con más vigor el poder
de Dios.
La vida consiste en intimidad,
en amor, en comunicación, en perte-
.
necerse unos a otros. Pero al mismo
O R G
tiempo no se trata de una intimidad
puramente humana, con lo sublime
que es. Nuestra intimidad nos acerca
a Dios, a la vida en Él y a la vida de Él
en nosotros. Por tanto, las relaciones
sexuales son con toda certeza motivo
de celebración. De hecho, son en sí
una celebración (Rousseau, 44).
La actividad sexual en general y el orgasmo en
particular están reconocidos desde hace mucho por
los especialistas como un poderoso detonante del
arrobamiento espiritual. Para que esos momentos
de placer lo acerquen a uno a Dios, a Jesús y a la
Trinidad es indudable que mucho depende de las
convicciones religiosas y la relación personal que
tenga uno con la divinidad. De todos modos, es
lógico que si un creyente busca amar a Jesús y
acercarse a Él mientras hace el amor, el acto sexual
en sí puede servir de trampolín hacia la intimidad
espiritual que busca.
Virginia Mollenkott pone de relieve en su li-
bro Sensuous Spirituality la naturaleza mística del
orgasmo físico:
[En] Amor y voluntad, obra maestra del
psicólogo Rolo May que ha alcanzado
gran difusión, el autor sostiene que
en el momento del clímax sexual, los
amantes «trascienden su aislamiento
personal» de suerte que «experimentan
una unión con la naturaleza misma».
Según él, excepto en las relaciones
sexuales más despersonalizadas, «se
da una vivencia de tacto, contacto y
unión que va in crescendo, hasta que
llega un momento en que los amantes
pierden conciencia de que son dos
seres independientes y se funden en
un sentimiento de unidad con la na-
turaleza». Niega que esta trascenden-
cia mística sólo pueda ser alcanzada
por amantes ideales, y sostiene que
«constituye parte inseparable del acto
amoroso». La impresionante acogida
que ha tenido su libro entre médicos,
psicólogos y teólogos es señal de la
urgencia con que nos hace falta este
concepto integrado de sexualidad y
espiritualidad (104).
David Biale, que se ha especializado en el estu-
dio de la sexualidad en la historia del pueblo judío,
añade en Eros and the Jews que algunos dirigentes
eclesiásticos están reconociendo la espiritualidad
de las relaciones sexuales y el orgasmo:
 Algunos predicadores cristianos adu-
cen que en un matrimonio que fun-
ciona bien y glorifica a Dios, el acto
sexual adquiere un carácter espiritual
que debe iniciarse y concluirse con
oración. En palabras de uno de dichos
predicadores, el cristiano actual debe
«hacer de Jesucristo el centro de su vida
sexual». Sin armonía sexual es incon-
cebible un buen matrimonio cristiano.
Según Marabel Morgan, autora de La
mujer total, el orgasmo es una forma de
éxtasis religioso que se debe cultivar, y
«es tan puro y tan limpio como comer
requesón» (211).
Feuerstein afirma categóricamente que, para
muchos, la actividad sexual está salpicada de mo-
mentos espirituales y místicos:
Mis investigaciones, realizadas me-
diante cuestionarios, entrevistas y el
estudio detenido de diversas culturas,
me han llevado a la conclusión de que
las relaciones sexuales pueden ser un
importante medio de alcanzar expe-
riencias místicas o encuentros con la
divinidad. Hace mucho tiempo que
numerosas tradiciones religiosas lo ven
de esta manera, inclusive algunas que,
como el cristianismo, son notorias por
su puritanismo (Sacred, 29).
En un ensayo anterior titulado Sexuality as
Sacrament, Feuerstein y M. Litt proclaman la ne-
cesidad de reconocer la sexualidad como la fuerza
espiritual positiva que es y debe ser:
Eso es lo que es preciso descubrir: que
las relaciones sexuales constituyen algo
más que un orgasmo causado por el
roce de los genitales. Pueden llegar
a ser un sacramento, una manera de
experimentar y vivir el Misterio eró-
tico del que todos formamos parte
(Enlightened, 100).
David Biale señala que la mística judía de otros
tiempos consideraba la sexualidad una fuerza es-
piritual que acercaba a los amantes al favor y la
presencia de Dios:
Para muchos comentaristas actuales,
los místicos judíos celebran la sexuali-
dad como un requisito para la armonía
con Dios, la cual se expresaba también
en términos eróticos. Al contrario de
muchos autores cristianos del medioe-
vo, que creían que el Espíritu Santo no
podía estar presente mientras dos seres

humanos copulaban, [los místicos] —y
en general el judaísmo de esa época—
sostenían ni más ni menos lo contrario:
que el acto sexual entre marido y mujer
traía al lecho conyugal la shekinah, la
presencia de Dios (101-102).
La opción del placer autoinducido
L a revelación sobre amar a Jesús ofrece otro
medio de hacer el amor espiritualmente con
Jesús mientras se disfruta del placer sexual físico: la
masturbación. En una profecía, el Señor dijo:
Cuando estés a solas en la tranquilidad
de tu aposento, puedes expresarme y
manifestarme tu amor. Es una forma
muy íntima y hermosa de amarme.
No te lo exijo ni te lo impongo, pues
me contento con las palabras, con tus
caricias y hasta con el simbolismo de
tu amor. Mas si deseas pasar unos mo-
mentos especiales conmigo y sentir Mi
amor, te puedes tocar hasta alcanzar el
orgasmo. Seré Yo quien te estará aman-
do. Es una forma íntima y privada de
amarme, a solas conmigo, besándonos
y acariciándonos en nuestro lecho de
amor (3ª parte, párr.29).
Respecto a esta profecía, María comentó:
En este caso [el Señor] habla de la
masturbación. Dice que si estás expre-
sándole a solas el amor que le tienes
y cuánto lo deseas, al mismo tiempo
puedes masturbarte si quieres. Dice
que esto no es obligatorio. No nos
lo exige; se conforma con nuestras
palabras. De todos modos, dice que
W W W
si quieres pasar un rato especial con
Él puedes hacer eso y experimentar
.
Su amor (4ª parte, párr.61).
L A F A M I L I A
María explica asimismo que la masturbación
puede ayudar a amar íntimamente a Jesús, ya que el
sentimiento de deseo y pasión que se experimenta
a medida que se acerca el orgasmo hace que resulte
.
más fácil sentir y vivir los sentimientos de amor
O R G
de Él. María pone de manifiesto que las intensas
 sensaciones que preceden al clímax sexual equivalen
al ansia de unirse sexualmente en espíritu que Jesús
desea que sienta Su esposa por Él.
Otro de los principales motivos

por los que nos dio la opción de intro-
ducir la masturbación en los momen-
tos en que hacemos el amor con Él es
que cuando uno se está estimulando
a sí mismo y está a punto de alcanzar
el orgasmo, el deseo que siente en esos
instantes es análogo al deseo que el
Señor quiere que sintamos de Él en
espíritu. En ese momento, el mayor
anhelo de uno es alcanzar esa deliciosa
sensación de alivio que brinda el orgas-
mo; se desea con muchísima intensi-
dad. Así precisamente quiere el Señor
que lo deseemos a Él en espíritu.
El Señor dijo en profecía: «Esa
pasión y deseo que sentís cuando se
acerca el orgasmo es una ilustración
de cómo quiero que me deseéis a Mí,
de cómo quiero que anheléis uniros
conmigo».
Él dijo: «Haciendo esto percibi-
réis y experimentaréis más fácilmente
Mi amor, expresaréis con más soltura
esas palabras de amor y os será más
comprensible el gran amor que deseo
manifestaros y la manera en que quiero
que me améis, ya que tendréis una
ilustración en la carne, en lo físico,
algo que podréis ver y palpar» (7ª parte,
párrs.98, 99, 101).
Si bien la revelación sobre amar a Jesús presenta
la posibilidad de realizar actividades sexuales físicas,
ya sea con otra persona o a solas, a lo largo de la serie
se recalca que para hacer el amor espiritualmente
con Jesús basta con expresarle palabras de amor.
No es imprescindible que eso vaya acompañado
de un acto físico. Dice María:
El Señor lo único que nos pide
W W W
es que digamos las palabras. A no ser
que Él les hable al corazón y les dé el
.
deseo de masturbarse, no tienen que
L A F A M I L I A
considerarse obligados a hacerlo. Es
una cuestión enteramente privada y
personal entre uno mismo y el Señor.
Si quieren amar a Jesús mientras se
masturban o mientras hacen el amor
.
con su cónyuge o con la persona con
O R G
quien compartan, la decisión es de
ustedes.
Si quieren participar de esa inti-
midad [con Jesús], si quieren hacer-
se acreedores a esas bendiciones en
particular, será imprescindible que le
digan esas palabras de amor. Aunque
no sean capaces de hacerlo con todo su
corazón ni con entusiasmo, aunque se
sientan raros y no se consideren capa-
ces de decirlas en serio, si las expresan,
por algo se empieza. ¡A medida que
las vayan diciendo lo irán haciendo
más sentidamente! No dice que sea
necesario que se masturben. Dice que
pueden hacerlo si lo desean y sentir de
esa manera Su amor, pero que no es
necesario para recibir las bendiciones
prometidas. ¡Para esto último basta con
que le digan las palabras de cariño! (4ª
parte, párrs.64, 82).
Razones para amar íntimamente a Jesús
E n la revelación sobre amarlo, el Señor nos dio
varios incentivos para que los que compone-
mos Su esposa le manifestemos amor de un modo
íntimo. Veamos ahora algunos de los beneficios y
bendiciones que derivan de ello.
En primer lugar, nos dijo que así se satisface
Su necesidad de amor. Como sostenemos que el
motivo principal de nuestra existencia es amar y
servir a aquel que dio la vida por nosotros, nos hace
muy dichosos saber que lo complacemos. Somos
también conscientes de que todo lo que le demos
Él siempre nos lo devolverá con creces. En una
profecía, el Señor dijo:
Hijos Míos, cuánto me compla-
ce el amor que me tenéis. Por tanto
derramo Mi amor sobre vosotros. He
aquí que me proporcionáis gran pla-
cer cuando hacéis una pausa y tomáis
tiempo para amarme, besarme, acari-
ciarme y alabarme, cuando clamáis a
Mí, cuando oigo las palabras de amor
que me dirigís, cuando nos demostra-
mos amor mutuamente. Os digo que
es semejante al deleite de dos personas
que se unen. Del mismo modo que
sentís placer cuando os unís al otro,
Yo también lo siento cuando me fundo
con vosotros.
Necesito vuestro amor y que me
manifestéis cariño. Pues aunque soy el
Rey del universo, de todas las cosas y
 aún más, no puedo gozar de vuestro
amor a menos que me lo manifestéis.
Yo lo he dispuesto de esa manera. En
este aspecto me he impuesto limita-
ciones. No obligo a Mis hijos a amar-
me; ellos tienen libre albedrío. Deseo,
anhelo que me amen. Por tanto, me
complazco grandemente en los que me
aman. Satisfacen la necesidad que ten-
go de amor (4ª parte, párrs.95, 96).
Otra razón importante por la que amamos de
buen grado a Jesús de esta manera es que creemos
que nos ayudará a tener una relación mucho más
estrecha con Él. María dio fe de que, tras el periodo
inicial de adaptación, ella y Peter descubrieron que
al lanzarse a amar al Señor expresándole palabras
cariñosas, eróticas, su relación personal con Él se
enriqueció:
De un año a esta parte Peter y yo
hemos estado acudiendo al Señor en
oración y amándolo de la forma que
nos ha revelado, y la verdad es que lo
hemos encontrado muy beneficioso.
Ha transformado radicalmente nues-
tra actitud en lo que se refiere a pasar
tiempo con Él y ha hecho que resulte
más fácil y satisfactorio. Ha hecho
también que nos sintamos mucho más
unidos a Jesús y que logremos mayor
intimidad con Él, estableciendo una
auténtica conexión.
Puede que al principio se sientan
un tanto incómodos diciendo esas
cosas al Señor. Aunque sabemos que
amamos muchísimo a Jesús, al prin-
cipio nos resultaba un poco extraño
amarlo de esta manera tan novedosa,
hasta que nos acostumbramos. No obs-
tante, continuamos haciéndolo porque
sabíamos que le agradaba. Seguimos
diciéndole esas cosas, y empezamos a
sentir algo muy diferente por Él. Poco
a poco tomamos conciencia de que
efectivamente ¡es nuestro Amante!
Le decimos que nos encantan Sus
besos y Sus Palabras. Le expresamos
que queremos tenerlo en nosotros y
que nos comunique Su simiente. Le
decimos que queremos hacerlo feliz
besándolo y amándolo como nos pida,
como quiera que le proporcione sa-
tisfacción.
Eso hizo que nos sintiéramos mu-
cho más unidos a Él y más enamorados
de Él. El gran amor y deseo que siente
por nosotros ha aumentado el que
sentimos por Él (3ª parte, párrs. 5,
196, 199, 195).

Algunos cristianos de otras confesiones quizás
aleguen que aunque es bueno sentirse unido al
Señor, las Escrituras nos enseñan que en nuestra
vida religiosa debemos andar «por fe, no por vista»
y no apoyarnos en sensaciones o impresiones (2
Corintios 5:7). Estamos de acuerdo. No obstan-
te, coincidimos también con el sentir expresado
por Spurgeon en cuanto a las manifestaciones del
amor del Señor que Él nos permite percibir y ex-
perimentar físicamente. Comentando el versículo
del Cantar de los cantares que dice: «¡Oh, si Él
me besara con besos de Su boca» (Cantares 1:2),
Spurgeon escribió lo siguiente:
Suponemos que por besos se entienden
las diversas manifestaciones de afecto
que el amor de Jesús hace disfrutar al
creyente. El beso de comunión dia-
ria, el cual suspiramos por que nos
dé nuevamente cada día, hasta que se
transforme en el beso de recepción, que
retira al alma de la tierra, y el beso de
consumación, que la colma del gozo
del Cielo. Aunque andamos por fe,
descansamos en una comunión percep-
tible. Si bien la fe es la vía por la que
transita el peregrino, la unión con Jesús
es la fuente de la que bebe (184).
Además de enriquecer su relación con Jesús,
María cuenta que otro aspecto en el que ella y Peter
se han beneficiado al amar así al Señor es que la
relación sexual de ellos se ha enriquecido:
Gozamos enormemente de esos mo-
mentos tan hermosos junto con el
Señor, pues consideramos que nos
unen mucho a los tres. Es muy ínti-
mo y emotivo. Tardamos un tiempo
W W W
en acostumbrarnos a expresarnos de
palabra esas cosas el uno al otro y al
.
Señor. Sin embargo, a medida que
L A F A M I L I A
nos lanzamos por fe a hacerlo se fue
volviendo mucho más fácil, de manera
que ahora ya es de lo más espontáneo
y placentero. Hasta ha dado realce a
nuestras relaciones sexuales, ya que al
.
decir cosas eróticas al Señor o decír-
O R G
noslas el uno al otro la actividad sexual
 se vuelve más excitante todavía (4ª
parte, párr.4).
Otro beneficio que a nuestro entender se ha
derivado de la revelación sobre amar a Jesús es que

al labrar un vínculo estrecho con Él cobraremos
las fuerzas que nos harán falta para salir victorio-
sos en el Tiempo del Fin, un periodo de grandes
trastornos y de cuya inminencia no dudamos. (Un
cuidadoso análisis de las «señales de los tiempos»
presentadas en numerosos pasajes de las Escrituras
nos ha llevado al convencimiento de que ya vivi-
mos en los «postreros días», la época más sombría
de la historia de la humanidad, que precederá a la
segunda venida de Jesucristo). En una profecía, el
Señor nos alentó con las siguientes palabras:
A medida que los días se tornen más
sombríos y los tiempos más difíciles,
amarme, estar enamorados de Mí, uni-
dos a Mí y gozar de una relación íntima
conmigo os ayudará a salir adelante.
Entonces todo se verá más radiante.
Al amarme, al poner los ojos en Mí y
al volveros hacia Mí, hacia Mi luz y
Mi simiente, y clamar a Mí, todo lo
demás se desvanecerá. Hallaréis gran
éxtasis en Mí y seremos uno (4ª parte,
párr.31).
Respecto a esta profecía, María comentó:
El Señor nos pide que le expresemos
amor con palabras. Él a Su vez nos dará
la simiente que nos proporcionará las
fuerzas, el amor y el ungimiento que
necesitaremos en los difíciles tiempos
que se avecinan (4ª parte, párr.53).
Del mismo modo que a todo marido le gusta
manifestar aprecio a su esposa cuando ésta lo quiere
apasionadamente y sin reservas, creemos que el
Señor reacciona de modo similar cuando se lo ama
con ardor. Creemos que si tenemos la humildad de
amarlo de ese modo tan íntimo nos lo pagará con
W W W
muchas bendiciones. En una profecía nos dijo:
.
¿Acaso al esposo no le agrada pro-
L A F A M I L I A
digar obsequios y muestras de amor y
aprecio por el amor que le brinda su
tierna esposa?
¡Venid, pues! ¡Ven, Esposa Mía!
¡Venid, Mis amores! ¡Venid, os ruego,
.
venid! ¡Venid a Mi lecho, venid a Mis
O R G
brazos, venid a Mis besos, a Mis labios!
¡Nos deleitaremos con gran regocijo
y pasión, y recibirás gran amor, gran
fortaleza y grandes dádivas! Estarás
casada con un Rey. Serás reina para
Mí, ¡y te concederé mucho más de
lo que podrías pedir o imaginar! (3ª
parte, párrs.37, 39).
En otra profecía, el Señor volvió a prometer
grandes bendiciones para quienes lo amaran así:
¡Cuánta alegría sentirán al amar-
me! ¡Las bendiciones y galardones que
recibirán por amarme serán formida-
bles! Cuando me concedan el amor que
les pido, Yo también les concederé sus
peticiones; responderé a sus oraciones
y les daré en mayor medida aún lo que
necesiten y deseen.
Los bendeciré abundantemente por
el amor que me manifiestan a Mí, ¡el
Rey que lo tiene todo, pero anhela ser
amado! (4ª parte, párrs.101, 102).
En el siguiente párrafo, María expone en pocas
palabras las razones que tenemos para amar ínti-
mamente a Jesús:
Es posible que al ver que el Señor nos
pide que le digamos esas palabras de
amor algunos todavía se pregunten por
qué es necesario hacerlo. ¡Está claro
que ese no es un acto imprescindible
para ganarse Su Amor! Ya disfrutamos
de ese amor; Él no nos lo va a quitar.
No es necesario expresar esas palabras
para ser un cristiano consagrado que
lleva fruto. Sólo es preciso hacerlo si
se quiere participar en esta revelación
y gozar de las bendiciones que Él ha
prometido a los que lo hagan, es decir,
tener una relación más estrecha con Él
y recibir más fuerzas para las batallas
que nos esperan. ¡Así podremos ex-
perimentar el grandioso privilegio de
conocer a Jesús de modo más profundo
e íntimo! (5ª parte, párr.81.)
Amar íntimamente a Jesús
es una decisión personal
C omo ya se ha indicado, entablar una relación
espiritual erótica con Jesús dirigiéndole pala-
bras de amor, ya sea a solas en oración o mientras
se mantienen relaciones sexuales, es una decisión
puramente personal. Creemos que cualquier perso-
na, pertenezca o no a nuestra congregación, puede
hacerse acreedora de los beneficios y bendiciones
que promete el Señor a quienes lo amen de esa
manera. Jesús dijo: «Conforme a vuestra fe os sea
hecho» (Mateo 9:29). María explica:
Lo que haga cada uno es asunto
suyo. Depende de lo que considere
que el Señor le haya indicado. Nadie lo
presiona. Nadie le pide que haga nada
en particular ni algo que no desee. No
es cuestión de obras. Esta íntima y
novedosa relación con el Señor es un
don de Su gracia.
Jesús dijo: «Esto es una dádiva de
amor, una dádiva de felicidad. Una dá-
diva que os entrego con miras a hacer
más radiante y dichosa vuestra vida
y aligerar vuestras cargas mediante la
relación amorosa que mantendremos,
el contacto de que disfrutaremos y la
intimidad que descubriremos».
El Señor no nos habría dado esta
revelación completa si no quisiera que
la aplicásemos a nuestra vida. Sin em-
bargo, no nos lo exige, no nos obliga.
Quiere que nosotros mismos escoja-
mos hasta qué punto vamos a partici-
par. La decisión depende enteramente
de nosotros.
A cada uno le corresponde estu-
diar con detenimiento y oración la
opción que le presenta el Señor y las
grandiosas promesas que hace para los
que tengan la humildad de amarlo a
Él y amar a otros de esta manera (7ª
parte, 122, 123, 143, 144).
Con el amor basta
L a doctrina bíblica de que Dios es amor (1
Juan 4:8) constituye una piedra angular de las
creencias y prácticas de La Familia. Desde nuestros
comienzos, en lo que a culto personal se refiere,
por sobre todas las cosas hemos hecho hincapié en
que cada uno de nuestros discípulos desarrolle y
madure su relación individual de amor con Dios.
Como dijo Jesús, el primero y principal de los
mandamientos es amar a Dios con todo el corazón,
el alma y el pensamiento, con todas nuestras fuer-
zas. Y el segundo, el cual calificó de semejante, es
amar al prójimo como a nosotros mismos (Mateo
22:37-39). Tal es el objetivo que perseguimos
tanto en nuestra relación mutua como en nuestra
presentación del Evangelio a un mundo que con-
sideramos sediento de amor.
David Berg, nuestro fundador, puso de relieve el
papel preponderante que tiene el amor en nuestras
creencias. Declaró que no se trataba simplemente

de una parte importante de nuestra religión, sino
que ésta consistía ni más ni menos que en el amor.
«Nosotros creemos en el amor. Amor a Dios y al
prójimo, ¡porque “Dios es amor”! (1 Juan 4:8). En
eso consiste nuestra religión: ¡en amar!» (1)
Afirmó que amor es sinónimo de vida, pues sin
amor no existe nada. A continuación, lo proclama
como la mejor solución a los problemas que agobian
a la humanidad:
El amor lo es todo. Sin amor no
habría nada: ni amigos, ni familias, ni
padres, ni madres, ni hijos, ni sexuali-
dad, ni salud, ni felicidad, ni Dios, ni
Cielo. ¡Nada de eso existiría sin amor!
Y nada de ello sería posible sin Dios,
¡porque Dios es amor!
La solución a todos los problemas
que han aquejado a la humanidad a lo
largo de la Historia ha sido siempre el
amor, amor verdadero, amor a Dios y
al prójimo. El espíritu del amor divino
y sobrenatural nos ayuda a cumplir el
gran mandamiento de amarnos los
unos a los otros. Ésta sigue siendo
la solución que ofrece Dios, aun en
una sociedad tan compleja, confusa y
sumamente complicada como la del
mundo actual (2, 3).
Así pues, la enseñanza medular de la serie de
escritos sobre amar a Jesús es que los integrantes de
La Familia deben fomentar una relación de amor con
Dios cada vez más íntima, la cual les infundirá más
estímulo y fuerzas para transmitir el amor del Señor a
los demás. Eso no tiene nada de nuevo. La devoción
de La Familia a Jesús, nuestra misión de evangelizar
el mundo con Su amor y nuestra determinación de
criar a nuestros hijos en un ambiente de afecto y
buena crianza permanecen inalterables.
W W W
Como afirma María:
.
No se trata de un cambio total de rum-
L A F A M I L I A
bo. Es más, no es un cambio de rumbo
en modo alguno. Simplemente es un
paso más en la misma dirección por
la que ya íbamos encaminados. Un
paso que nos acercará a Él a fin de
.
que lleguemos más lejos con Él (4ª
O R G
parte, párr.53).
 Quienes formamos parte de La Familia con-
sideramos que adquirir una relación más estrecha
y ardiente con el Dios del amor, uniéndonos ín-
timamente a Su Hijo Jesús, es una meta digna de
alcanzar. Al fin y al cabo, concordamos con lo que

nos enseñó David Berg: ¡que «el amor lo es todo,
pues sin amor no habría nada»! (2)
Imbach expresa un sentir semejante:
El amor es algo más que una obra
benévola de Dios en el sentido de dar-
nos una vivienda digna o rescatarnos
de un mundo inicuo. El amor es el
motor del universo.
El amor es la esencia misma de la
vida, de todo lo que florece, de todo
emparejamiento y unión, de todo
cuanto da fruto. El universo no se
originó por una necesidad mecánica.
Lo fundamental no es la eficiencia
económica. El universo es concebido,
nace y está impregnado de un deseo
vehemente.
La fuerza vital, la floración, la espe-
ranza de nueva vida, la tenacidad con
que crece la hierba por entre las grietas
de la acera, son manifestaciones de un
amor apasionado. Estar vivo, optar por
la vida, es participar en el amor que es
savia de nuestra existencia.
Ese deseo que nos envuelve y nos
enardece es la presencia de Dios que
con Su amor crea el mundo y lo sos-
tiene con la misma pasión de amor
(52).
Volviendo a los místicos de otros tiempos,
descubrimos que para ellos el amor también lo
era todo. Santa Juliana de Norwich, que murió
hacia el año 1416, declara en el capítulo 5 de sus
Revelaciones del amor divino que tener una relación
estrecha con Jesús equivale a estar inmerso en el
amor mismo:
Vi que Dios es para nosotros todo lo
W W W
bueno y todo lo que nos consuela y
ayuda. Él es la vestidura que nos en-
.
vuelve y nos rodea por amor, que nos
L A F A M I L I A
abraza y abriga, tan tierno que jamás
podría abandonarnos.
Simeón el Nuevo Teólogo (949-1022), místico
medieval, proclama gozoso en sus Himnos el amor
.
que descubre en brazos del Esposo celestial:
O R G
Él mismo está presente y resplan-
dece en mi pobre corazón. Me viste
de esplendor inmortal y reluce por
medio de mis miembros. Me abraza
y me besa por entero y se entrega
de lleno a mí, pese a lo indigno que
soy. Me colma de Su amor y belleza y
me embelesa con la dulzura de Dios
(Buber, 38, 39).
San Bernardo de Claraval (1090-1153) declaró
lo siguiente:
El amor es sublime, pero existen di-
versos grados del mismo. La esposa
se encuentra en el más alto. El amor
constituye la esencia misma de la es-
posa. Ella está llena de él, y el Esposo
está satisfecho. No pide nada más. Por
eso son Esposo y esposa.
Invitación: «El Espíritu y la Esposa dicen:
“¡Ven!”» (Apocalipsis 22:17).
E ste tratado sobre la dimensión íntima y personal
del amor de Dios adolecería de una lamentable
omisión si no extendiéramos al lector la invitación
que hace Jesús a todo el que no le haya abierto aún
su corazón. Orando a Su Padre, Jesús dijo: «Esta es
la vida eterna: que te conozcan a Ti, el único Dios
verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado» (Juan
17:3). Conocer personalmente a Dios y a Su Hijo
Jesucristo es conocer el Cielo, es conocer la vida,
es conocer el ilimitable amor de Dios, sobre el que
hemos disertado en esta publicación, y disfrutar
de ese amor.
Jesús nos dice: «Venid a Mí todos los que es-
táis trabajados y cargados, y Yo daré descanso a
vuestras almas» (Mateo 11:28-30). Si acudes a
Él en oración, reconociendo humildemente que
necesitas el Amor de Dios, y le pides que entre en
tu vida, lo hará al momento. Ha prometido: «He
aquí Yo estoy a la puerta [de tu corazón] y llamo;
si alguno oye Mi voz y abre la puerta, entraré a él
y cenaré [tendré comunión] con él y él conmigo»
(Apocalipsis 3:20).
Conocer a Jesús es amarlo, ya que «todo Él es
codiciable» (Cantar de los cantares 5:16). Una vez
que gustes y veas que «es bueno el Señor» (Salmo
34:8), conocerás «el amor de Cristo, que excede
a todo conocimiento» (Efesios 3:19). Él te ama y
ansía concederte tus mayores deseos a cambio de
que le entregues tu corazón. ¡No dejes de recibirlo
hoy mismo! Que Dios te bendiga.
 Fundamento bíblico de la teología nupcial
L a mayoría de los estudiosos de la Biblia concuer-
dan en que algunos de los pasajes más hermosos,
poéticos y románticos de la Biblia ilustran la rela-
ción de amor que tiene el Señor con Su Esposa y se
encuentran en el Cantar de los Cantares. Muchos
místicos, teólogos y especialistas en exégesis bíblica,
como San Juan de la Cruz, Santa Teresa de Jesús,
John Wickliffe, el obispo Reynolds y Matthew
Henry, coinciden en que el Cantar de los Cantares
es una alegoría en la que el esposo representa a Jesús,
y la sulamita, a la Iglesia o al alma.
En su Epístola a los Efesios, Pablo llama a esta
relación de Cristo con la Iglesia «un gran misterio»
(Efesios 5:32). A continuación reproducimos algu-
nos de los numerosos versículos, tanto del Antiguo
como del Nuevo Testamento, que corroboran esta
concepción.
1. Pasajes del Antiguo Testamento que hacen
referencia a Dios como Esposo y Señor
Isaías 54:5 Tu marido es tu Hacedor; el Señor
de los ejércitos es Su nombre; y tu Redentor, el
Santo de Israel; Dios de toda la Tierra será lla-
mado.
Salmo 45:11 Deseará el Rey tu hermosura; e
inclínate a Él, porque Él es tu Señor.
Isaías 62:3-5 Serás corona de gloria en la
mano del Señor, y diadema de reino en la mano del
Dios tuyo. 4 Nunca más te llamarán Desamparada;
porque el amor del Señor estará en ti. 5b Y como el
gozo del esposo con la esposa, así se gozará contigo
el Dios tuyo.
Oseas 2:19,20 Te desposaré conmigo para
siempre; te desposaré conmigo en justicia, juicio,
benignidad y misericordia. 20 Y te desposaré con-
migo en fidelidad, y conocerás al Señor.
Jeremías 3:14 [El Señor dice incluso a los que
se han alejado de Él:] Convertíos, hijos rebeldes,
dice el Señor, porque Yo soy vuestro esposo.
2. La esposa de Cristo
Romanos 7:4, DHH Ustedes, hermanos míos,
mediante la muerte de Cristo han muerto con Él
a la ley para pertenecer a otro esposo. Ahora son
de Cristo, de aquel que resucitó. De este modo,
nuestra vida será útil delante de Dios.
2 Corintios 11:2 [A los cristianos de Corinto,
Pablo les recordó que estaban casados con Jesús:]
Os celo con celo de Dios; pues os he desposado
con un solo Esposo, para presentaros como una
virgen pura a Cristo.
Apocalipsis 19:7-9a [La cena de las bodas
del Cordero será la gran celebración en el Cielo
de nuestros esponsales con Jesús.] Gocémonos y
alegrémonos y démosle gloria; porque han llegado
las bodas del Cordero, y Su esposa se ha preparado.

8 Y a ella se le ha concedido que se vista de lino
fino, limpio y resplandeciente; porque el lino fino
es las acciones justas de los santos. 9a Y el ángel me
dijo: Escribe: Bienaventurados los que son llamados
a la cena de las bodas del Cordero.
Apocalipsis 21:2,9,10 [La Nueva Jerusalén, la
ciudad celestial de Dios, está poblada por los santos
de todas las épocas. Ellos son las piedras vivas, la
auténtica Iglesia, la esposa de Cristo:] Yo, Juan, vi
la santa ciudad, la Nueva Jerusalén, descender del
Cielo, de Dios, dispuesta como una esposa ataviada
para su marido. 9 Vino entonces a mí uno de los
siete ángeles y habló conmigo, diciendo: Ven acá,
yo te mostraré la desposada, la esposa del Cordero.
10 Y me llevó en el Espíritu a un monte grande y
alto, y me mostró la gran ciudad santa de Jerusalén,
que descendía del Cielo, de Dios.
3. El vínculo matrimonial ejemplifica nues-
tra relación con Jesús
1Corintios 6:17 El que se une al Señor, un
espíritu es con Él.
Efesios 5:25,27,29-32 Maridos, amad a vues-
tras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia, y se
entregó a Sí mismo por ella, 27 a fin de presen-
társela a Sí mismo, una iglesia gloriosa. 29 Porque
nadie aborreció jamás a su propia carne, sino que
la sustenta y la cuida, como también Cristo a la
iglesia, 30 porque somos miembros de Su cuerpo,
de Su carne y de Sus huesos. 31 Por esto dejará el
hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su
mujer, y los dos serán una sola carne. 32 Grande es
este misterio; mas yo digo esto respecto de Cristo
y de la iglesia.
4. Nuestro Esposo, enamorado de Su bella
esposa
Cantares 2:14 [El Esposo:] Paloma mía, que
estás en los agujeros de la peña, en lo escondido
de escarpados parajes; muéstrame tu rostro, hazme
W W W
oír tu voz; porque dulce es la voz tuya, y hermoso
tu aspecto.
.
Cantares 4:7,9 [El Esposo:] Toda tú eres her-
L A F A M I L I A
mosa, amiga mía, y en ti no hay mancha. 9 Prendiste
Mi corazón, hermana, esposa mía; has apresado Mi
corazón con [una mirada] de tus ojos.
Cantares 6:4 Hermosa eres tú, oh amiga mía,
como Tirsa; de desear, como Jerusalén; imponente
.
como ejércitos en orden (v. también el versículo
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10).
 5. El Señor corteja a Su esposa
Ezequiel 16:8-14 Pasé Yo otra vez junto a ti
[la esposa del Señor], y te miré, y he aquí que tu
tiempo era tiempo de amores; y extendí Mi manto
sobre ti, y cubrí tu desnudez; y te di juramento y

entré en pacto contigo, dice el Señor Dios, y fuiste
Mía. 9 Te lavé con agua y te ungí con aceite; 10b
te ceñí de lino y te cubrí de seda. 11 Te atavié con
adornos, y puse brazaletes en tus brazos y collar a
tu cuello. 12 Puse joyas en tu nariz, y zarcillos en
tus orejas, y una hermosa diadema en tu cabeza.
13b Y fuiste hermoseada en extremo, prosperaste
hasta llegar a reinar. 14 Y salió tu renombre entre
las naciones a causa de tu hermosura; porque era
perfecta, a causa de Mi hermosura que Yo puse
sobre ti, dice el Señor Dios.
Isaías 61:10,11 En gran manera me gozaré en
el Señor, mi alma se alegrará en mi Dios; porque
me vistió con vestiduras de salvación, me rodeó de
manto de justicia, como a novio me atavió, y como
a novia adornada con sus joyas. 11 Porque como la
tierra produce su renuevo, y como el huerto hace
brotar su semilla, así el Señor Dios hará brotar
justicia y alabanza delante de todas las naciones.
Jeremías 2:2b Así dice el Señor: Me he acor-
dado de ti, de la fidelidad de tu juventud, del amor
de tu desposorio, cuando andabas en pos de Mí.
6. Jesús anhela nuestro amor y nuestra de-
voción
Salmo 2:12a, RVA Besad al Hijo.
Cantares 1:2 [La esposa:] ¡Oh, si él me besara
con besos de su boca!
Lucas 7:45,46 [Jesús reprendió a un fariseo
por no manifestarle amor con humildad, a diferen-
cia de una mujer a la que llamaban «pecadora»:]
No me diste beso; mas ésta, desde que entré, no
ha cesado de besar Mis pies. 46 No ungiste Mi
cabeza con aceite; mas ésta ha ungido con perfume
Mis pies.
Marcos 12:30 Amarás al Señor tu Dios con
todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu
mente y con todas tus fuerzas. Este es el principal
mandamiento (v. también el versículo 33).

(El presente documento se publicó por primera vez en octubre de 1996 y se actualizó en marzo de 2004.)

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La Familia se ha trazado cuatro objetivos cardinales:
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2. Brindar asistencia y consuelo a los necesitados por medio de sesiones de
.

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turbulentos tiempos que se avecinan, período que la Biblia denomina la «Gran England
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Tribulación» (Mateo 24:21) y que terminará con la segunda venida de Jesucristo
.
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y el establecimiento en la Tierra de Su reino.


 Bibliografía
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Bernardo = Bernardo de Claraval, Sermones sobre el Cantar de los Cantares. En Obras completas de San Bernardo. Biblioteca de
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