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Proclama: A los que atentan contra la verdadera

libertad de enseñanza.

En nuestro país se dan muchas ironías. Una de ellas dice relación con la defensa
de la democracia, apología realizada por quienes otrora eran defensores y parte de la
sanguinaria dictadura del tirano Augusto José Ramón Pinochet Ugarte, muerto hace
dos años atrás, lo que le dejó impune frente a todos los delitos que cometió.

Miles de asesinados, torturados, vejados y desaparecidos cruenta y


sistemáticamente por la dictadura chilena, para “apaciguar” a la “rotada chilensis”, que
al “sucumbir” frente al discurso comunista se olvidó de sus serviles deberes, alzó su
cabeza revolucionariamente pensando en un futuro mejor. En un país distinto. En un
lugar donde la humanidad fuese una morada en la cual existiera abundancia para todos,
bienestar común, felicidad colectiva y justicia social. Esa era la intención del nunca
bien ponderado Presidente Salvador Allende, cuando señalaba que los cambios
revolucionarios se harían “en pluralismo, democracia y libertad”. Y el golpe militar,
que impuso una dictadura que gobernó al país por largos diecisiete años, acabó con el
Estado de Derecho, cerrando el Parlamento, limitando a su arbitrio al poder judicial,
anulando la Constitución de 1925 y sustituyéndola por unos bandos, y más adelante por
la Constitución de 1980, ideada por el líder del gremialismo Jaime Guzmán, fruto de
un fraude electoral con todas sus letras.
A los que atentan contra la verdadera libertad de Enseñanza

Nada puede justificar los crímenes que se cometieron contra el pueblo chileno,
contra los pobres del campo y la ciudad. Ni los errores que hubiese cometido el
gobierno de Salvador Allende, ni el contexto de guerra fría, ni los éxitos del sistema
neoliberal (hoy en crisis terminal), ni la aparición de unos sinvergüenzas que recibieron
indemnizaciones por estar en las listas de los desaparecidos. Que unos sinvergüenzas
hayan usufructuado de esa condición no niega, de hecho, que hay desaparecidos. Y son
miles. Pero aunque fuese sólo uno, eso les hace merecedores de toda la condena.

Quienes participaron de la dictadura son criminales. Y las escasas condenas que


han tenido los criminales ex integrantes de los institutos armados, y algunos civiles
convencidos, lo confirman. Condenas que existen gracias a los esfuerzos de abogados y
agrupaciones que lucharon incansablemente a pesar de los múltiples e indefectibles
choques contra las paredes de la amnistía.

Son criminales los que el profesor de Historia Roberto la Rivera, del liceo A-4
de Niñas “Isaura Dinator”, denunció en sus clases y evaluaciones. No faltó en ningún
momento a la verdad histórica ni a la judicial al llamar “pandilla de criminales con
uniforme” a los integrantes de la des-honorable junta militar. Y podría haber empleado
otros epítetos peores, y así y todo seguiría apegado a la cosa acontecida (res gestae).
Por qué si no fueron torturas y asesinatos los que se cometieron, qué fueron entonces.
Llamemos de una vez por todas las cosas por su nombre y no con eufemismos que no
conducen a nada, más que a falsear lo que sucedió en el país.

Basta de la “caza de brujas” contra los profesores izquierdistas. Porque nadie


acusa a profesores por llamar “Padre de la Patria” a un dictador de la peor calaña, que
ordenó el asesinato de los Carrera y de Rodríguez, encubierto bajo el manto hipócrita
de la Logia Lautarina. Nadie acusa a quienes llaman “pacificación de la Araucanía” al
exterminio de mapuches y la expropiación de las tierras en las que vivieron sus
ancestros. Nadie acusa a quienes omiten las masacres inmisericordes de sectores del
bajo pueblo que comenzaron a principios del siglo XX y que se han manifestado como

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una cuestión estructural, de larga duración, dirían los historiadores de Annales. Siempre
que el pueblo ha protestado alzando sus manos, ha sido aplastado a sangre y fuego por
el brazo armado del estado oligárquico.

Nadie acusó en su momento, y entre los que guardaron silencio está el hoy
“hablador” diputado Cardemil, a Gonzalo Vial Correa, Ministro de Educación de la
Dictadura que escribió el “Libro Blanco del cambio de gobierno en Chile”, en el cual
se inventó el plan Z y la existencia de miles de guerrilleros cubanos en el país. De ahí
surge la falacia histórica del “pronunciamiento militar”. Incluso este año, un grupo de
historiadores le propuso como Premio Nacional de Historia, siendo acreedor del
Premio Nacional de la Mentira. MENTIROSOS, son aquellos que pontifican la
dictadura hasta hoy. Mentirosos, inclusive, son aquellos que no asisten al fundo “Los
Boldos”, a la misa en recuerdo del tirano, siendo que gran parte de lo que tienen se lo
deben al finado aquél.

Es interesante como ilustrísimos historiadores, y hoy, en el caso del profesor


Roberto la Rivera, unos políticos azuzados por apoderados de derecha, sumergidos en
las tormentosas aguas de una ignorancia epistemológica supina, nos pretenden hacer
creer que la Historia es imparcial, que el investigador, en tanto sujeto puede
autoborrarse y no estar presente en su investigación. Y por si esto fuera poco, pretenden
hacernos creer que la historia debe estar desideologizada y fuera de las ágoras de la
política, lo que trasunta en una insipidez intelectual, lo cual es tremendamente falaz. El
historiador siempre observa desde una posición, y su visión, su formación intelectual,
sus experiencias, sus quereres siempre quedarán, implícita o explícitamente, grabados
en sus textos. Decir que los libros y manuales de historia no obedecen a una ideología o
no presentan opiniones, es hablar de manera “inocente”, por decir lo menos. La
disciplina historiográfica, nace y es inscrita en el estatuto epistémico de las ciencias
sociales, en el siglo XIX, cuando Leopold von Ranke, habla de que hay que hacer una
historia que cuente los hechos “tal como sucedieron”. Ahora bien, dicho proyecto
disciplinar, como el de todas las ciencias sociales nacen para justificar y solventar la
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creación de los estados nacionales, y la consabida preeminencia de las élites


gobernantes. Por eso, nos hablan de batallas, héroes y personajes dignos y honrados
que construyeron nuestra identidad nacional y solventaron el alma de la patria.
Pamplinas. Esos mismos historiadores, son los que han olvidado a los que sufren y han
sido oprimidos de manera inmisericorde, sean obreros, proletarios, mujeres, indígenas.
Siendo esto así, la Historia que se le enseña a los niños en los colegios, debiera ser tan
plural, como plurales son sus identidades y acervos. Pero, con sus palabras y
disquisiciones, pretenden anular la sola discusión, conservando, de paso, la historia de
los mismos señores y hechos que aprendimos alguna vez de memoria, y con ello,
conservar el status quo. Son los mismos que justificaron el actuar de importantes
medios de comunicación al referirse a los militantes de izquierda durante la dictadura.
¿No fueron ideológicas sus narraciones? La siguiente imagen es elocuente:

Con esto quiero señalar que, que siempre la historia que hablemos será nuestra
representación, nuestra reconstrucción. No podemos enajenarnos de nuestro cerebro ni
de nuestro corazón. Aunque nos lo pidan por decreto. Y ahí, estamos frente a otra

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ironía, pues los señores que quieren dictar lo que se debe enseñar en los colegios, son
los mismos que propugnan la libertad de enseñanza. Pero cada vez que lo hacen, es
para reafirmar y solidificar el libremercado. Aquí estamos frente al ejercicio real de la
libertad de enseñanza. Nadie puede prohibir que un sujeto-historiador, en tanto
observador, lea de manera diferente la realidad histórica que enseña. Lo que no
significa falsear los hechos, sino acercarse a ellos de manera diferente. A eso se refería
Bendetto Croce cuando planteaba que “toda historia es historia contemporánea”.

Felicito al profesor Roberto la Rivera por su valentía en su intento de romper la


cultura de la indiferencia y del olvido implantada en nuestro sistema educacional. Y, a
la vez, repudio todo acto en su contra, porque es un atentado contra nosotros. Contra
nosotros, porque somos parte de los que sufrimos hasta hoy las consecuencias de la
tiranía.

Finalmente, reafirmo, lo que el Presidente Allende dijera en la Moneda: “La


Historia es nuestra y la hacen los pueblos”.

Luis Pino Moyano.


Estudiante de Licenciatura en Historia.

Santiago, 31 de Diciembre de 2008.

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