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SAN FRANCISCO DE BORGIA ( BORJA ) S.J.

(1510-1572)
Fiesta: 3 de octubre.
Descendiente de realeza, Duque de Gandía,
gobernador, virrey de Cataluña, consejero del
emperador Carlos I de España y V de Alemania,
padre de familia, viudo y sacerdote, tercer superior
general de la Compañía de Jesús.

Os presento la vida en forma breve de uno de los


más sobresalientes hombres de la Iglesia Católica.
Vivid las secuencias de su vida

Francisco Martínez A.
octubre 2008
Sinopsis
La familia española Borja o
Borgia se hizo célebre cuando
Alfonso Borgia fue elegido papa
con el nombre de Calixto III y
luego cuando otro Borgia fue
nombrado Pontífice y se llamó
Alejandro VI. Este Borgia antes
de ser Pontífice había tenido
cuatro hijos, y uno de ellos fue
el padre de nuestro santo.
Francisco de Borja era nieto
del Papa Alejandro VI por
parte del padre; nieto del rey
Fernando de Aragón por parte
de la madre, primo del
emperador Carlos Quinto e
hijo del Duque de Gandía.

Una vez que hubo terminado


sus estudios, a los dieciocho
años, Francisco ingresó en la
corte de este último.
Por entonces, ocurrió un
incidente cuya importancia
no había de verse sino más
tarde. En Alcalá de
Henares, Francisco quedó
muy impresionado a la
vista de un hombre a
quien se conducía a la
prisión de la Inquisición:
ese hombre era Ignacio de
Loyola.
Aunque de niño era muy piadoso
y quería dedicarse al servicio de
Dios, su familia lo envió al
servicio del Emperador Carlos V.
En su familia se preocuparon
porque el joven recibiera la mejor
educación posible y fue enviado a
la corte del emperador para que
allí aprendiera el arte de
gobernar. Esto le fue de gran
utilidad para los cargos que tuvo
que desempeñar más tarde.
Contrajo matrimonio con
Leonor de Castro, una joven de
la corte del emperador y tuvo
ocho hijos. Su matrimonio duró
17 años y fue un modelo de
armonía y de fidelidad.
Al año siguiente recibió del
emperador el título de marqués
de Lombay. A los 29 años,
Carlos V le nombró virrey de
Cataluña (1539-1543), cuya
capital es Barcelona.
La región estaba en gran desorden y
con muchas pandillas de asaltantes.
Francisco puso orden prontamente y
demostró tener grandes cualidades
para gobernar.
Años después, Francisco solía decir:
"Dios me preparó en ese cargo para ser
general de la Compañía de Jesús. Ahí
aprendí a tomar decisiones importantes,
a mediar en las disputas, a considerar
las cuestiones desde los dos puntos de
vista. Si no hubiese sido virrey, nunca lo
hubiese aprendido".
En el ejercicio de su
cargo consagraba a la
oración todo el tiempo
libre, a los negocios
públicos y los asuntos de
su familia.
A él le gustaba comulgar
con frecuencia, esto le
acarreó la habladuría de
los que estaban a su
alrededor, los cuales lo
catalogaban de
presuntuoso.
En una palabra, el virrey de
Cataluña "veía con otros ojos
y oía con otras orejas que
antes; hablaba con otra
lengua, porque su corazón
había cambiado."
En Barcelona se encontró con
San Pedro de Alcántara y con
el beato jesuita Pedro Favre.
Este último encuentro,
veremos después, fue decisivo
para Francisco .
Sus padres eran muy virtuosos. Una abuela, una
tía y tres hermanas fueron religiosas. Y el Santo,
con sus heroicas virtudes, borró las manchas
familiares. «No se pareció en nada a sus
familiares, los Borgias de Italia».
Sus estudios los hizo en Zaragoza, junto a su
abuelo.
La vida de Borja en la corte era una vida
ejemplar. Habían de acompañar a todas partes a
sus Majestades. Francisco intervino en la batalla
de Provenza. Allí murió en sus brazos su amigo
el poeta Garcilaso de la Vega.
Francisco era un modelo
de hombre cristiano
En 1543, a la muerte de su
padre, heredó el ducado de
Gandía. Francisco renunció
al virreinato por
discrepancias con el rey de
Portugal y se retiró con su
familia a Gandía. Ello
constituyó un duro golpe,
para su carrera pública, y
desde entonces el duque
empezó a preocuparse más
de sus asuntos personales.
Hay en su vida un momento
que dejará para siempre en él
una huella profunda. El 1 de
mayo de 1539 moría en
Toledo la emperatriz Isabel, la
mujer más bella de su tiempo.
Francisco veló el cadáver
inconsolable. La gente creía
que él estaba enamorado de
ella. No, Francisco la miraba,
con todo el respeto que un
honrado y fiel caballero
alberga hacia su reina y
señora.
Pero la caducidad de las cosas
humanas le hizo pensar. Él era un buen
cristiano. Ahora ha decidido entregarse
totalmente a Dios. Francisco acompañó
el cadáver de Isabel hasta Granada.
Antes de enterrarlo, hubo que abrir el
féretro para certificar que aquel
irreconocible rostro, después de 18
días de viaje, pertenecía a la más bella
emperatriz. Entonces se dice que
Francisco exclamó: «Nunca más servir
a señor que se me pueda morir».
Comprendió profundamente la
caducidad de la vida terrena.
La gente empezó a notar que la vida y
el comportamiento del virrey Francisco
cambiaban de manera sorprendente.
Ya no le interesaban las fiestas
mundanas, sino los actos religiosos.
Ya no iba a cacerías y a bailes, sino a
visitar pobres y a charlar con religiosos
y sacerdotes. Un obispo escribía de él
en ese tiempo: "Don Francisco es
modelo de gobernantes y un caballero
admirable. Es un hombre
verdaderamente humilde y sumamente
bondadoso.
Es un hombre verdaderamente humilde y
sumamente bondadoso. Un hombre de
Dios en todo el sentido de la palabra.
Educa a sus hijos con un esmero
extraordinario y se preocupa mucho por
el bienestar de sus empleados. Nada le
agrada tanto como la compañía de
sacerdotes y religiosos". Algunos
criticaban diciendo que un gobernador no
debería ser tan piadoso, pero la mayor
parte de las personas estaban muy
contentas al verlo tan fervoroso y lleno de
sus virtudes.
Lleva una vida de profunda oración y
mortificación. Adelgaza tanto que dice
con gracejo que podía dar a su cuerpo
un par de vueltas con la piel. Arregla los
asuntos de sus hijos y de sus estados.
Renuncia a sus títulos.

En 1546 murió su santa esposa, la


señora Leonor. Desde entonces ya
Francisco no pensó sino en hacerse
religioso y sacerdote. Escribió a San
Ignacio de Loyola pidiéndole que lo
admitiera como jesuita.
El santo le respondió que sí lo admitiría,
pero que antes se dedicara a terminar
la educación de sus hijos y que
aprovechara este tiempo para asistir a
la universidad y obtener el grado en
teología. Así lo hizo puntualmente (San
Ignacio le escribió recomendándole que
no le contara a la gente semejante
noticia tan inesperada, "porque el
mundo no tiene orejas para oír tal
estruendo").
En 1551, después de dejar a sus hijos en buenas
posiciones y herederos de sus muchos bienes, fue
ordenado como sacerdote, religioso jesuita. Esa
fue "la noticia del año" y de la época, que el Duque
de Gandía y gobernador de Barcelona lo dejaba
todo, y se iba de religioso, y era ordenado
sacerdote. El gentío que asistió a su primera misa
fue tan extraordinario que tuvo que celebrarla en
una plaza.
En 1554 fue nombrado por San Ignacio como
superior de los jesuitas en España. Dicen que él
fue propiamente el propagador de dicha
comunidad en esas tierras.
Con sus cualidades de mando organizó muy
sabiamente a sus religiosos y empezó a enviar
misioneros a América. El número de casas de su
congregación creció admirablemente.
Viene a España. Predica mucho. Visita a Santa
Teresa en Ávila y a Carlos V en Yuste.
Lo primero que se propuso fue dominar su cuerpo
por medio de fuertes sacrificios en el comer y
beber y en el descanso. Era gordo y robusto y
llegó a adelgazar de manera impresionante. Al
final de su vida dirá que al principio de su vida
religiosa y de su sacerdocio exageró demasiado
sus mortificaciones y que llegaron a debilitar su
salud.
Otro de sus grandes sacrificios consistió en dominar
su orgullo. Los primeros años de su vida religiosa
los superiores lo humillaron más de lo ordinario,
para probar si en verdad tenía vocación. A él, que
había sido Duque y gobernador, le asignaron en la
comunidad el oficio de ayudante del cocinero, y su
oficio consistía en acarrear el agua y la leña, en
encender la estufa y barrer la cocina. Cuando se le
partía algún plato o cometía algún error al servir en
el comedor, tenía que pedir perdón públicamente de
rodillas, delante de todos. Y jamás se le oyó una
voz de queja o protesta. Sabía que si no dominaba
su orgullo nunca llegaría a la santidad.
Una vez el médico le dijo al hacerle una
curación dolorosa: "Lo que siento es que a su
excelencia esto le va a doler". Y él respondió:
"Lo que yo siente es que usted le diga
excelencia a semejante pecador".
Cuando la gente lo aplaudía o hablaba muy bien
de él, se estremecía de temor. Un día afirmaba:
"Soy tan pecador, que el único sitio que me
merezco es el infierno". A otro le decía: "Busqué
un puesto propio para mí en la Biblia, y vi que el
único que me atrevería a ocupar sería a los pies
de Judas el traidor. Pero no lo pude ocupar,
porque allí estaba Jesús lavándole los pies". Así
de humildes son los santos.
Vuelve a Roma, al morir San Ignacio, lo reemplazó
el Padre Laínez. Y al morir éste, los jesuitas
nombraron como Superior General a San Francisco
de Borja. Durante los siete años que ocupó este
altísimo cargo se dedicó con tan grande actividad a
su oficio, que ha sido llamado por algunos, "el
segundo fundador de los jesuitas". Por todas partes
aparecieron casas y obras de su comunidad, y
mandó misioneros a los más diversos países del
mundo. El Papa y los Cardenales lo querían
muchísimo y sentían por él una gran admiración.
Organizó muy sabiamente los noviciados para sus
religiosos y con su experiencia de gobernante dio a
la Compañía de Jesús una organización admirable.
Completó en Roma la casa e iglesia de S.
Andrés en el Quirinal en 1567. Ilustres
novicios se apacentaron ahí, entre ellos
Estanislao Kotska (m. 1568) y Rodolfo
Acquaviva. Desde su primer viaje a Roma,
Borja había tenido la preocupación de
fundar un colegio romano y mientras
estuvo en España, había apoyado
generosamente el proyecto. En 1567,
construyó la iglesia del colegio, le aseguró
un ingreso de seis mil ducados y al mismo
tiempo trazó la regla de estudios, la cual,
en 1583, inspiró a los compiladores del
Ratio Studiorum de la Compañía.
Siendo un hombre de oración como lo era
de acción, el santo general, a pesar de sus
inmensas ocupaciones, no permitía que su
alma se distrajera de la continua
contemplación. Fortalecida por tan vigilante
y santa administración, la Compañía no
pudo sino desarrollarse.
España y Portugal sumaron muchas
fundaciones; en Italia San Francisco creó
la provincia romana y fundó varios colegios
en el Piamonte. Francia y las provincias del
norte fueron, sin embargo, al mayor campo
de sus triunfos.
Sus relaciones con el Cardenal de Lorena y su
influencia en la corte francesa hicieron posible para
él finalizar numerosos malentendidos, asegurar la
revocación de varios edictos hostiles y fundar ocho
colegios en Francia. En Flandes y Bohemia, en el
Tirol y en Alemania, mantuvo y multiplicó
importantes fundaciones. La provincia de Polonia
fue completamente su trabajo. En Roma todo se
transformó por sus manos. Había construido la
iglesia del colegio romano. Ayudó generosamente
en la construcción del Gesù y a pesar de que el
fundador oficial de esa iglesia fue el Cardenal
Farnesio y de que el Colegio Romano había
tomado el nombre de uno de sus más grandes
benefactores, Gregorio XIII, Borja contribuyó más
que nadie a estas fundaciones.
Durante los siete años de su gobierno, Borja había
introducido tantas reformas en su orden como para
merecer ser llamado su segundo fundador. Tres
santos de esta época trabajaron incesantemente
para ayudar al renacimiento del catolicismo; ellos
fueron San Francisco de Borja, San Pío V y San
Carlos Borromeo.
El pontificado de Pío V y el generalato de Borja
comenzaron con un intervalo de unos cuantos
meses y terminaron casi al mismo tiempo. El papa
santo tenía entera confianza en el general santo,
quien correspondía con inteligente devoción a
cada deseo del pontífice.
Fue él quien inspiró al papa la idea de exigir de las
Universidades de Perugia y Bolonia y eventualmente,
de todas las universidades católicas, una profesión de
fe católica. Fue también él quien, en 1568, deseó que
el papa nombrara una comisión de cardenales
encargados de promover la conversión de infieles y
herejes, la cual fue el germen de la Congregación
para la Propagación de la Fe, establecida más tarde
por Gregorio XV en 1622. Una fiebre pestilente invadió
Roma en 1566 y Borja organizó métodos de alivio,
estableció ambulancias y distribuyó a cuarenta de sus
religiosos para tal propósito, de manera que habiendo
terminado la epidemia dos años después, fue a Borja
a quien el papa confió la seguridad de la ciudad.
Francisco de Borja siempre había amado
las misiones extranjeras. Reformó aquellas
de la India y el Extremo Oriente y creó las
de América. En unos cuantos años tuvo la
Gloria de tener entre sus hijos a sesenta y
seis mártires, los más ilustres de los cuales
fueron los 53 misioneros de Brasil quienes
con su superior, Ignacio Acevedo, fueron
masacrados por corsarios hugonotes. Sólo
le quedaba a Francisco terminar su
Hermosa vida con un espléndido acto de
obediencia al Papa y devoción a la Iglesia.
El 7 de junio de 1571, Pío V le pidió que acompañara a
su sobrino, el cardenal Bonelli en una embajada a
España y Portugal.
España lo recibió con cariño. Barcelona y Valencia se
apresuraron a recibir a su antiguo virrey y santo duque
Las multitudes en las calles gritaban: “¿Dónde está el
santo?” Lo encontraron desgastado por la
penitencia. Adonde quiera que iba, reconciliaba
diferencias y suavizaba discordias. En Madrid Felipe II
lo recibió con los brazos abiertos, la Inquisición aprobó
y reconoció sus genuinos trabajos. La reparación
estaba completada y parecía que Dios había deseado
este viaje para que España entendiera por última vez
este sermón viviente, la vista de un santo.
En Lisboa fue bien recibido y logró los
propósitos encomendados por el Papa
Pio V, El Papa le envió también a la corte
francesa. En Blois, Carlos IX y Catalina
de Médicis le dieron a Borja la recepción
debida a un Grande de España, pero al
cardenal legado, así como a él le dieron
solo palabras amables con poca
sinceridad.
Francisco de Borja venía enfermo desde
hacía varios días, pero en Francia su
salud se deterioró, sus pulmones estaban
muy afectados.
Haciendo acopio de todas sus fuerzas, el
inválido llegó a Turín. En el camino la gente salía
de las villas clamando: “Queremos ver al Santo”.
Advertido de la condición de su primo, Alfonso de
Este, duque de Ferrar, mandó por él a Alejandría
y lo llevó a su ciudad ducal donde permaneció
del 19 de abril al 3 de septiembre. Desesperaron
de su recuperación y se dijo que no sobreviviría
al otoño. Deseando morir en Loreto o en Roma,
partió en una litera el 3 de septiembre, pasó
ocho días en Loreto y luego, a pesar de los
sufrimientos causados por el más mínimo brinco,
ordenó a los porteadores que se dirigieran con
mayor velocidad a Roma.
Se esperaba que en cualquier instante vería el final
de su agonía. Alcanzó la “Porta del Popolo” el 28 de
septiembre.
Fue trasladado a su celda, la cual pronto fue
invadida por cardenales y prelados. Durante dos días
Francisco de Borja, completamente consciente,
esperó la muerte, recibiendo a todos los visitantes y
bendiciendo, mediante su hermano menor, Tomás de
Borja, a todos sus hijos y nietos. Poco después de la
media noche del 30 de septiembre, su hermosa vida
llegó a un hermoso e indoloro final. En la Iglesia
Católica él ha sido uno de los más notables ejemplos
de la conversión de las almas luego del
Renacimiento y para la Compañía de Jesús había
sido el protector escogido por la Providencia a quien,
luego de San Ignacio, le debe más.
En 1607, el duque de Lerma, ministro de
Felipe III y nieto de San Francisco de
Borja, habiendo visto a su nieta
milagrosamente curada por intercesión de
Francisco, causó que iniciara el proceso
de canonización. El proceso ordinario
comenzó de inmediato en varias ciudades
y fue seguido, en 1637, por el proceso
Apostólico. En 1617 Madrid recibió los
restos del santo. En 1624 la Congregación
de los Ritos anunció que se procedería a
su beatificación y canonización.
La beatificación fue celebrada en
Madrid con esplendor incomparable.
Puesto que Urbano VIII había
decretado, en 1631, que un Santo no
podría ser canonizado sin un nuevo
procedimiento, se inició otro proceso.
Estaba reservado para Clemente X
firmar la Bula de canonización de San
Francisco de Borja el 20 de junio de
1670. Librado del decreto de José
Bonaparte quien, en 1809, ordenó
confiscar todos los santuarios y objetos
preciosos, el relicario de plata que
contiene los restos del santo, luego de
varias vicisitudes, fue llevado, en 1901,
a la iglesia de la Compañía de Jesús en
Madrid, donde es honrado actualmente.
Con razón España y la Iglesia veneran en
San Francisco de Borja a un gran hombre y
un gran santo. Los más altos nobles de
España están orgullosos de descender de él
o de tener conexión con él. Por su penitencia
y vida apostólica reparó los pecados de su
familia y dio gloria a un nombre que, de no
ser por él, habría permanecido siendo fuente
de humillación para la Iglesia. Su fiesta se
celebra el 3 de octubre.
Fue "uno de los hombres más buenos,
amables y nobles que había pisado
nuestro pobre mundo."
Oración a San Francisco de Borja
San Francisco de Borja: venimos a tu presencia
conmovidos por tu ejemplo, y deseosos de imitar
tus virtudes. Tu testimonio ilumina nuestras vidas,
amenazadas en nuestro siglo por la tentación del
materialismo y de la soberbia, del egoísmo y la
pereza. Te pedimos que cada día crezcamos en
humildad y en pobreza de espíritu, en
generosidad para con Dios y en fervor apostólico.
Que a ejemplo tuyo, podamos ser para nuestros
contemporáneos un signo de la Presencia de Dios
en el mundo, y merezcamos compartir la gloria en
que habitas, con Cristo, que vive y reina por los
siglos de los siglos. Amén
Mensaje

Abandono del mundo y servicio de


Dios. San Francisco de Borja, grande
entre los grandes de España, se da
cuenta de que la gloria, la riqueza, los
placeres y el brillo de la belleza terrena
tienen desde que nacen la estocada del
vacío y de la muerte. Por ello, dejándolo
todo, consagra su actividad y todo su
ser al servicio de Dios. «Servicio» que
no significa «esclavitud», pues «servir a
Dios es reinar».
Escribía a san Ignacio en una carta:
«Ruega al Señor nos deje entender con
acción de gracias qué cosa es llamar a
uno para servirse de Él, poniéndole en
los negocios en que puso a su
sacratísimo Hijo. Por cierto, tengo que
si esto se tuviese en lo que vale, los
reyes dejarían sus oficios por ser
siervos de los siervos de Dios».
Espero que hayáis disfrutado
de tan maravillosa vida.
Que San Francisco os
bendiga.

Fuentes: EWTN, Enciclopedia Católica, www.corazones.org Catholic.net y otros

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