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AGUSTINIANA
Antropología agustiniana
Así que en lugar de definir el alma en función del hombre, la define en sí misma y
como sustancia.
Es una gran verdad que el alma del hombre no es todo el hombre sino la parte superior del
mismo, y que su cuerpo no es todo el hombre, sino su parte inferior. Y también lo es que a la
unión simultanea de ambos elementos se da el nombre de hombre, término que no pierde cada
uno de los elementos cuando hablamos de ellos por separad o (La Ciudad de Dios XIII, 24, 2)
En otras palabras, el alma es la parte superior del hombre y esto es lo que debe tenerse en
cuenta para pensar al hombre. De ahí su conocidísima fórmula:
El hombre, tal y como nos aparece, es un alma racional que usa o se sirve de un cuerpo mortal
y de la tierra. (Costumbres de la Iglesia Católica, I, 27, 52)
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Con ello lo que San Agustín quiere dejar claro es la jerarquía del alma sobre el
cuerpo.
Sin embargo, a partir de la mencionada definición (El hombre, tal y como nos
aparece, es un alma racional que usa o se sirve de un cuerpo mortal y de la
tierra) se suele hablar del dualismo agustiniano y de su desprecio del cuerpo casi
con ecos maniqueos.
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En el libro VIII del De Civitate Dei hay una dato esclarecederor: San Agustín
interpreta las ideas platónicas no como una respuesta a la physis, sino como algo
que Platón conoció y descubrió leyendo los textos bíblicos del Antiguo testamento
en su versión de los Setenta y durante su estadía en Egipto.
Así que en las ideas platónicas percibe a Moisés, en el Timeo al Genésis, lo que
significa que cuando San Agustín lee a Platón lo hace inscribiéndolo en un
contexto bíblico.
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Y así, cuando Dios crea a Adán, no ha creado un alma sino un hombre (Génesis
1, 26). Formar el cuerpo de Adán es formar un hombre (Génesis 2, 7).
Si el hombre no fuera unidad no seria imago Dei. Esa unidad tiene un elemento
privilegiado: el alma. Es una unidad jerárquica , pero como unidad.
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¿Qué es el hombre? Un alma racional que tiene un cuerpo […] el alma con
cuerpo no hace dos personas, sino un solo hombre […] (Sobre el
Evangelio de Juan XIX, 15)
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Hombre exterior: lo que tiene en común con los animales: cuerpo material, vida
vegetativa, conocimiento sensible, imágenes y recuerdos de las sensaciones.
Ratio superior: contemplación pura, libre de acción, dirigida hacia los inteligibles
(razones eternas y divinas).
Pero San Agustín aclara que se trata de dos oficios o funciones de la misma
mens, por lo cual no hay allí dualismo:
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Pueden los brutos, sí, percibir, por los sentidos del cuerpo, los objetos externos,
fijarlos en la memoria, recordarlos, buscar en ellos su utilidad y huir de lo que les
molesta; pero anotarlos, retener no sólo lo que espontáneamente se capta, sino
también lo que con industriosa solicitud se confía a la memoria; imprimir de nuevo
en el recuerdo y en el pensamiento las cosas que están para caer en el olvido;
afianzar en el pensamiento lo que en el recuerdo vive; informar la mirada del
pensamiento con los materiales archivados en la memoria; componer estas
visiones fingidas tomando y recosiendo recuerdos de acá y allá; comprender
cómo en este orden de cosas se distingue lo verosímil de lo verdadero, no ya en
los seres espirituales, sino incluso en el mundo corpóreo;
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Quiero estar sano todo entero, pues que todo soy yo. No quiero que mi carne sea
separada de mí eternamente, como una extraña, sino que sea sanada toda
conmigo. Si tú no quieres esto, no sé qué piensas de la carne. Opino que tú
juzgas que ignoro de dónde procede, como si viniera de gente enemiga. Esto es
falso, es herético es blasfemo, porque uno solo es el autor de la mente y del
cuerpo. Cuando creó al hombre, hizo una y otra cosa, y a ambas juntó en unidad:
sometió la carne al alma y el alma a él. Si aquélla fuere siempre obediente a su
señor, también ésta estará siempre sumisa a su dueño (Sermones XXX, 3, 4)
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El cuerpo no es una cárcel, en que ha sido confinada el alma para purgar antiguos pecados,
como suponía el mito platónico. Cuando San Agustín, comentando pasajes bíblicos, emplea
la palabra cárcel, no la usa en un sentido ontológico, sino moral, o como equivalente a
corrupción:
Que el cuerpo se une al alma para formar y constituir el hombre total y cabal, lo
conocemos todos. Testigo es de ello nuestra misma naturaleza (La Ciudad de
Dios X, 29, 2).
Sin distinción, todos los filósofos, con su estudio, su investigación, sus diálogos y
su vida no apetecieron otra cosa que alcanzar la vida feliz. Esta fue la única
causa de su filosofar, y pienso que esto lo tienen también en común con nosotros.
Si yo os preguntare por qué creéis en Cristo, por qué os hicisteis cristianos, con
verdad todo hombre me respondería: «Pensando en la vida feliz». Pero la
cuestión es ésta: dónde encontrar esa cosa en que todos están de acuerdo. De
aquí parten las divisiones, pues el apetecer la vida feliz, el quererla, el desearla,
esperarla y buscarla es, pienso, común a todos los hombres. Por lo cual me
parece que me quedé corto al decir que esta apetencia es común a filósofos y
cristianos; debí decir más bien a todos los hombres, absolutamente a todos,
buenos y malos. En efecto, quien es bueno, lo es para ser feliz; y quien es malo
no lo sería si no esperase ser feliz
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de esa forma. Que los buenos son buenos buscando la vida feliz no hay dificultad en admitirlo.
Mas no faltarán quienes duden de si los malos buscan también la vida feliz. Pero si pudiese
interrogar a los malos separados y apartados de los buenos y preguntarles: «¿Queréis ser
felices?» ninguno respondería: «No lo quiero». Piensa, por ejemplo, en un ladrón.
Le pregunto por qué comete el hurto. «Para tener lo que no tenía», responde. «Por qué
quieres tener lo que no tenías?» «Porque me hace infeliz el no tenerlo». Si, pues, el no tenerlo
le hace infeliz, es que piensa que el tenerlo le hará feliz. Pero aquí está su ignorancia y su
error: en querer hacerse feliz con el mal. El ser feliz es, sin duda, un bien para todos
(Sermones 150,4)
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"Mirad cuántas cosas buenas hacen los Santos con el cuerpo. Con él obramos lo
que Dios nos ha mandado hacer para remedio de tantas necesidades en la vida :
Reparte tu pan con el hambriento, y al pobre que carece de casa, cobíjalo bajo tu
techo. Si lo ves desnudo, vístelo ; y otras cosas de este género que se nos han
mandado, no obramos sino por el instrumento del cuerpo” (Enarraciones sobre
los salmos, 83, 7)
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Y tal es la unión que enlaza a cuerpo y alma, que, aun siendo distintos, ejercen entre sí
un influjo mutuo y natural.
" Creo que todo movimiento del ánimo produce algún efecto en el cuerpo : Pero tales
efectos sólo llegan a nuestros sentidos, tardos y lentos, cuando se trata de
movimientos mayores, verbigracia : la ira, la tristeza, el gozo. De aquí es lícito
conjeturar que hasta cuando pensamos algo, si bien esto no se nos muestra en el
gesto corporal, puede aparecer a los ojos de los espíritus aéreos, cuyos órganos de
percepción son vivísimos, incomparablemente superiores a los nuestros. Estos, pues,
digámoslo así, vestigios de movimientos que el ánimo imprime y fija en el organismo
pueden permanecer y formar cierto hábito” (Cartas 9, 3)
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" porque si hay continuamente una dificultad de realizar algo conforme a nuestros
deseos, asiduamente el ánimo se irrita. Porque la ira, según creo yo, es el apetito
turbulento de remover los obstáculos que impiden nuestra acción. Así, muchas veces
nos airamos, no sólo con las personas, sino con las cosas, con la pluma de escribir,
tirándola y rompiéndola, y lo mismo hacen los jugadores con los dados, y los pintores
con el pincel, o cualquier instrumento que no responde a lo que deseamos hacer.
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Con esta facilidad de airarse afirman los médicos que se aumenta la hiel, y con el
aumento de tal humor, sin motivo apenas nos enfadamos. Y así, lo que el ánimo
hizo con sus movimientos es después causa suficiente para volverlo a conmover”
(Cartas 9, 4)
La distancia entre la materia y el espíritu está jerárquicamente salvada. Es decir, que San
Agustín, sin admitir la tricotomía platónica ni escindir la unidad personal del hombre,
intercala, entre la porción superior y la ínfima, potencias conexivas, cuyo fin es establecer
contacto entre las dos. Los sentidos, tanto externos como internos, y los apetitos, o
tendencias consiguientes, pertenecen a la parte inferior, de que se compone el hombre.
No hay un dualismo, sino un orden de jerarquía. El hombre está sometido a una doble ley
de polaridad, pues obedece a las leyes naturales y psicofísicas y como sujeto espiritual o
mente, a leyes de razón. Ambas porciones son dos ventanas o aberturas que le imprimen
una doble orientación: una hacia lo sensible y temporal, otra hacia lo invisible y eterno.
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Pero así como nuestro cuerpo está naturalmente erguido, mirando lo que hay de
más encumbrado en el mundo, los astros, así también nuestra alma, substancia
espiritual, ha de flechar su mirada a lo más excelso que existe en el orden
espiritual, no con altiva soberbia, sino con amor piadoso de justicia. (La Ciudad
de Dios XII, 1,1)