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POR: OCAMPO SALAS DARKO MAGDIEL

INTRODUCCIÓN

La vida en familia es la primera escuela para el aprendizaje emocional, en aquí se aprende como
sentirnos con respecto a nosotros mismos y como de los demás reaccionaran a nuestros
sentimientos; a pensar sobre estos sentimientos y que alternativas tenemos a interpretar y
expresar esperanzas y temores.

Algunos padres son dotados maestros emocionales, otros son desastrosos. Cientos de estudios
muestran que la forma en que los padres tratan a sus hijos, ya sea con una disciplina dura o una
compresión empática, con indiferencia o cariño, etc. Teniendo consecuencias profundas y
duraderas en la vida emocional del hijo.

“-La vida familiar es la primera escuela de aprendizaje


emocional”.
RESUMEN

• Goleman desarrolla en su libro, nos habla sobre la importancia del entorno Familiar como la primera
escuela de aprendizaje emocional que tiene el individuo. El crisol (recipiente de laboratorio resistente al
fuego), la vasija familiar donde se funden los diversos pensamientos y sentimientos que van moldeando
al niño. En esta etapa se aprende a pensar en nuestros sentimientos, la forma y capacidad de reacción
de los sentimientos de los demás y las nuestras, así como la forma de expresar las emociones y los
temores; el autor pretende a través de ejemplos de situaciones comunes en la familia, enseñar cómo
influye en el futuro ya sea positiva o negativamente, la manera en cómo nos educan los primeros años
de vida del ser humano.
Este aprendizaje emocional no sólo opera a través de lo que los padres dicen y hacen
directamente a sus hijos, sino que también se manifiesta en los modelos que les ofrecen para
manejar sus propios sentimientos y en todo lo que ocurre entre marido y mujer. En este sentido,
hay padres que son auténticos maestros mientras que otros, por el contrario, son verdaderos
desastres.
Hay cientos de estudios que demuestran que la forma en que los padres tratan a sus hijos —ya
sea la disciplina más estricta, la comprensión más empática, la indiferencia, la cordialidad,
etcétera— tiene consecuencias muy profundas y duraderas sobre la vida emocional del niño,
pero, a pesar de ello, sólo hace muy poco tiempo que disponemos de pruebas experimentales
incuestionables de que el hecho de tener padres emocionalmente inteligentes supone una
enorme ventaja para el niño.
•El estilo laissez–faire.

•Menospreciar y no respetar los sentimientos del niño.


• Este tipo de padres considera que los problemas emocionales de sus hijos son algo trivial o molesto,
algo que no merece la atención y que hay que esperar a que pase. Son padres que desaprovechan la
oportunidad que proporcionan las dificultades emocionales para aproximarse a sus hijos y que ignoran
también la forma de enseñarles las lecciones fundamentales que pueden aumentar su competencia
emocional.
• Estos padres se dan cuenta de los sentimientos de sus hijos, pero son de la opinión de que cualquier
forma de manejar los problemas emocionales es adecuada, incluyendo, por ejemplo, pegarles. Por esto,
al igual que ocurre con quienes ignoran los sentimientos de sus hijos, estos padres rara vez intervienen
para brindarles una respuesta emocional alternativa. Todos sus intentos se reducen a que su hijo deje
de estar triste o enfadado, recurriendo para ello incluso al engaño y al soborno.
• Este tipo de padres suelen ser muy desaprobadores y muy duros, tanto en sus críticas como en sus
castigos. En este sentido pueden, por ejemplo, llegar a prohibir cualquier manifestación de enojo por
parte del niño y ser sumamente severos ante el menor signo de irritabilidad. Éstos son los padres que
gritan «¡no me contestes!» al niño que está tratando de explicar su versión de la historia.
• Pero, finalmente, también hay padres que aprovechan los problemas emocionales de sus hijos como
una oportunidad para desempeñar la función de preceptores o mentores emocionales. Son padres que
se toman lo suficientemente en serio los sentimientos de sus hijos como para tratar de comprender
exactamente lo que les ha disgustado

• -”aprender a reconocer, canalizar y dominar sus propios sentimientos y empatizar y manejar los
sentimientos que aparecen en sus relaciones con los demás”.
• Las diferencias entre ambos tipos de actitudes —la de los niños confiados y optimistas frente a la de
aquéllos otros que esperan el fracaso— comienzan a formarse en los primeros años de vida. Los padres,
dice Brazelton, «deben comprender que sus acciones generan la confianza, la curiosidad, el placer de
aprender y el conocimiento de los límites»

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