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“Si crees que el conocimiento es caro,

¿cuánto puede costar la ignorancia?”

Abraham Lincoln
Introducción a la arquitectura
_ 7/2010

Síntesis

Ayer/Hoy
ubicación: ciudad de México- Tacubaya
Se descubre casi, por sus materiales y acabados, paradójicamente humilde e
intencionalmente anónima
La fachada principal de la casa se alinea con la calle obedeciendo al gesto de
las demás construcciones y se presenta como una frontera masiva de
aberturas dosificadas. De expresión austera, casi inacabada, podría pasar
inadvertida de no ser porque su escala contrasta con las construcciones del
barrio
Sobre el plano de la fachada se proyecta la ventana reticular y translúcida de la
biblioteca. La casi totalidad del exterior conserva el color y la aspereza
naturales del aplanado de concreto donde solamente se han pintado las
puertas de acceso peatonal y vehicular, así como la herrería de las
ventanas.
• La fuerte sensación de límite que establece el paramento hacia
la calle del General Francisco Ramírez queda reiterada por el
primer espacio de la casa. La portería es una esclusa de
descompresión, un filtro sensorial y por lo tanto emocional.
Este acceso de dimensiones reducidas que tiene una luz teñida
por un vidrio amarillo en una reinterpretación de un espacio
tradicional. Aquel que provoca la pausa que antecede a la casa
mexicana o a la mediterránea, a los conventos o a los
monasterios.
• La portería funciona como un lugar de espera y, al mismo
tiempo, como un espacio donde se preparan los sentidos. La
vista, el olfato, el tacto y el oído son puestos en un estado
expectante por la acción directa de una paleta de materiales
precisa, escasa en variantes, pero generosa con ellos: madera,
piedra y muros encalados.
• La misma piedra volcánica, prácticamente virgen, que forma el piso de la
portería pasa a través de la segunda puerta hasta llegar al vestíbulo. Su uso
era conocido como un pavimento de exteriores que consigue acentuar la
paradójica sensación de encontrarse en un patio interno, al centro de la
casa.
• Esta segunda puerta, separa la penumbra dorada de la portería de la luz
intensa del vestíbulo, que es elaborada por un mecanismo de reflejos.
Desde el plano amarillo del exterior, con orientación sur, la luz incide
sobre una superficie dorada de un retablo barroco —expresado aquí en su
forma abstracta por Mathias Goeritz— y baña después al rosa intenso de
los muros. Una tenue sombra rosada aparece sobre el blanco de la escalera,
sobre el color esencial de la casa al que regresan siempre los reflejos y las
sombras.
• La transición hacia la estancia-biblioteca se logra con recursos
que serán constantes a lo largo del recorrido. Un acento de
escala, a manera de contracción, su consecuente sombra y el
movimiento, nunca frontal ni directo, sino obligado a una
directriz quebrada que concluye con una nueva dilatación del
espacio, el aire y la luz.
• En el transcurso de unos cuantos pasos han aparecido,
cuidadosamente colocados para ser descubiertos, la primera de
las grandes esferas reflejantes (en nueva contracción espacial
capturada en la superficie plateada) al lado de la figura de una
Madona tallada en madera y el acontecimiento luminoso de
una lámpara cilíndrica en el piso.
• Superando el biombo de pergamino, la mirada se posa
entonces sobre la sorpresiva puesta en escena del jardín.
• La serie de ventanas en la planta baja pueden ser entendidas
como maneras distintas de un mismo acto que es la
contemplación del jardín.
• En el salón, la transición sólo es interrumpida por la cancelería
en cruz que es llevada a un extremo no exento de extrañeza.
• Se accede al espacio del taller a través de una nueva esclusa
que comunica el lugar de trabajo con la casa y con el acceso
del número 12. Esta esclusa forma un volumen independiente
al que se adosa también la chimenea.
• Destaca en el taller el techo inclinado de madera. El gran
volumen de aire está iluminado por una ventana que mira
hacia el oriente y en la que el contacto visual con la calle ha
sido substituido por una serie de planos blancos ascendentes
que se apropian desde el interior de las copas de los árboles
vecinos, los que terminan por pertenecerle más a esta ventana,
dejando fuera de la vista a las azoteas y a las antenas vecinas.
Este juego volumétrico progresivo dirige la mirada hacia el
último plano, el del cielo azul que concluye la composición.
En contra esquina a la ventana descrita, hacia el poniente, con un traslape de muros
se ofrece una salida al lugar de trabajo. A través de un nicho articulado con una
puerta rosa a la holandesa, se llega así al patio de las ollas.
• Este es producto de una serie de modificaciones al proyecto original que terminan
por separarlo del jardín y del propio taller, cuando eliminó el ventanal de piso a
techo en la fachada oriente.
• Entre los muros altos y blancos, donde la pátina se ha dejado hacer presente, este
pequeño lugar está dedicado a dos habitantes indispensables en la arquitectura del
paisaje de Luis Barragán: la vegetación, en su expresión siempre fuerte y dramática
como las enredaderas que se descuelgan de los muros y el agua, agua obscura,
contenida y arrinconada en un volumen abstracto que se recorta en el piso de lava
volcánica. Una nueva puerta rosa, en contraste con los verdes del jardín, continúa
detrás y si quisiéramos dejar llevarnos por el juego de sugerencias, el agua también
viajaría debajo de la plataforma que ha sido levantada unos centímetros del resto
del piso.
Ésta y las dos habitaciones de este segundo nivel tienen como
denominador común su espíritu monacal, no sólo por la economía
de recursos con la que están resueltas, sino incluso por la
selección del mobiliario y las texturas seleccionadas para los
tapetes y los cubrecamas.
Este carácter recuerda que han sido concebidas por un devoto
franciscano, como lo era Luis Barragán, quien aprendió de su
maestro espiritual a rodearse de pocas cosas para no distraer al
espíritu y así vivir con ellas en el justo medio entre el desapego
material y el profundo amor hacia las cosas que le sirven.
El amor con que se les llama, por tanto, las hermanas cosas.
• La intimidad y escala del estudio del tapanco están contenidas
dentro del gran espacio del salón biblioteca por un muro que
permite seguir con la vista el ritmo de la viguería. Junto con
una parte de su colección de discos, donde destaca en este
lugar la música tribal, se guardan el crucifijo de marfil, la
figura de San Francisco y algún objeto ritual no católico.
• La ventana es ahora un juego de postigos blancos y un cuidado
estudio de proporciones que acaso dejan pasar el cielo y
esconden la calle y que imprimen sobre el muro, el negativo
del ventanal de la estancia. Así, en vez del metal sobre el
vidrio, esta vez es una cruz de luz.
• El cuarto blanco
Vestidor o "cuarto del Cristo"

Es un lugar que comparte con el vestíbulo su misma espacialidad


fluida y compleja. Su programa puede ser ambivalente, pero,
su función dentro de la secuencia espacial, no deja lugar a
dudas al ser el preámbulo y el anuncio del encuentro con la
terraza abierta al cielo, con el desenlace y clímax de la
ascensión que comenzó en la portería. El vestidor es la
invitación a descubrir la terraza pasando a través de una
hendidura vertical, un sólido de luz amarilla por el que apenas
asoman tres escalones de madera cuyas dimensiones sugieren
un ascenso meditativo, solitario.
• También es una composición abstracta de paramentos desnudos que
funcionaron como laboratorio cromático y cuya función arquitectónica es a
la vez evocadora e insólita
• Los muros perimetrales fueron elevados hasta la completa introspección.
La cruz en relieve que muestran algunas de las fotografías también
desaparece durante el proceso. Por otro lado, las múltiples variaciones
cromáticas que se registran dejan pistas de la exploración que Barragán
hace sobre la interacción del color con los espacios construidos.
• La búsqueda de los orígenes desde los cuales la terraza ha evolucionado —
si en verdad se tiene que insistir en buscarlos— se vuelve múltiple: pueden
encontrarse en la tradición musulmana de habitar los techos o en esos
lugares abiertos por excelencia al acontecimiento urbano y hasta en el
concepto anunciado por Le Corbusier de la quinta fachada moderna. O
bien, en el sencillo aprecio rural y universal del contacto con el
firmamento.
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